jueves, 16 de agosto de 2012

Vuelve el hombre masculino

Los metrosexuales han sido destronados. En la travesía de la masculinidad iniciada hace décadas por millones de hombres, se impone ahora el modelo megasexual, ese hombre varonil que, además, es capaz de entregarse sin escatimar ningún tipo de ternura y sensibilidad

Carmen Grasa

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Vuelve el hombre masculinoLo viril siempre se ha asociado a machismo, pero este vínculo ya no es tal PHILIP NEMENZ
El nuevo ideario masculino

Los hombres ahora:

-cooperan
-hablan
-escuchan
-colaboran
-expresan emociones
-son solidarios
-son sensibles

Machotes, metrosexuales, cibersexuales, ubersexuales. Hombres femeninos, dandis y de pelo en pecho. Caballeros, compañeros, chicos malos. Rebeldes, conservadores, con corbata o desgreñados. Depilados o hermosos como osos. Musculados, peterpanes, viriles. Dominadores, poderosos, sensibles, solidarios, amigos, padres, amantes… Hombres en busca de su identidad desde hace unas décadas, redescubriéndose para adaptarse a una sociedad que cambia, repensándose para satisfacer sus demandas. O reinventándose por puro hartazgo, porque ya no quieren ser superhéroes, porque su eterno papel de cazadores infatigables les pesa como una losa, porque han descubierto los beneficios del co-: cooperar, coeducar, convivir, corresponder, colaborar, cocinar, coincidir, concordar, confiar.
Debido a una evolución natural, a causa de las exigencias femeninas o por el cansancio acumulado de siglos y siglos en su papel de sexo fuerte, los hombres quieren, necesitan, encontrar su nuevo lugar en el mundo. Las mujeres llevan recorriendo ese camino siglos y todavía levantan ampollas temas como la maternidad o las diferencias salariales. Los hombres acaban de empezar. Novatos en estas lides, tienen un vasto camino por delante. Y mientras lo recorren, llueven del cielo modelos, opuestos o complementarios, las más de las veces mediáticos, que acaban por generarles una cierta confusión. “Estamos en una época de crisis y de cambio de la identidad masculina que dura ya varios años. En España llevamos unas dos décadas de estudios sobre la masculinidad. Este es un tiempo de cambios y es normal que haya una cierta confusión, pero viene generada por la falta de alternativas. Todos los modelos que se suceden tienen que ver con la dificultad de encontrar otras formas de ser hombre diferentes de las tradicionales”, reflexiona Erick Pescador Albiach, sociólogo, sexólogo y especialista en masculinidad y prevención de violencia machista. Y añade: “En la sociedad, en la calle, se ve la necesidad de plantear hombres que estén en contra de la violencia, que muestren otras formas diferentes de relacionarse en la casa, de hacer las tareas, de la crianza, de relacionarse afectivamente. Todo eso es una necesidad social realmente. Más que confusión, estamos en un momento de crisis y cambio, pero eso no es necesariamente malo”.

El hombretón aguerrido, extremadamente competitivo, fiero, dominante, que desprecia las emociones e inexpresivo, ha pasado a la historia. El machismo ya no le sale a cuenta a nadie, ni a hombres ni a mujeres. “El machismo es una psicopatología dentro de los entornos de comportamientos extremos”, expone José María Prieto, catedrático de Psicología del Trabajo de la Universidad Complutense de Madrid y coautor, junto a Ricardo Blasco y Gerardo López Montalvo, del estudio El discreto encanto de ser masculino. En este análisis, y desde un punto de vista psicológico, definen el machismo “como una mezcolanza de narcisismo, homofobia, autoritarismo, marcha, camaradería, ilusión de grandeza y complicaciones hormonales. Se trata, pues, de un meollo trastornado, anormal, muy distinto de la identidad masculina, saludable, normal”. Y aunque hay todavía quien se resiste a abandonar ese modelo trasnochado, ya nadie pone en duda que el macho, como esencia de la identidad masculina, ha agotado su espacio y su tiempo.

Quizá para contrarrestarlo, quizá como producto de marketing, aparecieron hace unos años los tan alabados, entonces, metrosexuales. Hombres a los que no les importaba mostrar su lado más femenino, hombres que se cuidaban, que prestaban atención a su aspecto, que consumían cremas hidratantes, que se fueron dejando caer por los salones de belleza, que exhibían músculo depilado. Hombres que gustaban a las mujeres y a los que no importaba que otros hombres los encontraran tremendamente seductores. Fueron los años del reinado de David Beckham, la estrella metrosexual por excelencia. Considerado un modelo impuesto por las grandes multinacionales de la cosmética, que vieron en los metros un mercado virgen que podía generar millones de euros, lo cierto es que Beckham y sus acólitos dieron una vuelta de tuerca a la masculinidad.

“Los metros no están necesariamente ligados a un cambio en las relaciones, aunque hay cosas en las que han dado un paso adelante. En su origen está el cambio estético, no ideológico. Con todo, cuando un hombre empieza a cuidarse a sí mismo, empieza a despertarse la necesidad de atender y escuchar el cuidado de los demás. Ese es un proceso importante. Es un proceso de descubrir el cuidado. Y ha sido contrario al de las mujeres. En ellas es ‘cuido a los demás y si me queda tiempo, a mí’. En los hombres empieza desde el ombligo, de ellos hacia los demás y se extiende”, observa Erick Pescador Albiach. Ver a una estrella de fútbol colgándose a sus niños de la cadera, llevándolos al parque a jugar, acompañándolos al colegio y protegiéndolos como hasta hacía poco sólo a una madre se le hubiera ocurrido, no es una cuestión baladí. Esas demostraciones públicas de ternura, de afecto, eran impensables hace treinta años. Ellos cambiaron el pelo en pecho por la cera depilatoria, pero no es menos cierto que reivindicaron su papel como padres y como compañeros, compartiendo el tónico facial y la crema antiedad, pero también la ética del cuidado familiar.

Sin embargo, desde hace un tiempo los metros están en franca decadencia. Hasta Beckham se ha dejado barba y refleja una imagen más varonil en las campañas publicitarias que protagoniza. Los prototipos afeminados están siendo sustituidos por hombres maduros que transmiten fortaleza, decisión, elegancia. Un nuevo modelo vuelve a imponerse desde los anuncios televisivos. Algunos expertos afirman que las mujeres se han cansado de esa imagen metro tan femenina; otros, que la crisis ha hecho que volvamos nuestros ojos a prototipos enérgicos, alejados del titubeo. Sea como fuere, los reyes de la belleza masculina son ahora Hugh Laurie, George Clooney, Javier Bardem, José Coronado, Xabi Alonso, Antonio Banderas, Cayetano Rivera, Carles Francino… Son los megasexuales: hombres que no han renunciado a cuidarse, aunque que no llevan esa tarea como bandera, y que se enraízan en la virilidad. Una virilidad controvertida, porque siglos de cultura patriarcal han convertido lo varonil en sinónimo de machismo, de ahí el recelo que provoca la hombría.

Quizás el nuevo modelo de hombre que reverbera en los anuncios ayude a sacar la masculinidad bien entendida de su ostracismo. “Lo masculino sigue siendo masculino. Se ha creado una extraña confusión en que todo lo masculino es igual a machismo. Lo viril sigue siendo viril y decir que lo viril es machista es una exageración. Por eso la mayoría de las cuestiones masculinas han pasado a la clandestinidad. Desde hace veinte años, los temas de varones se ven desde una perspectiva negativa. Ser varonil o hablar de la hombría es un insulto. Está prohibido hablar de hombría o virilidad, pero lo masculino no es un tema tabú, ni negativo, forma parte de la identidad de XY”, reivindica el doctor Prieto.

Los megasexuales son imagen, pero también concepto. Son hombres próximos a los afectos, contrarios a la violencia, solidarios, que han descubierto la palabra y la escucha, la entrega. Capaces de expresar sus emociones, de hablar del miedo y del dolor, de luchar por sus pasiones, de dar afecto y de recibirlo. “Sí hay nuevos hombres que se plantean una forma diferente de ser hombre. Hay que elegir el hombre, la persona que quieres ser. El hombre no nace, se hace. Y puedes llamarlo, etiquetarlo, como quieras. Lo cierto es que hay una necesidad de cambio y formas diferentes de plantearse la manera de ser hombre, la sexualidad, la vida. Naces hombre y puedes cuestionarte la forma en que deseas serlo, pero sí hay valores básicos; por ejemplo, plantearse la identidad masculina desde la no violencia. Ese sí es un planteamiento innovador, sin necesidad de ocupar los espacios de dominación y violencia y que no sea esta la que te dé la identidad del poder”, destaca Erick Pescador. En su nuevo papel, el hombre no se siente menos hombre por expresar sus emociones. Aman desde ellas cultivando lo que muchos han denominado “amar en femenino”. Apuestan por la no violencia, por el respeto a la libertad individual, por la caballerosidad entendida como humanidad, como educación. En sus relaciones desean “introducir elementos que no han estado en el ámbito de lo masculino y mantener otros masculinos que son estupendos y maravillosos. Muchos hombres de repente se recuestionan sus vidas, sus relaciones, su sexualidad”, describe el sociólogo. Entre las sábanas, los megasexuales son generosos. Despliegan un amplio abanico de juegos de seducción y erotismo destinados a dar y recibir placer, no sólo a obtenerlo. La sumisión femenina y el dominio masculino han pasado a la historia. Saben cómo mirar a una mujer, quieren establecer con ella una buena comunicación, desean que se sienta amada, satisfecha y respetada. Como compañeros de vida y de cama pueden ser una joya.

En casa, en las tareas del hogar, en el cuidado de los hijos, los megas echan horas y esfuerzo. Esta es la travesía más áspera, porque “el hombre debía tener la responsabilidad del patrimonio, que es diferente de la del matrimonio. Tenía asumida una iniciativa, una responsabilidad de siglos. Ahora está reajustando la concepción de cuál es su papel”, define el doctor Prieto. Los metrosexuales introdujeron una ética muy primaria del cuidado que los megas han empezado a desarrollar. “El 51% de los padres varones con niños de 5 a 10 años están altamente implicados en la crianza de sus hijos, aunque todavía sólo el 7% de ellos se implica igual o en mayor medida que las madres”, establece el estudio Infancia y futuro. Nuevas realidades, nuevos retos, de la Fundación Obra Social La Caixa. Según el mismo análisis, la proporción de padres que se acogieron a la baja por paternidad se ha cuadruplicado desde la puesta en marcha de la ley de Igualdad en el 2007: ha pasado del 15% al 58%. Los hombres del siglo XXI parecen haberse dado cuenta de que “la familia igualitaria contribuye más que la tradicional al bienestar de los niños españoles”, como concluye el informe.

En su tarea como cuidadores es donde parecen estar más perdidos, casi aturdidos, porque no acaban de encontrar el método. “Están descubriendo los aspectos positivos de la crianza y el cuidado, pero también aprendiendo que atender a los hijos es complejo, no es tan fácil”, sostiene Pescador Albiach. Muchas veces se produce el efecto péndulo, aunque tampoco las mujeres se libran de él, y “pasamos –como expone el sociólogo– del padre protector y dominante al padre que todo lo puede, que es amigo de sus hijos. El padre no puede ser nunca amigo, pueden ser más cercano, pero no amigo”. Porque siendo un colega más se acaba por no establecer los límites, que es uno de los grandes problemas de la educación en estos momentos, tal como alertan desde psicólogos a sociólogos o pedagogos. Según ellos, los límites hay que ponerlos, si no, convertimos a nuestros hijos en seres asociales, sin capacidad para la relación, la negociación o para resistir la frustración.

Sin embargo, toda cara tiene su cruz. Advierten los expertos que tras la imagen de los megasexuales pueden esconderse hombres machistas, pero políticamente correctos, alentados por el devastado paisaje económico que nos rodea. Son el movimiento retrosexual, que ya protagoniza páginas web y convoca hasta manifestaciones para reivindicar la vuelta al prototipo de machote. “Cuando se produce el cambio, la crisis del modelo, a los hombres les da mucho miedo, porque ya no sirve el modelo que hasta ahora les había proporcionado seguridad. Y es entonces cuando aparecen movimientos como la retrosexualidad o el neomachismo. Son formas de resistirse a ese cambio que ya es una realidad y que supone que el modelo de ser hombre como siempre ya no funciona”, advierte Erick Pescador Albiach. Estas tendencias de rebeldía frente al cambio están habitadas sobre todo por enemigos de los metros, no buscan un espacio nuevo ni la revisión de los modelos relacionales. Y nacen del miedo, porque “cuando se cuestiona el modelo masculino se cuestiona el poder. El hecho de que se cuestione la masculinidad supone que se cuestione toda la estructura de relaciones de poder del sistema. Y los hombres tienen miedo de perder el poder. Todavía estamos por llegar al modelo equilibrado. Es un proceso costoso y lento”, concluye el sociólogo.

Bien dotados... de sensibilidad

Las multinacionales de la cosmética, siempre avispadas, ya se han dado cuenta de que una nueva masculinidad ha visto la luz. Dicen los expertos que no hay sólo un modelo de hombre, como no lo hay de mujer, pero siempre existen referentes a los que a todos nos gustaría parecernos. Querríamos tener el encanto de uno o de otra, la inteligencia de aquel o de aquella, su belleza, su capacidad de entrega, su equilibrio. Los admiramos por sus aptitudes y sus actitudes. Y en la larga travesía de la masculinidad, ahora es el momento de los megasexuales: apasionados, emotivos, entregados, viriles, fuertes, tiernos y decididos, representantes de la masculinidad bien entendida.

PEP GUARDIOLA
El exentrenador del FC Barcelona es un hombre elegante, de traje o en vaqueros, educado, exquisito en sus formas, respetuoso. Un apasionado por su trabajo, pero capaz de dejarlo todo “porque me he vaciado” y porque quiere devolver a su compañera y a sus tres hijos el tiempo y el espacio que les ha escatimado en los últimos años. Ha llorado en público, se ha mostrado enérgico. Amante de la disciplina, ha ejercido su profesión con firmeza, pero sin ahorrar afectos.

HUGH LAURIE
Es la nueva imagen millonaria de una firma de productos de belleza para hombres. El Doctor House ha seducido desde su inteligencia, desde su toque de rebeldía. Lo hemos visto evolucionar, aprender de sus errores, rectificar, ser apasionado y cuidar de los suyos. Hemos descubierto sus debilidades, sus miedos. Su intimidad sentimental ha quedado al descubierto. La experiencia, la madurez, se han combinado en él con un atractivo físico que hunde sus raíces en lo varonil.

JAVIER BARDEM
No le dedicó el premio que recogió en Cannes en el 2010 a su mujer, se lo dedicó a su amor, Penélope Cruz. Con sólo una palabra demostraba que detrás de su imagen ruda late el corazón de un hombre bien dotado de sensibilidad que no se avergüenza de expresar sus emociones. Es solidario, como demuestran sus acciones a favor del pueblo saharaui. Y en cuestiones menos espirituales, su cuerpo, grande, sus mandíbulas poderosas, lo convierten en el paradigma de la hombría.

GEORGE CLONEY
El actor es, a sus 51 años, el paradigma de casi todo. Seductor, capaz de entregarse con pasión a la causa de los refugiados y acabar en la cárcel por defender sus principios. Clooney es educado, elegante, con una personalidad arrolladora, tan cautivadora como su sonrisa. En su mirada puedes descubrir la ternura o la fortaleza, el cariño y la energía. Tan decidido como capaz de reconocer su miedo e inmadurez para ser padre. Y no se considera menos hombre por preferir el descafeinado; intenso, eso sí.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

Más shorts que nunca en las escuelas

¿Reivindicación adolescente, sexualización de la infancia o simple moda?

La seducción es natural, pero hay que evitar que la chica se presente como objeto

LA VANGUARDIA 09/06/2012
 
Más shorts que nunca en las escuelas
Cuatro amigas adolescentes, ayer, a la salida del instituto Ana Jiménez
Cristina Sen

  Se observan estos días en las calles grupos de piernas coronadas por un short de diseño minúsculo. Es la moda de niñas, adolescentes y jóvenes en edad universitaria, un uniforme de verano que acapara casi todos los estantes de las tiendas de ropa y que convierte en una aventura incierta encontrar un pantalón corto con algo más de tela. Los minishorts sirven para todo. Se llevan al colegio, al instituto, a la universidad. A la discoteca y a la playa, y también se han visto en algún puesto de trabajo. Madres y padres discuten con sus hijas, especialmente con las pequeñas, los profesores lo comentan. ¿Es el debate de siempre, el de la expresión y reivindicación de la juventud, o hay nuevos elementos?

La preocupación hoy latente a la hora de analizar el significado de esta moda es el de la hipersexualización, el acortamiento de la infancia, el ritmo de maduración de los jóvenes... Esto no significa vincular en términos generales la moda de los minishorts (los de la foto no son los más cortos del mercado) a estos aspectos que analizan psicólogos y sociólogos, pero sí que da pie a plantear si todos sus usos son adecuados, lógicos, sanos.

"Podríamos considerar que es una provocación de los adolescentes, una forma de enfrentar-se a los padres", señala Cristina Ramírez, profesora de Psicología Evolutiva y de Psicología de la Sexualidad (Universitat de Barcelona). Sin embargo, esta profesora, que aborda el debate desde muchos puntos de vista, estima que la forma de vestir es un lenguaje y cada uno ha de saber lo que expresa con ello. La coquetería, prosigue, es natural pero la cuestión es saber hasta dónde, "hasta dónde es adecuado llegar para que uno no sea visto como un objeto".

En cambio, quienes ciñen el análisis al pulso reivindicativo de la adolescencia y de la primera juventud recuerdan que a lo largo de la historia siempre ha habido polémica con las formas de vestir. El caso más paradigmático es el de la minifalda, creada en 1965 por la diseñadora Mary Quant, que se extendió rápidamente, y los shorts tampoco son nuevos en la historia del mundo. Pilar Pasamontes, directora científica del Instituto Europeo de Diseño (IED) en Barcelona y profesora de Historia de la Moda, considera que los shorts son una expresión de la juventud y surgen no de una imposición comercial, sino de las redes sociales y de los blogs. "Es verdad que en algunos casos no pueden ser más pequeños, son sorprendentes, pero tampoco diría que son una barbaridad", dice a modo de pincelada.

El elemento positivo que observa es su uso extensivo. Es decir, el hecho de que lo lleven altas y bajas, gordas, flacas. Pasamontes ve en ello un cierto desacomplejamiento, una cierta actitud yanqui de más desparpajo.

Hay que desmenuzar el tema. No es lo mismo cómo viste una chica de 17 años que una de 10. Ni es lo mismo ir al colegio con minishort que llevarlos el fin de semana. La cuestión, por lo tanto, es el tipo de valores con los que se crece, el armazón sentimental, sin que esto suponga caer en el puritanismo o defender el conservadurismo. Cristina Ramírez señala que lo que falta es una buena educación sexual, entendida no como el manual de cómo se pone un preservativo, sino de un sistema transversal que hable de valores, de comunicación, de sentimientos y de respeto, entendiendo que la sexualidad no es sólo genitalidad. Una educación tanto en la escuela como en la familia en la que cada uno se plantee cosas sobre sí mismo, que ofrezca criterios de selección a los niños y a los jóvenes, y autoestima.

El tema de la edad es por tanto importante, ya que, como señala, Ramírez, hay niñas de 10 años que eligen ropa sexy y no saben qué es ser sexy. Se trata así de plantear un proceso madurativo lógico, que ofrezca seguridad.

Hace un tiempo que el debate está sobre la mesa (en forma de cinta de tanga, de enseñar el calzoncillo...), ha llegado a los colegios con el planteamiento de cuál es la indumentaria adecuada para ir a estudiar e incluso en el Reino Unido ha sido una cuestión de Estado (véanse las informaciones adjuntas). Pero nadie se inclina por prohibir el uso de unas determinadas prendas, sino de ofrecer las herramientas para la autorreflexión. Ursula Oberst, profesora de Psicología (Blanquerna-Universitat Ramon Llull), señala que los adolescentes acentúan sus perfiles hiperfemeninos e hipermasculino, una actitud que acostumbra a suavizarse con el paso del tiempo. Y actúan también en función de la identificación con un grupo.

Considera, asimismo, que hoy "ya no se lleva" el perfil de "la chica mona", sino que lo que triunfa es una sexualidad agresiva en la que las féminas tienen un papel dominante a la hora de jugar con el poder de seducción. Se ensalza así a la mujer como objeto, pero eso ya no está siendo exclusivo de ellas, sino que la presión se empieza a dar también sobre los varones. La hipersexualización de estas etapas de la vida se ve en el mundo real, señala Oberst, pero queda más subrayada en las redes sociales, en los perfiles que las adolescentes exponen de ellas mismas en Facebook. Pese al análisis, esta doctora en Psicología considera que no hay que escandalizarse por el éxito de los shorts, ya que pasará como todas las modas, y también cambiarán de gustos quienes los llevan.

La American Psychological Associaton elaboró en el 2007 el Informe sobre la sexualización de las niñas, que ponía altavoz a un debate latente y a lo que se consideraba una realidad creciente impuesta por el modelo de consumo de los adultos. La sexualidad es inherente a la vida y un descubrimiento en la juventud, pero quienes defienden las tesis de esta excesiva sexualización señalan que esta llega contaminada por un determinado mundo adulto obsesionado. Los anuncios -con la mujer como objeto-, el contenido de las revistas para adolescentes, algunas series de televisión... A ello debe añadirse el acceso a cualquier contenido en internet, sin pasar por filtros previos explicativos. Y las consecuencias, según muchos expertos, son negativas, ya que mucho se ha escrito y se ha hablado sobre lo que conlleva la obsesión por la imagen y el excesivo culto al cuerpo.

"Cuando alguien te mira de una manera, hay que tener la madurez para saber responder", señala Cristina Ramírez, quien recuerda la importancia del aprendizaje de los límites aunque la adolescencia sea un momento de lucha contra lo impuesto. Se trata, por lo tanto, de buscar un equilibrio en el que, aunque suene prosaico, todo acaba dependiendo del tipo de shorts y de cuándo se usan. Algunas niñas salen de su casa con pantalón muy corto y leggins, y después las medias acaban en la mochila. En la universidad hay profesoras (en femenino) que comentan que hay chicas que vienen tan sexis que no se sabe muy bien cómo mirarlas. No es cuestión de debatir si han de ir o no sexis, sino de señalar, dicen, que igual el lugar más adecuado sería la discoteca.

Hay, así, shorts buenos y malos, y la cuestión sería hacerse con aquel con el que una se siente bien consigo misma en el momento adecuado. Y, sobre todo, que no se lleven en la cabeza.

jueves, 26 de julio de 2012

¿Por qué los hombres se duermen después de practicar sexo?

Investigadores descubren que el córtex se 'desactiva' en el orgasmo y el cerebro produce serotonina y opioides LA VANGUARDIA 25/07/2012 Una pareja duerme en una cama Barcelona. (Redacción).- Científicos franceses han descubierto por qué los hombres tienden a quedarse dormidos tras practicar sexo: el córtex cerebral, responsable del pensamiento consciente, entra en reposo al llegar al orgasmo; a continuación, el córtex cingulado y la amígdala cerebral mandan serotonina y opioides al resto del cerebro para ponerlo a dormir y anular todo deseo sexual. Los investigadores han llegado a estas conclusiones escaneando la actividad cerebral de hombres durante y después de practicar sexo, según recoge The Telegraph. Serge Stoléru, uno de los autores del trabajo de investigación, ha asegurado a The Sunday Times que "en las mujeres parece que no sucede lo mismo, no tienen un periodo de reposo tan largo y pueden pedir más cuando sus parejas lo único que quieren es descansar".

miércoles, 25 de julio de 2012

"Amar no exige aprendizaje, pero convivir requiere una universidad entera"

Una tarde de verano

Entonces, suavemente, como en cuclillas, llega un pensamiento sobre ti, y de golpe recuerdo que te amo

LA VANGUARDIA  22/07/2012 Pilar Rahola

Lea la versión en catalán

Perdida en esta tarde de verano, me asedian las malas noticias que invaden los informativos, con la prima de riesgo disparada, Valencia que pide ser rescatada y ese loco asesino de Denver matando a niños y adultos que miraban una película. A veces la realidad es una trinchera y el desconcierto atenaza nuestras almas vulnerables. ¿Qué ocurrirá con este presente tan amenazador? Y sin querer, una piensa en los hijos, cuyo futuro incierto labramos a golpe de descalabros. Y en la gente que quiere, y en el país, y si la tarde se pone metafísica, arriban las ideas sobre el sentido del ser y esas cosas. Es entonces cuando suavemente, como en cuclillas, llega un pensamiento sobre ti, y con él una sonrisa, y de golpe recuerdo que te amo y que me amas y que conjugamos en plural el verbo de la vida.

Extraña cosa esa del compartir, con sus oasis y sus desiertos, sus caminos y sus atajos, sus miedos y sus sueños. Y sin embargo, maravillosa cosa. Mi amigo, mi compañero, claro que podría vivir sin ti, y la vida me traería otras emociones. Pero la cuestión no es cómo sería la vida sin ti, sino cómo es la vida contigo. Y ya sabes..., cómo todos vamos arrastrando fatigas, fracasos, disgustos, y también éxitos, alegrías... Pero lo realmente extraordinario es que vivir contigo me construye y me engrandece. "Tú me completas", le decía Tom Cruise a Renée Zellweger en aquella azucarada y deliciosa película titulada Jerry Maguire, que sabes que me gusta, quizás porque siempre hubo una ñoña dentro de mí. ¡Qué le vamos a hacer! Todos tenemos nuestros secretos... Pero el término es preciso, porque ciertamente eso es lo que siento, que me completas. No sé si eres un hombre extraordinario, pero eres mi hombre extraordinario, y esas gafas de verte distinto, grande, único, no quiero perderlas nunca. Y te aseguro, querido, que no es la distorsión del amor, por mucho que ya sé que amar es mirar con un espejo cóncavo. Pero si te veo especial no es porque te amo, sino porque vivo contigo, y es ahí, en la gramática de la convivencia, donde creces hasta hacerte inmenso.

¿Sabes? Quizás podría amarte en la distancia, pero querido mío, no quisiera nunca vivir a tu distancia. Por supuesto, conozco tus debilidades y defectos, como tú los míos. Pero el verbo convivir es audaz y terco, y supera los obstáculos si, más allá de las nimiedades, sabe bucear en las aguas profundas. Y nosotros empezamos a estudiar esa asignatura nada más conocernos. Con los años te diré que convivir me parece aún más intenso que amar. Al fin y al cabo, amar no exige aprendizaje, pero convivir requiere una universidad entera.

Nada, querido, que es una tarde de verano, y estaba como medio triste con tantas malas noticias, y entonces pensé en ti y todo tuvo otro sentido. Fíjate, es por eso por lo que te amo tanto, porque siempre le das sentido a todo, incluso cuando no estás.

domingo, 22 de julio de 2012

Pájaros en el psiquiatra. Ir al psicólogo


Ser hijo de padres separados era un estigma. Hace veinte años los niños que pasaban los fines de semana repartidos entre sus progenitores no confesaban en el colegio o en el instituto su situación familiar. Sentían vergüenza. La palabra divorcio era un pesado sello tanto para esos chavales como para los padres, marcados por un fracaso no solo amoroso, sino vital.

Entonces era duro tanto tener que ocultar la cicatriz emocional y doméstica ante una sociedad duramente inquisitoria e hipócritamente perfecta como tapar uno de los métodos más efectivos para superar el trauma: ir al psicólogo. En los años ochenta, incluso en una ciudad como Madrid, la palabra psicólogo era confundida por mucha gente con la de psiquiatra. Ambos términos sugerían indistintamente un grave desequilibrio mental, evocaban imágenes de habitaciones acolchadas y cócteles de pastillas. Solo a los amigos íntimos se les revelaba en voz baja que los martes uno pagaba porque le escuchasen, porque le dieran armas para combatir un desengaño afectivo, una pérdida de estímulos vitales, los primeros síntomas de una depresión.

Se ha perdido el pudor a confesar que portamos heridas sangrantes en el corazón

Afortunadamente, hoy las cosas han cambiado. No solo en Madrid hay ya casi tantos divorcios como bodas, sino que la ayuda de un psicólogo es cada vez más común. "El jueves no voy a poder quedar porque tengo psicólogo", es una frase fácilmente escuchada en cualquier lugar de la ciudad. Poco a poco se ha perdido el pudor a confesar que no somos perfectos, que sufrimos inestabilidades emocionales, que portamos heridas sangrantes en el corazón. Aquella generación de niños que fingían ver la tele por las noches flanqueados por sus padres hoy son treintañeros que comienzan a padecer los serios reveses amorosos que soportaron sus mayores. Sin embargo, esta nueva camada no tiene apenas miedo a contar en público la zozobra de sus matrimonios o relaciones sentimentales. Y no solo eso, sino que muchos de ellos acuden sin rubor a un psicólogo.

A todos nos vendría bien hacer terapia. De hecho, la mayoría la recibimos de ese amigo o hermano que tiene unas dotes innatas para despejarnos los nubarrones mentales, para interpretar nuestras acciones y palabras en momentos turbios, para orientarnos hacia la felicidad extraviada. Pero hoy, al fin, estamos descubriendo que ese compañero o familiar tampoco merece la tortura sistemática de escuchar nuestras penas y que existen profesionales cuyos consejos serán más efectivos. Además, pagar por ese servicio nos liberará de la culpa sentida por martirizar a nuestro colega a cambio, simplemente, de invitarle a las tortitas del Vips sobre las que derramamos las lágrimas.

No tenemos por qué encarar solos los nuevos golpes de la vida, los duros crochés que empieza a asestar la existencia cuando nos acercamos a los cuarenta: amores truncados, hijos indomables, frustraciones laborales, la muerte de los padres... Tengo un amigo argentino que se gana la vida como escritor autónomo. Como es deducible, su situación económica no es ni estable ni radiante, pero cada mes su prioridad consiste en pagar el alquiler y al psicoanalista. Hace años, cuando me contó a qué destinaba sus primeros ingresos me pareció un excéntrico. Su estado mental no resultaba lo suficientemente inestable como para justificar ese gasto. Hoy, sin embargo, lo entiendo. No quiere decir que su cabeza haya empeorado ni que su cuenta bancaria haya mejorado, sino que he comprendido lo sano e incluso adictivo que resulta charlar con alguien capaz de mejorar tu vida.

Una de las recompensas de vivir en una capital grande, moderna, rica y anónima como Madrid es no solo encontrar fácilmente auxilio psicológico, ni siquiera acudir a consulta secretamente, sino todo lo contrario, poder hacerlo destapadamente, contarlo, hallar a nuestro alrededor a personas que han roto los tabúes, los recelos, que también empiezan a liberar en alto sus debilidades, sus miedos, sus llagas. Esta es, probablemente, una de las ciudades que necesiten con más urgencia un psicólogo. Psicótica, frenética, acomplejada y en perpetua búsqueda de su identidad, en esta villa hasta los pájaros visitan al psiquiatra. Por eso nos sentimos tan cómodos aquí, porque podemos hablar de nuestros problemas mientras Madrid, en realidad, no deja de contarnos los suyos.

jueves, 19 de julio de 2012

¿Cómo ser hombre hoy?

FUENTE:http://www.lavanguardia.com/opinion/temas-de-debate/20120715/54325284319/como-ser-hombre-hoy.html

En el pasado, los hombres y las mujeres tenían unos papeles asignados en la sociedad que estaban delimitados y claros. De un tiempo a esta parte, y gracias al avance del feminismo, los límites se están borrando y determinados roles pueden ser asumidos por uno u otra indistintamente. Pero mientras sobre la mujer se debate a menudo, no es así respecto del hombre.

La dignidad de ser hombre
Xavier Florensa
Director del área de Programación Neurolingüística (PNL) del Institut Gestalt de Barcelo
Los papeles y valores que nuestra cultura ha venido asignando a la mujer y al hombre ya no son válidos. ¿Cómo somos hombres hoy? ¿Cuál es el sentido de nuestra masculinidad? ¿Cuáles son los valores que han orientado y que orientan la masculinidad individual y colectiva? Muchos hombres tienen la sensación de no haber tenido un modelo masculino suficiente. El escritor y activista Robert Bly ya lo mencionaba en su libro Iron John: una nueva visión de la masculinidad hace más de veinte años. Esta sensación provoca una cierta desorientación y una difícil respuesta a la pregunta de qué es la masculinidad hoy en día.

¿Cómo aprendemos a ser hombres? Nos criamos en un entorno femenino, pero no hay un momento en el que pasamos a formar parte del mundo masculino con la ayuda de otros hombres y de nuestro propio padre. Sería distinto si los niños hicieran algún ritual, como siguen haciendo algunas tribus indígenas -naturalmente, adaptado a nuestra sociedad-, para determinar la entrada al mundo de los hombres y aprender de su forma de ser, con el consecuente compromiso de su parte de participar más intensamente en nuestra educación.

Es cierto que hasta el presente nuestros padres han estado muy ocupados en proveer a la familia y eso ha limitado el tiempo que han compartido con nosotros. Tal vez este hecho ha dificultado una parte de nuestros aprendizajes, y ahora no sabemos muy bien cómo actuar delante de situaciones dispares, con nuestros hijos, en la competencia con otros hombres, en la relación de pareja, en la toma de decisiones o delante de las pérdidas. Sólo son algunos ejemplos, aquí cada hombre puede añadir sus situaciones importantes y plantearse cómo han influido los modelos masculinos o la ausencia de ellos en su vida.

En cualquiera de esas situaciones vivimos emociones, y este es el otro gran tema que aparece en los encuentros de hombres en los que trabajamos la búsqueda de la masculinidad contemporánea de una forma experiencial. A menudo respondemos a cómo nos manejamos con las emociones con un "como podemos". Si las mostramos, podemos recibir juicios delante de los cuales no sabemos cómo responder.

No mostrar las emociones se convierte en un hábito que nos hace perder la consciencia de lo que sentimos. Cuando esto ocurre, no sabemos cuáles son nuestras necesidades y eso implica, a la larga, pagar un precio que puede ser la insatisfacción, la infelicidad u otros estados similares. Por este motivo incluimos en los encuentros trabajos con la ternura y la agresividad.

Está claro que sentimos ternura en muchas situaciones, pero nos desorientamos cuando los demás lo perciben. Parece que el aprendizaje es que los hombres no muestran eso salvo en contadas ocasiones y en muchas de ellas sólo a las mujeres. Con ellas es más fácil porque en general es de la madre de quien la hemos recibido y aprendido. Cuando mostramos y compartimos la ternura con otros hombres, sentimos cercanía, comprensión, pertenencia, una gran dosis de descanso y la prueba de lo bien que sienta mostrar emociones y desatender a los posibles juicios hechos por otro hombre, con el resultado final de sentirnos más libres y auténticos.

Cuando trabajamos con la agresividad, entendemos que es el motor que nos lleva a la fuerza, al dinamismo, a la creatividad, a la determinación, a la audacia, al atrevimiento, a poner límites... y podríamos seguir poniendo ejemplos en positivo. Es importante diferenciar esta definición de la que también viene en el diccionario y que tiene que ver con la tendencia a la violencia. Es importante hablar de agresividad porque desde pequeños escuchamos "los niños son agresivos" y sí, es cierto, pero ¿quién dice que eso sea negativo? Químicamente hablando, la testosterona, que producimos en muchísima más cantidad que las mujeres, conlleva agresividad. Entonces, aceptémoslo y mandemos mensajes positivos sobre este hecho natural y biológico a nuestros hijos.

Es interesante trabajar con estas dos emociones entre hombres: nos sentimos más libres, más claros, entendemos mejor nuestras reacciones, comprendemos que mostrar la ternura y sentir la agresividad es algo que nos libera. Dejando claro que nos reconocemos en la agresividad y no en la violencia, aunque a base de reprimir esa agresividad positiva, a veces, nos ponemos violentos.


Para mí, la masculinidad contemporánea implica mostrarse desde lo emocional, decidir qué quiero dejar como legado de mi paso por el mundo y seguir planteándome e investigando cómo quiero ser como hombre, dándome el permiso para cambiar de opinión y teniendo claro en cada momento o época de mi vida cuál es mi respuesta a cualquier input de mi entorno, y todo esto siendo fiel a mis valores.


Nuevas aportaciones

Sandra Carrau Pascual
A pesar de los progresos sociales de este siglo, aún parece difícil reconocer el concepto de masculinidad en el sentido amplio de la palabra. La visión predominante sobre la masculinidad sigue reduciéndose al papel patriarcal protector, o bien al que parece anacrónico macho dominante. Eso es una pérdida para la riqueza humana.

Hay que matizar que cuando hablamos de masculinidad nos referimos a la dimensión masculina de las personas, una dimensión que ha sido asociada tradicionalmente al papel de los hombres pero que también puede ser ejercida por mujeres. Tomemos como ejemplo el papel tradicional del padre ausente que el psicólogo James Hillman menciona en El código del alma. El padre ausente está tan pendiente –física o mentalmente– de la esfera pública que no presta atención a detalles básicos del cuidado del recién nacido. Esta actitud, asociada habitualmente al sexo masculino, es la que permite mantener conectada la familia con el exterior y contrarrestar la tendencia a concentrar la atención en la esfera interior, lo que está más asociado al sexo femenino. Como comprobamos en Innova acompañando a directivos y directivas en sus papeles, las capacidades mencionadas –ambas, igualmente necesarias– se están disociando cada vez más del sexo y son ejercidas indistintamente por hombres y por mujeres. Sin embargo, pesa todavía el inconsciente colectivo. El hombre tiene que cargar con características con las que no queremos o no podemos lidiar colectivamente. Por ejemplo, se le sigue aislando en su individualidad heroica, lo que nos permite creer –todavía– en su omnipotencia protectora, pero de este modo se le incapacita para reconocer cuándo necesita ayuda de otros.

Como decía el psicoanalista Wilfred Bion, la naturaleza humana es social. Desde que nacemos vivimos interdependientemente de otros. Aun así, sin darnos cuenta, podemos seguir esperando de los hombres una tarea imposible: que se comporten como si fuesen independientes del contexto, seguros de sí mismos en entornos ambiguos e inflexibles en sus decisiones y que innoven. Tomemos la política como ejemplo, tomemos la visión sobre papeles masculinos de poder, ¿qué político se atrevería a reconocer que no sabe cómo salir de la crisis solo, sin miedo a perder su autoridad frente a los y las votantes? Quizá este sería el inicio del reconocimiento de las capacidades de la nueva masculinidad y de la posibilidad de su contribución para generar conjuntamente nuevos modelos de relación más ricos e igualitarios.

jueves, 12 de julio de 2012

Para algunas hay un principio inamovible: los hijos son de las madres, convirtiendo así su naturaleza reproductora en ideología

Custodia partida

Joana Bonet http://www.joanabonet.com/2012/06/custodia-partida/

Desde hace años sigo con gran interés el debate acerca de la custodia compartida. Se trata de una fórmula aplicada en Francia —hace ya una década—, así como en Suecia, Noruega u Holanda, por lo que las sociedades más avanzadas se han ido amoldando a la vasta existencia de casas «de mamá» y casas «de papá», respetando un incuestionable modelo de corresponsalidad parental. En España, ahora que el PP va a promulgarla, ha sido reivindicada con la boca pequeña por grupos políticos y, con mayor vigor, por colectivos de padres y madres separados; mientras que sus detractores —varias asociaciones feministas de respetada trayectoria— mantienen el doble argumento de que «prima el interés particular de los padres» y que «se convierte en una instrumentalización contra las mujeres».
Cierto es que su aplicación podría entenderse como un «nos partimos al niño», cuando en realidad tendría que ser un «compartimos la responsabilidad». Pocos asuntos son tan vertebradores de una sociedad como la transferencia afectiva y educacional de padres a hijos. Uno de los sentimientos universales que nos habitan al perder al padre o la madre es el de una fría soledad, la de saber que te has quedado sin alguien que creía incondicionalmente en ti. En verdad, el mapa familiar condiciona, inhibe, proyecta, e influencia la construcción psicológica de un individuo casi tanto como su biología. Cabría preguntarse cuántos niños felices ven quebrarse su cristal de colores cuando sus padres se separan. Y los utilizan. Acaso no parece tan frontal como lo acabo de escribir, porque el arte de la manipulación es soterrado y psicótico, capaz de autoengañarse y usar al hijo para que acabe siendo más de uno que de otro. De una, en el 90% de los casos.

Las mujeres venimos reclamando desde el pleistoceno que el hombre se corresponsabilice de la educación y de la vida diaria de sus hijos. Para algunas, no obstante, hay un principio inamovible: los hijos son de las madres, convirtiendo así su naturaleza reproductora en ideología. Una lógica que olvida que el techo de cristal nunca se quebrará si los padres no ejercen tanto sus deberes como sus derechos.

De la misma forma que se firman acuerdos matrimoniales, debería existir un compromiso de responsabilidad personal cuando dos deciden tener un hijo. El amor a veces se desvanece, pero la necesidad de acompañar, proteger y querer a un hijo es para siempre, a cuatro manos. Porque una sociedad no será madura hasta el día en que puedan diferenciarse los asuntos afectivos (y a veces dolorosos) en una pareja de su compromiso irrenunciable, vital, arduo, hermoso, como padres. Ese es el contrato no escrito que nunca debería romperse.

Los antifrágiles: blindados al sufrimiento, menos sentimentales, escépticos



Joana Bonet
LA VANGUARDIA 9 de julio de 2012


Hay una constante en los lugares que decidió pintar Edward Hopper: la provisionalidad. También la vida que pasa de lado. En el Museo Thyssen, estos días la gente se amontona frente a sus raíles, que tienden hacia el infinito y producen tanta paz como desasosiego al plasmar cuán inalcanzable es el mundo. Pasa lo mismo con las habitaciones de hotel donde la claridad de la ventana neutraliza el olor a cerrado. No hay reconstrucción literal de la realidad en sus cuadros, sino recuerdo. Como si arrastrara hasta el lienzo edificios abandonados, moteles de carretera y estaciones de tren: los no-lugares de su tiempo que ejercen de cinta aislante.


Escucho a dos mujeres preguntarse qué le preocupa al autor, esa sensación angustiosa entre la incomunicación y la parálisis, dicen, y me interrogo acerca de la tan glosada soledad de sus personajes. ¿Por qué nos fascina tanto Hopper? ¿Por qué sus cuadros han ilustrado tantas portadas de libros? Aparte de su halo cinematográfico, nos atrapa la impasibilidad con la que sus protagonistas se acomodan a una vida sin certidumbres. Y a pesar de su aparente vulnerabilidad, se muestran antifrágiles, pues esperan sin esperar, miran sin ver, puede que incluso amen sin sentir. Tienen algo de indoloros. E incluso en la evocadora visión de una barca sobre azules merodea la sombra de un miedo latente que en cualquier momento puede estallar y partir la realidad en mil pedazos. «Por qué elijo determinados temas y no otros es algo que no sé, a menos que sea porque los percibo como el mejor medio para sintetizar mi experiencia interior», leo en sus escritos, recién publicados por Elba. Hopper alude siempre a la expresión de su subconsciente, a su mundo interior, más que a un proceso intelectual.


Vivimos hoy unos tiempos en los que se rehabilita la expresión «vida interior», tan asociada a la espiritualidad. Porque anida en ella el recogimiento y la identificación de emociones que a menudo escurren el bulto si no se diseccionan. A mi alrededor, la gente cuenta que practica la meditación, el bikram yoga, el jogging o el surf. Buscan desconectar del mundo para conectarse con ellos mismos. Escapar para aumentar su capacidad de resistencia. Acerados, más blindados al sufrimiento, acaso menos sentimentales, los antifrágiles serán los que mejor se adapten a los nuevos tiempos, asegura Nassim Taleb en el prólogo de su nuevo libro, Antifragile. Porque está cuajando una nueva sensibilidad, menos asertiva y más escéptica, decidida, fuerte y atractiva, que no sólo supera los golpes, sino que mejora con ellos. Y que apuesta por una visión de la vida como la obra de arte que ya adelantó Hopper hace casi un siglo.

lunes, 14 de mayo de 2012

¿Se enamoran igual hombres y mujeres?


Las razones que llevan a los hombres y las mujeres a enamorarse son distintas. Y los errores que cometen también. Durante años el modo de actuar tras el flechazo de Cupido dibujó una foto fija que empieza a cambiar

“las mujeres cada vez se fijan más en el físico y los hombres, en aspectos como la inteligencia o el estatus. Podríamos decir –completa– que ambos necesitan ingredientes parecidos para enamorarse y que lo que cambia son las proporciones”Victoria Ferrer



LA VANGUARDIA ES | 11/05/2012 
JOSÉ ANDRÉS RODRÍGUEZ


Dicen los tópicos que los hombres se enamoran por los ojos y las mujeres por el oído; que ellos las prefieren jóvenes y ellas a alguien a quien admirar; que las mujeres dan mucha más importancia al amor que los hombres; que ellas son más enamoradizas; que ellos pueden desligar con más facilidad el amor del sexo… ¿Hay algo o mucho de verdad en estos tópicos?, ¿qué les motiva a enamorarse?, ¿tan diferentes son cuando pierden la cabeza por amor?

“Creo que el enamoramiento puede estar motivado por razones distintas en hombres y mujeres”, considera Antoni Bolinches, psicólogo y sexólogo y autor del libro El arte de enamorar (DeBolsillo, 2010). “El amor y el enamoramiento son construcciones sociales. Son una forma de canalizar el instinto sexual. Por eso, cuando se enamora, el hombre es muy pulsional y ve a la mujer más como un sujeto erótico”. Según una investigación de la Academia Internacional de Investigación sobre Sexo, los hombres se fijan más en el físico de ellas, que a su vez dan más importancia al estatus de ellos. “Para la mujer –apunta– siguen importando más, en general, los aspectos psicológicos”.
¿Existe algo parecido a un hombre ideal? ¿Cómo lo moldearían si pudieran elegir las piezas? Bolinches razona que, en general, “la mujer se fija primero en la inteligencia; luego, en la simpatía, si se divierte con él; y, por último, en la personalidad, en que sea un hombre maduro, magnético”. Pero también añade que con todo, la inteligencia masculina que enamora es “la constructiva, la que hace que una mujer se sienta bien, no la inteligencia que apabulla”.
¿Y los hombres?, ¿de qué se enamoran? “Al principio, se enganchan por el atractivo femenino, pero, con el tiempo, esa atracción disminuye. Y, entonces, necesitan que esa relación sea más o menos cómoda. Buscan una compañera de viaje que suponga un apoyo emocional. Pese a seguir siendo así, las pautas están cambiando. Para Victoria Ferrer, profesora de Psicología Social de la Universitat de les Illes Balears, “las mujeres cada vez se fijan más en el físico y los hombres, en aspectos como la inteligencia o el estatus. Podríamos decir –completa– que ambos necesitan ingredientes parecidos para enamorarse y que lo que cambia son las proporciones”.
La mujer se ha incorporado al mercado laboral y no se conforma con los roles de madre y esposa. Por tanto, las formas de enamorarse e iniciar una relación también están cambiando. “Actualmente conviven el mito de la princesa, que ha imperado hasta hace poco, y la mujer autosuficiente, explica Ferrer. Es decir, conviven el deseo de encontrar un príncipe azul “que te salvará y será el centro de tu existencia” y el deseo de encontrar un hombre que sea fuerte pero también “sensible, tierno, comprensivo…” con el que compartir la vida.
Vivimos en un único escenario en el que se pueden representar diferentes guiones. Por un lado, aún gozan de buena prensa el amor romántico y la pasión arrebatada. Pero, por otro, hay un enamoramiento regido por leyes contables, más pragmático, vinculado a las propias necesidades, a lo que uno quiere recibir y está dispuesto a dar. Y esta mescolanza entre tradición y posmodernidad, entre el mito de la media naranja y el individualismo que antepone lo personal al amor para siempre, es lo que despista a ambos sexos. 
Para Marina Subirats, catedrática emérita de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona, “el desencuentro actual entre hombres y mujeres está vinculado a una diferente velocidad de cambio de los modelos de género. Las mujeres –ilustra– han cambiado muy rápidamente, han aceptado nuevos roles y responsabilidades. Y quieren que los hombres sean capaces de hacer lo mismo: que sean compañeros, que sepan cuidar de la familia, querer, compartir. Y, sin embargo, el ritmo de cambio del género masculino está siendo mucho más lento.
Aun así, los expertos consultados señalan que el amor sigue siendo un aspecto más importante en la vida de las mujeres. Lo que explica, por ejemplo, “que ellas sean más enamoradizas”, señala Antoni Bolinches. “Por tanto, cuando son infieles se enamoran más de sus amantes que los hombres, que pueden desligar sexo y amor con más facilidad”. Y para estos “continúa siendo prioritario el reconocimiento social, mientras que el amor o la relación de pareja queda en un segundo plano”, añade Ferrer.
Mientras hombres y mujeres evolucionan, también cambian los motivos y las formas del enamoramiento. Pero, para ambos, enamorarse tiene mucho de proyectar deseos inconscientes que no se pueden dominar. Deseos diferentes en hombres y mujeres porque la socialización es diferente. Como señala Marina Subirats, “hombres y mujeres se enamoran de manera diferente, porque los modelos de género son diferentes. Socialmente, una mujer sin pareja ha sido desvalorizada durante muchos años, por lo que el amor es en muchos casos una necesidad vital para existir como persona”.
Tirando del hilo de esos deseos inconscientes llegamos a la infancia y a cómo nos han educado, a los cuentos que nos han explicado, a las carencias que hemos sufrido… “Al enamorarnos nos sentimos atraídos por aquello que nos va a ir bien con esos deseos inconscientes”, certifica Isabel Menéndez, psicóloga y psicoanalista y autora del libro La construcción del amor (Espasa-Calpe, 2010). Ese deseo se materializa, por ejemplo, en “la admiración hacia una persona de más edad, una forma más femenina de enamorarse”, explica Bolinches. El típico caso de la chica que se enamora de un hombre 15 o 25 años mayor que ella. ¿Qué veríamos si pudiéramos radiografiar su psique? “Suele ocurrir que ella necesita y busca más un padre que un hombre”, apunta Isabel Menéndez. “Y cuando una mujer joven dice que los hombres de su edad le causan inseguridad, quizás está hablando de su propia inseguridad, que quiere compensar con un hombre mayor”. Y, en principio, más maduro.
También es interesante plantearse por qué un hombre de 50 años se puede enamorar de una mujer de 25. Un motivo obvio puede ser el enganche por un cuerpo joven que promete una segunda juventud. Pero, ¿hay algo más? “Suele pasar que el hombre es incapaz de sentirse bien con una mujer de su edad porque ve amenazada su identidad masculina y busca una mujer más joven y, por tanto, más dominable”. Como remarca Antoni Bolinches, “los hombres suelen preferir que las relaciones sean cómodas. Las mujeres todavía realizan una mayor inversión emocional en el enamoramiento”.
Por eso, el estudio El concepto de amor en España, realizado por Victoria Ferrer y otros investigadores de la Universitat de les Illes Balears, muestra que los hombres prefieren el estilo de amor lúdico, caracterizado por interacciones casuales, con poca implicación emocional, ausencia de expectativas futuras y evitación de la intimidad y la intensidad. “Para los hombres todavía está menos penalizado ir de relación en relación –explica Victoria Ferrer– y muchas mujeres siguen creyendo que el amor es para siempre, que existe una persona predestinadapara ellas”. Otra conclusión es que hombres y mujeres de más edad valoran mucho el amor amistoso, un compromiso basado en los valores comunes y la amistad. Asimismo, las mujeres son más partidarias del amor pragmático, una mezcla de amor amistoso y amor lúdico. “Es la búsqueda racional de la pareja ideal, que cuadra con la idea de muchas mujeres del amor como refugio, aunque esto está cambiando y cada vez se ve menos”, recalca Ferrer. El amor se entiende como refugio, como centro de la vida y como principio y final de un proyecto vital. O “el amor como el opio de las mujeres”, considera Marina Subirats. En el sentido de que (parafraseando la famosa frase de Karl Marx: “La religión es el opio del pueblo”) muchas mujeres malviven en una relación de pareja, pero se aferran a la idea de que aman y son amadas para resistir. “El amor, como la religión, es una palabra transcendente. A menudo no es el afecto real a una persona, sino a un ideal alimentado por toda la sociedad y definido como lo más bonito que podemos vivir”.
Los expertos señalan que para muchas mujeres el enamoramiento es una culminación de su proyecto vital, una forma de establecer un vínculo estable, que les permita desarrollar su afectividad y construir su casa, su familia, sus afectos... En cambio, “para los hombres puede ser un momento de debilidad, de concesión ante la mujer, pero en general esto dura poco, y es más bien vivido como una conquista. De aquí una de las dificultades para entenderse, puesto que el horizonte temporal en el que se proyectan los enamoramientos es a menudo muy distinto para unas y otros”.
Con todo, y como considera Isabel Menéndez, “cuando muchas mujeres se dan cuenta de que el hombre no responde a lo que ellas necesitan o les gustaría se empeñan en cambiarlo porque se sienten fuertes, ya que él las quiere tanto”. Este es, a juicio de los expertos, uno de los errores más frecuentes que cometen las mujeres al enamorarse. Mientras que, para Antoni Bolinches, uno de los grandes errores de muchos hombres es su “tendencia a volverse como niños cuando inician una relación con una mujer, a dejarse llevar. Para un hombre, si la relación no está mal él ya está bien; para la mujer, si la relación no está muy bien, ella está mal. No hay que olvidar que el 80% de las rupturas de pareja se producen por iniciativa de ellas”. Y, como ellas suelen realizar una mayor inversión emocional, cuando las relaciones acaban suelen tardar más en enamorarse y emparejarse. “Si no han podido elaborar y resolver lo mal que lo han pasado en la relación –apunta Isabel Menéndez–, las mujeres prefieren la libertad de no emparejarse. Por su parte, los hombres prefieren estar acompañados, porque se permiten más libertad que ellas cuando están en pareja. No se sienten tan agobiados”.
¿Cuál sería entonces la manera correcta de enamorarse? Para Antoni Bolinches, sería necesario fundamentar ese enamoramiento “en las aportaciones recíprocas, no en lasdemandas recíprocas. Cada uno de nosotros somos tres: el padre, que dice lo que deberíamos hacer; el niño, que quiere hacer lo que le apetece; y el adulto, que es el intermediario entre ambos”. ¿Qué pasa cuando nos enamoramos? “En realidad, se enamora el niño. Pero es el adulto –concluye el psicólogo– el que debería gestionar ese sentimiento”.

Dime cómo besas y te diré de qué época eres

El arte en mayúsculas ha tendido muchas veces a reflejar la realidad de una época concreta para, acto seguido, ir más allá y ensayar la ruptura. Algo así como crear un espejo para luego hacerlo añicos. 

Las ilustraciones de este reportaje tratan de reflejar esa idea, ya sea por medio de la imagen simple y poderosa de la portada (el célebre Love de Robert Indiana), a la más nítida de una vasija griega o de la borrosa (visual y psicológicamente) de una pintura viñeta de 1963 de Roy Lichtenstein. 


Miradas divergentes en el lienzo `In the car´, de Roy Lichtenstein (1963) Roy Lichtenstein
De la armonía y recato de una pintura renacentista al canto a la carne y el volumen del barroco (en la imagen de abajo Zeus, convertido en fémina, corteja a otra mujer) pasando por el minimalismo avant la lettre de Constantin Brancusi con su escultura El beso
Dos besos cierran la lista, el de la pintura prerrafaelita en la que se mezclan romanticismo y aires artúricos y el beso sexual de Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad (1953).