domingo, 20 de diciembre de 2009

¿La competitividad está en los genes?



La competencia está en la sangre


Competir en sociedad ha influido en la evolución del tamaño cerebral
La competitividad que caracteriza a la sociedad actual tiene probablemente una raíz biológica: los humanos llevamos la competencia en nuestros genes


ALBERT FIGUERAS | Médico | 19/12/2009 |LA VANGUARDIA 


Si pedimos a nuestro hijo que coja su bicicleta y pedalee deprisa hasta llegar a la siguiente esquina, el niño correrá; sin embargo, si está con un amigo y les pedimos a ambos que pedaleen deprisa, la velocidad a la que correrán será ostensiblemente superior a la que alcanzan cuando corren solos.
 El juego de ir más allá, de correr más, de saber más –la competitividad– parece que es un estímulo para mejorar el rendimiento. La competitividad está presente de un modo u otro siempre que tenemos a alguien cerca, y este espíritu juguetón se utiliza en muchos campos de la vida social y laboral; estimula la superación y pone en marcha mecanismos para incrementar la eficiencia de las respuestas. Ahora bien, la pregunta que tratan de responder los investigadores es si el estímulo de la competitividad es infinito o si, por el contrario, llega un momento en el que se agota.

La base cerebral de la competición

Una característica esencial de la vida humana es la pertenencia al grupo, el hecho de identificarse con un colectivo de personas pero poseer algunas características diferenciadoras que permitan mantener y reconocer la individualidad. La atracción y el afecto son algunos de los factores que permiten la integración, mientras que la agresividad facilita la diferenciación del individuo. La competencia es otro factor que permite que una persona sobresalga del resto.

La competitividad se considera un impulso que aprendemos de pequeños, que cuenta con numerosos incentivos en el ambiente y se sigue una poderosa respuesta –placentera cuando logramos la superación o dolorosa al fracasar–. Lograr activar el sistema cerebral de recompensa y evitar el dolor social del fracaso en la medida de lo posible es el fundamento para manejarnos en nuestro entorno familiar o laboral; ocasionalmente también es el origen de algunas disfunciones derivadas tanto de la adicción al placer de ganar como de la inhibición de cualquier acción por miedo al dolor de perder.

Según la época y los conocimientos sobre la respuesta cerebral que estén en boga, la descripción de estas premisas de la competitividad pone su énfasis en determinados neurotransmisores o circuitos neuronales. Quizás las neuronas espejo puedan explicar parte de la respuesta de la competencia.

Marco Iacoboni es uno de los impulsores de esta novedosa teoría que explica algunas conductas automáticas (Las neuronas espejo, Katz Editores). Según este neurólogo de origen italiano que trabaja en la Universidad de California, en Los Ángeles, el cerebro posee un grupo de neuronas capaces de activarse automáticamente cuando percibimos determinadas acciones de quienes nos rodean; se trata de un reflejo premotor (situado antes del razonamiento consciente). Por ejemplo, somos capaces de sentir dolor cuando vemos sufrir a alguna persona próxima, y esta es la base de la empatía.

Sin embargo, los periódicos están plagados de noticias que muestran hasta qué punto la sociedad puede llegar a ser atroz, y eso dice poco de esa supuesta empatía. Iacoboni lo atribuye al hecho de que no sólo imitamos las acciones buenas, ni sólo somos capaces de ponernos en el lugar de los demás cuando sufren, sino que las neuronas espejo también se utilizan para el fenómeno de la violencia imitativa, por ejemplo. Este es un campo del que aún queda mucho por descubrir, pero probablemente hay un espacio para el rol de esas neuronas espejo en la competitividad. ¿Acaso, cuando el vecino de veraneo tiene una piscina y oímos el chapoteo una tarde de verano, no nos entran ganas de tener una piscina para hacer lo mismo? ¿Y cuando en el ambiente de trabajo se producen urgencias, a veces infundadas o irracionales, acaso no parece que se contagien hasta llevar al colectivo a una carrera en el tiempo con la finalidad de terminar una tarea?

Sea como sea, la presencia de la competitividad ha desempeñado un papel beneficioso en el desarrollo de la especie humana. Diversos estudios coordinados por el profesor David Geary, del departamento de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Misuri, sugieren que la intensidad de competencia social (mayor cuanto más grande es la densidad de la población) es el factor que ha contribuido al incremento del tamaño cerebral a lo largo de la evolución humana y, por tanto, a aumentar la inteligencia y la capacidad de razonamiento abstracto.

Un juego ancestral

Por otro lado, la antigüedad del espíritu competitivo tiene sus contrapartidas negativas. Martin Seligman, el autor de éxitos como Optimismo aprendido o La auténtica felicidad(Ediciones B), afirma que algunas de las cosas difíciles de cambiar en nuestra manera de ser son herencia de las luchas a vida o muerte de nuestros antepasados, y cita la competitividad además de los miedos, la agresividad, los objetos sexuales que perseguimos o los prejuicios frente a las personas distintas de nosotros. Los cita como ejemplos de la relación psicológica con el pasado biológico del ser humano.

La competitividad existe en el juego desde una temprana edad, muchas veces estimulado por los padres ("A ver quién termina antes", "A ver quién corre más"), y es un juego bien aceptado por los pequeños. Sigue cuando se juega al fútbol, cuando se monta en bicicleta o cuando uno se compara con los demás alumnos de la clase, para ver si está por encima o por debajo de la media. Se compite para poder sacar una buena nota en la selectividad y tener más probabilidades para escoger una carrera universitaria, se compite para conquistar a una posible pareja, se compite por un puesto de trabajo, y se compite por ser mejor considerado en el entorno social y laboral, por estar actualizado y cualificado.

La competitividad es, pues, un juego ancestral y aprendido, que ha encontrado abono en la sociedad actual. Si tenemos en cuenta la teoría darwiniana de la selección natural, desde la perspectiva evolutiva, sobreviven los individuos más sanos, los que son capaces de tener una prole mayor, los que son capaces de defenderse mejor, los que pueden correr más para cazar o los que tienen la astucia más desarrollada. En el contexto social, la competitividad tendría la función teórica de permitir que los más preparados avancen en la comunidad, que la lideren, que sean quienes puedan alcanzar la condición óptima para propiciar avances científicos y tecnológicos. Sin embargo, parece obvio que eso no siempre es así. Hay personas que añaden otros campos de competición –no siempre objetivamente necesarios ni psicológicamente saludables–: competir por ser el que cambia más veces de coche, el que tiene ropa de marca más cara o el que tiene más éxito, palabra altamente pegajosa cuya definición varía según el color del cristal de las gafas de cada uno.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que introdujo el concepto de las relaciones líquidas originadas por la prisa y la superficialidad propias de la cultura occidental a comienzos del siglo XXI (Tiempos líquidos, Tusquets Editores), señala que "el progreso, que tiempo atrás era la manifestación más extrema del optimismo radical y la promesa de una felicidad duradera y compartida por toda la humanidad, se ha desplazado completamente al polo opuesto; (...) el progreso se ha convertido en una especie de juego de las sillas infinito e ininterrumpido en que cualquier momento de distracción tiene como consecuencia una derrota irreversible y una exclusión irrevocable".

¿Qué influye en la competitividad?

En 1898, el psicólogo Norman Triplett estudió las marcas de la Liga de Ciclistas Americanos y describió una conducta curiosa: los ciclistas corrían más rápido cuando rodaban con alguien que les pisaba los talones que cuando rodaban solos; en promedio, lograban recorrer un kilómetro unos tres segundos más deprisa que si iban solos, y sospechó que se trataba de algo más que el simple hecho de tener alguien persiguiéndolos. Para ello hizo un experimento con varios niños corriendo en bicicleta y observó el mismo comportamiento. Pero, ¿esto funciona igual en condiciones laborales?

Estas observaciones iniciales se complementaron en la década de 1960 con las aportaciones del psicólogo Robert Zajonc: cuando otros nos miran, estamos más alerta, algo nos estimula y esta excitación determina una respuesta dominante. Ahora bien, si esta hipótesis se cumple cuando se trata de realizar tareas relativamente simples, el efecto de sentirnos observados puede ser negativo en tareas más complejas.

De acuerdo con los conocimientos actuales, parece que lo importante es cómo respondemos a la audiencia y la atención que le prestamos. Si tenemos entre manos una tarea complicada y, además, nos vemos obligados a prestar atención a quienes nos observan, el rendimiento puede ser inferior a causa de una sobrecarga de la atención: nuestro cerebro es incapaz de atender a tanta demanda y rinde peor.

Esta hipótesis se ha visto reforzada por un estudio publicado recientemente en la revistaPsychological Science en el que Stephen García, de la Universidad de Michigan, yAvishalom Tor, de la Universidad de Haifa, llegan a la conclusión de que a más competidores, menor es la competición que se establece. Lo demostraron con un estudio en el que las personas responden con mayor velocidad y precisión un examen cuando creen que están compitiendo contra 10 contrincantes que cuando se les hace creer que compiten contra 100, un efecto que es más marcado en las personas con un sentido de comparación social más acusado.

La competitividad social y laboral es necesaria y positiva en muchas ocasiones; sin embargo, otras veces puede llevarse a extremos que son claramente contraproducentes. En este sentido, los avances en la psicología de la respuesta social son muy importantes tanto para la educación poco competitiva de las personas como para forjar los más capacitados líderes del grupo que no basen su gestión única y exclusivamente en esta competitividad. En el libro El paraíso interior (Plataforma Editorial), Jordi Nadal hace una lúcida reflexión sobre el liderazgo efectivo y el liderazgo afectivo, partiendo de la necesidad de las empresas –de la sociedad– de ser efectivas en su toma de decisiones y en la gestión, pero resalta asimismo la necesidad de no olvidar el aspecto afectivo, puesto que detrás de todo hay personas –desde el supervisor de una cadena de montaje hasta el soldado que está en el campo de batalla– y, si no se tiene en cuenta el factor humano, llega un punto en el que la respuesta se hace cada vez menos eficiente. La bióloga evolutiva Lynn Margulis propone que las células eucariotas empezaron compitiendo para terminar cooperando, lo que fue la base de la aparición de los seres complejos multicelulares y de los tejidos; parafraseándola, quizás la evolución de la humanidad en el tejido social se irá dando a medida que sepamos aprovechar la competitividad en un contexto de cooperación, una idea que también apunta de alguna manera el reputado paleontólogo Eudald Carbonell en sus ensayos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

CINE PARA CHICOS: “Adventureland”: Los conflictos de la madurez



Fuente: http://opinion.labutaca.net/2009/12/01/adventureland-los-conflictos-de-la-madurez/

Excelente fábula sobre el paso a la madurez y sus conflictos en el verano del 87. Greg Mottola vuelve a demostrar su extrema sensibilidad, dotándoles de complejidad y dirigiéndose al público como su cómplice y no como receptor pasivo.


Las felices coincidencias que favorece el imaginario disparado en un parque de atracciones permite comparar a un aislado experimento de vanguardia del cine español de los 30 con la última y excelente cinta de Greg Mottola: En “Esencia de verbena” (Ernesto Giménez Caballero, 1930) veíamos a un juguetón Ramón Gómez de la Serna colocarse entre muñecotes de tiro al blanco en una atracción de feria; en“Adventureland” es Joel (Martin Starr), ese nihilista pragmático, ese existencialista pagano que lee a Nikolái Gógol, quien aparca momentáneamente su convencido desencanto (estudiar lenguas eslavas y luego subsistir de trabajos basura) para colocarse entre los maniquíes de una atracción idéntica como mero divertimento con el que combatir el tedio. La mención del paralelismo nada tiene que ver con vocaciones vanguardistas de Mottola, sino más bien con la consciencia (e importancia, suma) del contexto que también existe en “Adventureland”: el parque de atracciones puede ser un lugar tan propicio para mosaicos sociales como para viajes iniciáticos, traducibles en probables exorcismos personales del propio autor. Si en “Supersalidos” (2007) ese viaje acontecía en una noche itinerante hacia la consciencia del final de la adolescencia, en el título que aquí nos ocupa es un verano el espacio de tiempo que requiere la transición hacia la adultez.





Despegada del compromiso con el humor Apatow, “Adventureland” resulta un admirable retrato de esa transición. Como en su anterior película, Mottola demuestra que quizá sea el director que mejor sabe capturar las coordenadas de dicho momento vital, las esencias y las auras que entiende y expone con lucidez de autobiografiado: la frustración ante la imposibilidad de llevar a cabo el presupuesto viaje iniciático por Europa, la desesperanza y el desengaño amoroso, el rechazo y la reconciliación, el colocón y el magreo en los asientos de un coche… todo goza de la extrema sensibilidad de un director que diseña con profundo amor a sus personajes, que narra como nadie estupendas fábulas locales de significados inapelablemente universales, en este caso partiendo de la Pittsburgh de la era Reagan. Cualquiera que haya pasado por un trabajo de condiciones similares al de James (Jesse Eisenberg) puede sentir complicidad en su hastío ante la repetición indiscriminada del Rock me Amadeus de Falco por la megafonía del parque; cualquiera puede entender, sin que medie la palabra, el cruce de miradas entre el protagonista y su padre después de que la madre haya encontrado la botella en el coche. Mottola habla al espectador como un cómplice, no como un miembro del ganado de multisalas.





Jesse Eisenberg se demuestra una promesa más firme que en la venidera“Bienvenidos a Zombieland” (Ruben Fleischer, 2009), mientras que Kristen Stewartsorprende con una demostración de registros que felizmente desmiente la pobreza expresiva con la que desfilaba en “Crepúsculo” (Catherine Hardwicke, 2008). Su composición se corresponde con la riqueza de unos personajes cuyo creador nunca permitiría acotar en dos líneas: precisamos para alcanzar la comunión con ellos de Lou Reed, Neil Young o los Judas Priest. Incluso el personaje de Connell (Ryan Reynolds), a priori el más fácil de demonizar con simplismos habituales, goza de una complejidad envidiable, y sólo Bill Hader parece desaprovechado para la ocasión. Como guinda, y como en “Supersalidos”, la conclusión de “Adventureland” camina hacia un bellísimo mensaje que nunca debiera pasar desapercibido: la pasión como fórmula de enfrentamiento a los conflictos que llegan con la madurez sentimental, a través de Herman Melville y su “Moby Dick”.

CINE Y CHICOS: “Petit indi”: De la inocencia a la madurez, del canto de la vida a la desconfianza

Escrito por Julio Rodríguez Chico el 05.11.09

FUENTE: http://opinion.labutaca.net/2009/11/05/petit-indi-de-la-inocencia-a-la-madurez-del-canto-de-la-vida-a-la-desconfianza/



Marc Recha ofrece una fábula sobre la pérdida de la inocencia juvenil y la llegada a la madurez en un mundo hostil. “Petit indi” está plagada de sentido metafórico, es fría y sin emoción, pero nada pretenciosa ni falsa.
Viendo en la última Seminci la película “Petit indi”, no podía dejar de pensar en su director como ese jilguero volando en solitario y al margen de la industria, que canta con la Naturaleza y huye de las prisas y agobios de la ciudad, que mira con tristeza nuestro tiempo y evita un mundo de las apariencias y falsos entusiasmos recluyéndose en el silencio… porque así es su cine, fuera del sistema. Las películas de Marc Recha siempre han mirado al individuo marginal, solitario y a la deriva. Lo han hecho buscando en su interior unos sentimientos ocultos y una manera de ver la vida independiente y lejos de lo políticamente correcto. Y a pesar de ello, su cine respira pesimismo y tristeza, resquemor y atonía vital, como si no quisiera saber nada de tanto ruido superficial y prefiriera zambullirse en un océano de silencios y sentimientos a medio gas, como si el desencanto hubiera impregnado cada fotograma hasta dejarnos solos ante la dura realidad.

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En esta ocasión, Recha nos ofrece una fábula sobre la pérdida de la inocencia juvenil y sobre la llegada a la madurez en un mundo hostil. Para ello nos presenta a Arnau, un chico introvertido, cabizbajo y silencioso, más amigo de los animales que de las personas, que sobrelleva la ausencia del padre y el encarcelamiento de la madre como puede, rodeado de una familia un tanto indolente. Vive en un barrio de Barcelona en transformación y amenazado por la nueva política urbanística, y entre sus parientes hay quien hace pequeños trabajillos y apuesta en el canódromo para poder pagar el alquiler, mientras él sueña con ganar un concurso de pájaros con su jilguero cantor ‘Petit indi’. Una historia mínima plasmada con abundantes silencios y pocas palabras, miradas lacónicas y cierta desesperanza hacia una tragedia que se ve venir. Así entiende el director el paso a la edad adulta, entre la pérdida de unos sueños puestos en una Naturaleza traicionera y el desencanto ante una justicia sin humanidad o una burocracia que todo lo atropella.

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La cinta de Recha está plagada de sentido metafórico, pues esos paisajes que desaparecen —o esas cloacas y zonas repletas de basura— o la nueva política inmobiliaria son reflejo de la pérdida de humanidad, de la insensibilidad y arrojo ante un sistema materialista y consumista. Por eso, se entretiene en el cantar de los pájaros y contempla sin prisas la pureza de una naturaleza semisalvaje, lo mismo que mira sin enjuiciar la apatía de un tío que mata las horas en las carreras de perros o de otro que no hace más que estorbar en casa —sólo la tía de Arnau sale bien parada—. El director de “El árbol de las cerezas” quiere acercarse a sus personajes con la mínima expresividad, o al menos sin que esta llegue con una interpretación “excesiva”. Busca la contención, la autenticidad, los pequeños detalles cotidianos… y por eso el espectador debe valorar esos gestos y silencios si quiere percibir lo que pasa por dentro de los personajes, por eso debe estar dispuesto a prescindir del sentimiento fogoso, fácil o a flor de piel. Al final, la película queda un poco fría y sin emoción, pero nada pretenciosa ni falsa, con poca intensidad y como sin terminar al no aprovechar algunas subtramas. Delicada y sensible, pero triste y pesimista, esos cantos de jilguero —que son un brindis a la vida— se apagan porque Marc parece haber aprendido a no confiar en nada ni en nadie: según Recha, esa es la madurez de quien pierde la inocencia y se resigna ante el destino.

CINE PARA CHICOS: Pagafantas

Miguel A. Delgado el 07.07.09


Fuente: http://opinion.labutaca.net/2009/07/07/pagafantas-apatow-es-del-mismo-bilbao






La ópera prima de Borja Cobeaga es inteligente, cinéfila, una reducción al absurdo de unos temas y lugares comunes a toda una generación. La comedia elegante y clásica aún está viva y, por supuesto, es eficaz.


No toda la ficción televisiva nacional es perjudicial para el cine. Lo sospechábamos, pero los últimos éxitos (indiscutibles en taquilla, eso es verdad) de propuestas como“Fuga de cerebros” nos hacían dudarlo. Pero, al igual que en la caja (a veces) tonta comparten espacio las series de recurso fácil y grueso con otras más exigentes y arriesgadas, resulta que en la cartelera también queda sitio para la traducción en celuloide de ambas. ¡Aleluya!


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Porque podría ocurrir que un espectador indeciso se hiciese una idea equivocada al leer la sinopsis de “Pagafantas”, debut en largo de Borja Cobeaga (las vicisitudes de un treintañero bilbaíno condenado a ser el mejor amigo de la chica de sus sueños y, lo que es peor, hacer como que lo lleva bien para luego reconcomerse por dentro), pensando que se iba a encontrar ante otra cinta que repitiera los clichés y chistes brutos que caracterizan las últimas entregas de nuestra comedia. Pero resulta que no, que en realidad se trata de una reducción al absurdo de unos temas y lugares comunes a toda una generación, en la que las referencias a iconos como Héroes del Silencio, las teorías sobre las salidas nocturnas o las propias y divertidas situaciones asociadas a los pagafantas (las definiciones, en forma de añejo documental, de los términos “cobra”, “el abrazo del koala” o “hacer el lémur” son de antología) terminan tejiendo un entramado bien reconocible que llevar al extremo, como si no hubiese otras fuerzas que terminasen encarrilando a los treintañeros que, un buen día, se descubren llevando una vida “normalizada”.



Y desde luego, es la obra de todo un cinéfilo, y no sólo por guiños tan explícitos como el que recuerda a “En los límites de la realidad”. Porque en sus fotogramas puede rastrearse a los hermanos Farrelly de “Algo pasa con Mary”, sobre todo en la crueldad con la que se llega a tratar al protagonista; pero en realidad, su referente más cercano sería Judd Apatow, con el que comparte la visión entre tierna y desopilante del perdedor que no ha accedido al paraíso prototípico de las comedias románticas (chica de sus sueños, estabilidad laboral, proyecto de futuro)… pero llevándolo más allá. En cierta manera, podría decirse que Apatow quiere a sus personajes bastante más que Cobeaga a los suyos, porque el primero les termina ofreciendo unas salidas que, definitivamente, parecen cerradas para los antihéroes del vasco.


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Quizá sea ese el principal defecto de una película, por lo demás, notable: que en su afán de apurar al máximo el cáliz de las desgracias, termina transitando por los terrenos de lo directamente inverosímil. Pero es un “pero” menor cuando se ha asistido a momentos tan memorables como todo el arranque (espectacular el que podemos resumir como “los dos minutos”) y las numerosas escenas entre Gorka Otxoa y Julián López (aquí en un papel “normal” a años luz de sus marcianadas de “Muchachada nui”), aquellas entre el primero y el tío Jaime (Óscar Ladoire), las sesiones de peluquería con su inalcanzable objeto del deseo (Sabrina Garciarena, componiendo una estupenda y particular femme fatale), y todo un ramillete de secundarios siempre oportunos y acertados.
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Todo ello termina levantando una cinta mucho más inteligente de lo que podría esperarse, en la que incluso la sonrisa puede llegar a congelarse ante un personaje con el que el espectador no sabe si identificarse o despreciarlo. Y ese es su principal mérito, el de rehuir los atajos para demostrar que sí, que es posible, que la comedia elegante y clásica (porque “Pagafantas”, en el fondo, es ambas cosas) aún está viva y, por supuesto, es eficaz. No es que lo dudáramos, claro, pero escasean tanto cintas como esta que alguna vacilación empezábamos a tener. Gracias, Borja.

CHICOS Y CINE: LAS TRIBUS URBANAS Y EL CINE (2002)

Silvia Grijalba

http://www.silviagrijalba.com/articulos/gijon.htm



Cuando hablamos de Tribus Urbanas nos vienen a la cabeza las que tuvieron su auge en las décadas de los 60, 70 y 80 del siglo pasado y ahora, en el siglo XXI, nos parece un término obsoleto. Pensamos en los mods, rockers, hippies, punks… esos grupos socioculturales eminentemente juveniles que configuraron una contracultura pop que, con el tiempo, pasaron a formar parte de la cultura oficial y que fueron rápidamente adoptados por los medios de comunicación y por la burguesía que antes cruzaba de acera cuando se encontraba con un miembro de estas tribus urbanas.

La fuerza estética de todas esas tribus hizo que el cine (antes y más profusamente que otras artes, como la literatura) rápidamente se hiciera eco de esas manifestaciones y durante esas décadas (especialmente durante finales de los setenta y todos los años 80) el cine juvenil dio varios títulos que abordaban la forma de vida de esos grupos sociales. Aquí vamos a analizar algunos de esos títulos clásicos que se refieren a las tribus urbanas clásicas, a las que todos conocemos. Pero también quiero hacer hincapié en la presencia de otras tribus urbanas menos evidentes que han surgido a partir de los 90 y durante lo que llevamos de siglo. Grupos socio-culturales que, en muchos casos, no tienen un apelativo oficial pero que responden a las coordenadas que definen una tribu urbana.

Buenrrollistas (1),
techno-hippies (2),
Bohemios Burgueses (3),
Burgueses Chic (4),
Lalys (5),
Chicos Dickies (6), a los que el cine más actual también ha reflejado aunque la intención del autor de la película (en contraposición a los de décadas anteriores) no fuera esa y pese a que, en muchos casos, ni el propio autor fuera consciente de que en su obra estaba hablando de la forma de vida de una tribu urbana.

Esto nos puede ayudar a confirmar la teoría de que después de los noventa, con la explosión grunge, las tribus urbanas caen en el ostracismo, empiezan a considerarse algo pasado de moda, un término casi peyorativo y que pasan de ser una seña de identidad, un orgullo para sus miembros a algo de lo que no se habla, rechazado por los mismos protagonistas de esas tribus, que se niegan a definirlas, a darles nombre e incluso se ofenden si alguien les identifica como miembros de ese grupo social.

En el cine, como reflejo de la sociedad, también se ha observado esa evolución. Después de los noventa, el presunto cine juvenil ya no vende la película aludiendo a la tribu urbana de la que habla (como ocurrió con Quadrophenia, Hair o, más adelante Singles) sino que, muy al contrario, lo elude, aunque en casos como Goths World sus protagonistas vistan como miembros de una tribu bien definida y la banda sonora sea parte también de los gustos de ese movimiento. La evolución llega a un punto extremo en el que, incluso, se da el caso, como el de OT en el que se presenta a la juventud como un ente disperso, sin cohesión cultural, orgulloso de pertenecer y adorar al sistema establecido y sufriendo el efecto contrario al que se daba años atrás, en el que la moda o la forma de comportamiento más radical de la gente de la calle era asimilada por los artistas más comerciales. Ahora los fans de OT son los que visten según dictan los escaparates de Zara, Berska o Pull and Bear que son las marcas que, a su vez, hacen el estilismo las estrellas de la Academia.

Actualmente esa pulsión juvenil de identificarse por medio de la diferencia con otros miembros de una misma generación, ese deseo de crear una contracultura más o menos organizada con la que enfrentarse al “stablishment” ha quedado diluida, pero sigue existiendo, aunque sean los teóricos los que se preocupan en crear clasificaciones y definir las nuevas tribus.

¿Qué es una tribu urbana?

Para entender mejor de qué estamos hablando, lo primero sería definir en qué consiste una tribu urbana. Los miembros de una tribu urbana , salvo un par de excepciones, suelen ser menores de 20 años. El deseo adolescente de formar parte de un grupo de iguales para diferenciarse del resto, de crear una “pandilla” entre compañeros que comparten una serie de gustos que ayuda a reforzar los propios, a sentirse protegido y a tener la sensación de que alguien nos entiende suele ser una de las motivaciones esenciales para adherirse a una tribu urbana. Por otra parte, un rasgo esencial para diferenciar una pandilla (en la acepción burguesa, tipo los chicos de Verano Azul o en la más underground, como “pandilleros” de barrio, tipo The Warriors) es que los miembros de ese grupo compartan una serie de gustos musicales y estéticos (esencialmente), pero también una forma de ver y enfrentarse a la vida (a los cambios frente a la edad madura) y gustos literarios, cinematográficos y de ocio (o sea, ir a los mismos bares, esencialmente, y también, en algunos casos preferir un tipo de drogas antes que otras).

Todos estos puntos están presentes en las películas que hemos escogido como ejemplo de cómo trata el cine juvenil de ficción esos ejemplos de contracultura. Hago hincapié en el término “cine juvenil de ficción” porque he querido obviar los cientos de documentales que abordan este tema: desde los que se encargaron de filmar encuentros como el de Monterrey o el de Woodstock, hasta las biografías de músicos emblemáticos de algunos de estos movimientos porque esas producciones (igual que películas como El Ansia, para los siniestros o Blow Up para los mods) son crónicas de lo que los miembros de esa tribu urbana admira, pero no hablan de los miembros de esas tribus, no dan una visión sobre ellos sino que narran lo que los componentes de esas tribus imitan, asimilan o les inspira.


Hair y Quadrophenia: dos paradigmas

Entre los títulos clásicos que narran la vida de los miembros de tribus urbanas están, sin duda, Hair y Quadrophenia. Como paradigma de películas que abordan este tema y teniendo en cuenta que se estrenaron el mismo año (en 1979) nos pueden servir de ejemplo de cómo se trataba el tema de las tribus urbanas durante la década de los ochenta, la época en la que tuvieron un mayor esplendor. Una forma de representar a esos miembros de la adolescencia contracultural que poco tiene que ver con el tratamiento que el cine hace de ellos durante las dos décadas siguientes.

Los paralelismos entre Hair y Quadrophenia son muchos. Aunque hablan de tribus urbanas irreconciliables, los hippies, en el caso de la primera y los mods (y los rockers, más de pasada) en el de la segunda, el tono es muy similar. En primer lugar, en ambos filmes se recrea una época pasada, se habla de los comienzos de estas dos tribus urbanas que a finales de los 70 ya se habían constituido como tales pero que en sus comienzos, en los años 60, eran movimientos contraculturales que aún no tenían la categoría de tribu urbana como tal.

Esa labor historicista, ese deseo de profundizar en una época que los directores de ambas vivieron durante su adolescencia y por tanto idealizaron ayuda a que, especialmente en Hair, su director Milos Forman presente de una manera muy atractiva a los componentes de ese movimiento sociocultural, algo que Franc Roddam también hace en Quadrophenia, pero desde un punto de vista más lúdico, menos idealista. Probablemente si ambas se hubieran rodado en los 60 y sus directores hubieran tenido 18 años, el planteamiento hubiera sido el de ¡qué maravilloso es pertenecer a un grupo de jóvenes que compartimos ideología, forma de vivir, de vestir y de divertirnos y a los que nos gusta la misma música!, pero quince años después, observando los comienzos del movimiento desde la perspectiva de la madurez y viendo en qué han desembocado esas tribus mucho más edulcoradas por aquella época, la visión idealista tiene también un tono moralista, que corresponde a la evolución natural de la mayoría de los que en su juventud pertenecieron a una de las tribus urbanas del siglo pasado que, por definición, están relacionadas con la edad adolescente y postadolescente.

El trabajo estable, la pareja estable y la hipoteca suele diluir el tinte llamativo en el pelo, quita horas para poder construir la cresta o peinar el pelo a lo mod, hace pensar en si merece la pena seguir llevando la camiseta de AC/DC al trabajo o si sería mejor claudicar a favor de la camisa para ver si nos dan ese ascenso laboral y termina dando al trastre con el idealismo contracultural que nos llevó a formar parte de una tribu urbana. Por eso no llama demasiado la atención que tanto en Hair como en Quadrophenia se castigue a los que de verdad creen en los postulados de su movimiento, los que convierten la vida hippie o la mod en su leit motiv y los que llevan esa “religión” hasta sus últimas consecuencias.

En Hair el papel de John Savage es claramente el del hippie “dominguero”, un joven que está a punto de alistarse en Vietnam, que se queda deslumbrado por la forma de vida hippie, pero que termina alistándose en el ejército, enamorándose de una chica que pertenece a una de las mejores familias de la ciudad y que es burgués incluso en sus viajes alucinógenos inducidos por el LSD, donde imagina que se casa (de blanco y por la iglesia) con su amada aunque eso sí, el coro de fondo canta el Hare Krishna y la novia está embarazada, como dato transgresor.

Durante toda la película, John Savage simpatiza con la causa pero no se implica del todo, nos están diciendo que aquello es una época de su vida y que aunque seguirá teniendo ideas antimilitaristas, de paz, amor y tal, está claro que el sueño alucinógeno de la boda por la iglesia y la vida burguesa va a cumplirse y que terminará claudicando con el sistema. Es un chico formal y merece seguir viviendo.

En cambio, el personaje del hippie convencido que pasará el resto de su vida defendiendo sus ideales juveniles y que apuesta con todas las consecuencias por los postulados hippies es el que termina muriendo. La película da un giro completamente absurdo para que sea Berger y no John Savage el que termina yendo (por error) a Vietnam y que al final muere. La lección está clara: si vas (de verdad) contra el sistema, Dios te castigará.

En Quadrophenia la lectura es la misma. Phil Daniels, el protagonista, está convencido de ser mod es una forma de vida, no un divertimento de fin de semana. Y todo su mundo empieza a derrumbarse cuando, después de la pelea contra los rockers en Brighton, se da cuenta de que sus compañeros mods no piensan igual que él. El se va de casa, deja el trabajo, se convierte de verdad en un outsider… pero paralelamente al descubrimiento de que la chica de la que se ha enamorado y con la que se ha enrollado en Brighton considera que aquel suceso del callejón es algo sin importancia (para él no porque está enamorado), sus amigos le dicen que no le esperaron a que saliera de la cárcel porque tenían que llegar al trabajo; su amada le dice que lo de Brighton fue una diversión, sin más y, como punto penúltimo, descubre que Sting, encarnación del líder de los mods, no es un tío enrrollado, un marginal, como él creía y quería, sino el botones servil de un hotel de lujo de Brighton. Todo ello y su destino (el convencimiento de que está loco, como su tío suicida y esquizofrénico, con el que no para de compararle su padre) le llevan a tirarse, con scooter y parka puestas, por los acantilados de ese Shangrilá de los mods que es Brighton.

Pero pese a esa lectura moralista, en ambas películas se deja entrever que los realizadores tienen una admiración y una identificación con esas tribus urbanas que expresan, muchas veces, con algunos de los tópicos imprescindibles para entenderlas, especialmente en el cine: indumentaria, conflictos generacionales, drogas y música. El caso de Quadrophenia es especialmente significativo porque los productores, que eran The Who, los cuales habían sido mods durante su primera juventud y son unos de los ídolos de ese movimiento.

La cuestión de la indumentaria y de la música son evidentes y no vamos a profundizar aquí en ellas. Pero sí resulta curioso que ambas películas afronten de una manera casi idéntica el asunto de las drogas y del conflicto generacional.

En la era pre sida y anterior a la demonización gubernamental de las drogas ilegales, se nota que el punto de vista sobre ese tema es liberal, natural. El asunto de las drogas se trata de una forma que actualmente sería inconcebible y que muy probablemente tendría que vérselas con la censura.

En ambos casos, la droga (cannabis y LSD, en el caso de Hair, y anfetaminas, en el de Quadrophenia) es una manera de abrir la puerta a la realidad paralela que nos presenta este movimiento sociocultural que implica otra forma de vida. En los dos filmes, la droga es una especie de pasaporte que aparece muy al principio de la cinta y que ayuda al protagonista y al espectador a traspasar ese espejo que le lleva a una nueva realidad.

En Hair, muy en sintonía de los ideales hippies que consideran a las sustancias enteógenas como una forma de autoconocimiento y de transformación moral, se trata (siguiendo los postulados de las tribus primitivas) de un rito de iniciación al clan.

Algo que vuelve a darse cuando la película avanza, en este caso con LSD en forma de hostia y que da a entender que el novato ya ha entrado en la tribu aunque las alucinaciones que tiene sean tan poco hippies.
En Quadrophenia la película empieza directamente con una imagen en la que el protagonista le compra unas pastillas a su camello habitual (que es una especie de lazarillo que le acompaña a lo largo de todo el filme) para, después de una jornada de trabajo basura, entrar en una discoteca donde se oyen clásicos del soul y más adelante se oiría el “My Generation” de The Who.

Drogas y conflictos generacionales

En ambas películas hay un aspecto lúdico de la droga que tiene mucho que ver con los postulados de otras obras posteriores, relacionadas con la cultura rave, como Acid House o 24 Hour Party People, sobre el sello Factory y la discoteca Hacienda de Manchester. En ellas las drogas de diseño, la evolución de esas anfetaminas que consume Garry Cooper en Quadrophenia, son una especie de catalizador para introducirse en el ambiente de un local (como representación de un mundo) dedicado a vivir durante seis horas una vida distinta que nada tiene que ver con una situación social hostil (esto se ve claramente también en todas las películas que se han hecho sobre el punk; por una parte, la de Alex Cox Sid y Nancy,(1986) protagonizada por la heroína o bruja del grunge Courtney Love y los dos documentales sobre los Sex Pistols, The Filth and The Fury (2001)y El Gran Timo del Rock and Roll (1980)de Julian Temple) y es que no es casualidad que algunas de las tribus urbanas del siglo pasado surgieran en momentos de bache económico y en ciudades (Londres en el caso de los mods y los punks, Manchester, en el del Acid House y Seattle, en el del grunge) donde esa crisis estaba especialmente acentuada.

El conflicto generacional es otro de los elementos que está presente en estas dos películas y en la mayoría de las que abordan el tema de las tribus urbanas. Los enfrentamientos surgen invariablemente entre los miembros de esas tribus que llevan hasta las últimas consecuencias su adhesión al movimiento. Por una parte, porque no disimulan, no llevan una doble vida de disimulo cambio estético según estén delante de sus padres o delante de sus amigos y “porque salen del armario”, intentan explicar (con palabras o con hechos) a sus horrorizados padres que sus ideales son dignos, que aquello no es un capricho juvenil y están convencidos de lo que hacen. Las escenas de interrelación entre rebelde y su familia son casi idénticas en Hair y Quadrophenia.

El aspecto y la forma de vida son esencialmente los reproches que les hacen los padres a los hijos y aquí, ambos directores se ponen de parte del rebelde, incidiendo en lo ridículo de las protestas (ambas tienen un elemento cómico) y reprochando, en el fondo, que los padres no se preocupen de porqué sus hijos han tomado ese camino y que no se paren a reflexionar si quizá pueden estar ellos en lo cierto. Sólo se preocupan de lo externo, de lo que puede resultar escandaloso para el vecindario o el resto de la sociedad.

A partir del punk

Este análisis sobre el tratamiento de las tribus urbanas del siglo XX en el cine nos sirve para observar la evolución que tiene esa visión en épocas posteriores del mismo siglo y para ver cómo cambia radicalmente en los filmes que tratan el tema en este siglo. Sid y Nancy de Alex Cox y Singles (1992) de Cameron Crowe (autor también de Casi Famosos, (2000), en la que también se trata ese fenómeno, centrándolo en una banda de rock con reminiscencias hippies) son dos ejemplos que siguen las bases creadas por las anteriores. El caso de Sid y Nancy no nos es demasiado útil porque aunque no es estrictamente un documental como los trabajos que hizo Julien Temple sobre el punk, se basa tan fielmente en la vida de Sid Vicious (segundo bajista de los Sex Pistols) que no ofrece claramente una visión particular asentada en la ficción.
En ella también aparecen tópicos como el enfrentamiento generacional, la reacción ante una realidad social difícil o la muerte final del héroe/antihéroe que lleva hasta las últimas consecuencias los postulados de su tribu urbana. Hasta ahí todo es similar, pero sí cabría destacar el hincapié que hace (necesario porque la vida de Sid Vicious fue así) sobre el mal uso de las drogas, en este caso de la heroína, que termina llevando a la locura o la destrucción (de sí mismo, el amor y el grupo al que pertenece) al protagonista. En 1986, con el cadáver del punk aún caliente y con miles de jóvenes que aún adoptaban esa estética que empezaba a estar asimilada por los mass media y las grandes cadenas de almacenes, la heroína empezaba a hacer sus primeros estragos sociales y el aire casi naif respecto a la droga de películas como Quadrophenia o Hair era prácticamente impensable y no volvería a repetirse.

Singles es una película de transición. Inaugura, a principios de los 90, una nueva etapa en la que el cine (y la sociedad) dan cada vez menos importancia a la tribu urbana como tal y se centra en la vida de un grupo de jóvenes que, parece que casualmente, visten parecido, oyen el mismo tipo de música y tienen una visión de la vida similar. El grunge puede decirse que fue la última tribu urbana que tuvo una conciencia de clase y, por tanto, un nombre que ellos mismos usaban para definirse. A partir de ahí llega la transformación de la tribu urbana (como hemos apuntado al principio) que se diluye para convertirse en algo casi vergonzoso que sus miembros se niegan a reconocer.

Singles es un producto claramente edulcorado, típicamente hollywodiense, en el que queda claro el mensaje de que esa forma de vestir y esos gustos musicales es una etapa transitoria, una forma de evolucionar hacia la madurez. De hecho, Bridget Fonda, en un momento de la película explica ese sentimiento. Vive su unión con un cantante de un grupo grunge emergente como el momento de locura que tiene que experimentar durante unos años, consciente de que aquello es una locura de juventud. De hecho, el personaje de Matt Dilon, que podría ser el equivalente al de Garry Cooper en Quadrophenia o Berger en Hair, al final hace un alegato a su supuesto carácter contracultural e individualista que él mismo demuestra no creer en absoluto.

A partir de ese momento, salvo excepciones que en su mayoría aluden a tribus urbanas del pasado, como es el caso de 24 Hours Party People (sobre el sonido Manchester y el comienzo de los “ravers”), la visión del cine sobre las tribus urbanas es más bien anecdótica. Se presentan personajes que pueden pertenecer tangencialmente a ellas pero no se profundiza, como en los 80, en las actitudes o forma de vida derivadas de esa adhesión al movimiento contracultural.
En 24 Hours Party People la visión es hasta cierto punto nostálgica y tiene el tono de un documental en el que ya se pueden valorar, desde la distancia y la madurez el porqué ocurrieron las cosas. En ella se hace un recorrido por el Sonido Manchester y por los grupos del sello Factory, desde bandas cercanas al punk, como Joy Division hasta la discoteca Hacienda, la cuna del acid house y del movimiento de bandas como Happy Mondays. El protagonista, desde la distancia de los años, hace un análisis de lo que ocurría en aquel local, donde empezó a forjarse una tribu urbana, la de ravers, que tendría más tarde derivaciones en los makineros y los techno kids. Tribus muy cercanas a una droga, el éxtasis, que en aquella época empezaba a ponerse de moda y de la que en esta película se habla sin ningún tono moralista, desde una perspectiva casi periodística, volviendo a una visión que podría relacionarse con Quadrophenia.

La mayoría de las veces, los guionistas hacen que esos jóvenes vistan y oigan la música propia de una tribu urbana para ayudar a que esos personajes, por una parte, aparezcan como adolescentes rebeldes que van en contra de lo establecido y, por otra, para conectar estéticamente con un público juvenil que es el que puede hacer triunfar en taquilla una película, aunque hay que destacar que jamás aparece como reclamo (como ocurría en décadas anteriores) que la película en cuestión alude a una tribu urbuna. Un reflejo más de esa tendencia al rechazo sobre este tipo de fenómenos.

Algunos ejemplos de ello son Ghost World (cuyas protagonistas estarían encuadradas claramente en el apartado de las “lalys”), Historias del Kronen (en el que hablaríamos de los chicos Dickies), Todo es Mentira (Bohemios Burgueses), La Playa (sobre los techno hippies) o Eduardo Manostijeras (con Johnny Depp, en cierta forma, y claramente en el personaje de Winona Ryder, se nos presenta el prototipo de joven siniestro, una tribu que conoce por experiencia propia su director, Tim Burton). Por eso, a partir de los noventa, en las pocas películas que se habla claramente de estas las tribus urbanas se hace desde el punto de vista documental o de falso documental, como en el caso de Skinheads de Greydon Clark. Ghost World es una de las películas que mejor resume la actitud del cine respecto a las tribus urbanas en el siglo XXI.

Respecto a las tribus urbanas. La protagonista se nos presenta como un “bicho raro”, igual que Steve Buschemi y aunque viste de una manera muy concreta (una especie de laly-neo punk) y sus gustos musicales corresponden con esa tribu, responde a esa tendencia del nuevo siglo del individualismo. En los 80 está claro que nos hubieran contado la historia presentándonos al grupo de amigos punkis con los que se reunía, pero aquí es distinto. Su mejor amiga no conecta con esa parte de su vida y lo cierto es que no importa demasiado y los terribles conflictos generacionales que se plantean en el cine de otras épocas aquí no existen, no hay más que ver la escena en la que se tiñe el pelo de verde y su padre ni se inmuta.

Ese es sólo uno de los múltiples ejemplos que hacen de esta película el máximo exponente de cómo el cine ha tratado a lo largo de este siglo a las tribus urbanas. La asimilación por parte de los mass media y de la sociedad de consumo de determinadas tendencias que antes resultaban transgresoras han hecho que determinadas estéticas ya no resulten del todo chocantes y que elementos como la lucha generacional queden muy matizados. La “gente de bien” ya no cruza de acera cuando ve a alguien con el pelo de colores o con piercings y eso el cine lo refleja en su actitud de indiferencia hacia los movimientos socio culturales juveniles.

APENDICE

(1) Los buenrrollistas, para entendernos, serían una especie de evolución natural de los progres, pero con menos pana y más colorido de inspiración étnica. Ellos son ese ejemplo perfecto para las tertulias televisivas en las que a algún alma optimista le da por decir que la juventud actual no se pasa el día haciendo botellón y consumiendo pastillas de fiesta de bakalao en fiesta de bakalao, si no que tienen ideales por los que luchan y una conciencia socio-política fuerte. Y, efectivamente, el buenrrollista es el hijo que todo progre no asimilado por el sistema desearía. Un chico comprometido, responsable pero con un punto de locura idealista que, además, tiene de qué hablar con su padre enrrollado porque comparten ídolos (Dylan, Ché Guevara) aunque, eso sí, los miembros de esta tribu urbana también han desarrollado nuevos mitos propios a los que siguen en forma de pensar y vestir, además de servirles de guía en sus causas políticas. El gran paradigma del ídolo buenrrollista es Manu Chao. Su simpatía por la causa okupa; su apoyo incondicional al movimiento zapatista (el Subcomandante Marcos es uno de los grandes gurús de esta tribu); esa forma de vestir en plan tienda ayuda al Tercer Mundo; su afición por las sandalias de cuero y su adicción a los gorros andinos y los jerseys de lana casera hacen que los buenrrollistas le vean como uno más, como un colega normal y corriente y agradecen con auténtico fervor esos gestos que denotan esa sencillez intrínseca, ese buen rollo que le es natural, como tocar por sorpresa en la calle o hacer una especie de feria para grandes y pequeños.

(2) En esta época de sincretismo, de heterodoxia, de mestizajes y, sobretodo, de chill outs (ya, hasta los más conservadores tienen un rincón de la casa lleno de cojines, humo de incienso y cds de música relajante con la etiqueta “lo mejor de la música chill out” pegada en la funda), los techno hippies son el ente perfecto. Son la prueba andante (o más bien tumbada, que es la posición en la que se les suele encontrar en los chill outs de cualquier fiesta techno, es decir Rave) de que la técnica más avanzada no está reñida con los valores ecológicos, las teorias de Gaia y demás asuntos de inspiración hippie. Esta tribu ha ido ampliándose poco a poco pero el germen, el lugar donde empezó a gestarse realmente la identidad de los techno hippies como tales, fue en el festival británico Tribal Gathering (hace unos ocho años), un encuentro musical en el que participaron grupos que unían la tecnología y las contundentes bases rítmicas de la música electrónica con percusiones y voces tomadas de músicas étnicas tradicionales (en aquella época, especialmente de Marruecos, La India o Paquistán), como Transglobal Underground, Loop Gurú o Banco de Gaia. Una idea que seguía la tradición de composiciones de la época psicodélica de los Beatles y muy especialmente de George Harrison (su “Chant and Be Happy” es un precedente clarísimo) pero que en esta ocasión llevaba algo más, un trasfondo socio-cultural que daba una seña de identidad propia a los seguidores de ese estilo musical.
Algunos de ellos eran hippies auténticos, de cincuenta años en adelante, de mente curiosa, que seguían convencidos de sus ideales pero también querían estar al día sobre los nuevos sonidos y las tendencias musicales más actuales (de estos, aquí en España hay más bien pocos, pero la mayoría de ellos tienen que ver con la ciber-revista Eonmagazine). Otros eran treintañeros simpatizantes del movimiento hippie, vegetarianos, conscientes de los problemas de su entorno. Personas con un sentido espiritual profundo, afines a todo lo relacionado con las experiencias psiquedélicas que reconocían en el techno su capacidad para llevar al trance, su conexión con sonidos y bailes ancestrales pero que no acaban de coincidir con el espíritu únicamente lúdico y un poco descerebrado de los habituales a las raves.

(3)Término sacado del libro de David Brooks “Bobos in Paradise” (Simon and Shuster, 2001)

(4) A primera vista podían parecer los pijos de toda la vida. Y en realidad lo son, pero con matices. Los pijos de siempre son reproducciones casi de sus padres e incluso sus abuelos exactas (en todos los sentidos porque ya se sabe que en esas clases sociales la gente mantiene la misma piel tenga la edad que tenga), pero los Burgueses Chic tienen un matiz especial que los diferencia de los otros: están al tanto de las nuevas tendencias y las siguen con una fidelidad casi mística. Es decir, un pijo pijo seguirá haciéndose la ropa con el sastre de su padre, comprando las joyas en la joyería de prestigio de “toda la vida” tipo Sanz o Durán o comprará los trajes de cóctel (ella) en la boutique donde ya conocen a mamá. En cambio, los burgueses chic mantienen algunas de esas costumbres propias de su clase social (alta) pero introducen innovaciones dentro del clasicismo que les hace sentirse casi revolucionarios. En esta tribu, que quizá sería más exacto definir como “Nueva Clase Social” (igual que los Bohemios Burgueses), hay diversos subgrupos que irían desde el burgués chic más tradicional al más revolucionario (dentro de un orden, claro).

Los más “modernos” corresponden al estereotipo que tenemos de la mano de, por ejemplo, Gwyneth Paltrow o, en España, Rosario Nadal y familia. Treintañeros de familia bien que, por ejemplo, a la hora de decorar la casa, combinan muebles magníficos heredados de sus padres (de estilo inglés o Imperio) con piezas Art Nouveau o Decó y otras (auténticas) de diseño de los 50 o 60. Todo bueno, nada de imitaciones pero, eso sí, que se note a todas horas su cultura y sus conocimientos en decoración, historia, arte, literatura y últimas tendencias. El arquetipo lo formarían esos personajes famosos que salen en las revistas, pero la gran mayoría de los burgueses chic son seres anónimos que quizá no lleguen a ese nivel adquisitivo pero que, en sus maneras, tienen bastante que ver con la Nadal, la Paltrow o la siempre impecable Ana García Siñeriz. En cualquier caso, esa vertiente más moderna e interesada por el diseño de última hora o de la segunda mitad del siglo pasado se da más en el extranjero donde, entre otras cosas, se han desarrollado de una manera más clara las vanguardias en ese terreno artístico. De hecho los burgueses chic en Bélgica (cuna de grandes diseñadores de ropa carísimos pero muy modernos, que tienen en común sus nombres imposibles de pronunciar), en Holanda (donde los diseños del maestro Ritkveld llenan los salones de los burgueses chic de allí) o en Alemania (cuna de la Bauhaus) los burgueses chic que predominan son los de la vertiente más moderna porque los que se han quedado anclados en las costumbres de sus antepasados más próximos son, directamente, sin matices, burgueses.
Pero ya se sabe que Spain is different (y bastante conservadora, no sólo ideológicamente) y aquí el nivel de exigencia de “modernidad” para engrosar las filas de los burgueses chic y no quedarse en burgués a secas tiene que ser más bajo. Así que la mayoría de los miembros de esta tribu se parecen más a Nuria Roca, Anne Igartiburu, la pareja Ponte-Gómez Acebo o Alvaro de Marichalar (su hermano el Duque de Lugo es demasiado convencional como para entrar en esta tribu, lo sentimos).

(5) Las lalys son fácilmente reconocibles. Después de observarlas durante años, detenidamente, en el festival de Benicássim, en bares como el Maravillas (ahora Nasti) o por las calles de Malasaña (paseando, jamás haciendo botellón) me di cuenta de a quién me recordaban: a Laly Soldevilla. Ese corte de pelo a lo chico; esas faldas que sólo puede ponerse una fashion victim (las lalys lo son), la propia Laly Soldevilla o alguna monja de paisano; esas merceditas… toda laly que se precie es, en sí misma, un homenaje a esta actriz que, además, aparece en la portada de uno de los discos de uno de los grupos favoritos de las lalys: Alpino.

El aspecto general es una especie de revival de los sesenta y principios de los setenta, pero recuperando el lado más tradicional, más burgués de la época (para entendernos, se rescataría el look de Ana Duato en “Cuéntame”, más que el de su hija). Faldas evasé, camisas de nylon con grandes cuellos, nikis lacoste, el pelo (siempre corto o media melena con raya a un lado) recogido con una horquilla de clip. La indumentaria de las chicas “buenas” de aquella época.

Esa sería la estética laly más ortodoxa, quizá la más cercana (con ideología más bien conservadora incluida) a los mods. Pero, como en todas estas nuevas tribus, hay diversas derivaciones que tienen como raíz a las lalys pero mezclan otros estilos. Una a destacar es la vertiente más “fashion”, la que radicaliza hasta el extremo la estética de colegiala (por ejemplo) dejando a un lado las connotaciones pacatas de las lalys más recalcitrantes o las adictas a revistas como A Barna o Punto H que aunque sigan frecuentando los mismos bares de las lalys primigenias y compartan gustos musicales, llevan una imagen más sofisticada, normalmente compuesta por ropa “vintage” de diseños auténticos de los sesenta de los grandes diseñadores de la burguesía de la época (Pucci, Gucci o, el “must”: Balenciaga, llegando a protagonizar escenas tan ridículas como la de llevar unas “mules” de tacón de 14 centímetros para ir al festival de Benicassim y pasearse entre el barrizal de excrementos y el polvo del recinto) o de jóvenes diseñadores que denotan una enfermiza obsesión por la estética de Heidi, como La Casita de Wendy.

Y aunque la estética es esencial para entender a las lalys la música también lo es. Los grupos favoritos de esta tribu graban o al menos comenzaron su carrera grabando en compañías independientes. Los grandes ídolos son artistas que coinciden en tener una actitud de inocencia impostada (normalmente con cantante femenina al frente en plan Lolita un poco pasada de años) que a veces se combina con una supuesta actitud pijo-punk. Los nombres suelen coincidir con esos conceptos y suelen tener que ver con objetos pop de la infancia: Alpino, Meteosat (estos ya disueltos), La casa Azul, La pequeña Suiza, Los Fresones Rebeldes o La Monja Enana.

(6) La mayoría de los miembros de esta nueva tribu urbana (quizá la más heterogénea y menos definible de todas) podrían definirse como “chicos malos de casa bien”, un arquetipo que no es exclusivo de esta época pero que quizá ahora es cuando se ha extendido con más fuerza y cuando ha tomado una identidad estética y cultural que no tenía hace, pongamos, cuarenta años.

El chico dickies prototipo respondería sin fallar ni una a la sarta de tópicos negativos que los mayores de 45 años recitan cada vez que hablan de la juventud de ahora. El nombre les viene dado por la marca de ropa norteamericana (Dickies), una firma que, como las botas Doctor Martens que sirvieron en los 80 de uniforme para punkies y skin heads, se dedicaba en su momento a la ropa de uniformes de trabajo y de ropa para fábricas y que los skaters y los pijos rebeldes han tomado con insignia de su look arreglado pero informal. Camisas de trabajador de gasolinera o de fábrica (incluso con algún parche de la empresa de donde se supone que viene la camisa, tipo Zanussi, Philips…) , cazadoras como las de los operarios de correos norteamericanos, pantalones cargo y zapatos de cordones o deportivas Converse, que aquí las marcas siguen siendo muy importantes.


Bibliografía

.Costa P., Pérez, J.M., Tropea, F. (1997) Tribus Urbanas, Ed. Paidós, Barcelona, España.
· Deleuze, Gilles. y Guattari, Felix. (1997) Mil Mesetas, editorial Pretextos, España.
· Feixa, Carlos. De jóvenes, bandas y tribus. Editorial Ariel, Barcelona, España 1998.
· Foucault, M. (1992) Microfisica del Poder, Ed. La Piqueta, Madrid.
. Grijalba Silvia (2002) Alivio Rápido, Ed. Plaza y Janés, Barcelona.
· Maffesoli, Michel (1990) El tiempo de las tribus. El declinamiento del individualismo en las sociedades de masas. Icaria, Barcelona España.Cultura y Compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional.
· Mead, Margaret (1971)  Granica editor, Buenos Aires, Argentina.
· Martin Criado, Enrique (1998) Producir la Juventud. Ediciones Istmo, Madrid, España.

CINE PARA CHICOS: “(500) días juntos”: La (de)construcción del (des)amor

Escrito por Jordi Revert el 26.10.09

FUENTE:http://opinion.labutaca.net/2009/10/26/500-dias-juntos-la-deconstruccion-del-desamor/



“(500) días juntos” es uno de los títulos más remarcables de la comedia romántica de los últimos años, una deconstrucción estupenda de las relaciones de pareja a través de una estructura no lineal y desde los márgenes del género.


“(500) días juntos” pertenece a una estirpe que se gana su comercialidad desde la etiqueta indie, cierto. La hiperestilización visual del romance junto a la naturaleza atípica del mismo pueden valer para alinearla con la reciente y muy loable “Juno”(Jason Reitman, 2007) o la sobresaliente “¡Olvídate de mí!” (Michel Gondry, 2004). Pero hay más. La película de Marc Webb es una perfecta outsider en la comedia romántica, capaz de mantenerse en los márgenes del género sin dejar de seducir desde su personalidad entrañable, levemente menos exhibicionista que la primera de las mencionadas y tan dolorosamente sincera como la segunda. Y como en la cinta de Gondry, la estructura dislocada del relato tenía mucho que ver con la misma naturaleza de sus amantes protagonistas.
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En “(500) días juntos” la alteración violenta de la linealidad narrativa logra triunfos remarcables: la pantalla partida que visualiza en paralelo las expectativas de un reencuentro y el reencuentro real es un hallazgo; pero también lo es el chiste que ha dejado de tener gracia (los grifos que ya no funcionan), seguido del día que sí que la tuvo y certificando, de manera demoledora, la muerte de la relación. Es en esos enfrentamientos de pasajes donde Webb se muestra más sagaz, donde encuentra sus mayores tesoros en la exploración del mundo de la pareja: la relación de Tom (Joseph Gordon-Levitt) y Summer (Zooey Deschanel) no es una línea ascendente con algún bache previo a la promesa de felicidad eterna; sino una montaña rusa altamente inestable, una suma de momentos desordenados que trasciende como bellísimo mosaico tragicómico. Y éste, revelado finalmente como una historia de desamor, no es menos hermoso que cualquier estándar abocado a un happy end tipo.


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También es significativa la pareja propuesta: Gordon-Levitt representa al romántico desarmado, Deschanel a una evolución exquisita (y en ocasiones inescrutable) de la heroína screwball, ahora portavoz del descreimiento y el romanticismo disperso. Protagonizan ellos un romance naturalmente intermitente y de deliciosas sensibilidades culturales: “(500) días juntos” profesa amor a los Pixies desde una estridente interpretación de karaoke, pero también propone a los Smiths como un paso decisivo hacia el enamoramiento, o un descacharrante cruce entre el hard-boiled yBergman en una pantalla de cine en la que Tom sólo puede proyectar su obsesión por Summer. La recopilación de los greatest hits de la pareja acaba insinuando al filme de Webb como un honroso descendiente de “Annie Hall” (Woody Allen, 1977): al fin y al cabo, ambas abordan sentidas disquisiciones acerca de las relaciones humanas, y ambas cuentan con un protagonista que repasa la suya rota preguntándose en qué fracasó. El epílogo, invitando con cierta facilidad a la reflexión de la inevitabilidad, corrobora esa naturaleza compartida y pone el broche a una de las romcom más notables de los últimos tiempos.


Screwball comedy: http://rivendel.wordpress.com/2006/12/11/la-screwball-comedysignificado-y-caracteristicas/

lunes, 30 de noviembre de 2009

Los videojuegos para niños perpetúan los estereotipos femeninos



  • Un estudio revela la presencia de tópicos sexistas en diez de los videojuegos más vendidos
  • En los títulos estudiados ninguno de los personajes femeninos tiene sobrepeso
  • Los juegos pensados para chicas se centran en el cuidado del hogar, de la ropa o el físico
  • España es el sexto país a nivel mundial en jugadores, con 10 millones de personas
Ampliar foto Las autoras del estudio sobre la imagen de la mujer en los videojuegosItziar Marín y Cristal Castro, autoras del trabajo, durante su presentaciónCECU Madrid
Ampliar foto Portada del estudio "La imagen de la mujer en los videojuegos para los más pequeños"Portada del estudio acerca de la imagen de la mujer en los videojuegosCECU Madrid
RTVE,es/EFE MADRID 19.11.2008La Confederación de Consumidores y Usuarios de Madrid ha hecho público este miércoles un estudio que pone de manifiesto que los viejos estereotipos sobre la mujer siguen perpetuándose en las nuevas tecnologías, especialmente en los videojuegos.

El informe, denominado La imagen de la mujer en los videojuegos para los más pequeños, se centra en el análisis de los diez títulos más vendidos para la plataforma NintendoDS y dirigidos a niños entre 3 y 7 años, entre los que se encuentran juegos como Imagina ser mamá o Imagina ser vegetariana.

Las responsables del trabajo, Itziar Marín y Cristal Castro, han examinado la proporción de personajes masculinos y femeninos en estos títulos así como la imagen, la vestimenta, su rol dentro del juego, los valores que exhiben e incluso las relaciones entre los mismos.

"Princesas rosas"

En el estudio se puede comprobar que en ninguno de los videojuegos analizados aparecen personajes femeninos con sobrepeso y el 38% lucen un aspecto físico que se puede calificar como sexy. Además, dos tercios de las chicas protagonistas en estos títulos visten con colores pastel.

Las autoras aseguran que los personajes masculinos son mucho más frecuentes que los femeninos y éstos, cuando aparecen, cumplen una serie de características muy concretas. "Por colores, actitudes, roles y nombres son estereotipos clásicos de las mujeres: princesas rosas", han denunciado.

Sin embargo los personajes masculinos son mucho más amplios: los hay gordos, delgados, guapos, feos, altos, bajitos, buenos, malos".

La situación empeora en los juegos "pensados" para chicas en las que, según el estudio, las actividades que desarrollan las protagonistas son estereotípicas: cuidado del hogar, cuidado de los demás, gusto por el cuidado del físico, por elegir la ropa y los complementos adecuados.

"Si a cualquiera de nosotras nos dan a jugar a estos nuevos videojuegos, identificamos rápidamente los mismos juegos de siempre, no siempre los más apreciados por nosotras", señalan las autoras del trabajo.

Pautas equivocadas


"La principal defensa de los videojuegos como herramientas útiles para los más jóvenes es la de contribuir a un mayor desarrollo de habilidades visoespaciales y sensomotoras, así como a un mayor conocimiento de la informática. En los juegos pensados para chicas, estas mejoras son olvidadas: quizás no es necesario que las chicas tengan estas herramientas o quizás se interprete que nos les interesa", destaca el estudio.

La organización de consumidores ha pedido a los fabricantes de videojuegos que no se dediquen a trasladar estereotipos sexistas a los juegos, porque "los niños aprenden jugando" y pueden asimilar pautas equivocadas.

Además, ha recomendado a padres y madres que no compren a sus hijos un viedeojuego simplemente porque "lo pidan", sino que se detengan a analizar los valores que difunde y jueguen con el niño para que éste entienda que no hay nada exclusivo de chicas ni de chicos.

Según el estudio, en España existen unos diez millones de jugadores, lo que la sitúa en sexto lugar a nivel mundial y en el cuarto puesto a nivel europeo, por detrás de Reino Unido, Alemania y Francia.

Durante 2007 el consumo en la industria del videojuego alcanzó en nuestro país 1.454 millones de euros, por encima del 50% respecto al año anterior.

Este trabajo es el octavo que CECU Madrid dedica al estudio de las desigualdades en materia de género y es el primero que se hace en España de manera específica sobre mujer y videojuegos.