jueves, 26 de julio de 2012

¿Por qué los hombres se duermen después de practicar sexo?

Investigadores descubren que el córtex se 'desactiva' en el orgasmo y el cerebro produce serotonina y opioides LA VANGUARDIA 25/07/2012 Una pareja duerme en una cama Barcelona. (Redacción).- Científicos franceses han descubierto por qué los hombres tienden a quedarse dormidos tras practicar sexo: el córtex cerebral, responsable del pensamiento consciente, entra en reposo al llegar al orgasmo; a continuación, el córtex cingulado y la amígdala cerebral mandan serotonina y opioides al resto del cerebro para ponerlo a dormir y anular todo deseo sexual. Los investigadores han llegado a estas conclusiones escaneando la actividad cerebral de hombres durante y después de practicar sexo, según recoge The Telegraph. Serge Stoléru, uno de los autores del trabajo de investigación, ha asegurado a The Sunday Times que "en las mujeres parece que no sucede lo mismo, no tienen un periodo de reposo tan largo y pueden pedir más cuando sus parejas lo único que quieren es descansar".

miércoles, 25 de julio de 2012

"Amar no exige aprendizaje, pero convivir requiere una universidad entera"

Una tarde de verano

Entonces, suavemente, como en cuclillas, llega un pensamiento sobre ti, y de golpe recuerdo que te amo

LA VANGUARDIA  22/07/2012 Pilar Rahola

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Perdida en esta tarde de verano, me asedian las malas noticias que invaden los informativos, con la prima de riesgo disparada, Valencia que pide ser rescatada y ese loco asesino de Denver matando a niños y adultos que miraban una película. A veces la realidad es una trinchera y el desconcierto atenaza nuestras almas vulnerables. ¿Qué ocurrirá con este presente tan amenazador? Y sin querer, una piensa en los hijos, cuyo futuro incierto labramos a golpe de descalabros. Y en la gente que quiere, y en el país, y si la tarde se pone metafísica, arriban las ideas sobre el sentido del ser y esas cosas. Es entonces cuando suavemente, como en cuclillas, llega un pensamiento sobre ti, y con él una sonrisa, y de golpe recuerdo que te amo y que me amas y que conjugamos en plural el verbo de la vida.

Extraña cosa esa del compartir, con sus oasis y sus desiertos, sus caminos y sus atajos, sus miedos y sus sueños. Y sin embargo, maravillosa cosa. Mi amigo, mi compañero, claro que podría vivir sin ti, y la vida me traería otras emociones. Pero la cuestión no es cómo sería la vida sin ti, sino cómo es la vida contigo. Y ya sabes..., cómo todos vamos arrastrando fatigas, fracasos, disgustos, y también éxitos, alegrías... Pero lo realmente extraordinario es que vivir contigo me construye y me engrandece. "Tú me completas", le decía Tom Cruise a Renée Zellweger en aquella azucarada y deliciosa película titulada Jerry Maguire, que sabes que me gusta, quizás porque siempre hubo una ñoña dentro de mí. ¡Qué le vamos a hacer! Todos tenemos nuestros secretos... Pero el término es preciso, porque ciertamente eso es lo que siento, que me completas. No sé si eres un hombre extraordinario, pero eres mi hombre extraordinario, y esas gafas de verte distinto, grande, único, no quiero perderlas nunca. Y te aseguro, querido, que no es la distorsión del amor, por mucho que ya sé que amar es mirar con un espejo cóncavo. Pero si te veo especial no es porque te amo, sino porque vivo contigo, y es ahí, en la gramática de la convivencia, donde creces hasta hacerte inmenso.

¿Sabes? Quizás podría amarte en la distancia, pero querido mío, no quisiera nunca vivir a tu distancia. Por supuesto, conozco tus debilidades y defectos, como tú los míos. Pero el verbo convivir es audaz y terco, y supera los obstáculos si, más allá de las nimiedades, sabe bucear en las aguas profundas. Y nosotros empezamos a estudiar esa asignatura nada más conocernos. Con los años te diré que convivir me parece aún más intenso que amar. Al fin y al cabo, amar no exige aprendizaje, pero convivir requiere una universidad entera.

Nada, querido, que es una tarde de verano, y estaba como medio triste con tantas malas noticias, y entonces pensé en ti y todo tuvo otro sentido. Fíjate, es por eso por lo que te amo tanto, porque siempre le das sentido a todo, incluso cuando no estás.

domingo, 22 de julio de 2012

Pájaros en el psiquiatra. Ir al psicólogo


Ser hijo de padres separados era un estigma. Hace veinte años los niños que pasaban los fines de semana repartidos entre sus progenitores no confesaban en el colegio o en el instituto su situación familiar. Sentían vergüenza. La palabra divorcio era un pesado sello tanto para esos chavales como para los padres, marcados por un fracaso no solo amoroso, sino vital.

Entonces era duro tanto tener que ocultar la cicatriz emocional y doméstica ante una sociedad duramente inquisitoria e hipócritamente perfecta como tapar uno de los métodos más efectivos para superar el trauma: ir al psicólogo. En los años ochenta, incluso en una ciudad como Madrid, la palabra psicólogo era confundida por mucha gente con la de psiquiatra. Ambos términos sugerían indistintamente un grave desequilibrio mental, evocaban imágenes de habitaciones acolchadas y cócteles de pastillas. Solo a los amigos íntimos se les revelaba en voz baja que los martes uno pagaba porque le escuchasen, porque le dieran armas para combatir un desengaño afectivo, una pérdida de estímulos vitales, los primeros síntomas de una depresión.

Se ha perdido el pudor a confesar que portamos heridas sangrantes en el corazón

Afortunadamente, hoy las cosas han cambiado. No solo en Madrid hay ya casi tantos divorcios como bodas, sino que la ayuda de un psicólogo es cada vez más común. "El jueves no voy a poder quedar porque tengo psicólogo", es una frase fácilmente escuchada en cualquier lugar de la ciudad. Poco a poco se ha perdido el pudor a confesar que no somos perfectos, que sufrimos inestabilidades emocionales, que portamos heridas sangrantes en el corazón. Aquella generación de niños que fingían ver la tele por las noches flanqueados por sus padres hoy son treintañeros que comienzan a padecer los serios reveses amorosos que soportaron sus mayores. Sin embargo, esta nueva camada no tiene apenas miedo a contar en público la zozobra de sus matrimonios o relaciones sentimentales. Y no solo eso, sino que muchos de ellos acuden sin rubor a un psicólogo.

A todos nos vendría bien hacer terapia. De hecho, la mayoría la recibimos de ese amigo o hermano que tiene unas dotes innatas para despejarnos los nubarrones mentales, para interpretar nuestras acciones y palabras en momentos turbios, para orientarnos hacia la felicidad extraviada. Pero hoy, al fin, estamos descubriendo que ese compañero o familiar tampoco merece la tortura sistemática de escuchar nuestras penas y que existen profesionales cuyos consejos serán más efectivos. Además, pagar por ese servicio nos liberará de la culpa sentida por martirizar a nuestro colega a cambio, simplemente, de invitarle a las tortitas del Vips sobre las que derramamos las lágrimas.

No tenemos por qué encarar solos los nuevos golpes de la vida, los duros crochés que empieza a asestar la existencia cuando nos acercamos a los cuarenta: amores truncados, hijos indomables, frustraciones laborales, la muerte de los padres... Tengo un amigo argentino que se gana la vida como escritor autónomo. Como es deducible, su situación económica no es ni estable ni radiante, pero cada mes su prioridad consiste en pagar el alquiler y al psicoanalista. Hace años, cuando me contó a qué destinaba sus primeros ingresos me pareció un excéntrico. Su estado mental no resultaba lo suficientemente inestable como para justificar ese gasto. Hoy, sin embargo, lo entiendo. No quiere decir que su cabeza haya empeorado ni que su cuenta bancaria haya mejorado, sino que he comprendido lo sano e incluso adictivo que resulta charlar con alguien capaz de mejorar tu vida.

Una de las recompensas de vivir en una capital grande, moderna, rica y anónima como Madrid es no solo encontrar fácilmente auxilio psicológico, ni siquiera acudir a consulta secretamente, sino todo lo contrario, poder hacerlo destapadamente, contarlo, hallar a nuestro alrededor a personas que han roto los tabúes, los recelos, que también empiezan a liberar en alto sus debilidades, sus miedos, sus llagas. Esta es, probablemente, una de las ciudades que necesiten con más urgencia un psicólogo. Psicótica, frenética, acomplejada y en perpetua búsqueda de su identidad, en esta villa hasta los pájaros visitan al psiquiatra. Por eso nos sentimos tan cómodos aquí, porque podemos hablar de nuestros problemas mientras Madrid, en realidad, no deja de contarnos los suyos.

jueves, 19 de julio de 2012

¿Cómo ser hombre hoy?

FUENTE:http://www.lavanguardia.com/opinion/temas-de-debate/20120715/54325284319/como-ser-hombre-hoy.html

En el pasado, los hombres y las mujeres tenían unos papeles asignados en la sociedad que estaban delimitados y claros. De un tiempo a esta parte, y gracias al avance del feminismo, los límites se están borrando y determinados roles pueden ser asumidos por uno u otra indistintamente. Pero mientras sobre la mujer se debate a menudo, no es así respecto del hombre.

La dignidad de ser hombre
Xavier Florensa
Director del área de Programación Neurolingüística (PNL) del Institut Gestalt de Barcelo
Los papeles y valores que nuestra cultura ha venido asignando a la mujer y al hombre ya no son válidos. ¿Cómo somos hombres hoy? ¿Cuál es el sentido de nuestra masculinidad? ¿Cuáles son los valores que han orientado y que orientan la masculinidad individual y colectiva? Muchos hombres tienen la sensación de no haber tenido un modelo masculino suficiente. El escritor y activista Robert Bly ya lo mencionaba en su libro Iron John: una nueva visión de la masculinidad hace más de veinte años. Esta sensación provoca una cierta desorientación y una difícil respuesta a la pregunta de qué es la masculinidad hoy en día.

¿Cómo aprendemos a ser hombres? Nos criamos en un entorno femenino, pero no hay un momento en el que pasamos a formar parte del mundo masculino con la ayuda de otros hombres y de nuestro propio padre. Sería distinto si los niños hicieran algún ritual, como siguen haciendo algunas tribus indígenas -naturalmente, adaptado a nuestra sociedad-, para determinar la entrada al mundo de los hombres y aprender de su forma de ser, con el consecuente compromiso de su parte de participar más intensamente en nuestra educación.

Es cierto que hasta el presente nuestros padres han estado muy ocupados en proveer a la familia y eso ha limitado el tiempo que han compartido con nosotros. Tal vez este hecho ha dificultado una parte de nuestros aprendizajes, y ahora no sabemos muy bien cómo actuar delante de situaciones dispares, con nuestros hijos, en la competencia con otros hombres, en la relación de pareja, en la toma de decisiones o delante de las pérdidas. Sólo son algunos ejemplos, aquí cada hombre puede añadir sus situaciones importantes y plantearse cómo han influido los modelos masculinos o la ausencia de ellos en su vida.

En cualquiera de esas situaciones vivimos emociones, y este es el otro gran tema que aparece en los encuentros de hombres en los que trabajamos la búsqueda de la masculinidad contemporánea de una forma experiencial. A menudo respondemos a cómo nos manejamos con las emociones con un "como podemos". Si las mostramos, podemos recibir juicios delante de los cuales no sabemos cómo responder.

No mostrar las emociones se convierte en un hábito que nos hace perder la consciencia de lo que sentimos. Cuando esto ocurre, no sabemos cuáles son nuestras necesidades y eso implica, a la larga, pagar un precio que puede ser la insatisfacción, la infelicidad u otros estados similares. Por este motivo incluimos en los encuentros trabajos con la ternura y la agresividad.

Está claro que sentimos ternura en muchas situaciones, pero nos desorientamos cuando los demás lo perciben. Parece que el aprendizaje es que los hombres no muestran eso salvo en contadas ocasiones y en muchas de ellas sólo a las mujeres. Con ellas es más fácil porque en general es de la madre de quien la hemos recibido y aprendido. Cuando mostramos y compartimos la ternura con otros hombres, sentimos cercanía, comprensión, pertenencia, una gran dosis de descanso y la prueba de lo bien que sienta mostrar emociones y desatender a los posibles juicios hechos por otro hombre, con el resultado final de sentirnos más libres y auténticos.

Cuando trabajamos con la agresividad, entendemos que es el motor que nos lleva a la fuerza, al dinamismo, a la creatividad, a la determinación, a la audacia, al atrevimiento, a poner límites... y podríamos seguir poniendo ejemplos en positivo. Es importante diferenciar esta definición de la que también viene en el diccionario y que tiene que ver con la tendencia a la violencia. Es importante hablar de agresividad porque desde pequeños escuchamos "los niños son agresivos" y sí, es cierto, pero ¿quién dice que eso sea negativo? Químicamente hablando, la testosterona, que producimos en muchísima más cantidad que las mujeres, conlleva agresividad. Entonces, aceptémoslo y mandemos mensajes positivos sobre este hecho natural y biológico a nuestros hijos.

Es interesante trabajar con estas dos emociones entre hombres: nos sentimos más libres, más claros, entendemos mejor nuestras reacciones, comprendemos que mostrar la ternura y sentir la agresividad es algo que nos libera. Dejando claro que nos reconocemos en la agresividad y no en la violencia, aunque a base de reprimir esa agresividad positiva, a veces, nos ponemos violentos.


Para mí, la masculinidad contemporánea implica mostrarse desde lo emocional, decidir qué quiero dejar como legado de mi paso por el mundo y seguir planteándome e investigando cómo quiero ser como hombre, dándome el permiso para cambiar de opinión y teniendo claro en cada momento o época de mi vida cuál es mi respuesta a cualquier input de mi entorno, y todo esto siendo fiel a mis valores.


Nuevas aportaciones

Sandra Carrau Pascual
A pesar de los progresos sociales de este siglo, aún parece difícil reconocer el concepto de masculinidad en el sentido amplio de la palabra. La visión predominante sobre la masculinidad sigue reduciéndose al papel patriarcal protector, o bien al que parece anacrónico macho dominante. Eso es una pérdida para la riqueza humana.

Hay que matizar que cuando hablamos de masculinidad nos referimos a la dimensión masculina de las personas, una dimensión que ha sido asociada tradicionalmente al papel de los hombres pero que también puede ser ejercida por mujeres. Tomemos como ejemplo el papel tradicional del padre ausente que el psicólogo James Hillman menciona en El código del alma. El padre ausente está tan pendiente –física o mentalmente– de la esfera pública que no presta atención a detalles básicos del cuidado del recién nacido. Esta actitud, asociada habitualmente al sexo masculino, es la que permite mantener conectada la familia con el exterior y contrarrestar la tendencia a concentrar la atención en la esfera interior, lo que está más asociado al sexo femenino. Como comprobamos en Innova acompañando a directivos y directivas en sus papeles, las capacidades mencionadas –ambas, igualmente necesarias– se están disociando cada vez más del sexo y son ejercidas indistintamente por hombres y por mujeres. Sin embargo, pesa todavía el inconsciente colectivo. El hombre tiene que cargar con características con las que no queremos o no podemos lidiar colectivamente. Por ejemplo, se le sigue aislando en su individualidad heroica, lo que nos permite creer –todavía– en su omnipotencia protectora, pero de este modo se le incapacita para reconocer cuándo necesita ayuda de otros.

Como decía el psicoanalista Wilfred Bion, la naturaleza humana es social. Desde que nacemos vivimos interdependientemente de otros. Aun así, sin darnos cuenta, podemos seguir esperando de los hombres una tarea imposible: que se comporten como si fuesen independientes del contexto, seguros de sí mismos en entornos ambiguos e inflexibles en sus decisiones y que innoven. Tomemos la política como ejemplo, tomemos la visión sobre papeles masculinos de poder, ¿qué político se atrevería a reconocer que no sabe cómo salir de la crisis solo, sin miedo a perder su autoridad frente a los y las votantes? Quizá este sería el inicio del reconocimiento de las capacidades de la nueva masculinidad y de la posibilidad de su contribución para generar conjuntamente nuevos modelos de relación más ricos e igualitarios.

jueves, 12 de julio de 2012

Para algunas hay un principio inamovible: los hijos son de las madres, convirtiendo así su naturaleza reproductora en ideología

Custodia partida

Joana Bonet http://www.joanabonet.com/2012/06/custodia-partida/

Desde hace años sigo con gran interés el debate acerca de la custodia compartida. Se trata de una fórmula aplicada en Francia —hace ya una década—, así como en Suecia, Noruega u Holanda, por lo que las sociedades más avanzadas se han ido amoldando a la vasta existencia de casas «de mamá» y casas «de papá», respetando un incuestionable modelo de corresponsalidad parental. En España, ahora que el PP va a promulgarla, ha sido reivindicada con la boca pequeña por grupos políticos y, con mayor vigor, por colectivos de padres y madres separados; mientras que sus detractores —varias asociaciones feministas de respetada trayectoria— mantienen el doble argumento de que «prima el interés particular de los padres» y que «se convierte en una instrumentalización contra las mujeres».
Cierto es que su aplicación podría entenderse como un «nos partimos al niño», cuando en realidad tendría que ser un «compartimos la responsabilidad». Pocos asuntos son tan vertebradores de una sociedad como la transferencia afectiva y educacional de padres a hijos. Uno de los sentimientos universales que nos habitan al perder al padre o la madre es el de una fría soledad, la de saber que te has quedado sin alguien que creía incondicionalmente en ti. En verdad, el mapa familiar condiciona, inhibe, proyecta, e influencia la construcción psicológica de un individuo casi tanto como su biología. Cabría preguntarse cuántos niños felices ven quebrarse su cristal de colores cuando sus padres se separan. Y los utilizan. Acaso no parece tan frontal como lo acabo de escribir, porque el arte de la manipulación es soterrado y psicótico, capaz de autoengañarse y usar al hijo para que acabe siendo más de uno que de otro. De una, en el 90% de los casos.

Las mujeres venimos reclamando desde el pleistoceno que el hombre se corresponsabilice de la educación y de la vida diaria de sus hijos. Para algunas, no obstante, hay un principio inamovible: los hijos son de las madres, convirtiendo así su naturaleza reproductora en ideología. Una lógica que olvida que el techo de cristal nunca se quebrará si los padres no ejercen tanto sus deberes como sus derechos.

De la misma forma que se firman acuerdos matrimoniales, debería existir un compromiso de responsabilidad personal cuando dos deciden tener un hijo. El amor a veces se desvanece, pero la necesidad de acompañar, proteger y querer a un hijo es para siempre, a cuatro manos. Porque una sociedad no será madura hasta el día en que puedan diferenciarse los asuntos afectivos (y a veces dolorosos) en una pareja de su compromiso irrenunciable, vital, arduo, hermoso, como padres. Ese es el contrato no escrito que nunca debería romperse.

Los antifrágiles: blindados al sufrimiento, menos sentimentales, escépticos



Joana Bonet
LA VANGUARDIA 9 de julio de 2012


Hay una constante en los lugares que decidió pintar Edward Hopper: la provisionalidad. También la vida que pasa de lado. En el Museo Thyssen, estos días la gente se amontona frente a sus raíles, que tienden hacia el infinito y producen tanta paz como desasosiego al plasmar cuán inalcanzable es el mundo. Pasa lo mismo con las habitaciones de hotel donde la claridad de la ventana neutraliza el olor a cerrado. No hay reconstrucción literal de la realidad en sus cuadros, sino recuerdo. Como si arrastrara hasta el lienzo edificios abandonados, moteles de carretera y estaciones de tren: los no-lugares de su tiempo que ejercen de cinta aislante.


Escucho a dos mujeres preguntarse qué le preocupa al autor, esa sensación angustiosa entre la incomunicación y la parálisis, dicen, y me interrogo acerca de la tan glosada soledad de sus personajes. ¿Por qué nos fascina tanto Hopper? ¿Por qué sus cuadros han ilustrado tantas portadas de libros? Aparte de su halo cinematográfico, nos atrapa la impasibilidad con la que sus protagonistas se acomodan a una vida sin certidumbres. Y a pesar de su aparente vulnerabilidad, se muestran antifrágiles, pues esperan sin esperar, miran sin ver, puede que incluso amen sin sentir. Tienen algo de indoloros. E incluso en la evocadora visión de una barca sobre azules merodea la sombra de un miedo latente que en cualquier momento puede estallar y partir la realidad en mil pedazos. «Por qué elijo determinados temas y no otros es algo que no sé, a menos que sea porque los percibo como el mejor medio para sintetizar mi experiencia interior», leo en sus escritos, recién publicados por Elba. Hopper alude siempre a la expresión de su subconsciente, a su mundo interior, más que a un proceso intelectual.


Vivimos hoy unos tiempos en los que se rehabilita la expresión «vida interior», tan asociada a la espiritualidad. Porque anida en ella el recogimiento y la identificación de emociones que a menudo escurren el bulto si no se diseccionan. A mi alrededor, la gente cuenta que practica la meditación, el bikram yoga, el jogging o el surf. Buscan desconectar del mundo para conectarse con ellos mismos. Escapar para aumentar su capacidad de resistencia. Acerados, más blindados al sufrimiento, acaso menos sentimentales, los antifrágiles serán los que mejor se adapten a los nuevos tiempos, asegura Nassim Taleb en el prólogo de su nuevo libro, Antifragile. Porque está cuajando una nueva sensibilidad, menos asertiva y más escéptica, decidida, fuerte y atractiva, que no sólo supera los golpes, sino que mejora con ellos. Y que apuesta por una visión de la vida como la obra de arte que ya adelantó Hopper hace casi un siglo.