Fuente:http://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/2007/03/28/pagina-2/56808573/pdf.html
Bajo la influencia de las teorías científicas, el nuevo siglo está desarrollando un nuevo relato sobre el cambio de identidad.Asistimos a la extensión de un nuevo argumento, el de la mutación, un relato melancólico sobre el cambio de identidad que se aleja de las transformaciones espectaculares Jordi Balló y Xavier Pérez son autores de los libros ‘La llavor immortal. Els arguments universals en el cinema’, ed. Empúries (‘La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine’, ed. Anagrama, en castellano); y ‘Jo ja he estat aquí. Ficcions de la repetició’, ed. Empúries (‘Yo ya he estado aquí. Ficciones de la repetición’, ed. Anagrama, en castellano)
Transformados por un ‘reality’Hay mutaciones que no son físicas sino vitales. Por ejemplo, el profundo efecto de cambio que produce en muchas personas participar en un ‘reality show’ televisivo. El fotógrafo británico Phil Collins trabaja actualmente en un proyecto artístico (‘El retorno de lo real’) que precisamente trata de documentar esos trastornos que experimentan quienes han pasado por un ‘reality’. La primera fase del proyecto (consistente en una instalación de vídeo y fotografías) se inició en Estambul en 2004 con personas participantes en ‘realitys’ de la televisión turca. Esta fase del proyecto, a la que pertenecen las imágenes que publicamos en estas páginas, ha sido expuesta recientemente en la Sala Rekalde de Bilbao. Con este trabajo Collins fue finalista del Premio Turner 2006. Más información: salarekalde.bizkaia.net y
www.losrealitisarruinaronmivida.com
La mutación, un argumento del siglo XXI
JORDI BALLÓ XAVIER PÉREZ Sabemos que el número de argumentos universales es limitado. Por eso es revelador detectar uno nuevo, que bebe de las fuentes del pasado, pero que encuentra todo su sentido a inicios del nuevo milenio. Estas son sus claves:
1 Se elude la belleza de la transformación
El argumento de la mutación, tal como lo recrea la ficción contemporánea, tiene su origen en La metamorfosis de Kafka. Este relato casi centenario nos sigue pareciendo de vigencia absoluta, porque no remite a ningún cambio mitológico espectacular como el que las metamorfosis literarias convocaron incansablemente des- de la imaginación greco-latina. Ello nos hace recordar los límites del popular pero inexacto título de la mayoría de versiones españolas del texto de Kafka. Mucho más revelador hubiera sido, como ya propuso en su día Jordi Llovet, eludir la tentación grandilocuente, y limitarse a traducir Die Verwandlung por La transformación, un concepto tal vez más modesto, pero tambén más fiel a la dimensión domés- tica que Kafka apunta. La mutación como proceso irreversible se desarrolla, en su relato, en el silencio hermético de un hogar familiar que cimenta un unvierso anti-heroico y pesimista, fundamental para la actual formulación del argumento. En sus versiones tradicionales, ca- nonizadas en la lírica majestuosa de Ovidio, las metamorfosis literarias se interesan sobre todo por el proceso me- tafórico del cambio, por la belleza de la transformación física. Muy a menudo, el efecto plástico es el objetivo crucial del relato, que se desinteresa por la vida que pudiera existir tras el prodigio del cambio. Y es que este cambio supone a menudo una petrificación, el final congelado de un asombroso movimiento de la naturaleza, como cuando Dafne es convertida en laurel, o cuando la figura de Narciso se disuelve en la flor acuática que lleva su nombre. No hay en estas historias fabulosas el menor deseo de explorar los efectos cotidianos de los días posteriores a la mutación. El relato de Kafka busca, en cambio, la recreación de un acontecimiento que discurre en una tonalidad neutra, emmarcando más bien lo que po- dría ser la crónica de una metamorfosis de estar por casa, como algunos autores han definido su visión.
2 Se trata de un proceso irreversible
En las antiguas leyendas de aventuras y los cuentos de hadas, las metamorfosis son siempre reversibles. Un encantamiento, una maldición, un determinado acto de magia, pueden provocar sugestivas mutaciones zoomórficas en navegantes y en princesas, en niños traviesos o en impetuosos caballeros, eventualmente convertidos en cerdos, asnos, ranas, o cualquier especie que la imaginación quiera poner en juego, siempre con la clara seguridad de que, al final del relato, la humillante maldición quedará rota, y el orden natural será restituido. De este modelo reversible, basado en la necesidad carnavelsca de subvertir los hábitos de la belleza y el decoro, hará su propio canon, muchos siglos después, la literatura victoriana. Donde hay un Jekyll transformado en Hyde, siempre hay la esperanza de que Hyde vuelva a ser Jekyll. Aunque el famoso relato de Robert Louis Stevenson acaba con la muerte de su protagonista dual, no se produce todavía esa conciencia de mutación unidireccional que nace con la transformación de Gregorio Samsa en un insecto. El relato kafkiano, sustento visionario de las mutaciones literarias y audiovisuales del siglo XXI, propone, pues, un nuevo modelo de transformaciones que podría ser resumido de esta forma: A se convierte en B, sin dejar de ser A pero con atributos de B. Aunque el protagonista conserva la memoria de una existencia anterior, la conciencia de que nada volverá a ser igual lo empuja a acomodarse, como puede, en la piel nueva que le ha sido impuesta.
3 La mutación produce en el sujeto soledad y extrañamiento con su entorno
Las nuevas metamorfosis combinan elementos subjetivos y objeti- vos. En el relato de Kafka, la percepción del cambio se inicia en su protagonista. Él es el primero que se despierta un día descubriendo la extraña mutación; pero su inmediato confinamiento a la habitación es obra de su familia, aterrorizada ante el nuevo ser. Por su- puesto, la sagacidad de los lectores atenderá enseguida a la confrontación simbólica entre alguien que se descubre de otro mundo y un marco social tradicional, a punto de ser pulverizado por la Historia. Todos, a partir de Kafka, tenemos algo de mutantes, porque la realidad, también modificada irrevocablemente, nos expulsa de cualquier confortable identificación con lo aprendido. De este extrañamiento radical que hace imposible la vivencia ar- mónica con el entorno, surge el miedo del héroe kafkiano a ser percibido en toda su dimensión monstruosa. Ello comporta, a menudo, un deseo de invisibilidad que se traduce en esa subyu- gante poética de la desaparición de tantos émulos de Bartleby a los que ha da- do acogida el exquisito evangelio literario de Enrique Vila-Matas. En la cultura de masas, este sentimiento de inadaptabilidad ha permitido explorar la dimensión oscura y marginal de los antiguos superhéroes de masas. Es verdad que el cine tiende a espectacularizar los procesos mutantes (y, por ello, la belleza de la figuración mitológica vuelve a adquirir protagonismo) pero éste es sólo uno de los rostros posibles de una poética que tiene sus mejores logros en la exploración del estado de perplejidad y extrañamiento que manifiestan sus más emblemáticos representantes. Una propuesta como El protegido de M. Night Shyamalan se ha convertido en imprescindible obra de referencia justamente por haberse atrevido a leer la mitolo- gía super-heroica desde una dimen- sión cotidiana que fuerza a una doloro- sa asunción de sus presuntas superio- ridades, un complejo de Atlas del que no va a poder escapar nunca, y que le genera mucha más melancolía que en- tusiasmo. Desde una perspectiva todavía más inquietante, David Cronenberg propone, en su oscurísima versión de La mosca, una relectura totalmente introspectiva del encierro kafkiano de Gregorio Samsa. Ahora no es la familia la que obliga al personaje a recluirse, sino su propio deseo de experimentación ante los cambios. Este extrañamiento antropológico hacia el entorno tiene su más efectivo correlato en el imaginario de la adolescencia. Desde Spiderman hasta los múltiples héroes que pueblan el universo poliédrico del manga, todo tipo de mutantes juveniles que se sienten extraños al mundo que los rodea han ido cobrando protagonismo en un nuevo marco mitológico que explora lúdicamente la iconografía del bicho raro para encerrarlo en un mundo de imaginación incompartible con el del entorno.
4 La nueva metamorfosis crea contagio
Para paliar el sentimiento de la soledad, otros mitos del cómic crean la idea del grupo de mutantes. De X Men a La patrulla condenada, por citar las dos formaciones que mejor ha sabido refundar el soberbio guionista Grant Morrison, estos colectivos que se reconocen en su condición extravagante han instaurado, en el receptor, la conciencia de que la mutación puede ser contagiosa, como si el mundo entero se contaminara de sus efectos inquietantes. En la última serie televisiva de culto, Héroes, este contagio adquiere la estructura horizontal de una generación de nuevos mutantes que entrecruzan sus perplejidades en un laberinto de interconexiones que se amplia constantemente. La facilidad de reconocimiento que suscita entre nosotros esta nueva cul- tura se debe a la percepción moderna de nuestro entorno y de nosotros mismos. Si la conciencia de mutación se ha apoderado del mundo de las imágenes es también, entre otras cosas, por- que los propios actores han pasado a ser sustituidos por clones digitales, metaforizando una crisis de la identi- dad que las teorías genéticas están ayudando a refrendar. En la misma medida que, en su día, el psicoanálisis ayudó a definir un nuevo modelo narrativo para la sociedad postvictoriana, la ciencia de la clonación permite, hoy, que una novela como La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq se recree en la extraña evolución de un antihéroe perpetuamente metamorfoseado en un clon nuevo, cuya posibilidad de repetirse implica un progresivo extrañamiento del origen. En el cada vez mas visionario cine oriental, fantasmas que vuelven de la muerte, figuras suspendidas entre el sueño y la vigilia, constituyen la base de una nueva cultura espectral que se vincula a los nuevos medios tecnológicos –teléfonos, cintas de vídeo, ordenadores– para expresar hasta qué punto la conciencia de cambio está afectando a todos los órdenes del universo sensorial y cognitivo. En el cine visionario de Kiyoshi Kurosawa, este proceso contagioso llega a culminar en una imprescindible obra maestra, Kairo, donde los seres humanos van desapareciendo del paisaje, absorbidos y sustituidos por el poder fantasmagórico de ingobernables fuerzas internáuticas.
5 Se trata de una metamorfosis que no cesa, que tiende a la serialidad
Las nuevas mutaciones no se viven desde una forma necesariamente trágica, que comporte una traumática clausura. Se trata , más bien, de una experiencia que no cesa, una metamorfosis de carácter eternamente evolutivo. Esto permite evitar la conclusión de la muerte (la única convención clásica a que no escapa el relato fundador de Kafka) para adentrarse en una idea de constante adaptación ante los cambios. En el marco de la cultura popular, un caso singular y extremo de mutación que nunca se detiene es el que sufre el héroe de la novela de Richard Matheson El increíble hombre menguante, transformada por Jack Arnold en obra maestra del cine fantástico. En ella, el protagonista se disuelve en un proceso de dismunición corporal constante, que, al principio, lo convierte en una anomalía social pero que pronto lo aleja de sus semejantes, para entrar en una dimensión infinitesimal donde sigue progresando en su imparable reducción de tamaño, sin que nunca llegue a desaparecer del todo. Este proceso constante no implica, sin embargo, la menor declinación feliz de este nuevo argumento. El optimismo que pudiera surgir de imaginar nue- vas razas superando al hombre actual (esa fantasía que 2001 de Kubrick profe- tizó sin consecuencias) está demasia- do próximo al nazismo para que la creación colectiva pueda ensalzarlo. Más que culminar tales expectativas, lo que viene prodigando las ficción es un tratamiento serial del fenómeno. Si bien los personajes no encuentran re- dención, pues no hay retorno posible a su vida anterior, tampoco su experien- cia acostumbra a saldarse con la muer- te. Estamos, más bien, ante un escena- rio de metamorfosis progresiva, donde todo se transforma muy despacio, co- mo nuestro propio planeta en un proce- so de extinción imperceptible. De la misma manera que el terror atómico ha sido sustituído por la asunción comunitaria de un cambio climático tan lento como imparable, también los nuevos mutantes desarrollan su dramática experiencia evolutiva sin tener, ante si, ningún grandilocuente horizonte de clausura. Se integran, simplemente, en esa tendencia a la serialidad sin fin que está impregnando todos los ámbitos de la cultura popular, y que condiciona la constante mutación de personajes, escenarios y formas narrativas. En su fase más autoreflexiva, este carácter serial que se organiza como una imparable cinta de Moebius se traslada, en efecto, a la propia organización narrativa. Es así como en este particular ocho y medio lynchiano que constituye INLAND EMPIRE, el director de Cabeza borradora transporta paradigmáticamente la vivencia mutante de todos sus protagonistas anteriores al cuerpo mismo del relato. A lo largo de las tres horas de proyección, éste avanza de forma sincopada, como en estado de sonambulismo, conservando cier- tos rasgos clásicos que nos recuerdan que todavía existe memoria de un tiempo anterior, pero que reclaman, en su amalgama monstruosa y esquizoide, una nueva forma de recepción popular: la que hace, de la mutación, el argumento clave del siglo XXI.
La melancolía del mutante
El mutante es un personaje metafórico, representante de la cultura posthumana, que vive en un espacio de frontera entre pasado, presente y futuro, donde todas las certezas son cuestionadas.
GINO FREZZA
El personaje del mutante, consolidado con una gran carga metafórica en la cultura del cómic de los años sesenta del siglo XX, es melancólico a su pesar. Puede decirse que lo invade la melancolía y que la vive como una experiencia incontenible. El mutante se ve casi obligado a la melancolía por la situación peculiar que vive a causa de la transformación de su cuerpo y de la relación que esa transformación establece con el ambiente. La melancolía del mutante no está dotada de fuerza positiva como la del individuo que, encogido dentro de su imaginación subjetiva, cultiva un deseo que todavía no se ha hecho realidad y, por tanto, en su zona más íntima y secreta, gracias al dispositivo melancólico, produce imágenes reparadoras del sufrimiento. Por el contrario, la melancolía del mutante es altamente dramática, lacerante, no reparadora. En la vida contemporánea se crean relaciones excéntricas, explosivas, con frecuencia transgresoras y catastróficas, entre corporeidad y nuevas tecnologías (un escenario constituido por cambios fundamentales e incesantes del ser y de las relaciones tejidas por el yo con el mundo, con las condiciones de la relación social, con la idea misma de realidad), es preciso entender al mutante como personaje metafórico y digno representante de la cultura posthumana. Una cultura como la actual, la de las nuevas tecnologías de la comunicación, pero también de la biogenética, una cultura donde los puntos de orientación de la identidad son múltiples, cuando no conflictivos, donde lo idéntico y lo extranjero se encuentran tan próximos que llegan a asemejarse y, pese a ello, se alejan e incluso aparecen asociados, donde el tiempo y el espacio se comprimen y se dilatan en direcciones originales, multiplicando por una parte el territorio de la existencia, y por otra ahondando en lugares inexplorados, desconocidos, donde el tema del cuerpo singular, individual, se encuentra con el del mundo circundante, el de la responsabilidad de cada uno respecto del futuro, y donde precisamente el tema del futuro se presenta de inmediato cargado de problemas en lugar de promesas, o bien se anuncia entusiasta y, a la vez, repleto de riesgos y peligros. Dado que es un personaje de gran potencia metafórica, el mutante vive en un escenario situado en una especie de bisagra crítica, en la frontera entre pasado, presente y futuro, donde todas las certezas son cuestionadas y todos los conceptos del presente, de la vida cotidiana, toda percepción del ambiente es radicalmente variable, se ve sometido a interrogantes que apabullan y superan las fuerzas del individuo. Todas las narraciones referidas al mutante, sean las del cine, la televisión, el cómic o los videojuegos, no pueden dejar de reflejar el sustrato dramático que caracteriza su experiencia. Para el mutante, la dimensión melancólica es una especie de viático necesario. La melancolía se impone a su conciencia, no es querida, no es buscada, y tampoco tiene la facultad de remediar (aunque sólo sea en la imaginación) los deseos insatisfechos generados por la desesperada interioridad del mutante... (incompleto)
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