La característica más destacado de esta corriente es su oposición a los planteamientos esencialistas que defienden la existencia una feminidad y una masculinidad únicas de carácter universal. Según los Mens's Studies es preciso hablar de masculinidades en plural, porque la construcción de la masculinidad o la feminidad varía enormemente según los tiempos y los lugares.
Michael Kimmel
Para el sociólogo Michael Kimmel, editor de la revista Masculinities y uno de los autores más notorios de los Mens's Studies... “la virilidad no es estática ni atemporal, es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas" (estas y otras citas de Kimmel proceden del artículo de María Isabel Jociles que cito más adelante). La feminidad y la masculinidad también varía en función de factores como la edad, la clase social o la etnia.
En un interesante artículo centrado en las masculinidades, María Isabel Jociles para explicarlo comenta: ¿qué tiene en común el hombre de la sociedad arapesh, que es amante del arte y que deja que le maltraten antes que emprender una pelea, con el guerrero de la sociedad mundugumor, agresivo y presto a dejarse llevar por la cólera?, por mencionar sólo dos de los pueblos de Nueva Guinea estudiados por Margaret Mead (1993), en un trabajo -por cierto- muy anterior a la consolidación de los Men's studies. ¿O qué tiene que ver el griego de la isla de Kalymnos, que rehúsa tomar precauciones para bucear en aguas profundas en busca de las esponjas que constituyen el modo de subsistencia predominante en el isla, porque con el desprecio de la muerte -según asegura Gilmore (1994)- demuestra su masculinidad y, en caso contrario, podría ser tenido por "afeminado", con el varón semai, de Malasia, que considera que lo mejor que puede hacer, ante un peligro, es huir? Según los representantes de los Men's studies, poca cosa y, en opinión de los más radicales, nada en absoluto, a pesar de que en todas las sociedades se distinga entre lo masculino y lo femenino. Es más, incluso en una misma sociedad las masculinidades son múltiples, definidas diferencialmente según criterios como la edad, la clase social o la etnia, por ejemplo. El obrero inglés, v.g., centra su masculinidad en la alta valoración del trabajo manual, el desdén por la actividad intelectual y un marcado sexismo, mientras que la masculinidad en la burguesía se define alrededor del éxito en actividades intelectuales, comerciales y/o empresariales, y tiene como uno de sus valores más pregonados el trato 'exquisito' a las mujeres. De igual forma, en las zonas rurales de la Rioja (Jociles 1992), un joven trata de mostrar públicamente su masculinidad sometiéndose a riesgos físicos, ostentando el control sobre su cuerpo, sobre sus emociones y/o robando, en algunas situaciones festivas, alimentos y objetos a sus vecinos, en tanto que, en lo que atañe a un adulto casado, esos mismos actos serían tenidos por una locura o una insensatez, y se espera que ponga de relieve su virilidad a través de la capacidad de mantener holgadamente a su familia y de contribuir económicamente a la organización de ciertos eventos comunitarios.
(Jociles Rubio, María Isabel: El estudio sobre las masculinidades. Panorámica general, Gazeta de Antropología Nº 17, 2001. http://www.ugr.es/~pwlac/G17_27MariaIsabel_Jociles_Rubio.html)
Sin duda, el énfasis en las masculinidades o pluralidad de las identidades masculinas es tal vez una de las aportaciones más interesantes de esta corriente. Más controvertida resulta, sin embargo, su explicación sobre cómo se construyen las identidades masculinas. Según los Mens's Studies la construcción social de la masculinidad se realiza siempre en relación negativa respeto al referente femenino, es decir, la masculinidad se edifica negando y repudiando la feminidad.
Para sustentar esta tesis, que constituye un lugar central de los Mens's Studies, se recurre a las aportaciones de la psicología y del psicoanálisis postfreudiano, según las cuales el niño necesita separarse psíquicamente de la madre para adquirir la identidad culturalmente definida como masculina. “La identidad masculina nace de la renuncia al referente femenino, no de la afirmación directa de que es masculino, lo cual deja la identidad de género masculino tenue y frágil”, según Kimmel. La niña, en cambio, no tiene que romper su unidad con la madre porque será la identicación con ella la que le permitirá desarrollar su identidad femenina.
El niño, en un momento de su desarrollo, renuncia al profundo vínculo emocional establecido con su madre y adopta desde entonces al padre como objeto de identificación. Si no quiere parecer uno “hijito de su mama, un afeminado”, a partir de ese momento tendrá que demostrar su “hombría” negando en él las características de acogida, compasión y ternura que pudiese haber encarnado la madre, y potenciando el carácter amenazador, devastador, posesivo e incluso castigador que imaginariamente asocia a la sexualidad paterna. Este proceso tiene como consecuencia el desarrollo por parte del joven de una predisposición a “devaluar a todas las mujeres en su sociedad, como encarnaciones vivientes de aquellos rasgos de sí mismo que ha aprendido a menospreciar”,y que constituye el sustrato en el cual se asientan las actitudes sexistas según Michael Kimmel.
La masculinidad social se entiende como una defensa contra la simbiosis, que explicaría la “...envidia y el temor ante la mujer, la necesidad de mantenerla a distancia y rebajarla aunque se la desee. La rudeza, el machismo y la homofobia son manifestaciones defensivas para renegar de cualquier aspecto femenino del sí mismo”, han añadido antropólogos como Robert Stoler y Gilbert Herdt que estudiaron a los sambia de Nueva Guinea. Para ellos, “cuanto más prolongada, íntima y agradable sea la simbiosis entre la madre y su hijo hombre, mayor es la posibilidad de que un niño se vuelva femenino. Si el padre no interrumpe de una manera eficaz esta fusión, el niño puede llegar a convertirse en transexual”. Por ello, “los niños hombres deben desarrollar barreras intrapsíquicas contra su deseo de fusión con la madre”.
Elizabeth Badinter, otra impulsora decisiva de los Mens's Studies, ha matizado y desarrollado más estas ideas, siguiendo las explicaciones ya formuladas por el neofreudiano Erik Erikson en la década de los 50. Para Badinter, la adquisición de una identidad social o psicológica es un proceso que implica una relación positiva de inclusión y una negativa de exclusión. Uno se define de acuerdo con semejanzas y diferencias. Según Badinter, este principio de diferenciación sexual es universal, “a pesar de que la forma en que se produzca varíe “considerablemente de una sociedad a otra” (...) La necesidad de diferenciarse del otro no es un producto del aprendizaje sino una necesidad arcaica (...) El acto cognoscitivo comienza a operar a partir de la distinción y la clasificación, pero sobre todo, a partir del dualismo. El niño aprende en clasificar gente y objetos en dos grupos, un parecido a él, el otro opuesto". En este sentido, se utilizan las categorías de masculino o femenino para comprender el mundo y, sobre todo "para entenderse a sí mismo".
Para Badinter, la raíz de ser misógino, fuerte, duro, independiente, cruel, perverso, etc., además de polígamo proviene de esta separación y del temor a la homosexualidad, concebida como fruto de la identificación con la madre.
Badinter rehúsa siempre la tentación de esencializar los géneros como acostumbra a hacer Kimmel, quién generalmente asocia la compasión y la ternura a la feminidad. De hecho, fue la misma Badinter quién intentó demostrar en su lúcido libro ¿Existe el instinto Maternal? (1980) que el amor maternal es una construcción histórica con fines políticos. Para Badinter, parece más razonable explicar la dinámica del géneros mediante el principio de diferenciación psíquica: los seres humanos obramos a partir de la identidad y la distinción para definirnos en el mundo.
A partir de este principio de diferenciación, Badinter llega a las siguientes conclusiones sobre la construcción de la masculinidad:
a) hay que rechazar la idea de una masculinidad única, hegemónica, lo que supone que no existe uno modelo masculino universal, válido para cualquier lugar y época, sino diversidad de masculinidades;
b) la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la dominación masculina (según esta autora, sus hormas cambian, sólo subsiste el poder que el hombre ejerce sobre la mujer);
c) la masculinidad se aprende, se construye y, por lo tanto, también se puede cambiar. Lo que hoy se debate es la crisis en las representaciones sociales sobre la masculinidad afirmada en la dominación masculina.
(Las últimas citas en cursiva proceden de Varones, Género y subjetividad masculina de Mabel Burin y Irene Meler, Paidós, Barcelona, 2000, pàgs. 128-129.)
A partir de estos presupuetos, Luis Bonino Méndez (1997) ha propuesto un esquema sobre la construcción de la masculinidad tradicional y las premisas necesarias para su construcción, partiendo del modelo del ideal masculino que descriven Déborah David i Robert Brannon (citats per Badinter, 1992), que han analitzado cuatro imperativos de la masculinidad bajo la forma de consignas populares.
Según Bonino, a partir del ideal social i subjectiu fundante de la masculinitat, el ideal d'autosuficiència, que requiere el posicionamiento social i subjetivode dominio control -que ya se habría planteado entre los antics griegos como requisito bàsico para ser considerat miembro de la polis, i que después fue notablemente complejizado en la cultura occidental- se puede plantear el cuadro siguiente:
IDEALES DE GÈNERO MASCULINO TRADICIONALES
PILAR 3 Hipòtesis: "La masculinida se construye sobre la base de la violencia". “MANDAR AL DIABLO A TODOS” PILAR 4 Hipòtesis: "La masculinidad se construye en la lucha y rivalidad contra el padre". “SER UN HOMBRE DURO” |
El pilar 1 supone la hipótesis que la masculinidad se produce por desidentificación con lo que es femenino, y el ideal de masculinidad será no tener nada femenino.
El pilar 2 afirma la hipótesis que la masculinidad se da por identificación con el padre, y construye un ideal sobre la base de ser una persona importante. Según este modelo, un niño pequeño percibe a su padre como el ideal de la masculinidad.
El pilar 3 enuncia la hipótesis que la masculinidad se afirma en las características de dureza y de ser poco sensible al sufrimiento, en particular que se construye sobre la base de la violencia. Sobre esta premisa, construye el ideal de poder desimplicarse afectivamente de los otros (mandar a todos al diablo).
El pilar 4 supone la hipótesis que la masculinidad se construye sobre la base de la lucha contra el padre y construye su formulación de su ideal sobre cómo ser un hombre duro.
Este cuadro permite analizar también que, según cuales sean los pilares .sobre los cuales se afirma la masculinidad, se podrá inferir el tipo de trastornos subjetivos predominantes.
Por ejemplo, en la afirmación en el pilar 1, los trastornos subjetivos se relacionarán con la evitación de toda semejanza con las características típicamente femeninas, por ejemplo, la emocionalidad, la pasividad, etc. Lo deseado/temido que aquí se juzga es la oposición macho/mariquita, con su derivado hetero/homosexual.
En la afirmación expuesta en el pilar 2, los trastornos de la subjetividad serán derivados de:
a) el sentimiento de fracaso,
b) la búsqueda imperativa del éxito.
Según Bonino Méndez, en este pilar ser hombre se sostiene en el poder y la potencia, y se mide por el éxito, la superioridad sobre las otras personas, la competitividad, la posición socio-económica, la capacidad de ser proveedor, la propiedad de la razón y la admiración que se consiguen de los otros.
Lo deseado/temidoque cuenta aquí son las oposiciones potente/impotente, de éxito/fracasado, dominante/dominado y admirado/menospreciado.
Si la masculinidad se afirma en el pilar 3, las características de la subjetividad enfatizarán la polaridad agresividad/timidez, audacia/cobardía.
Según este pilar la hombría depende de la agresividad y la audacia y se expresa a través de la fuerza, el coraje, enfrentarse a riesgos, hacer lo que apetece y utilizar la violencia como manera de resolver conflictos.
Los pares de opuestos deseados/temidos que encontramos aquí son valiente/cobarde y fuerte-agresivo/débil.
El eje del pilar 4 probablemente se asocie a la polaridad llevar/blando, y se afirme en su calidad de la dureza emocional y el distanciamiento afectivo (como se ve en las cuadras de alexitimia masculina, o sea, el incapacitado para transmitir estados afectivo s cálidos).
La masculinidad se sostindria en la capacidad de sentirse tranquilo e impasible, ser autoconfiado, resistente y autosuficiente ocultando(se) sus emociones, y estar dispuesto en soportar otras. La frase "los hombres no lloran" caracterizaría esta posición,
También se ha descrito un nuevo ideal de género masculino: ser sensible y empático. En relación con el cumplimiento de este nuevo ideal genérico se describen dos tipos de trastornos: a) trastornos por el conflicto con los otros ideales; b) trastornos por la "pérdida del norte", caracterizados también como la patología de la perplejidad.
Críticas a los Mens's studies
Joan Vendrell Ferré en Nueva Antropología. Revista de Ciencias Sociales, ISSN 0185-0636, Nº. 61, 2002, pags. 31-52
“Hemos convertido nuestra cultura de la queja y la irresponsabilidad crecientes en universal antroplógico: no está mal como justificación, pero probablemente sea falso. Otros autores, desde otras perspectivas teóricas, ven en las iniciaciones masculinas una representación incesantemente reactualizada del derecho al poder y de la superioridad “naturales” de los hombres, que con la la iniciación son culturalmente reforzados (Godelier, 1986; Houseman, 1993). Y ello no porque los varones duden de su poder y su derecho al dominio, sino más bien para disipar cualquier duda que sobre ello pudieran albergar las mujeres, la contraparte dominada. Más que una cuestión de identidad o autonomía personal, conceptos netamente occidentales, lo que en juego en las construcciones –iniciáticas en sentido estricto o en la froma más vaga que adoptan en las sociedades “complejas” contemporáneas- de la “masculinidad” es el poder, el derecho a ejercerlo. Jean S. La Fontaine (1987), en un trabajo de síntesis sobre el tema, nos recuerda que los ritos de iniciación tienen como propósito primordial justificar la dominación masculina, “incluso en sociedades en las que la descendencia se determina a través de las mujeres y en las que sólo las mujeres son iniciadas (1987: 173-174)
Sin embargo, las teorizaciones contemporáneas sobre la masculinidad suelen dejar en un segundo plano o a olvidar por completo la cuestión de cómo se regula el ejercicio del poder en las relaciones sociales, sustituyendo esto por consideraciones de carácter psicologista sobre identidades primaria, secundarias, etc, o por un problema de (ir)responsabilidad individual. Como si esto agotase el problema. Sin pretender negar totalmente la validez explicativa a los postulados “neofreudianos” sobre la construcción de las identidades sexuales y de género, sí pensamos que resulta mucho más convincente, y políticamente útil, considerar las iniciaciones masculinas como una escenificacón de los componente de una ideología sexual que justifica la explotación de las mujeres en beneficio de los hombres. Una ideología que, promoviendo la mistificación de las realaciones de poder y la creación de una falsa conciencia, no sólo justifica la opresión de las mujeres y el dominio masculino, en general, sino también la jerarquía entre los hombres, ya que, siendo la condición de “hombre veradero” algo difícil de alcanzar y de mantener, resulta evidente que siempre habrá hombres supeditados a otros, a la par que las mujeres en general se supediten a todos ellos. En este sentido siguen resultando mucho más convincentes desde un punto de vista socioantropológico, autores como Maurice Godelier (1986) y Pierre Bordieu (2000), cuya lectura reposada nos invita a poner sub iudice las ideas de los adscritos al neofreudianismo, como David D. Gilmore (1994) Thomas Gregor (1985) o Elisabeth Badinter (1993), y en general toda la moda de los men’s studies.