martes, 29 de noviembre de 2011

"¡No nos gusta el hombre blandengue!" "La peor enemiga de una mujer es otra mujer"

Zulma Reyo, pedagoga de la feminidad
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
25/11/2011 - 00:00

Foto: Laura Guerrero

"La mujer interior"

Tengo 68 años. Nací en Nueva York y vivo en Palma. Soy filóloga y educadora, y me dedico a fomentar la feminidad, la mujer interior. Estoy divorciada y tengo un hijo, Max (42). ¿Política? ¡Ética! ¿Creencias? Jesús como maestro. Pobres hombres: os exigís tanto.

Le adivino una vida intensa y movidita, un infatigable viaje hacia sí misma. Ha vivido en Brasil, India y otros dispares lugares, y se dedica desde hace años a guiar a mujeres más allá de su máscara social, hacia la esencia de lo femenino: las ayuda a expresar a su mujer interior (zulma@zulmareyo.com), hoy asfixiada por la hegemonía de valores masculinos. Lo explica en su libro La mujer interior (Luciérnaga), que atiende a la feminidad honda y genuina, que Zulma Reyo desvincula del feminismo. No sé si he acabado de entender este galimatías, pero ella me tranquiliza: mujeres y hombres somos tan distintos que quizá no podamos comunicarnos más que de un solo modo: en el amor.

Qué es la mujer interior?
La encarnación de los principios de la feminidad. Las mujeres la llevamos dentro, pero solemos amordazarla.

¿Por qué hacen eso?
Porque hemos creído que debíamos emular los valores de la masculinidad: la agresividad, la jerarquía, la competitividad... Así es la mujer exterior actual.

¿La mujer interior no es competitiva?
La mujer interior es cooperativa, solidaria. ¡Deberíamos aprender a desplegarla!

Mientras, ¿qué hace la mujer exterior?
Ser enemiga de la mujer. El peor enemigo de una mujer es otra mujer.

¿En qué sentido?
¡Ay, si pudieras leer las mentes de un grupo de mujeres reunidas! ¡Te asustarías! "Vaya peinado se ha hecho esta". "Qué horror de vestido". "Está gorda, o flaca, o fea, o demasiado maquillada, o demasiado poco...".

¿Sí?
Las mujeres ven como rivales a las demás mujeres, son celosas, competitivas, se zancadillean. ¡Valores copiados del hombre! Y esto tiene que cambiar, va a cambiar, ¡lo noto!

¿Y qué pasará entonces?
Se abrirá paso la mujer interior, la esencia femenina, su modo de percibir el mundo.

¿Cómo ve el mundo lo femenino?
Somos receptáculo, cáliz, vaso, somos hueco, un vacío: absorbemos el entorno de modo transverbal, recibimos todo, abrazamos los opuestos, lo procesamos y captamos todo. ¡Las mujeres somos brujas!

No malinterpretaré esto último.
El modo femenino de percibir el mundo es redondo. "Complicado", dirá el hombre...

¿Hombre y mujer ven el mundo de modo tan diferente?
¡Somos diferentes! Este mundo en que vivimos es sobre todo obra de lo masculino, creación masculina. Le falta feminidad.

¿Y en qué consiste lo masculino?
En hacer un mecano, en construir el puzle del mundo. En medirlo todo cuantitativamente, con dinero... Ve a la mujer como propiedad, posesión explotable, objeto sexual...

Discúlpeme, no siempre es así...
Del mismo modo digo que muchas mujeres utilizan su sexo... para conseguir cosas. La mujer no ha aceptado su vacío como un modo de estar, lo siente como carencia, e intenta llenarlo con cosas, con entregas, regalos: "¡Dime que me quieres!", reclama ella.

¿Es un error?
Sí. Una mujer sola se siente fracasada, desgraciada. "No soy nada", cree. Y son otras mujeres las más criticonas con ella. ¡Basta!

Ya: la mujer completa tiene a su maridito, sus hijos, su piso, sus cosas...
Y su hombre-felpudo, al que manipula. ¡Pobrecitos hombres! Tengo que compadecerlos: se topan con mujeres que usan el sexo para sentirse queridas. Y que, claro, nunca nunca se sentirán lo bastante queridas...

¿Por qué no?
Porque es imposible: nunca un hombre será capaz de satisfacer en una mujer esa insaciable necesidad de correspondencia.

¡Es bueno saberlo!
La mujer interior, en cambio, se sabe madre de toda la creación, mira a todos como hijos... y no necesita más.

¿Cómo restaurar a la mujer interior?
Mediante grupos de mujeres que dejen de rivalizar y practiquen el apoyo mutuo.

¿Y qué hay de la vida sexual?
Que aprenda a vivirla con conciencia, no como medio de conseguir cosas, llenar vacíos, encubrir razones ocultas, ¡o se hará daño!

Y la sexualidad del hombre, ¿qué?
El hombre crece obseso con sus genitales, hace de su genitalidad una identidad. Pobrecitos, os compadezco: ¡os exigís tanto!

Ya.
Ahora culmina un ciclo histórico masculino y se abre otro más femenino. La mujer debe entender su vacío como apertura para acogerlo todo, ¡incluido al hombre! Ella genera el espacio. Y el hombre debe honrarlo. Pero ahí el hombre debe estar atento a algo...

¿A qué?
A honrar a la mujer ¡sin reblandecerse por ello más de la cuenta! A la mujer, a la esencia femenina, le atrae el hombre resuelto, líder. ¡No nos gusta el hombre blandengue!

A ver, aclarémoslo: ¿la mujer quiere un hombre respetuoso, dominador o qué?
Un hombre masculino y sexual, pero sin que la use ni le mande. No guerra de sexos: ¡respeto a las polaridades! Que ella acoja, que él haga, y que ninguno aplaste al otro.

Ya veo: un lío.
Al hombre le cuesta concebir el vacío de la mujer. Y la mujer no debe querer ser máquina masculina. Total: que la mujer deje de manipular, que el hombre deje de explotar.

Si pudiese ser hombre, ¿cómo sería?
¡Siempre he estado encantada de ser mujer! Es que ser hombre es duro...

Yo, hombre, ¿tengo mujer interior?
No, no. Porque ni la suavidad es específicamente femenina, ni la fuerza es específicamente masculina.

¿Qué no debería decirle jamás un hombre a una mujer?
"No entiendes, no sabes qué dices, no digas tontadas, no tiene sentido".

¿Qué no debería decirle jamás una mujer a un hombre?
"Algo te pasa, cuéntame cómo te sientes".

¿Cómo pueden llegar a entenderse un hombre y una mujer?
¡Es imposible! Pero... hay que intentarlo. Puede conseguirse en el amor, cuando un hombre y una mujer se funden, son unidad.

"Son los roles y no el género lo que define a los hombres"

Rawelyn Connell (antes Robert William Connell), experta en masculinidad

LA VANGUARDIA LA CONTRA 16/11/2011

Foto: Mané Espinosa

Orlando

67 años. Nací en Sydney (Australia), donde soy profesora universitaria y miembro de la Academia Australiana de Ciencias Sociales. Soy viuda y tengo una hija (27). La política se ha centrado tanto en la eficiencia y el mercado que ha perdido su conexión con la realidad de la gente.

En su tierra ha sido galardonada por la Asociación Australiana de Sociología "por sus distinguidos servicios a la sociología en Australia" , y fuera de ella ha recibido el premio de la Asociación Americana de Sociología por sus contribuciones a los estudios sobre sexo y género. Sus investigaciones sobre masculinidad han dado paso a la creación de esta nueva área de investigación. Como Orlando, de Virginia Woolf, ha vivido parte de su vida como hombre y parte como mujer, quizá esa singularidad sea lo que le ha permitido entender tan bien que por encima de la biología lo que determina el género son las estructuras sociales. Ha participado en el Congrés Iberoamericà Masculinitats i Equitat.

Hábleme de cuando era Robert William...
Fui criada como chico, pero siempre supe que eso no era lo correcto.

¿Fue feliz de niño?
Sí, pero con dudas de cuál era mi lugar en el mundo. Crecí, traté de hacer mi vida como hombre, me enamoré.

¿De un hombre o de una mujer?
De una mujer. Fuimos pareja durante 21 años, hasta que murió de cáncer. Entonces fui padre soltero de una niña de 12 años, y sobreviví a su adolescencia. Ahora tenemos muy buena relación, y me apoyó cuando decidí hacer la transición de hombre a mujer. Entonces ella tenía 20 años, pero era algo que yo había considerado mucho antes.

¿Y se lo comentaba a su mujer?
Sí, y me apoyó. Creo que le debo mi vida porque muchas mujeres transexuales no sobreviven: hay una alta tasa de suicidios.

¿No le importaba que su marido se convirtiera en mujer?
Yo siempre fui quien fui, siempre me sentí mujer. El cambio en sí consiste en lograr eliminar el desfase que hay entre el cuerpo y lo que sientes.

Resulta difícil de entender.
Lo que importa es como uno logra manejar esa contradicción entre cuerpo y género, y yo conseguí desarrollar una vida como padre, maestra...

¿Como maestra o como maestro?
En inglés no hay distinción, de todas formas es algo que importa dependiendo de cómo te ve la gente, y a mí mayormente me veían como hombre, pero no como un hombre tradicional.

Decidió operarse. ¿Cómo se vive esa transición?
No es fácil, es un proceso imperfecto, no se pueden crear órganos que no existen, así que hay que ser realista con las expectativas y las consecuencias.

¿Y siendo profesor universitario?
Fue como reconocer algo que era evidente para mí desde hacía mucho, pero que no lo era para otra gente, lo que tiene sus complicaciones porque además uno de mis campos de investigación es el género, y la gente reacciona de manera muy distinta a textos que entienden que han sido escritos por un hombre o por una mujer.

Usted, que socialmente ha sido hombre y ha sido mujer, ¿qué diferencias esenciales ha encontrado?
Tuve acceso a ciertos privilegios que tienen los hombres en términos de carrera profesional y autoridad social, pero siempre en peligro por ser un tipo raro de hombre.

¡Pero está considerada una de las más importantes científicas sociales!
El trabajo de los australianos no circula fácilmente en Europa o en Norteamérica, y cuando lo hace es de una manera medio anónima porque el autor está muy lejos.

¿Qué ha descubierto sobre la masculinidad?
Fui una de las primeras personas en hacer trabajo empírico sobre la masculinidad, entrevisté a varones de distintas clases sociales, intelectuales, empresarios, activistas...

¿Y qué tenían en común?
Casi nada, no hay una psicología común, pero los hombres son colocados en determinadas expectativas: llevar el pan a casa, ser los jefes de familia, en tiempos de guerra ser los responsables de la lucha... Y las cumplan o no, todos tienen una relación con esos patrones. Las obligaciones que se dan a los hombres los definen.

Entonces, ¿qué es la masculinidad?
El género es la manera en que la sociedad maneja las diferencias sexuales, pero sabemos, hay gran cantidad de investigación que lo demuestra, que no existen diferencias psicológicas significativas entre géneros. Los libros del tipo Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus están totalmente errados.

Los científicos dicen que nuestros cerebros, su química, nos diferencian.
Precisamente esa es mi contribución a la sociología, demostrar que nuestro destino como seres humanos no está determinado por la química cerebral ni por nuestros órganos reproductivos, sino por las estructuras sociales, y es ahí donde empiezan los problemas entre hombres y mujeres.

¿A qué se refiere?
Las estructuras sociales son las que permiten el abuso, la falta de respeto entre géneros, la violencia. Pero se puede cambiar: los problemas sociales son sociales, no biológicos.

Si fuéramos iguales, no se habrían impuesto unos sobre otros.
Excepto por el ejercicio de poder social. Lo que yo me pregunto es cómo hemos llegado a tener instituciones tan desiguales en la historia y cómo podemos cambiarlas.

¿Y?
Los niveles de desigualdad cambian a través del tiempo, así que no hay un patrón fijo a través de la historia, y eso me da cierto optimismo. El camino para acabar con las desigualdades es la igualdad económica.

¿Lo más importante que le ha pasado?
Tener una hija, y también lo más difícil, ja, ja... es broma. Lo más difícil fue sobrevivir a la muerte de mi esposa.

Parece que la suya ha sido una relación muy especial. ¿Qué es lo esencial?
La paciencia, un deseo de querer seguir intentándolo cuando hay dificultades, respeto por el otro, y tener propósitos comunes, hacer cosas juntos.

Deme un hombre

ELVIRA LINDO EL PAÍS 20/11/2011

Por soñar, que no quede.

Quiero uno que no pierda jamás la cara de niño; con músculos de hombre, no con brazacos de pollo hormonado

Solo hay un hombre sobre la tierra que dé cabida a todos los hombres posibles: Leonardo DiCaprio

Imagino, por ejemplo, que estoy ante un honrado vendedor de hombres a la medida. Uno de aquellos magníficos dependientes orgullosos de serlo que lucían una cinta de metro a modo de guirnalda sobre la solapa del traje. Imagino, por ejemplo, que le digo, "deme un hombre que no pierda jamás la cara de niño; deme un hombre con músculos de hombre, no con esos brazacos de pollo hormonado que les salen en los gimnasios; deme un hombre que sepa guiñar el ojo; deme un hombre que ante una escena conmovedora se desarme y sepa expresar melancolía sin mover un músculo; deme un hombre con ojos de niño y cuerpo de hombre; deme un hombre con un poco de barriga, siempre es más acogedor abrazarse a una barriga que a una tableta de chocolate; deme un hombre que de la bondad pase a tener cara de asesino, como si fuera una versión moderna de James Cagney; deme un hombre que a veces parezca guapo y otras tosco, a veces muy listo y otras algo bobo; deme un hombre que tenga cara de bueno y alma de estafador; que sea un infeliz, un advenedizo, como el gran Gatsby; deme el típico hombre chuleta, de los que se rallan enseguida; deme un hombre al que le sienten bien los uniformes, que cuando se vista un uniforme de piloto de la Pan Am parezca un piloto de la Pan Am; deme un hombre que de pronto se rompa y llore con lágrimas verdaderas; deme un hombre al que nadie ha querido, alguien que lleve la cara de perdedor desde la línea de salida; deme un hombre con cara de pillo; deme un hombre sin época, con cara de ladrón urbano del XIX, de muerto de hambre de principios del siglo XX, de hombre elegante de los años veinte, de millonario insensato de los treinta, de contrabandista de diamantes en Sierra Leona, de chico maltratado por su padrastro o de marido suburbial de los cincuenta; deme un hombre que, aun siendo todavía un muchacho, sea capaz de estar a la altura de una jaca como Kate Winslet; deme un hombre capaz de echar un polvo en la cocina con Kate Winslett sin quedarse menguado entre las extremidades inferiores de tan tremenda señora; deme un hombre que aun rodeado de Meryl Streep y Diane Keaton no solo no sea eclipsado sino que brille; deme un hombre que aunque tenga una discapacidad mental no vea disminuido su atractivo; deme un hombre que cuando se deje el pelo largo parezca una niña y, cuando luzca el pelo corto, un terneraco; deme, en resumen, un hombre que contenga en sí mismo a todos los hombres que en el planeta tierra hayan existido desde el primer homo sapiens, del más primitivo al más sofisticado. Deme, ya sé que es mucho pedir, al hombre". Por soñar, que no quede. Después de haber escuchado con atención mi requerimiento, el vendedor de hombres a la medida, se pasa la mano por el mentón, se sume en un silencio que se masca, y con la profesionalidad de aquellos antiguos dependientes orgullosos de serlo que gustaban de rastrear en los rincones más secretos de la trastienda para satisfacer las necesidades de una clienta caprichosa, dice de pronto: "Solo hay un hombre sobre la tierra que dé cabida a todos los hombres posibles, Leonardo DiCaprio. No lo tengo en stock, pero se lo pido ahora mismo. Le advierto, eso sí, que tardará un poco más que otras estrellas de la interpretación, dado que DiCaprio es un hombre comprometido con el medio ambiente y ha descartado utilizar jet privado, vendría en un vuelo regular". No me importa, no me importa esperar. Le he esperado desde que interpretara al tontorrón de Jack Dawson en Titanic. Le espero con impaciencia desde que lo viera en Atrápame si puedes. Lo acabo de ver interpretando al siniestro Edgar Hoover, el implacable director del FBI obsesionado con los comunistas y con los detalles sexuales ajenos. Solo DiCaprio puede protagonizar una escena en la que Hoover, el reprimido, se engancha en una pelea de machos con el que fuera su colaborador, Clyde Tonson, y acaba besándole con los labios llenos de sangre. Solo él puede interpretar una escena en la que Hoover, el siniestro, se viste con las ropas de su madre que acaba de morir. Solo él puede hacerlo y que el espectador en vez de estallar en carcajadas contenga la respiración. No es esta película de Clint Eastwood un catálogo de todas las víctimas a las que este sórdido personaje arruinó la vida, es un retrato del individuo, desde su juventud hasta una vejez que requirió cinco horas de maquillaje sobre la cara del actor. Los kilos en la barriga, por cierto, no son de látex sino producto de su afición a las cup cakes de chocolate. Para ser Hoover pasó horas escuchando discursos del personaje. Para poner la voz en off que recorre la película imitó la manera en que William Holden lo hizo en Sunset Boulevard, con la intención de que la narración tuviera un toque retro, aquel tono seco y firme que los actores de entonces adoptaban cuando debían servir como hilo conductor de una historia. Habrá a quien le parezca que la película humaniza en exceso al personaje. Yo también tengo mis dudas. Las mismas que tendré cuando vea a Meryl Streep otorgándole una gracia a la Thatcher de la que esta carecía. Y como el paquete con DiCaprio, obviamente, no ha de llegar, iré a verle pronto haciendo de Sinatra o haciendo de Gatsby. Eso sí, por soñar, que no quede. -

Siri Hustvedt: "El deseo puede romper una pareja feliz en un instante"

La escritora estadounidense, Siri Hustvedt, publica su nueva novela 'El verano sin hombres'

POR XAVI AYÉN - La Vanguardia 16/11/11 


Ella tiene 55 años y es poetisa. Lleva tres decenios junto a su marido, científico en la sesentena. Un día, él llega a casa y le dice: "Cariño, necesito una pausa en nuestra relación". Ella aclara: "La Pausa tiene treinta años y es francesa". Al poco, a ella la encierran en un manicomio. La nueva novela de la norteamericana Siri Hustvedt (Northfield, 1955), El verano sin hombres (Anagrama/Empúries), es la historia de cómo Mia –así se llama la protagonista– afronta la pausa: su enloquecimiento, el proceso de recuperación, la construcción de un relato que la sane, el contacto con otras mujeres... Las malas lenguas han puesto énfasis en los rasgos comunes de Mia con la propia Hustvedt y de Boris, el marido, con Paul Auster, pareja de la escritora desde el año 1981.

Esta novela puede leerse como una continuación, en cierto sentido, de su ensayo "La mujer temblorosa", ¿no cree?
En cierto sentido. Aquello era un ensayo autobiográfico sobre mis crisis nerviosas, y en esta novela introduzco bromas sobre neurología, pero el libro es diferente.

¿Cuál fue su idea inicial?
Acabé Elegía para un americano, mi cuarta novela, y me dije que todo lo que hiciera desde entonces sería desde el punto de vista de una mujer. Había escrito tanto desde la mirada masculina... Descubrir la voz femenina ha sido interesante, hacer que llevaran ellas la voz cantante, que fueran las narradoras, y en este caso como si fuera una película de George Cukor, me gustaba la idea de mezclarlo con referentes cinematográficos de los directores que adoro. Quería sentido del humor, mujeres... una especie de comedia feminista.

Con final feliz incluido, en el sentido más clásico...
Sí, pero yo ironizo. Mia sabe que la clave de las buenas comedias es que acaban justo en el punto exacto de la historia para que sea todo una comedia, y ahí acaba ella la suya, con un fundido en negro. Pero, en el fondo, ella es lista y también sabe que nada vuelve a ser nunca lo mismo. Es un libro también sobre las diferencias, no solo las sexuales sino todo aquello que nos hace diferentes, como la edad. Me baso en los estudios contemporáneos sobre biología. Hay ironía, pero a la vez tratamiento serio, profundo, de las cuestiones.

Es como una novela francesa, porque intelectualiza mucho las situaciones, teoriza sobre todo...
Lo que sustenta una comedia es la distancia: explicar algo desde fuera y mostrar que, visto así, el mayor drama es, en el fondo, ridículo. Muestro cómo ella se salva, esos mecanismos de supervivencia basados en el continuo movimiento de la imaginación, ella va a construir un relato digerible sobre lo que le ha sucedido. La novela es sobre el valor y el poder de la imaginación.

Para ello, Mia utiliza tanto la poesía como la ciencia...
Ambas nos son útiles, ¿verdad? Yo leí a mis tres escritores favoritos, Coetzee, DeLillo y Auster, para ayudarme a describir esa sensación depresiva que tienen algunos de sus personajes, pero sobre todo he leído mucha neurobiología. Y la historia de la ciencia es muchas veces absurda: cómo buscaban partes del cerebro femenino que no existían, cómo demostraban que las hembras no tenían orgasmos, todo el hilarante debate sobre el clítoris... Los doctores han dicho cosas horribles, ridículas, que citándolas tal cual ya son subversivas.

¿Quién es esa Frances Cohen a quien usted dedica el libro?
Mi psicoanalista.

Vaya... ¿Qué opina del libro?
Le ha encantado.

Ese es tal vez uno de los mayores miedos de muchas mujeres en la mediana edad: que su pareja les deje por una chica joven. ¿Ha recibido respuesta de lectoras que se identificaban?
¡Enorme! Mucha gente. Yo no trato del deterioro de una relación de pareja, esto es algo diferente. Es una pareja que lleva mucho tiempo junta, y todo va bien entre ellos, no tienen problemas pero, una mañana, él decide irse con otra. Lo sorprendente es la cantidad de gente que ha venido a contarme historias reales que son exactamente lo mismo... incluso amigos y conocidos que me han dado grandes sorpresas... Lo que me fascina de todas estas historiaa es que no había ninguna señal de alarma. Una mujer que estaba haciendo la mudanza con su marido, se iban a una casa más grande, y que, tras empaquetar todas sus cosas, con el camión ya lleno, echan un último vistazo a su casa antigua y el marido le dice: "No voy a ir contigo". ¡Ella no se lo podía creer! De eso va mi libro: la caída repentina en el pozo, sin que medie un proceso, es algo chocante y que sucede muchísisimo.

Usted muestra esa marcha pero también cómo, en una relación de largo recorrido, puede alcanzarse una conexión profunda entre dos personas.
¡Esa es la cuestión! Mia está enfadada pero a la vez comprende el enorme poder del deseo sexual, y el libro es sobre eso. A ella la encierran en un manicomio, y se pone a escribir un diario de todos sus encuentros sexuales antes de Boris, convirtiendo su propia experiencia en un relato pornográfico, lo que le ayuda a tomar distancia de sí misma.

Es un hallazgo llamar a la francesa la Pausa... Además, en el fondo, él tenía razón: ¡era solo una pausa! Lo que al principio parece una ironía o una mala excusa se revela como la verdad...
A ella no quería ni nombrarla. Supongo que tiene padre y madre pero no me importa. Este libro entero es una pausa. Ha sido mi pausa. La pausa es la chica. El verano es siempre una pausa, Mia también se toma su pausa. Toda la novela se organiza como una pausa entre una realidad y otra.

Podría haber sido un sueño...
En las películas a veces es un sueño...

Mia tiene relación con dos grupos de mujeres: las dinámicas ancianas amigas de su madre, y las adolescentes a las que enseña poesía. Es muy simbólico: como una reunión de todas las mujeres del mundo, con ella en medio.
Sí, a mí me encanta la chica pequeña, Flora. No aparece ningún hombre, ninguno. Solo Simon, el niño, pero no habla.

¿Se lo ha pasado bien escribiendo esto?
Me he divertido mucho. Cuando mi marido volvía a casa, me encontraba escribiendo y riéndome sola en el despacho.

¿Quién ha hecho los dibujos del libro?
Los he hecho yo, es la primera vez que ilustro un libro. Marcan, puntúan los estados emocionales de la novela. Hay una chica con una caja, al principio ella está encerrada dentro, llorando, luego sale...

¿Quién es Stefan?
El hermano de Boris, que se suicida. Es la peor historia del libro. Muestra todo el peso que carga él en su espalda. Es la explicación de por qué Boris es un hombre emotivamente tan cerrado. Esa muerte horrible, en términos de la historia, me sirve, si no para crear empatía, para explicar psicológicamente la oscuridad de Boris.

Por eso es un libro sin hombres pero que, en el fondo, les comprende...
Eso mismo creo. Ellos dos tienen espíritu de comunión, quieren estar juntos. Pero dibujo unas psicologías complejas.

Con este argumento, tenía el peligro de caer en el sentimentalismo, pero no es su estilo...
Lo importante es que todo lo que sucede es muy ordinario, el material es terriblemente vulgar, pero no el libro, la manera en que todo este material se procesa. Eso es lo interesante, es un libro sobre el juego, sobre cómo jugamos en la vida, ordenando las cosas, dándoles magia e insuflando imaginación en la banalidad. Y funciona.

¿En qué trabaja ahora?
En otra novela, que se llama Monstruos en casa.

No parece divertido...
No lo es. Hay mucha gente que va a contar la historia, hombres y mujeres, cada vez sale una nueva voz, es una polifonía. Me obliga a escribir de formas muy diferentes.

No le he preguntado por la parte de hechos reales que hay en el libro, porque he leído en The Guardian que deja usted de reirse cuando se lo sacan a colación.
¿Le preguntaría eso a un hombre? Si lo hubiera escrito Paul Auster, ¿le preguntaría si le ha sucedido a él?

No, no, pero tampoco se lo he preguntado a usted.
Usted no. Pero tengo la sensación de que si lo escribe una mujer la gente imagina que es algo que le ha sucedido, y si lo cuenta un hombre forma parte de su talento imaginativo como escritor. Yo también tengo mucha imaginación. Si me lo preguntara, de todos modos, ¿sabe qué le respondería?

¿Qué?
Que todos los escritores trabajamos con material autobiográfica, y la magia de la ficción es que eso se presenta de un modo en que ya no importa qué es lo que proviene de la vida real y lo que no. Le respondería que la pregunta muestra que la imaginación se ha vuelto algo problemático, el tema de las historias reales es un gran debate que tenemos en EE.UU. Parece que los libros valen según si es cierto lo que cuentan. Conozco a un editor que, en una novela sobre una mujer violada, hacía notar que la autora realmente fue violada y que estaba dispuesta a hablar de la violación real con los medios de comunicación, como si eso hiciera el libro más auténtico.


Como esas películas que dicen "basado en hechos reales" porque es más comercial...
¿Tienen ustedes programas de telerrealidad en España?

Sí, por desgracia.
Pues la paradoja es que esos supuestamente programas reales son mucho menos auténticos que las historias de las buenas novelas.


¿De dónde vienen las historias?
Esa es una buena pregunta, vienen de todas partes, de alguien a quien le ha sucedido, de alguien que se las ha imaginado...

Pero el personaje de Daisy, la actriz hija de Mia, sí está basado en su hija Sophie...
Sí, ese sí. Es la nueva generacion de mujeres, más desacomplejadas, mucho más libres. Compárela con Abigail, la anciana, que simboliza la prisión en que han estado muchas mujeres y que ella elude de un modo artístico tejiendo mensajes ocultos en sus bordados... También es una artista, alguien que imagina.

domingo, 17 de abril de 2011

Violencia en la pareja

Fernando J. García Selgas y Elena Casado Aparicio



Fuente: http://www.pensamientocritico.org/fergar0411.htm

(De las conclusiones del libro Violencia en la pareja: género y vínculo, de Fernando J. García Selgas y Elena Casado Aparicio ; Talasa Ediciones, Madrid, 2010, 280 páginas, 30 euros).

            La violencia en la pareja, que durante siglos había sido una cuestión estrictamente personal o familiar (y, a veces, un tema penal), se ha ido convirtiendo en un problema social y público, objeto de debate, de legislación específica e incluso de ajuste en los contenidos educativos, hasta el punto de constituir un problema alarmante. Éste ha sido para nosotros el punto de partida para su estudio; por ello, conviene recordar las principales transformaciones sociales generales que han conducido a tal escándalo:

            · El específico y no tan lejano proceso de democratización de nuestro país, que ha delimitado nuestras actitudes y valores, ha hecho pensar que, por ejemplo, donde hay democracia, orden y no digamos amor, no debe haber conflicto ni puede aparecer el mínimo atisbo de violencia, con lo que incrementa la sensación de escándalo ante estos episodios.

            · Las nuevas formas y significaciones de la violencia en los países desarrollados, como la sensibilidad ante violencias de rango menor (actos incívicos, por ejemplo) o la relevancia dada a las víctimas, también han condicionado el modo de afrontar el problema.

            · El acelerado proceso de cuestionamiento y fluidificación, no sólo del orden tradicional sino también de su versión moderna (el patriarcado de la familia nuclear moderna), ha alterado de manera importante las identidades y las instituciones ligadas a la vida de pareja.

            · La constitución de los medios de comunicación como conformadores centrales de la realidad social y, sobre todo, de su percepción hace que lo que en ellos aparece es lo que existe socialmente, como ha ocurrido con la violencia en la pareja, que opera hoy como metonimia de la violencia de género en general.

            Como consecuencia de todo ello, la vieja y muchas veces oculta violencia de gé­nero, especialmente la que ejerce el varón sobre su pareja o expareja, se ha renovado haciéndose bien presente, urgente y próxima, hasta convertirse en una especie de nudo gordiano de la complejidad de la vida contemporánea. Por eso nos hemos centrado en esa forma de violencia de género en parejas heterosexuales. Pero ello no nos ha llevado a ampliar el coro de las denuncias morales ni a proponer protocolos de intervención, aunque no por ello hayamos dejado de intentar ayudar a paliar el problema, pero más bien como efecto derivado de nuestro objetivo principal, que no ha sido otro que es­tudiar qué ingredientes, procesos y mecanismos alimentan actualmente en España la violencia que ejercen los varones sobre mujeres que son o han sido sus parejas. En definitiva, hemos trasformado un problema social en una cuestión sociológica, para lo cual, además de considerar los datos, hemos revisado críticamente los discursos y las explicaciones más extendidas y nos hemos apoyado en las investigaciones empíricas de naturaleza más bien cualitativa que hemos venido realizando en los últimos años.

            Como problema social, la violencia de género nos ha mostrado desde el principio su sorprendente capacidad para cambiar en las formas en que se produce y en los modos en que se interpreta a lo largo de la historia. De ahí que hayamos tenido que empezar recordando algunas de las peculiaridades de su emergencia en la sociedad española contemporánea; por ejemplo, que su carácter escandaloso no se debe tanto a su cuantía, o al menos no sólo, como a las resonancias y a las ramificaciones que tiene en nuestras vidas, en las vidas de todas y todos.

            Los principales discursos vertidos sobre este tipo de violencia, normalmente para denunciarla y combatirla, han ayudado a hacerla visible y a mostrar algunas de esas ramificaciones; pero a menudo lo han hecho a costa de asentar unos tópicos (patriar­cado, igualdad, primacía de la razón o progreso) que la presentan inequívocamente como una lacra del pasado y dificultan ver la especificidad tanto de la situación actual como del vínculo afectivo en que se gesta. De aquí la necesidad de, sin perder de vista la complejidad intrínseca del problema, convertirlo en una cuestión sociológica, esto es, situarlo en una tradición científica que acentúa la constitución relacional de los fenómenos (las relaciones de género y de pareja, en este caso) y en una trama temática que recoge procesos y dinámicas sociales directamente implicados en el despliegue del maltrato en la pareja y característicos de nuestra realidad contemporánea. En concreto, cuatro han sido los hilos de esa trama sociológica que hemos seguido y que nos ha permitido hacer las siguientes constataciones:

· La revisión del despliegue y gestión de la violencia en la modernidad nos ha mos­trado la continuidad que se da entre muy distintas formas de violencia, la insuficiencia de las teorías clásicas (reacción a la frustración, instrumento de control, socialización autoritaria), la utilidad de distinguir entre violencia y conflicto y, sobre todo, las complejas y variables relaciones existentes entre violencia, producción de sentido y constitución de subjetividades contemporáneas.

            · Las transformaciones o transiciones habidas en la familia, que comenzaron diversifi­cando el modelo de familia extendida, han cuestionado la centralidad del modelo nuclear e incluso del matrimonio mismo, y han terminado por hacer de la familia, o más bien del hogar, una institución social polimorfa e inestable que, sin embargo, sigue cumpliendo muchas funciones, especialmente en países como el nuestro.

            · Evidentemente, tales transformaciones afectan a las relaciones de pareja, pero los cambios más radicales en éstas han sido sobre todo efecto del feminismo, de la revo­lución sexual y del paso a una sociedad postindustrial, que han generado tendencias contradictorias hacia la entronización del amor romántico y, a la vez, hacia el predo­minio de la “pareja asociación”, regida principalmente por intereses individuales que además son y se experimentan más cambiantes. Como consecuencia de todo ello se ha ido extendiendo, especialmente en el ámbito de los valores, un igualitarismo que contraviene al patriarcado, complica la natalidad, disocia sexualidad de reproducción y cuestiona la autorreferencialidad de la sexualidad masculina tradicional.

            · Por último, la emergencia de las mujeres como sujeto histórico no sólo ha traí­do el cuestionamiento del poder patriarcal y el despliegue de uno de los principales movimientos sociales de los últimos decenios, sino que también ha puesto en duda dicotomías fundacionales de nuestro pensamiento (cultura/naturaleza; razón/emoción) y ha subrayado la necesidad de implementar la categoría de género para hacer visible la institucionalización y encarnación de una serie de diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres.

            Estos cuatro procesos han dibujado unas condiciones históricas específicas para el despliegue de los malos tratos en la España contemporánea: aparecen en medio, y no en un margen, de una sociedad cada vez más contraria, al menos en abstracto, a cualquier uso de la violencia que no esté controlada (por el Estado principalmente); el modelo de la familia nuclear ha dejado de ser exclusivo, en un desplazamiento ambi­valente que habilita nuevas formas de familia y de pareja, a la vez que retiene viejas exigencias y expectativas de manera desigual en hombres y mujeres; la vida en pareja se encuentra atravesada por tendencias contradictorias (asociativas versus fusión); y las mujeres han ido ganando posiciones en el ámbito público y en el privado, logrando una mayor igualdad que cuestiona el patriarcado pero convive con cierta continuidad en comportamientos que también lo reproducen. Juntas y por separado, estas condiciones han supuesto un incremento de las contradicciones y los conflictos en las relaciones de pareja, aunque también han traído nuevas y mayores formas de solución o disolución de los mismos.

            Parece evidente, por tanto, que cualquier intento de entender este problema exi­giría al menos tener en cuenta tal trama social. Pero no ha sido así en la mayoría de las explicaciones al uso que, a pesar de ello, no han dejado de hacer aportaciones relevantes. Recuperar esas aportaciones sin quedar encallados en una mirada que nos impida saber lo que pasa exigía revisarlas críticamente. De las distintas explicaciones surgidas en torno a la perspectiva de género hemos recogido las tesis de que los malos tratos en la pareja están básicamente ligados a las relaciones de género y de que la dominación masculina, que constituye el orden o estructura de dominación propio de las actuales relaciones de género, es el caldo de cultivo en el que se gesta esta violencia.

            Pero también hemos visto que la dominación masculina no es el único factor ni es un factor suficiente para explicarla. Si da la impresión de serlo es porque se confunde con la violencia misma al no tener presentes los múltiples y diferenciados elementos que median entre ese orden de dominación y la violencia de género, como el someti­miento, la multidireccionalidad de las dependencias, la legitimación de la autoridad o el juego de reconocimientos. Vimos además que, en este sentido, también resulta útil diferenciar, que no separar, la conflictividad familiar de lo que venimos denominando la violencia de género, así como recordar que, como en toda interacción, el maltrato, además de relaciones de poder, pone en juego una serie de normas o valores y una cierta comunicación o producción de sentido.

            Por otro lado, la evidente insuficiencia de las explicaciones que remiten a alguna psicopatología individual (de escasa incidencia efectiva), a una supuesta peculiaridad naturalizada de la masculinidad (disuelta en la variabilidad de los procesos históricos) o a un conjunto de factores psicosociales de riesgo (que de puro abierto queda completamente indefinido) nos ratificó en la tesis de que, sin descuidar la concurrencia de alguno de los factores de riesgo constados (familia cerrada y autoritaria, experiencias infantiles de violencia de género, abuso de alcohol u otras sustancias, etc.), de posibles psicopatologías o de los mecanismos psicológicos envueltos en el ejercicio de esta violencia (hostilidad, ira, percepción de vulnerabilidad, etc.), no es adecuado patolo­gizar a los agresores ni situarles fuera de la norma social, individualizando con ello el problema e invisibilizando las dinámicas y procesos que lo atraviesan. De este tipo de explicaciones hemos aprendido, además, lo importante que resulta incorporar la noción de “daño” al análisis, así como atender al modo en que aquellos procesos, mediaciones y prácticas van afectando a las identidades y subjetividades de los miembros de la pareja.

            Lo que subyace a ambos conjuntos de explicaciones es lo que hemos denominado la perspectiva hegemónica en torno a la violencia de género y, más en concreto, a su expresión en las parejas heterosexuales. De ella, al tiempo que extraemos lo que con­sideramos sus principales e innegables aportaciones, nos distanciamos críticamente. Así, las aportaciones que supuso enunciar y denunciar unas determinadas relaciones de dominación no son una herramienta analítica suficiente, y mucho menos para todo tiempo y lugar, pudiendo llegar incluso a dificultar la posibilidad de dar cuenta de la complejidad actual de este fenómeno.

            Patriarcado, género y violencia suelen engarzarse en una relación más teórica que aplicada e histórica, según la cual el mantenimiento del sistema de dominación patriarcal conlleva la posibilidad de recurso a la violencia por parte de quienes ocupan las posiciones de dominio tanto para el sostenimiento del sistema como para la reproducción de su posición en él. En esa relación se obvia o minimiza lo que el vínculo afectivo de pareja específicamente comporta, quedando reducido, en el mejor de los casos, a mera circunstancia, a un papel secundario carac­terizado fundamentalmente por su relación con la institución familiar y el reparto de papeles que en ella se produce en función del género.

            Toda la fuerza explicativa recae en la postulada relación instrumental y estructural entre el sistema de dominación de género y la violencia. Así, por un lado, se subraya la vinculación entre los malos tratos y otras expresiones de la violencia de género, como la violación o el acoso; por otro lado, se confunden dominación y violencia, lo que termina por equiparar a ésta con la discriminación o el sexismo. En ese movimiento, auspiciado por la enunciación de un sistema patriarcal excesivamente unitario, totalizante, universal y estático, la relación entre género y violencia queda establecida como singular, esto es, es fundamentalmente una y sólo una, subrayándose las continuidades en el tiempo y el espacio, y simple, esto es, unívoca y esencial, en tanto que argumentada en clave necesariamente funcional o instrumental, lo que, cuando menos, dificulta atender a las dinámicas concretas que se producen hoy y aquí en las parejas heterosexuales, tanto en aquellas con experiencias violentas como en las que no las tienen.

            En nuestra perspectiva, los acentos se desplazan. Por un lado, el análisis del vínculo específico de pareja, y en concreto el de la pareja heterosexual hoy y sus dinámicas, entendidas aquí fundamentalmente en términos de reconocimiento y dependencia, pasa a primer plano; por otro lado, dicho análisis se aborda no desde un abrazo precipitado a conceptos y enfoques que simplifican excesivamente la realidad y tienden a confun­dirse con ella, sino en relación con las experiencias relatadas por personas implicadas en esa violencia específica, ya sea directamente (por haberla sufrido y/o ejercido) o indirectamente (por dedicarse profesionalmente a la intervención en este ámbito).

            En definitiva, hemos concluido que no hay que buscar los ingredientes y meca­nismos que dan razón de los maltratos, tanto en la generalidad de las más amplias estructuras sociales o en el pozo sin fondo de las subjetividades, como en los procesos, mediaciones, discursos y prácticas que son y constituyen relacionalmente tanto a los individuos implicados, cuanto a sus vínculos y a la inserción de todo ello en dinámicas sociales más o menos fluidas. Pero también hemos concluido que no parece que vaya a haber una explicación general de este tipo de violencia, sino más bien explicaciones situadas o ajustadas a las dinámicas socio-históricas concretas, de modo que a lo más que podemos aspirar es a tener claro un conjunto de ingredientes, procesos y dinámi­cas que, dependiendo de la situación histórica, se ensamblarán de maneras distintas, posibilitando la aparición de la violencia en la pareja.

            Así, a tenor de lo visto hasta ese momento, al buscar lo que podrían ser los ingredien­tes inicialmente ineludibles se señalaron los siguientes: las identidades y relaciones de género implicadas, las formas de violencia reconocidas como tales en estos casos y las fuerzas y dinámicas que vinculan a la pareja. Ahora bien, ninguno de ellos preexiste, en tanto que tal, a la vida de pareja ni es independiente de ella, sino que se despliegan y especifican en ella. Por ello hemos optado por centrar la mirada en las dinámicas que rigen la vida en pareja, que constituyen su vínculo, que marcan la evolución de las identidades y relaciones de género, y que dan ocasión, en su quiebra, al maltrato. Ello no quita para que hayamos revisado cada uno de los ingredientes y cómo han sido concebidos, llegando así a algunas conclusiones:

            · Las resonancias y conexiones que se producen entre distintas formas de violencia hacen posible que se entrelacen violencias de muy distintas escalas (de las interna­cionales a las más íntimas) y de diferentes ejes (de clase, étnica, etc.), pero también manifiestan sus complejas y, a veces, contradictorias relaciones con los diferentes siste­mas de dominación, lo cual hace que no sea conveniente mezclar indiscriminadamente violencia con dominación, autoridad o poder.

            · El género, como proceso abierto y estructurante, es una componenda identitaria donde confluyen posiciones sociales, modelos de referencia, disposiciones incorporadas, tomas de posición y prácticas más o menos reflexivas de exposición. Todos y cada uno de sus componentes van siendo transformados en nuestras relaciones, especialmente en las más íntimas como las relaciones de pareja, auténticos escenarios de relaciones de poder, expectativas, deseos y conflictos que pueden resultar, eventualmente, desbordados.

            · Que el género se encarne, esto es, que se ligue a la corporalidad y su materialidad, no le impide transformarse con su propio despliegue, que es siempre relacional, pero sí evidencia su conexión con la sexualidad, con los afectos y con la reproducción de encarnaciones, que son clave en la pervivencia material o simbólica. Esta pervivencia constituye una de las dinámicas más complejas de gestionar igualitariamente en la vida actual de las parejas y resulta clave en las dinámicas que conducen tanto al ejercicio del maltrato como al “aguante”.

            · Aunque se sigue identificando el núcleo del vínculo de pareja con el ideal del amor romántico (amor fusión), en cuanto consideramos su decurso efectivo encontramos que lo que termina articulando lo emocional, lo material (recursos y poder), lo desiderativo y lo imaginario en el vínculo de pareja es una compleja dinámica de (in)dependencias materiales (reproducción en sí mismo/a y en la descendencia) y simbólicas o de recono­cimiento (sentirse deseado/a o valorado/a). Esta dinámica va, además, reconfigurando las relaciones e identidades de género, así como las subjetividades, generando nudos que unas veces son básicamente constructivos (respeto, cariño), otras lo contrario (dependencias no asumidas) y en muchas otras ambas cosas a la vez.

            No obstante, lo que realmente interesa aquí es recordar que la combinación especí­fica de esos ingredientes que actualmente parece dar lugar a la violencia de género es la que se produce cuando, en relación con determinadas circunstancias (como puede ser la incapacidad para gestionar un número creciente de conflictos) y modelos o en­carnaciones de género (que por ejemplo exijan tener el control o estar por encima), esa dinámica de dependencias y reconocimientos se desequilibra, se descompone y con ella se quiebra el marco de sentido o la capacidad de agencia de alguna de las subjeti­vidades implicadas, poniéndose en marcha los procesos, mecanismos y dinámicas que terminan conduciendo a los malos tratos.

            El primer conjunto de estos procesos y dinámicas viene dado por las modificaciones en la situación histórica y en las relaciones e identidades de género que hoy configu­ran un terreno zozobrante que atraviesa nuestras relaciones de pareja, convirtiendo en motivo de disputa lo que antes se daba por sentado. Los procesos de individualización al que las mujeres se incorporan, su acceso a la posición de sujeto, se han traducido, efectivamente, en un modelo de pareja asociativo en el que la erosión del patriarcado tradicional ha impuesto la negociación necesaria entre los miembros; pero, lejos de quedar el conflicto evacuado por arte de magia consensualista o de fe romántica, lo que se produce es la multiplicación y diversificación de sus fuentes.

            La instauración del principio de igualdad, empero, no implica la difuminación del género, sino que las diferencias se rearticulan, resignifican y siguen operando, marcando, por ejemplo, nuestra forma de vivir las relaciones afectivas y de encarar los conflictos de pareja. Se genera así un marco en recomposición en el que convive igualitarismo y tradición y en el que se tiende a experimentar tales conflictos como problemas individuales, lo cual hace que en momentos críticos la propia identidad pueda resultar seriamente afectada.

            Pero que el terreno sea zozobrante y que las identidades, particularmente las mascu­linas, puedan quedar desubicadas no basta para dar cuenta de la violencia en la pareja. Si así fuera quedaría sin explicar por qué en la mayoría de las relaciones no se llega a ella. Los desajustes requieren reajustes, y encararlos de un modo u otro depende en gran medida de los repertorios disponibles, pero también del alcance de los desequilibrios y de sus posibilidades de expresión.

            Si la conflictividad inherente a la pareja asociativa se experimenta en clave individualizada, los fracasos y frustraciones que se deriven de su gestión pueden alcanzar al yo, profundizando su desubicación. Y puede hacerlo tanto para los varones como para las mujeres, aunque sea en dinámicas parcialmente diferentes: ellos, al ver impugnada su posición central, carecer de referentes alternativos a la cuestionada masculinidad tradicional y tener que afrontar una abigarrada mezcla de exigencias y falta de fuentes de reconocimiento; ellas, al interiorizar como fracaso personal la conflictividad de una pareja cuyo bienestar sigue siendo su responsabilidad y fuente de sentido.

            Si los movimientos que producen esa desubicación se experimentan en clave de liberación, incorporación y progreso los costes objetivos y subjetivos de las transformaciones serán más fácilmente asumibles, mientras que desde la posición tradicional de dominio y sus herencias encarnadas queda el malestar que produce la desubicación y la constatación de los problemas que de esos cambios se derivan, siendo la única compensación posible una compensación en clave moral (la justicia, la empatía, etc.).

            Es probable que esa zozobra pueda dar pie en ocasiones a violencia en la pareja; es posible que algunos varones se resistan más o menos conscientemente a los cambios y pretendan restaurar la situación anterior de privilegio, pero no hemos encontrado en nuestras investigaciones ningún caso tan claro. Por el contrario, la mayoría de nuestros entrevistados afirman suscribir el principio de igualdad, parecen conscientes de las complicaciones que la igualdad genera en la práctica y se manifiestan contrarios al uso de la violencia. ¿Qué es, entonces, lo que les conduce a ella?

            El punto de inflexión fundamental está en los desequilibrios en las relaciones de dependencia y reconocimiento que acaban alcanzando a la identidad de manera pro­funda haciéndola quebrar. Esta quiebra impulsa a quien la experimenta a perseguir la restauración de su propio sentido, una persecución que puede llegar a ser compulsivo apremiante, aunque de nuevo lo sea de manera distinta en función del género: desde las posiciones subalternas puede traducirse en lo que hemos denominado un descentra­miento desmesurado de la agencia, esto es, la acción se orienta compulsivamente a un otro del que depende la valoración; desde las posiciones de dominio puede conducir a una búsqueda también compulsiva de restitución que hace visible la vulnerabilidad de la que se pretende escapar. Se trata, pues, de repertorios diferenciados de quiebra que nuevamente pueden gestionarse de maneras diversas: desde la ruptura de la pareja, al inicio de otra relación que en nuevos equilibrios ayude a recuperar el sentido, pasando por la redefinición de la existente con o sin ayuda profesional o por la aparición de la violencia.

            Pero, como vimos, ni siquiera cuando aparece la violencia hay un único recorrido. Son varios los itinerarios posibles que, entremezclados en diferentes momentos vitales y proporciones, hemos encontrado en los implicados en esta violencia de género. Ésta es en algunos casos resultado de la falta de las condiciones de posibilidad del sentido de la situación y de quien la ejerce; en otros casos se vincula a una sobrecarga de sentido conforme a rasgos centrales de la masculinidad hegemónica; hemos visto también cómo en ocasiones la violencia se va alimentando al negar cruelmente la humanidad de la víctima; también hemos mostrado que en ocasiones el recurso a la violencia se justifica apelando a la obediencia a una norma como puede ser el orden familiar, la “naturaleza” de las pasiones o los mandatos de una masculinidad mítica; por último, hemos visto también cómo en ocasiones la quiebra puede ser tan profunda que los desequilibrios se vivan como una lucha sin cuartel en la que ya no hay nada que perder o, más bien, la amenaza es que pueda perderse todo, incluido uno mismo.

            Son recorridos diversos que se entrecruzan; hay conexiones, se puede transitar entre ellos y, a cada paso, cabe también salir de sus sendas y encontrar otras vías de expresión y gestión. Los caminos no son rectos. No estamos ante repertorios unidireccionales cuyo final está escrito, sino ante complejos entramados relacionales y dinámicas procesuales. Tan complejos que no pueden aprehenderse mirando sólo hacia un lado y hay que tener en cuenta que, en cierto sentido, tienen razón las entrevistadas cuando afirman que “es hasta donde te dejas”. Pero el “dejarse” no remite a estructuras de la personalidad, o no necesariamente, al igual que tampoco lo hace en el caso de los varones que ejercen violencia; por el contrario, ha de ponerse en relación con las dinámicas de dependencia y reconocimiento y su vinculación con las relaciones e identidades de género o, más exactamente, con los desequilibrios que en ellas se producen y las pretensiones de restaurarlas.

            Ahora bien, el acento en los procesos, dinámicas y relaciones no implica ni que haya un recorrido único y predeterminado, sin salidas, bifurcaciones o vías de escape, ni olvidar que, en última instancia, el ejercicio concreto de la violencia siempre es la acción de algún agente que es responsable de ella.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Silencio en casa ante el debut sexual

Un informe de la Fundación Grifols reclama a la escuela y la familia más papel en los turbulentos años adolescentes 

http://edicionimpresa.lavanguardia.es/premium/epaper/20110323/54131388440.html



ANA MACPHERSON - Barcelona

Chicos y chicas necesitan contrastar la información que les llega a través de las series de televisión 

Un día de estos habrá que hablar del tema. El hijo o la hija han empezado a pasar más horas sin tener sobre ellos unos ojos adultos, y los escotes y los pelillos en la barba muestran una actividad hormonal de la que ya no hay escape.

La afectividad y la sexualidad ¿son educables? Esa ha sido la pregunta que la Fundació Grifols, que preside la catedrática de ética Victoria Camps, ha planteado a diez expertos en adolescentes, como profesores, especialistas en anticoncepción, en salud reproductiva, psicología clínica, enfermería, pedagogía…

"La respuesta es que sí, pero no hay recetas", resume la doctora Rosa Ros, coordinadora del grupo de trabajo y directora del Centre Jove d´Anticoncepció i Sexualitat de Barcelona. Los expertos coincidieron en que las claves se encuentran en ligar afectividad y sexualidad (que no es lo mismo que amor y sexo) y reconocer que se educa en ambas cosas desde que son muy pequeñitos, con la ternura, los abrazos, los límites, las caricias, que todo eso configura la respuesta al placer y sensibiliza el ánimo. "Cuando llega la adolescencia hay que seguir, lógicamente, de otro modo, porque el desarrollo de la propia sexualidad tiene un carácter muy subjetivo", apunta Rosa Ros. "Pero hay que estar, y estar atentos a que esa tristeza no se perpetúe, entender que hay una acumulación de emociones de las que hasta ahora no habían hablado".
A los padres, los expertos que han elaborado este documento les piden que estén presentes, a mano, atentos, que saquen esos temas que ayudan a pensar y que no se limiten a decir no o no decir nada. A esas edades, señalan, educar a los hijos es más reconducir que prohibir.

A las escuelas les proponen la transversalidad de esta formación (no sólo información, no sólo una máquina de preservativos). Insisten en que las emociones, el respeto, el aprender a decir no, el saber no sólo cómo se hace sino qué se quiere hacer, forman parte de su educación, sea en Naturales, en tutoría, en Educación por la Ciudadanía, en Sociales. Y que utilicen un modelo que da buenos resultados: los talleres, tanto segregados como mixtos. Hacen hincapié en que esos talleres favorecen que los chicos hablen, que son los que menos lo hacen, pero sobre todo permiten contrastar, porque "abundan las informaciones locas que adquieren directamente de las series o de vídeos porno en internet y que no saben distinguir de la realidad", señala la experta en sexualidad adolescente.

"Es quizá lo que más nos ha movido a plantear este debate; esas contradicciones de una sociedad que recibe enormes cantidades de información a través de series de televisión y una familia y una escuela que guardan silencio", señala Victòria Camps.

Ese caos, esa falta de criterio es lo que reciben estos adolescentes que adelantan sus relaciones cada vez más - entre los 15,5 y los 17,9 años, según el último informe Faros del hospital de Sant Joan de Déu-,que en ocasiones se relacionan sin saber si es lo que quieren. "Incluso tenemos muestras de un adelantamiento en las primeras experiencias homosexuales, mucho antes de que se defina su opción", indica la coordinadora del informe. "Reciben información fría y directa, desnuda completamente de afectividad, emociones, y que invita a actuar, a la actividad sexual pura y dura". Y la sexualidad incluye autoestima, frustración, convivencia en grupo, derecho a equivocarse. "Los adolescentes siempre están dispuestos a cambiar cosas si se les da espacio y un poco de ayuda", señala Rosa Ros.

Pronto, muchos, sin saber por qué

EL INICIO DE LAS RELACIONES. El último informe Faros del Hospital de Sant Joan de Déu sobre El adolescente y su entorno en el siglo XXI indica que, según varios estudios, la edad promedio de inicio de las relaciones sexuales es entre los 15,5 y los 17,9 años. En los últimos 50 años, la media de edad de la primera relación sexual se ha adelantado en España 5,6 años y el porcentaje de mujeres que ha tenido su primera relación sexual completa antes de los 16 se ha multiplicado por 12 y representa el 16,7% de la población juvenil.

NÚMERO DE ENCUENTROS. El número de relaciones sexuales por mes entre los jóvenes españoles de entre 15 y 19 años es de 9 veces las chicas y de 8 los chicos, según un estudio del grupo Daphne. Según el informe Faros, es una cifra semejante a las que publican los países europeos - entre 7 y 10 veces lo más habitual-.Alrededor de un 66% de las chicas conserva su pareja más de seis meses, frente al 45% de los chicos.

LA FUERZA DEL ENTORNO. El 29% de los adolescentes ha mantenido relaciones sexuales presionados por el entorno y un 24% acepta que había hecho algo que realmente no quería hacer. Un 33% reconoce que su sexualidad ha ido demasiado deprisa y no acorde con su desarrollo y madurez personal. El grupo, el alcohol, la baja percepción de riesgo facilitan las prácticas sexuales que en muchas ocasiones ni son buscadas.

domingo, 20 de marzo de 2011

La rehabilitación de los maltratadores domésticos




¿Por qué hay que tratar psicológicamente a los hombres violentos contra la pareja? Rehabilitar a los agresores de pareja es una necesidad ineludible en un programa integral de actuación contra la violencia de género.
© Fotolia / Jason Stitt

El tratamiento psicológico a los agresores domésticos es, junto con otras actuaciones judiciales y sociales, una medida necesaria. Ahora bien, tratar a un agresor no significa considerarle no responsable. Es una falsa disyuntiva considerar al hombre violento como malo, en cuyo caso merece las medidas punitivas adecuadas, o como enfermo, necesitado entonces de un tratamiento médico o psiquiátrico.


Muchos hombres violentos son responsables de sus conductas, pero presentan limitaciones psicológicas importantes en el control de los impulsos, en el abuso de alcohol, en su sistema de creencias, en las habilidades de comunicación y de solución de problemas, en el control de los celos, etcétera. 


Un tratamiento psicológico puede ser de utilidad para hacer frente a las limitaciones de estos agresores que, aun siendo responsables de sus actos, no cuentan, sin embargo, con las habilidades necesarias para resolver los problemas de pareja en la vida cotidiana.


VER: Mente, cerebro y sociedad -  Violencia de género Echeburúa, Enrique 

Revista Mente y cerebro: 40 -El poder de la cultura

http://www.investigacionyciencia.es/Digital/solo_articulo.asp?indice=3

La violencia: la otra cara de la empatía


Revista Mente y cerebro: 47, marzo,  2011
Artículo completo La violencia: la otra cara de la empatía

 La violencia: la otra cara de la empatía Moya Albiol, Luis


La empatía y la violencia podrían compartir circuitos cerebrales. Tal particularidad abre caminos nuevos en la investigación para prevenir y tratar la conducta violenta en criminales y delincuentes.

Ponerse en el lugar de los demás, en eso consiste la empatía. Para algunas personas resulta una tarea sencilla, casi innata. Para otras, representa un proceso complicado, un esfuerzo activo que no siempre se logra, mas no por ello resulta imposible. Por lo general, se puede aprender a ser empático, a mejorar dicha capacidad e incluso a interiorizarla. El «cerebro empático» entiende con mayor facilidad los sentimientos, las emociones y los pensamientos de otras personas. Tal habilidad depende de la educación recibida, de las experiencias vividas y del aprendizaje de vida de cada uno, aunque también influyen factores biológicos, como la disposición y conformación de las estructuras cerebrales, la acción de diversos neurotransmisores, la estimulación hormonal y, posiblemente, la carga genética. Las mujeres, en general, se muestran más empáticas que los hombres. Ello se debe, en parte, a la exposición prenatal a las hormonas sexuales, proceso que organiza el cerebro en un modo específico, conformándolo como masculino o femenino antes del nacimiento mediante la acción cerebral de los andrógenos y los estrógenos. Dicha afirmación no significa que un hombre no pueda ser más empático que una mujer. De hecho, muchos varones lo son; además, las diferencias dentro de un mismo género resultan siempre mayores que las que surgen al comparar hombres y mujeres. Mas, según las estadísticas, ellas son más empáticas que ellos.
La empatía se conforma de dos componentes: uno de naturaleza cognitiva, otro de naturaleza emocional. El primero se relaciona con la capacidad de una persona para comprender y abstraer los procesos mentales de otro individuo. 
El segundo se refiere al acercamiento de un sujeto al estado emocional de otro, así como a las reacciones que ello le provoca. A pesar de la dificultad de evaluar la empatía, se han elaborado escalas y cuestionarios para medirla. Uno de los instrumentos de medida más empleados es el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI), que evalúa la empatía desde una perspectiva amplia y en todas sus dimensiones, incluyendo factores cognitivos (toma de perspectiva y fantasía) y emocionales (preocupación empática y malestar personal). 
sigue en el pdf.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Apoteosis de mujer 'velina'

Cuando la piel cae o la grasa se concentra en los muslos, Eva se cree indigna de pasear por el paraíso

Artículos | 14/03/2011 - 00:31h

Al margen de la extravagante polémica sobre la tribuna femenina del Barça, en la pasada semana del 8 de marzo se ha hablado de los típicos temas que preocupan a las mujeres universitarias. De la no equiparación de los sueldos o del techo de cristal de las mujeres. Todo lo que hace referencia a la subordinación de la mujer se reclama con énfasis cada 8 de marzo. Pero la reflexión sobre el poder eclipsa otros aspectos no menos preocupantes de la condición femenina actual.

Los asesinatos de mujeres causan ciertamente una gran inquietud. Las leyes del Estado han llegado al extremo de discriminar con penas más duras la violencia ejercida por los hombres, pero la alarma no ha servido para frenar a los bárbaros. Por fortuna –nos decimos– estamos lejos de la misoginia que avanza en otras latitudes: en México, matar a mujeres se ha convertido en un deporte. Por fortuna, estamos lejos de la tiranía masculina que soporta la mujer en los países musulmanes o en aquellas zonas de África en las que se practica la ablación. En Catalunya se va a prohibir el burka, y el otro día leímos que una ONG del Vallès ha conseguido, al parecer, erradicar la ablación de un territorio del Senegal. Somos muy sensibles a las problemáticas exóticas, pero nuestras vergüenzas de toda la vida siguen sin resolverse: no disminuye la cifra de mujeres muertas, y nuestras carreteras siguen llenas de jóvenes desvalidas en minifalda (la crisis no hace mella en el comercio carnal: seguimos siendo el prostíbulo de Europa).

Cuando nos referimos a la problemática femenina siempre la vinculamos a los mecanismos de poder. Me pregunto por qué nunca la relacionamos con el claro progreso en nuestro entorno del modelo de mujer que en Italia han dado en llamar velina.

Me refiero a las chicas que predominan en televisión, cortadas por el patrón de la cirugía estética, armadas con formidables tacones, exhibidoras de vertiginosas curvas. Todas adoptan la identidad decorativa, aunque unas muestran, a la manera tradicional, sonrisa perenne y esforzada simpatía, mientras otras exhiben, a la manera moderna, agresividad de camorrista y lenguaje tabernario. Atraen por su belleza, pero nunca son protagonistas de nada, pues su función es la de acompañar, alegrar, agradar, provocar o animar a los hombres que las contemplan. ¡Curiosa paradoja! Discutimos hasta la saciedad sobre si hay que felicitar o condenar al Barça por su iniciativa de considerar a las socias reinas de la tribuna por un día, pero aceptamos sin rechistar el progreso de las velinas en los medios, creadores de pautas de conducta.

Es verdad que, en determinados ámbitos universitarios y mediáticos, la mujer ha conquistado, si no el liderazgo, sí la razón moral. Es verdad: ya nadie se atreve a discutir las reivindicaciones del feminismo. Nadie se atreve a discutirlas, pero, como sucede en general con la retórica del politically correct, la cruda realidad enmienda sin descanso la retórica feminista. Si algún modelo de mujer progresa es el de la mujer objeto: moda, publicidad, medios e internet se alían para propagarla. No es extraño que la expresión haya perdido actualidad y suene a anacrónica o carca: la mujer como objeto decorativo, como objeto de compra y de uso. La mujer como kleenex de usar y tirar.

Dos mundos paralelos se reparten la condición femenina. En uno se discute hasta el bizantinismo (incluso sobre el machismo de la gramática). En otro, más popular, progresa la visión de la mujer como figura decorativa. Un tipo de mujer que puede, curiosamente, aparecer como muy liberada, pues su capacidad de seducción es enorme y su sexualización le concede un aparente poder sobre el macho.

La velina funde tradiciones: de la donna de los trovadores a la dómina de Sacher- Masoch, de la prostituta de arrabal a la coqueta de los escenarios burgueses. El supuesto poder sexual que este modelo de mujer encarna permite sublimar el mito de Eva corruptora, origen de todos los pecados. Puesto que en nuestra sociedad nada tiene más prestigio que lo que antes se llamaba pecado (sinónimo ahora de placer), la que en el mundo tradicional era causa de la expulsión del Edén cree ser ahora una Eva triunfante. Cierto feminismo se funde aquí con el velismo.

La belleza de la nueva Eva liberadora se degrada con el tiempo. Su atractivo se deforma, su apariencia se arruga. Ha roto las viejas contenciones carcas y se ha liberado gracias al feminismo de la pose sumisa, pero las esclavitudes a las que se somete le causan un dolor indecible, aunque silencioso. La mujer contemporánea se ha liberado de viejos límites y represiones, pero ha sido atrapada por la tiranía del espejo. Tiene que supeditarse al imperio de la belleza, al canon de las medidas. Cuando su papel decorativo flaquea, cuando el atractivo mengua, Eva, para no ser expulsada del Edén, combate desesperadamente contra el tiempo y la genética. Ya nadie se atreve a culparla, como en la versión tradicional, de los males de la humanidad. Ahora es ella la que se cree culpable. Cuando la piel cae o la grasa se concentra en los muslos, se cree indigna de pasear por las pasarelas del paraíso.

No le queda más remedio, me dice una amiga cáustica, que esperar a que al macho le pase tres cuartos de lo mismo. También el hombre metrosexual, e incluso el clásico cachas, empieza a ser víctima de la tiranía del espejo.

sábado, 26 de febrero de 2011

Hombres solos

Habitaciones separadas

Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.

Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.

Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.

Dijo también mañana
con los ojos negados al presente
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo,
un camino de nubes.

Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse
en los hombros heridos del viajero.

De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura
de los sueños vacíos.

No quiere renunciar. Para seguir camino
acepta que la vida se refugie
en una habitación que no es la suya.
La luz se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro lado de la puerta
suele escuchar los pasos de la noche.

Sabe que le resulta necesario
aprender a vivir en otra edad,
en otro amor,
en otro tiempo.

Tiempo de habitaciones separadas.

Hombres tristes

Fuente: http://alcazarquivir2009.multiply.com/journal/item/6730

La tristeza del mar cabe en un vaso de agua

Los hombres tristes,
que tienen en sus ojos un café de provincias,
que no saben mentir como quien dice,
que se esconden detrás de los periódicos,
que se quedan sentados en su silla
cuando la fiesta baila,
que gastan por zapatos una tarde de lluvia,
que saludan con miedo,
que de pronto una noche se deshacen,
que cantan perseguidos por la risa,
que abrazan, que importunan hasta quedarse solos,
que retornan después a su tristeza
igual que a su pañuelo y a su vaso de agua,
que ven cómo se alejan las novias y los barcos,
esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
me recuerdan a mí.


Luis García Montero

Individualistas egocéntrios y jóvenes neomodernos

Fuente: QUÉ, 26-2-2011

Fuente: http://www.20minutos.es/noticia/969701/0/catalanes/opcion/independentista/

Según un estudio de la Fundació Carulla y la escuela de negocios Esade, dirigido por el catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto Javier Elzo y el director de la Càtedra Lideratges i Governança Democràtica de Esade, Ángel Castiñeira,...existe una crisis sobre la figura de poder. "Dos elementos son los esenciales de este estudio, la apropiación individual de los espacios de la vida cotidiana que los han alejado de las instituciones y el rechazo al modelo estandarizado. Casteñeira ha definido este rechazo como "vida tuneada", y ha señalado que la encuesta presenta la crisis de la idea de "deber moral" impuesto externamente.

"Existe una crisis sobre la figura de poder", ha lamentado Castiñeira, que ha especificado esta falta de "control social" en los padres, los jefes, los profesores y los sacerdotes. Elzo ha explicado que la encuesta demuestra que los catalanes tienen valores "flexibles", que se adaptan y ha comparado este hecho con la figura de un junco.

Clasificación por sistema de valores

El estudio clasifica además a los catalanes por su sistema de valores, los neoconservadores, los individualistas egocéntricos, los individualistas pragmáticos, los individualistas cívicos y los neomodernos.

Los neoconservadores, casi el 30%de los catalanes se consideran máximos defensores de la moral tradicional, son los más religiosos y se consideran catalanes (para el 46% de ellos, es el primer idioma a conocer por delante del castellano).

Los catalanes tienen valores "flexibles". El individualista egocéntrico, el 10,8% de los encuestados, es el menos feliz de todos y está formado mayoritariamente por hombres que viven solos.

Sin embargo, el individualista pragmático, un 16,4%, es gente "de orden", catalanistas, pero light y tres de cada cuatro han nacido en Catalunya.

El individualista cívico, casi uno de cada cuatro de los catalanes, son personas centradas en el trabajo, poco religiosos y más catalanistas de convicción.

Por último, los neomodernos, un 20% de los catalanes, están muy interesados por lo político, pero "laxos" en lo moral y muy necesitados "implícitamente" de referentes.


La manera de viure i pensar del sociòleg Javier Elzo

Elzo 29

En temps de canvi ens convé tenir impressions més o menys detallades de quins efectes generen en la cuitadania.

La crisi econòmica que arrosseguem des de fa quatre anys comença a donar les primeres fotografies fixes. Després d’una epoca de bonança que ha creat una societat més individualista i egocentria vivim el sotrac d’haver de fer front a un canvi de paradigma on el futur genera incertesa i trontolla l’estat del benestar.
Valors tous en temps durs és la sintesi de l’enquesta europea de valors que ha mesurat els canvis viscuts en la societat catalana i espanyola en la darrera dècada. Una fotografia en moviment on la vivència dels valors s’ajusta a les necessitats de cadascun generant un traç social on cada cop es valoren més els mecanisme de protecció (escola, sanitat o seguretat ) front aquells instruments de control (esglèsia, sindicats o partits polítics) que interfereixen la creixen vivència de l’individualisme.

L’enquesta, realitzada per ESADE i presentada dimecres, constata aquest creixen individualisme i una certa desafecció d’aquells valors més tradicionals, en trànsit cap a noves realitats socials, cultural i polítiques. Temps de canvis, de transformació que convé observar atentament.

Compartim una estona de conversa al Maneres de viure amb un dels directors d’aquest estudi, el catedràtic emèrit de sociologia de la Universitat de Deusto JAVIER ELZO

sábado, 8 de enero de 2011

Efecto retrovisor. Transformación de lo masculino

Medianenas & Milhombres

Efecto retrovisor

ELOY FERNÁNDEZ PORTA

Publicado en Cultura|s,La Vanguardia,  Miércoles, 17 noviembre 2010

 

Un ajado luchador de catch se reencuentra con su hija abandonada. Y encaja el broncazo sin rechistar. Un soldado veterano vuelve a las armas; ahora es sensible, y hay lírica en su bazooka y nostalgia en el napalm. Cuatrero, matasiete o ejecutor del Bronx: el actor que lucía en tan recios papeles hoy encarna a un gañán otoñal, xenófobo aún, y gallito, pero, ah, humano al fin

 

Estas historias tienen un aspecto en común: todas dan fe de la transformación de lo masculino. Hasta los más feraces, nos dicen, terminan por aceptar el signo de los tiempos, ya que no la corrección política. En ellas solemos ver una ceremonia de asunción del cambio, una puesta al día del actor protagonista... y una concesión, resignada e insincera. En este pueblo no nos gustan los falócratas, forastero. Soy el sheriff más democristiano al sur del Río Pecos. No por azar esas películas son saludadas como la tardía confirmación actoral de uno que no sabía actuar –oque, como dijo Sergio Leone sobre Clint, “sólo tenía dos registros: con poncho y sin poncho”. El personaje escenifica su arrepentimiento –“¡vaya un macarrucio estaba yo hecho!”–;el espectador, por su parte, siente aflorar la nostalgia por un pasado esencial –“¡pero qué puro era el macarrucio!”. Marcador final: Feminismo Digital, 2; Machismo en Cinemascope, 1

 

Craso error. Lejos de auspiciar una nueva era de igualdad, ese esquema narrativo la vuelve más lejana e improbable. El punto de vista sobre el género que adoptan esas películas es una perspectiva ideológica que puede ser descrita por comparación con un espejo retrovisor. Por una parte, el espejo presenta el modelo de masculinidad obsoleto como si fuera cosa del pasado; por otra, crea la ilusión óptica de un paisaje social completo y ya superado; por último, simula corregir esa ilusión indicando que el modelo de masculinidad que muestra este espejo está más cerca de lo que parece (aunque ese modelo sea un cowboy). De esa manera se construye una fábula de progreso histórico, moralista y diáfana: avanzamos, imparables, hacia la igualdad, dejando atrás los espectros –grotescos, sí, pero entrañables– del viejo orden. Este punto de vista, tan extendido y exitoso, hace que los discursos críticos acerca del género parezcan, por comparación, cuentos de aguafiestas. Así, el efecto retrovisorel punto de vista correcto sobre las renovaciones del género– resulta ser una de las grandes aportaciones de las artes contemporáneas a la dominación masculina, y su legitimación narrativa

(la negrita no aparece en el artículo original, sí la cursiva)