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domingo, 21 de febrero de 2010

Que vienen los cucurrumachos. "La mili no farem, però els quintos mantindrem" Carnavales iniciáticos







Dos jóvenes jinetes participan en la carrera de cintas a caballo del carnaval de Torrelobatón, en Valladolid.

FOTOGRAFÍA - Dos jóvenes jinetes participan en la carrera de cintas a caballo del carnaval de Torrelobatón, en Valladolid.


Personajes fabulosos y pastas con moscatel en nueve carnavales iniciáticos, del 14 al 16 de febrero


MARÍA ÁNGELES SÁNCHEZ - VIAJAR - EL PAÍS - 06/02/2010

"La mili no farem, però els quintos mantindrem" (la mili no la haremos, pero los quintos los mantendremos), dicen en Agres (Alicante ). Esa misma decisión marca el resto de celebraciones protagonizadas por quienes nacieron en 1992. La letra cambia, pero el espíritu permanece. Ya no constituyen esas ceremonias iniciáticas que suponían el tallado de los muchachos para el servicio militar, el sorteo para conocer el escenario de sus próximos meses. La vida para los chicos, y a menudo también para sus familias, era una antes de los 18 años y otra después de los 19. Sin embargo, muchos de los rituales en torno a ese momento clave se han conservado. Los fríos días de carnaval (este año, entre el 14 y el 16 de febrero) los contemplan.


01 Casavieja (ÁVILA) 1.654 habitantes
Quince quintos, diez chicos y cinco chicas, protagonizan el carnaval de Casavieja (Ávila), en el que reluce, el martes, la belleza de sus caballos engalanados con las mejores colchas y el cuidado atavío de quienes los montan: bota, pantalón negro, camisa blanca, chaleco, un pañuelo de colores al cuello, otro amarillo a la cadera y sombrero, ellos; zapatillas bordadas, medias de punto de garbanzo, pololos, enaguas, refajo picado o bordado, mandil negro, faltriquera, camisa negra y mantón de Manila, ellas. "Los aderezos suelen ser de oro", dice Ana Muñoz, la teniente de alcalde, "con grandes pendientes y un collar haciendo juego".
El domingo sacan las carrozas; el lunes simulan una boda y premian el ingenio de los disfraces, y el miércoles consumen, entre lágrimas, sardinas asadas a la lumbre.
02 Navalosa (ÁVILA) 400 habitantes
"Somos los quintos del pueblo / a los que toca tallar / y aunque eso ya no se lleva / aquí queremos estar", cuenta una copla de 2009. Ocupan una casa en ruinas, que convierten en su cuartel general: los fines de semana no cesan en ella la música, las risas, las charlas, las invitaciones... "Ponen un bote por si alguien quiere echar algo, pero es voluntario", dice Valentín del Peso, empleado del Ayuntamiento de Navalosa (Ávila). El pueblo hace, sin embargo, generosas aportaciones: aceite, aguardiente, anís, arroz, azúcar, bizcochos, callos, chorizo, huevos..., minuciosa y alfabéticamente recogidos en un listado que será leído en público. Con ello se organiza el domingo de carnaval una comida multitudinaria. Y con los mil euros o más en metálico que recogen, los quintos (tres chicos y siete u ocho chicas este año) pagan la fiesta.
En torno al inmenso y enhiesto chopo que han plantado se forman dos corros. En el primero, los protagonistas, elegantemente vestidos: los chicos, con traje, garrota con cintas, pañuelos, sombrero y escarapela; las chicas, de serranas. En el centro, el quinto elegido como vaquilla, que se hace cargo del dinero y al que se da simbólica muerte con dos disparos de escopeta lanzados desde el balcón del Ayuntamiento, escenario también de la lectura de las coplas. En el segundo corro, sus madres y otras mujeres, ataviadas de serranas. Y abarrotando la plaza, espectadores y cucurrumachos, personajes tapados con mantas pingueras, provistos de cascabeles y ocultos tras una máscara (carilla) cubierta de crines y rematada con cuernos, que llevan un saco al hombro y lanzan paja de trillar. "Ahora se trilla mucho menos, así que algunos tiran papelillos, serrín, lo que pillan", señala Valentín del Peso.
03 Torrelobatón (VALLADOLID ) 506 habitantes
Son seis chicos y cuatro chicas nacidos en 1991: aquí, los quintos ya han cumplido 18 años. Los días de carnaval conviven intensamente: cenan juntos el domingo y el lunes y el martes invitan a comer a los amigos. Además, ejercen de jurado en el concurso de disfraces del lunes.
"Nada más terminar la Guerra Civil, los carnavales de Torrelobatón se volvieron a celebrar", comenta Natividad Casares, la alcaldesa. "En los años sesenta y setenta, la gente se disfrazaba con lo que tenían, los hombres se vestían de mujeres. Lo más importante era no ser reconocidos".
Ese arraigo se deja sentir en la pasión con que la gente sigue el martes, amenizada por la dulzaina, la carrera de cintas a caballo en el camino de las Cintas, en la que desde 1991 participan también las quintas. El objetivo es ensartar con un punzón una argolla, con un premio mayor: la cinta de los puros, con los colores de la bandera. La fortuna del jinete o la amazona lleva aparejada la invitación a puros a todo el pueblo.
El castillo del XV, reconstruido un siglo después, vigila estos juegos en la distancia. Magníficamente conservado, alberga el Centro de Interpretación del Movimiento Comunero.
No acaba ahí la actividad común de la quinta: en Nochevieja escriben en las paredes del pueblo proverbios y frases célebres, son los Reyes Magos de la cabalgata, plantan el mayo y en las patronales de Pentecostés ellas son las reinas de la fiesta.
04 Abejar (SORIA ) 384 habitantes
No hay ningún quinto este año, así que dos de 2009 ejercerán de barroseros, portando el domingo Gordo el armazón de madera adornado que simula una vaca y va embistiendo a todo el mundo.
05 Agres (ALICANTE ) 625 habitantes

No es un carnaval, aunque está inmerso en su fecha: el lunes anterior al miércoles de ceniza. En la Festa del Pi o de Les 40 hores (fiesta del pino o de las 40 horas), los quintos (tres chicos y siete chicas) trasladan un pino, lo plantan y lo queman por la noche.
06 Alija del Infantado (LEÓN) 900 habitantes
El lunes, los quintos salen por el pueblo para solicitar dinero, persiguiendo a la gente, pintando a todo el mundo e invitando a chocolate, pastas y moscatel.
07 Castronuño (VALLADOLID) 1.000 habitantes
Carreras de cintas a caballo el domingo. El sábado, los diez quintos, chicos y chicas, cenan gallo. Versos satíricos.
08 Gomezserracín (SEGOVIA ) 729 habitantes
Tres quintas (2009, 2010 y 2011) protagonizan el sábado y domingo el maragato, un juego de palabras encadenadas en el que demuestran su ingenio.
09 Lagunilla (SALAMANCA ) 570 habitantes
El domingo de Carnaval plantan el pincollo, un castaño de unos 20 metros: quintos (tres) y quintas (dos) tienen que subir a lo más alto.

martes, 26 de mayo de 2009

DISNEY Y LOS NUEVOS ICONOS ADOLESCENTES DE LA GENERACIÓN TWEEN. un set completo con ropa, música, cine, discos e.... ideología

ICONOS DE LA ADOLESCENCIA

Hannah Montana en 'El Hormiguero'

VIDEO - ELPAÍS.com - 23-05-2009





¿Adónde fue Bambi?

JUAN DIEGO QUESADA EL PAÍS 23/05/2009
Hannah Montana, Jonas Brothers, High School... La factoría Disney ha creado un nuevo universo que arrasa en el mundo infantil y adolescente del siglo XXI. Éste es su secreto
En la habitación de un hotel de cinco estrellas del centro de Madrid, un rato antes de que entre Miley Cyrus, la actriz de 16 años que interpreta a Hannah Montana, aparece su padre, el conocido cantante de country Billy Ray Cyrus. Maquillado y sonriente, lo primero que hace es aclarar que el líquido rojizo que se tambalea en el interior del vaso que lleva en la mano es zumo. Está aquí para presentar la película que protagoniza junto a Miley. Habla de la fe, de superar los obstáculos que te pone la vida y un par de cosas más. Antes de salir, cuando tiene un pie en la puerta, le interrumpen:
-¿Cuál es el secreto de vuestro éxito mundial, Billy Ray?
-Sé tu mismo y haz las cosas de corazón, con pureza.
Quienes le escuchan se quedan en silencio. O no han entendido nada o creen que Billy Ray se ha ido con el secreto en el bolsillo.
Ni Bambi ni el ratón Mickey Mouse, símbolo de la factoría durante décadas, pisan ya la alfombra roja. La generación tween, chicos de entre 2 y 17 años, ha encumbrado a una hornada de artistas adolescentes (de carne y hueso) que hacen de todo. Cantan, bailan y ponen su cara a tazas y tubos de pasta de dientes. No usan piercings ni tienen tatuajes. Al contrario: leen la Biblia, cobran una paga mensual y alardean de mantener aún la virginidad. Hablamos de The Jonas Brothers, una banda de pop formada por tres hermanos quinceañeros de Nueva Jersey; de la propia Miley Cyrus, y de Zac Efron y Vanessa Hudgens, los protagonistas de High School Musical (HSM). Mueven entre todos 2.900 millones de dólares al año. El mundo se ha rendido a estos jóvenes con acné y pinta de haberse quitado hace poco el corrector de dientes, que serían sin duda los amigos favoritos de los padres de muchos adolescentes.
Hace 58 años, Bob Iger nació en una familia de clase media en Long Island (Nueva York). El padre, trompetista de jazz, trabajaba como publicista. Iger recuerda haber visto, de pequeño, los dibujos animados de Mickey, sentado ante un viejo televisor en el salón de casa. Hace poco confesó a la revista Fortune que se había bajado la sintonía de aquella serie a su Ipod. Es la nostalgia, quizá porque no le queda otro remedio. Iger, estudiante ejemplar y empleado metódico, presidente de Disney desde 2005, dirige una mastodóntica compañía que ha vivido momentos difíciles. Con Mickey y Minnie lejos de los focos, los adolescentes son ahora la imagen y el sello de Disney. El secreto de Iger, según los analistas, consiste en sacar el máximo rendimiento a todas las divisiones de la compañía: la versatilidad de los artistas, que cantan, bailan y actúan, da para hacer películas, series, conciertos, musicales, giras promocionales... Todos recuerdan a Iger, en medio de una tormenta bursátil, anunciado que la tercera parte de HSM estaba a punto de estrenarse. Era un aval.
A Billy Ray le señalan como el hombre que se esconde tras la chica que convierte en oro todo lo que toca. No le preocupa en exceso, ni siquiera cuando le dicen en Madrid que ese mundo color de rosa que pregona no existe. "No somos perfectos", replica, "pero la religión y los valores son muy importantes para nosotros". El filme que promociona fue el más taquillero durante su primer fin de semana (2,7 millones de euros de recaudación) y la banda sonora ocupa el número uno de ventas.
Billy Ray, compositor casi anónimo de una canción pegadiza que llegó a España con el título No rompas más mi pobre corazón, recuerda una tarde de hace cuatro años, cuando se presentó con una guitarra y Miley ante los ejecutivos de Disney. Ellos planeaban lanzar en el canal de cable una serie sobre la vida de una cantante adolescente de éxito (Hannah) que, por el día y con otra identidad, intenta llevar una vida corriente. Los eligieron, la serie arrasó; la historia ha dado el salto al cine en 2009 y los discos que han grabado son éxitos en todos los países. Miley, a la que la revista Forbes sitúa ahora entre las veinte estrellas más poderosas por debajo de los 25 años, acumula una fortuna personal cercana a los 1.000 millones de euros.
En la propia Disney cogió por sorpresa tanta gloria, la de Hannah y la de los demás artistas adolescentes. Abrumados, los ejecutivos de la factoría casi no tenían palabras para explicar el fenómeno. Pero no perdieron ni un minuto y pusieron en marcha la maquinaria. Además de discos y películas, tu vida podría girar en torno a Hannah, HSM o The Jonas Brothers: pijamas, peines, maletas, MP3 y un largo etcétera. Baila como ellos, vístete como ellos y cuando lleguen a tu ciudad ve corriendo a comprar las entradas para el concierto.
José Vila es el vicepresidente y director general de Disney Channel para España y Portugal y a él también le parece espectacular cómo la compañía está explotando estas franquicias para adolescentes. "En esta nueva época ofrecemos algo más actual, que combina música y baile con historias próximas a los niños. Son historias universales", dice. Y señala que la fuerza de Disney radica en su flexibilidad, en que un producto hecho para televisión se puede trasladar al negocio musical, a los DVD o a los productos de consumo.
Al igual que millones de padres, Antonio Del Valle, comercial de 36 años, se pregunta: "¿Qué demonios puedo hacer?". Irene, su hija de 11 años, devora mientras tanto el menú infantil de una hamburguesería. "En Navidad le compré ropa de Hannah Montana y las joyas. Para el cumpleaños, el videojuego y el disco. Hasta nos pasamos a la televisión de pago", relata Antonio. Irene ríe como un ratoncillo y cuenta que también sus amigas son fanáticas. "Hannah tiene las mismos problemas con los chicos que nosotras", añade. Los padres, ahora más que nunca, consultan a los hijos qué comprar y los publicistas consideran que con la generación tween se abre un mercado apetecible, muy inflado por padres generosos y abuelos cargados de regalos. Susan Linn, profesora de la Universidad de Harvard, considera que los padres se ven obligados a creer que sus hijos "tienen que tener experiencias adultas pronto", como acudir a un concierto de masas. La autora de un libro titulado Niños Consumidores explica que los padres tienen un miedo excesivo a decepcionarles y no cumplir con sus expectativas.
Los jóvenes de Disney llevan tres años copando portadas de revistas. Una de ellas es Bravo, una publicación juvenil de gran éxito. A su directora, Katrin Senne, nada de esto le ha pillado por sorpresa. "¿Estrellas adolescentes que triunfan? Nada nuevo. Lo novedoso es que ahora nos implican a los mayores, que los acompañamos al cine o al concierto. Y al día siguiente lo comentamos en el trabajo". José María Castillejo, uno de los fundadores de Pocoyo, una serie española para pequeños de calidad, le da la razón y apunta que a ellos, que en muchos casos toman como referencia a Disney, les obsesiona gustar a los padres. "Tiene que ser algo entretenido, para toda la familia", añade. El éxito de estos teens, para el experto en psicología Ramón Soler, se remonta a que antes los adolescentes, en las sociedades tradicionales, tenían que superar una serie de pruebas para convertirse en adultos. Los ritos "hoy han desaparecido y los chicos suplen la pérdida proyectándose en sus ídolos", dice Soler. Hay otros que son muy críticos, como José Manuel Errasti, profesor de psicología de la Universidad de Oviedo, quien destaca que estos personajes son cantantes, no trabajadores de la metalurgia ni parados. "Disney crea una vida ficticia en la que los jóvenes se sienten seguros, pero es irreal", comenta. Errasti cree que la factoría vende un set completo con ropa, música, cine, discos e.... ideología. "Es la ideología conservadora americana, la que obliga a dejar las cosas como están. Se vive en un universo donde lo importante es ver qué chico te gusta y cómo te peinas".
En eBay se ha llegado a pagar cerca de 1.500 euros por un concierto de estos chicos, cuando la media de grupos como U2 o Sprigsteen ronda los 250. Kevin, Joe y Nick son tres hermanos que forman la banda Los Jonas Brothers y que se enrolaron con Disney para grabar la película Camp Rock, en la que hacían de grupo invitado a un campamento para aspirantes a cantantes. El padre de los chicos es músico y pastor, y la madre, cantante y actriz. Es el producto perfecto para la factoría. Educados y caballerosos, los tres sacan brillo a su castidad. "Ellos son personas", les ha defendido el progenitor en varias ocasiones, "no se fabricaron en un laboratorio de productos de Disney".
Los críticos de música han llegado a comparar el furor que desatan los jóvenes de Disney con aquel que produjeron en los setenta cuatro chicos que se hacían llamar The Beatles. ¿Quiénes son estos adolescentes, cómo se atreven?, se preguntan muchos. En apariencia no son nada arrogantes y huyen de ese aura de jóvenes, ricos y malditos. Britney Spears, otra chica de la factoría que se desvió del buen camino, es todo lo que ellos no quieren ser. Hace un par de días, Miley Cyrus escribió en su Twitter que la gente no pierda el tiempo llamándole gorda, después de que ella misma bromeara con sus muslos. "Leed la Biblia", aconsejó a sus detractores. -
'¿Adónde fue Bambi?' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 24 de mayo de 2009

martes, 21 de abril de 2009

Alcanzar la condición de adulto

Límites y fronteras de la madurez

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Criterios de la condición adulta

Manuel Cruz - LA VANGUARDIA 19/04/2009

Un rasgo significativo de la condición adulta o madura es que no se obtiene ni se consigue, sino que es atribuida o recibida

¿Cuándo decimos que una persona joven ya ha entrado de lleno en la edad adulta? Antaño ese tránsito estaba claro y unívocamente señalizado a través de determinados ritos de paso. Del servicio militar, por ejemplo, se decía - con un convencimiento que hoy sin duda nos hace sonreír-que los chicos volvían hechos unos hombres. La desaparición - o la devaluación-de tales ritos ha desdibujado las fronteras y emborronado los límites, de manera que plantear hoy la pregunta inicial obliga a una mínima definición previa de lo que queremos decir en cada caso. Si identificamos, como suele hacerse en el lenguaje ordinario, edad adulta con pleno desarrollo de todas las esferas del individuo (física, psicológica, emotiva...), de inmediato comprobamos que no resulta fácil dibujar hoy aquellas líneas de demarcación, de la misma forma que se hace francamente difícil establecer el grado de madurez de una generación en comparación con otra. Así, se suele afirmar que los varones de las generaciones anteriores solían empezar a trabajar a los catorce años, mientras que las mujeres acostumbraban a casarse con veintipocos y empezaban a tener hijos de inmediato. .

La generación actual, en cambio, se incorpora mucho más tarde al mercado de trabajo (no son pocos los que lo hacen cerca ya de la treintena), abandonando el domicilio familiar, contrayendo matrimonio y asumiendo responsabilidades como padres bien entrada esa década. Si se atiende únicamente a estos elementos, se tendría entonces la tentación de concluir que la madurez de la condición adulta se alcanzaba antes mucho más deprisa que ahora. Pero, a poco que uno amplíe los elementos que considerar e introduzca, por decir algo a voleo, datos como el de que muchos mozos no habían visto el mar hasta que habían ido a la mili, o que muchas mujeres no habían conocido varón hasta que se casaban, en seguida se deja ver que el signo de la comparación está lejos de ser inequívoco.

Pero probablemente no baste con concluir, a partir de lo precedente, que lo que consideramos edad adulta es algo que varía a lo largo del tiempo y según las sociedades. Sin duda parece ser así, pero no habríamos avanzado gran cosa con la constatación (a fin de cuentas, ¿qué hay que no varíe a lo largo del tiempo y según las sociedades?) si no fuéramos capaces de mostrar a través de qué mecanismos se produce la variación. Y es al llegar a este punto cuando se nos aparece un rasgo particularmente significativo de la condición adulta o madura, a saber, que ella no se obtiene ni se consigue, sino que es atribuida o recibida. En concreto por las generaciones anteriores, que son las que establecen los procedimientos o, en todo caso, los criterios para la atribución.

Importa subrayar esto porque no siempre están claros tales criterios. Hay algo profundamente inquietante en la forma como las generaciones ya instaladas en la madurez tienden a considerar a las que vienen detrás. Así, llama la atención la reacción - a medio camino entre el estupor y el escándalo-que, con tanta frecuencia, tienen ante los más jóvenes.

Llevo toda mi vida escuchando la frase “los jóvenes de hoy saben muchísimo más que nosotros”, frase que, a menudo, se refuerza con aquella otra, igualmente repetidísima, “yo a su edad era muy inocente”.

La cosa no daría mucho de sí a no ser porque la pronuncian incluso aquellos que no lo eran en absoluto, lo que mueve a pensar en el motivo profundo por el que los individuos, a partir de una cierta edad, necesitan proyectar inocencia con efectos retroactivos sobre su biografía.

Quizá sea una forma indirecta de intentar descargarse de responsabilidades, de protegerse por anticipado de los reproches que precisamente los más jóvenes les podrían lanzar por la trayectoria que han seguido o por la forma en que han vivido. Acaso nada deje más en evidencia el radical artificio de eso que llamamos condición adulta - y ya no digamos madurez-que la confrontación con aquellos que optan por vez primera a ella. Probablemente, la desaparición - o la devaluación-de los ancestrales ritos de paso a la que empezábamos aludiendo haya sumido en una profunda confusión a esos mayores encargados de gestionar el relevo. En todo caso, la confusión nunca es un buen lugar para quedarse a vivir.

Y resulta un poco preocupante que los mismos que con tanta frecuencia son capaces de sobreproteger a los más jóvenes hasta extremos casi ridículos, también lo sean de reaccionar, nerviosos, cuando se sienten amenazados por esa misma franja generacional, exigiendo, pongamos por caso, el más duro de los castigos para ciertos delitos, con independencia de la edad del delincuente. Poca madurez, desde luego, parecen demostrar quienes tienen criterios tan volubles.

M. CRUZ, catedrático de Filosofía de la Universitat de Barcelona (UB)

Un término polisémico

Josefa Pérez Blasco - 19/04/2009

La tendencia continúa: convertirse en adulto es un proceso cada vez más lento, progresivo y fragmentado

El término adultez designa realidades muy diversas incluso dentro de un mismo marco temporal y geográfico. Obviamente, la diversidad se multiplica cuando comparamos distintas generaciones o grupos culturales. Desde la segunda mitad del siglo XX se viene definiendo la adolescencia como un periodo de transición en el desarrollo humano propio de las sociedades occidentales complejas, y por tanto, inexistente en entornos menos sofisticados y evolucionados tecnológicamente, en los que el paso de la infancia a la adultez es más temprano - cercano a la pubertad-, rápido y ritualizado. Esta tendencia continúa: convertirse en adulto es un proceso cada vez más lento, progresivo y fragmentado. Las últimas teorías sobre el desarrollo describen una segunda transición, aproximadamente entre los 18 y los 30 años, denominada adultez emergente, con características específicas que la diferencian de la adolescencia y de la vida adulta propiamente dicha. Así, aun cuando este grupo de edad goza de mayor libertad que grupos más jóvenes, quienes lo integran siguen, total o parcialmente, dependiendo y conviviendo con su familia, mientras continúan explorando en las esferas afectivosexual y vocacional y construyendo su visión del mundo. ...


J. PÉREZ BLASCO, profesora titular de la Universitat de València

(artículo todavía incompleto hasta que pueda consultarse en la hemeroteca de LA VANGUARDIA pasado un mes)


jueves, 26 de febrero de 2009

TESTIMONIOS: Victor Seidler: Identidades, familias y poder

Fuente: L A V E N T A N A , N Ú M . 2 2 / 2 0 0 5
http://publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/laventan/ventana22/91-109.pdf

* La traducción es manifiestamente mejorable pero el texto tiene espacial interés

¿Acaso los jóvenes piensan en ellos mismos como “adolescentes” o
es un nombre que otros les han asignado? ¿De dónde surge este
término? Y, ¿tiene las repercusiones de una etapa fija con las mismas
características de crecimiento físico y emocional y que marca la
transición entre la infancia y la edad adulta? ¿Acaso esto la hace una
etapa de transición, una fase liminal en la que de alguna forma los
jóvenes se encuentran atrapados en su camino hacia la vida adulta?
¿Es esto lo que le permite fácilmente a los adultos decirles a los
jóvenes que por lo que atraviesan es “sólo una fase” y que pasará
antes de que se den por enterados? Esto nos indica que puede tra-
tarse de un periodo que puede ser complicado y lleno de dudas,
especialmente para los adultos, quienes pueden encontrar muy di-
fícil relacionarlo con sus hijos “adolescentes”. Los adultos creen con
frecuencia que la gente joven está “fuera de control” y sienten que
han perdido el contacto con la persona que ellos conocían, quien
podría haberse vuelto asertiva, exigente y que no se comunica.
En la Gran Bretaña, hay una comedia en particular escrita por
Harry Enfield, que ha llegado a simbolizar esta fase de la vida a
través de los personajes Kevin y su compañero Perry. Ellos existen
en un espacio propio completamente ajenos a las responsabilidades
y expectativas de la edad adulta.

Los primeros años de la adolescencia pueden ser difíciles de
superar, ya que los jóvenes atraviesan por cambios físicos y emocio-
nales. Llega el momento en el que ya no se experimentan en sí
mismos en relación con sus padres, sino como “individuos” en su
propio derecho. Ya no son el hijo o la hija que se sienten felices al
definirse a sí mismos en relación con la familia. Se resienten al ser
tratados como niños, porque como adolescentes saben que ya no son
niños. Quieren que se les den responsabilidades, pero, al mismo
tiempo, pueden estar tan absortos en sus propios procesos interiores,
que se retirarán del mundo social y de la familia contra el cual están
aprendiendo a definirse. Quieren saber “quiénes son”, lo cual puede
significar el rechazo a la forma en la que los demás los definen dentro
de la familia y un periodo de intensa experimentación por medio del
cual ellos exploran lo que necesitan y quieren para sí mismos. A
cierto nivel saben que no son adultos y que en realidad no quieren
formar parte del mundo adulto. Más bien están interesados en de-
finir sus propios valores y creencias por sí mismos.

Éste puede ser un periodo de emociones y deseos intensos, debi-
do tanto a los cambios hormonales como de sus cuerpos. A veces
puede ser difícil vivir con estos altibajos de humor. Aún puedo re-
cordar la emoción tan intensa que sentía cuando tenía alguna rela-
ción y lo aplastante que era cuando esta relación terminaba. Creía
que el mundo se había acabado y que nunca me volvería a enamo-
rar. Probablemente tenía catorce años en ese tiempo, pero el futuro
no contaba, ya que yo vivía inmerso en las intensidades del presen-
te. Los apegos y las relaciones emocionales eran absorbentes, ya
que rara vez las compartía con mis padres que vivían en un mundo
diferente. Nunca pensé que fuera posible compartir mis emociones
con ellos y más tarde me escandalicé al descubrir que algunos pa-
dres de hecho hablaban con sus hijos. Mis padres que habían llega-
do a la Gran Bretaña como refugiados, huyendo de la Europa
controlada por los nazis, habían crecido en un mundo muy diferen-
te al mío. Aunque mi madre podía ser comprensiva y estaba abierta
a que vinieran amigos a visitarnos, no me imaginé que podía com-
partir con ellos lo que me estaba pasando.

Fue a través de la familia que encontré un orden de género muy
particular, ya que mi madre trabajaba e insistía en conservar el
poder dentro de la familia, aunque difería de una manera ritual
con la forma de pensar de mi padrastro, y esto tenía una compleji-
dad muy particular. Mi madre había experimentado pérdidas con-
siderables en su vida y tras la muerte de mi padre ella no quería
arriesgarse de nuevo. Estaba preocupada por darles a sus hijos un
padre, debido a que en la década de los cincuenta había un fuerte
estigma hacia los niños que crecían sin padre. Pero ella quería ha-
cer esto de una manera en que no tuviera que ceder su propio
poder. Más bien se preocupaba por proteger a sus hijos y algunas de
las riñas que experimentamos sucedieron cuando sentía, alguna
vez de manera irracional, que los intereses de sus hijos estaban
siendo atacados de alguna forma. Pelearía como una fiera para de-
fendernos y su ira podría estar fuera de control con frecuencia.
Como niños, a menudo estábamos aterrorizados al presenciar estas
horribles escenas de ira. Todo lo que queríamos era que dejaran de
pelear y sentíamos la terrible injusticia de las humillaciones de su
marido. Ella echaría mano de cualquier poder que tuviera y fre-
cuentemente en total desproporción con la situación, mas cuando
queríamos intervenir bañados en lágrimas, nos decía: “no es de su
incumbencia”.

Desde entonces supimos cuán destructivas pueden ser las emo-
ciones cuando están fuera de control; creo que de adolescentes
éramos más controlados con nuestras emociones. Sé que con la
complejidad de las relaciones en el seno familiar, aprendí a distin-
guir las diferentes corrientes de la vida emocional.

De alguna manera, me era más fácil interpretar lo que les esta-
ba pasando a mis amigos emocionalmente, que decir de una forma
más directa lo que me estaba pasando emocionalmente. Al reflexio-
nar en el pasado, había en mis relaciones de tipo emocional una
profundidad e intensidad tal, que también me daban un mundo
diferente al que podía escapar. Éste era el mundo en el que yo
quería vivir, mientras que en diferentes formas me sentía ausente
en mi familia. Desde que mi mamá se casó y Leo se fue a vivir con
nosotros, sentí que me colocaba en una posición al margen de la
familia. En verdad, no sentía que podía pertenecer a este nuevo
arreglo ni tampoco compartir la necesidad de tener un nuevo padre
que mi hermano mayor sentía. Respondíamos a la nueva situación
familiar de diferentes maneras, y esto nos muestra una complejidad
que establece diferentes condiciones para nuestra experiencia como
muchachos adolescentes. Aunque pertenecíamos a la misma fami-
lia, teníamos necesidades y aspiraciones diferentes.

Mientras nos movíamos entre la familia y la escuela, le dábamos
forma a nuestras identidades de diferente manera. Yo era más so-
ciable, por lo menos en la superficie, y también me iba mejor aca-
démicamente en la escuela. Pero para Johnny, mi hermano mayor,
parecía que las cosas estaban en contra. Cuando fuimos a escuelas
diferentes, tuvimos que lidiar con realidades diferentes. Yo acepta-
ba las disciplinas de la escuela y usaba mi intelecto como una for-
ma de establecer una identidad en la escuela. Ya que existía una
inquietud hacia el judaísmo, en el sentido de que si se comprome-
tían las identidades de los hombres, había una presión para probar
que éramos “lo suficientemente hombres” al observar a otros mu-
chachos e imitando lo que se esperaba que se imitara. En la escuela
había un equilibrio incómodo entre los deportes masculinos, que
afirmaban de una manera más fácil, y la precaria masculinidad de
los que rendían bien académicamente. Algunos muchachos po-
dían probarse a sí mismos en ambas esferas y con frecuencia se les
otorgaron prioridades. Sin embargo, no había una masculinidad
dominante en particular o una “hegemonía”, ya que se encontra-
ban separados por relaciones de clase, “raza” y grupo étnico al que
pertenecían. Algunos eran más estigmatizados que otros.
Si bien había espacios diferentes en los que se podía afirmar la
masculinidad, también había una tensión entre la experiencia in-
terior como joven y las masculinidades a través de las cuales sen-
tíamos que teníamos que probárnoslo a nosotros mismos. En la dé-
cada de los cincuenta, con las imágenes de Charles Atlas en los
periódicos, había un sentido de que los “verdaderos hombres” no
tenían un cuerpo “raquítico” ni había lloriqueos que pudieran
mostrar su vulnerabilidad y sus emociones a los demás. Como mu-
chachos hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para mejorar
nuestros cuerpos; mientras que leíamos acerca de masculinidades
heroicas en las historietas de moda, de aventuras, como “los famo-
sos cinco”, la que tenía y trataba de extender la promesa de pro-
veer formas de masculinidades imaginarias. Éstas eran fantasías con
las que nos podíamos identificar, aun cuando tuvieran muy poca
relación con las realidades de la vida diaria. De alguna manera,
estas fantasías establecieron estándares con los que nosotros mis-
mos nos juzgábamos y nos encontramos deseosos de ser como ellos.
Si no hubiéramos querido “ser como” los personajes que leíamos,
ellos establecieron los estándares que no fueron seriamente cues-
tionados hasta la llegada del feminismo.

Familias

La idealización del núcleo familiar, con el padre trabajando y la
mamá dedicada al cuidado del hogar y de los hijos, todavía tenía
un poderoso estatus mítico en los años cincuenta. Si tu familia no
encajaba con esta imagen, como nuestra familia sin padre, enton-
ces aprendías a “guardar silencio” sobre este asunto en particular.
Algunas veces fingías que había un padre en casa. Querías que tu
familia fuera normal y había un fuerte discurso acerca de la norma-
lidad, que estuvo mucho tiempo en boga hasta que en los años
sesenta se le empezó a cuestionar. Si tu familia no era “normal”,
querías que lo fuera y de forma inconsciente podías culpar a tus
padres por ello. El divorcio y la separación que se volvieron tan
comunes en 1980 y 1990 en muchos continentes, todavía era estig-
matizado cuando yo crecí en el noroeste de Londres en los años
cincuenta. Era muy difícil para las mujeres educar a sus hijos ellas
solas. A veces, las parejas las veían como amenazas y por este moti-
vo no las invitaban a las reuniones sociales. Con frecuencia se veían
forzadas a vivir en relativo aislamiento. En diferentes comunidades
étnicas, la pareja tenía que continuar unida, y si no encajaba con
el patrón de relaciones previamente establecido, podías sentirte
excluido.

Sin embargo, ha habido una transformación radical en el signi-
ficado de “la familia” en donde la normalización de una particular
forma de relaciones familiares se ha cuestionado ampliamente a
través de diferentes culturas. En parte, esto está relacionado con el
incremento del divorcio y la separación, pero se tiene que enten-
der también en el contexto de que las personas piensan diferente
acerca de los asuntos de género, sexualidad y poder. Esto está rela-
cionado con el cuestionamiento del movimiento de las mujeres de
los años setenta y de las formas en que se le vinculó a patrones de
cambio más extensos dentro del mercado laboral. Las mujeres jóve-
nes ya no estaban dispuestas a someterse a los hombres y no acepta-
ron que tenían una responsabilidad biológica determinada para el
cuidado de los niños y el trabajo doméstico. Al aprender sobre el
cuestionamiento del feminismo, aun sin identificarse con los movi-
mientos mismos, sentían que si trabajaban y aportaban dinero den-
tro del seno familiar, tenían que compartir la responsabilidad para
el cuidado de los niños y del trabajo doméstico. Pero para ellas
estaba claro también que si sus compañeros no estaban preparados
para entrar a una forma diferente y equitativa de contrato de gé-
nero, entonces ellas estaban listas para abandonar la relación y
vivir solas.

Las mujeres habían aprendido que la relación tenía que funcio-
nar para ellas o, de no ser así, no permanecerían en ella. Ya no acep-
taban que tenían que continuar una relación con tal de que
pudieran decir que tenían una. Reconocieron que tenían deseos
sexuales y necesidades emocionales propios y si sus parejas no los
conocían, ya no podían ver una razón para quedarse. En lo que
concierne a los hijos, las decisiones eran más complejas, pero las
personas ya no sentían que tenían que permanecer unidas para
siempre por el bien de los niños. Si ya no había amor en la relación
y si había enojo y hostilidad constante, entonces podría ser mejor
separarse. Ésta no es una decisión fácil de tomar, pero también es-
taban conscientes de cómo sufrían los hijos en donde no hay amor
ni comunicación.

Al entrevistar a hombres jóvenes que crecieron en los años cin-
cuenta en la Gran Bretaña, queda claro que sentían con frecuen-
cia que su futuro estaba trazado para ellos. Si tenían más sentido
de sí mismos como adolescentes del que tuvieron sus padres, por
haber tenido más dinero propio para gastar y más tiempo para sí
mismos, tenían la idea de que se casarían si eran heterosexuales y
poco después podrían tener hijos. Como las identidades masculinas
estaban ligadas a un trabajo asalariado, el llevar a casa el primer
pago se marcaba como signo de hombría en las familias dentro de la
clase trabajadora; también estaba relacionado con ser padre. Como
padre un hombre dejaba afirmada su masculinidad. A menudo, esto
venía después de un periodo del servicio militar nacional o con el
ejército que era otra forma en la que los jóvenes afirmaban su iden-
tidad masculina. Esto les producía un nivel de seguridad en rela-
ción con la identidad masculina que una generación que creció
después de una guerra no iba a experimentar de la misma manera.
Al nunca haber luchado por su país podían sentir que todavía te-
nían que probar su identidad masculina que nunca había sido pro-
bada de manera apropiada por medio de la guerra.

Así que cuando pensamos en los jóvenes, estamos pensando acer-
ca de condiciones en particular, que se comprometen de manera
histórica con el mundo social. Pueden llevar consigo diferentes
expectativas de sus padres y distintas ambiciones propias, depen-
diendo de las culturas y sociedades en que crecieron. Si de joven
viviste en el Chile de Pinochet, en los años después del sangriento
golpe de Estado en contra del gobierno de Unidad Popular de Allen-
de, las sombras del pasado ensombrecen tu vida. Hubo preguntas
que aprendiste a no hacer y silencios que te sentiste obligado a
respetar. Hombres jóvenes compartieron cómo al cerrarse el espa-
cio público se produjo una intensificación de su vida emocional
interior y del significado de la pornografía como una forma de ex-
plorar sus identidades sexuales. Ver vídeos con los amigos creó un
espacio privado de exploración que enseñó acerca de los deseos,
de los que no se puede hablar en público. Al ver los videos en secre-
to había un reconocimiento de los deseos, de los que de otro modo
no se les podía nombrar. Al mirar atrás, los jóvenes insisten en su
significado, a pesar de las degradantes imágenes de las mujeres.

Escuchar

¿Es difícil para los padres escuchar a sus hijos adolescentes porque
a los adolescentes no les interesa compartir sus ideas y creencias
con ellos? ¿Hay un abismo que divide a las generaciones, por lo
menos por un lapso, porque no hay un lenguaje común que permita
expresar las diferencias? Si reconocemos que los jóvenes encuen-
tran el mundo de los adultos dentro de contextos especiales histó-
ricos y culturales, también tenemos que reconocer que durante un
tiempo por lo menos a ellos no les interesaba comunicarse con el
mundo adulto, al que en gran parte rechazaban. A diferencia de
una generación anterior de muchachos y muchachas, no se sienten
tan seguros de lo que el futuro les depara. Podrían tener una vaga
idea de lo que ellos esperan de una relación de pareja, pero un
matrimonio en el futuro o la idea de ser padres ya no tiene el mismo
interés en sus vidas. Reconocen que el futuro está abierto para
ellos, incluso si la economía globalizada y el declive de las indus-
trias tradicionales ya no es el trabajo seguro que sus padres podían
haber dado por hecho. El futuro más bien se presenta a sí mismo
como un tiempo de riesgo e incertidumbres.
Como jóvenes, con frecuencia empiezan a explorar con sus pro-
pios deseos e identidades. Están en la búsqueda de un tipo diferen-
te de intimidad que les permita sentirse vulnerables y en intimidad.

A menudo, a diferencia de la política sexual de los años setenta,
los jóvenes no quieren que se les defina o se les catalogue como
heterosexuales o gays o bisexuales, en relación con su sexualidad. Ya no
creen que sea un problema que de alguna manera tenga que ver
con su experiencia dentro de las categorías preexistentes. De ma-
nera similar, los jóvenes ya no tienen el mismo tipo de creencia
segura de que hay formas de familia preexistente y que sólo es cosa
de escoger la forma que te acomode. Más bien hay un reconoci-
miento extendido dentro de las culturas urbanas posmodernas de
que el individuo tiene que explorar su propio cuerpo, deseos y sexua-
lidades. Es a través de esta autoexploración con la que ellos po-
drían negociar una relación de pareja para satisfacer sus deseos y
sus necesidades. Aprecian que esta negociación implicará un com-
promiso y respeto de las necesidades de los demás como ellos los
definen.

Dentro de estos cambios en el mundo, ha habido una pérdida
de comunicación entre las generaciones. Con frecuencia los adul-
tos piensan en la “adolescencia” desde el punto de vista de una
experiencia de adulto, así que a los jóvenes se les define a través
de lo que a ellos les falta, concretamente las responsabilidades de
adulto. Hay una conciencia extendida de que las nuevas tecnolo-
gías y el internet significan que los jóvenes se comunican entre sí
por medio de diferentes tipos de realidades virtuales. Hablan y se
escuchan uno al otro más allá de los límites del estado. Compar-
ten sus propios medios de información y a menudo son escépticos
acerca de lo que los adultos tienen que decir, a sabiendas de que
están creciendo en un mundo radicalmente diferente en el que la
experiencia del pasado parece tener menor peso. Con las incerti-
dumbres del mundo globalizado, los jóvenes pueden sentir que sus
padres tienen poco que enseñarles. Podrían sentirse más abiertos
acerca de las diferencias raciales, étnicas y homosexuales, aun-
que en cuanto a esto también pueden reproducir intolerancias
como en generaciones pasadas. Esto es especialmente cierto de los
jóvenes que todavía pueden definir su identidad masculina a tra-
vés del rechazo a la vulnerabilidad y a las emociones consideradas
como “femeninas” y tan relacionadas con un callado miedo a la
homosexualidad.

El discurso homofóbico con frecuencia es una forma de auto-
protección, dado que la identidad heterosexual se establece con
frecuencia a través de un rechazo interior del deseo homosexual.
Es a través del rechazo a la “suavidad” que los jóvenes todavía
afirman su identidad masculina heterosexual. Así, podemos reco-
nocer que la homosexualidad no es sólo una opción sexual más
para agregarse a otros espacios, sino que es parte integral en la
construcción de la dominante heterosexualidad. Sin embargo, dentro
de los entornos urbanos parece ser que existe una gran disposición
para escuchar más allá de los géneros y sexualidades. Pero esto no
puede decirse tan confidencialmente en relación con las diferen-
cias étnicas y raciales. Más bien, se enfocan sobre los problemas de
diferencias de género que pueden funcionar para acallar una con-
ciencia de etnias y razas diferentes. En Chile esto es evidente en
relación con el dominante grupo indígena mapuche. Mientras que
existe un reconocimiento de una identidad chilena y una amplia
cultura mestiza, existe el rechazo a la herencia indígena en el pre-
sente. Esto es muy diferente a México, en donde la población ge-
neralmente clama que todo el mundo es mestizo y existe una
glorificación de la cultura azteca en el pasado, también existe el
rechazo a las diferencias étnicas y raciales en el presente. A las
personas no les gusta que se les recuerde que la mayoría de quienes
sirven en los restaurantes tienen la piel más oscura.

Con frecuencia las personas crecen dando estas diferencias por
hecho, ya que reflejan relaciones dentro de sí, por ejemplo, la fami-
lia de clase media, en donde las sirvientas que provienen de ex-
tracción indígena cocinan, hacen la limpieza y cuidan a los niños.
A menudo existen relaciones emocionales ambivalentes, ya que los
jóvenes con frecuencia rechazan su relación con las mujeres que
los cuidaron. Así que necesitamos ser cuidadosos para especificar a
quién se le escucha y en qué circunstancias culturales se le escu-
cha. Algunas veces los jóvenes sienten que ellos “lo saben todo” y
que no tienen que escuchar a nadie. Años más tarde podrían la-
mentar el no haber escuchado más.

El poder y la autoridad

Con frecuencia, los jóvenes se resienten cuando se les dice qué
pensar. También quieren ser escuchados y quieren pensar por sí
mismos. Insisten sobre la libertad que el mundo adulto por tradi-
ción no les ha brindado. Quieren un espacio y tiempo para sí mis-
mos para poder explorar sus necesidades y deseos individuales y
colectivos. Esto ya constituye un reto para las formas tradicionales
y patriarcales de la autoridad familiar. Los jóvenes ya no están dis-
puestos a respetar a sus padres sólo por la posición que ocupan. Más
bien insisten en que el respeto se debe a que las personas se com-
portan de determinada manera. Han cuestionado la forma
paternalista británica en donde los hombres decían: “Haz lo que
digo, pero no lo que hago”. Ésta es una forma de obediencia que ya
no tiene vigencia, ya que los jóvenes detectan la hipocresía que se
niegan a tolerar. Todavía quieren estar cerca de sus padres y con
frecuencia están preparados para pagar el precio, pero también
quieren que cambien sus padres para acercarse a ellos.
Una cultura posmoderna reconoce la crisis en las formas jerár-
quicas de respeto. Los jóvenes ya no están preparados para aceptar
las culturas de deferencia que sus padres daban por hecho. Se ha
extendido una ética igualitaria dentro de la amplia cultura del con-
sumismo que alienta a los jóvenes a reconocerse a sí mismos como
ciudadanos iguales, como portadores de derechos y obligaciones.
No es que no quieran creer en las autoridades, sino que han cues-
tionado a las autoridades tradicionales que esperan ser obedecidas
sin cuestionar.

Quieren saber quién habla y con qué autoridad. Cómo se gana-
ron su posición de autoridad y con qué autoridad hablan en rela-
ción con sus propias experiencias. Tienen dudas del tipo de autoridad
que se consolidó a través de la relación especial entre la dominan-
te masculinidad blanca de Europa y el proyecto de modernidad
como progreso. Esto le permitió a la masculinidad dominante ha-
blar con la objetiva e imparcial voz de la razón. Ésta era una voz
impersonal que hablaba de ningún lado en especial, pero que asu-
mía una enorme autoridad en relación con la otra colonizada que
era considerada incivilizada o primitiva.

Un discurso de masculinidades hegemónicas no ha cuestiona-
do a esta voz, impersonal e imparcial, pero la ha hecho propia den-
tro de la teoría de la masculinidad como una práctica social en
medio de otras prácticas sociales.

En el documento de consulta sobre la masculinidad de Bob
Connell, tenemos una identificación implícita entre los hombres y
la masculinidad que hace difícil para ambos explorar cómo han
crecido los hombres en relación con las masculinidades especiales
y también la tensión y la inquietud que los hombres sienten en
relación con las masculinidades ya existentes. Connell todavía piensa en
las masculinidades como encerradas dentro de relaciones de poder
con los otros. Más que hablar desde una posición en
particular, Connell adopta la voz impersonal del racionalismo objetivo.
Si hay espacio para los cuerpos y la vida emocional dentro del marco teórico,
éste es tan subjetivo como las consecuencias de las estructuras objeti-
vas. Esto lo hace particularmente difícil para explorar las contra-
dicciones en su experiencia de hombre y las transiciones que pasan
durante sus años de adolescencia. Está encerrado más bien en un
pensamiento acerca de las confrontaciones diversas que los jóve-
nes tienen en relación con el mundo adulto.

La teoría estructural de Connell permanece dentro de los tér-
minos de una modernidad que por sí misma clasifica dentro de los
términos de una masculinidad blanca dominante. Al exponer los tér-
minos de un marco teórico que se establece sólo a través de la
razón, hay poco espacio para escuchar las voces de los jóvenes mis-
mos. Más que una diferencia que establece entre la vida emocio-
nal como “terapéutica” para contrastarla con la “política” que se
considera exclusivamente en términos estructurales, asume una
posición de autoridad que fácilmente funciona para desairar las
voces de los jóvenes que de otra forma también quisiera escuchar.
En forma más precisa, no hay espacio para un diálogo en el que los
jóvenes puedan explorar sus relaciones complejas con las masculi-
nidades complejas. Ni tampoco hay espacio para que ellos puedan
desafiar a las relaciones tradicionales de autoridad dentro de la
familia, en donde se espera que escuchen y obedezcan más que
oírse y respetarse a sí mismos.

Dentro de la visión jerárquica de respeto, se le debía obedien-
cia a aquellos que estaban en una posición de poder. Dentro de las
relaciones más democráticas de familia, el respeto se gana a través
de la experiencia y el comportamiento. A los jóvenes les preocupa
la cuestión de las jerarquías, incluyendo las jerarquías de las mas-
culinidades, las cuales cierran el diálogo y la comunicación. Ellos
no quieren que se les diga lo que tienen que hacer, lo que tienen
que creer, sino que insisten en la libertad para obtener sus propios
resultados en cuanto a sus creencias y valores.

Quieren espacio para sus propias relaciones y quieren que sus
padres los apoyen sin esperar demasiado a cambio. Esto puede resultar
difícil de aceptar por los adultos. Sin embargo, si queremos cuestio-
nar a las grandes narrativas de la modernidad, incluyendo a aquellas
enmarcadas en términos de las masculinidades, tenemos que abrir-
nos para escuchar lo que los jóvenes tienen que decir. Tenemos que
reconocer que no son necesariamente desafiantes todas las formas
de autoridad o la autoridad establecida en contraste con la libertad.
Más bien lo que quieren son “buenas” autoridades que no se basen
en la obediencia de aquellos que han sido obligados a guardar silencio.
De manera similar, pueden reconocer la necesidad de disciplina
en sus propias vidas, pero cuestionan las formas de obediencia que
se espera que sean automáticas. Quieren tomar parte en la forma-
ción de los nuevos estilos de las relaciones íntimas y familiares.
Reconocen que los modelos que heredamos del pasado ya no le
dicen nada al presente que vivimos. Quieren el respeto y la con-
fianza de sus familias, sabiendo que necesitan tiempo y espacio para
explorar sus propios valores y creencias. Si éste es un tiempo en el
que los jóvenes toman riesgos, también es un tiempo en el que exi-
gen honestidad y rectitud de aquellas personas que podrían traba-
jar con ellos.

Los jóvenes quieren ser capaces de ejercer el poder sobre sus
propias vidas. Han crecido con relaciones de género más equitati-
vas tanto en el hogar como en la escuela, y están menos preocupa-
dos con los problemas de igualdad de género que la generación
pasada. Como las mujeres jóvenes son escépticas al identificarse a
sí mismas con el feminismo, en parte porque no quieren limitar las
oportunidades abiertas a ellas; así los hombres jóvenes están menos
preocupados con la relación entre los hombres y el feminismo de lo
que están acerca de cómo vivir unas vidas significativas y abiertas
como hombres.
Quieren explorar “en dónde están” sin el moralismo
que todavía persigue mucho al feminismo, así como las visiones de
Connell sobre las “masculinidades hegemónicas”. Al mismo tiempo
esto tendrá una especial atracción en América Latina, por ejem-
plo, en donde hay tanta distancia social entre los intelectuales ra-
dicales y los movimientos sociales con que también se relacionan.

En este contexto es más fácil desairar a los grupos de hombres que
se preocupan exclusivamente de mejorar las vidas personales de los
hombres, mientras que la única preocupación del feminismo es
“cambiar al mundo”. Encontramos ecos de un marxismo sin rees-
tructurar, que todavía se tiene que replantear de manera lo suficien-
temente profunda, sobre su relación con un proyecto de modernidad
masculina.

Como jóvenes, no quieren ser identificados con el poder que
tienen en relación con las mujeres, porque saben que en muchas
áreas de sus vidas se experimentan por sí mismos alejados del po-
der. No quieren vivir las masculinidades de una generación ante-
rior, sino que quieren explorar “lo que significa ser hombres” en sus
propios mundos. No quieren tener que negar su amor, calor y ternura
para vivir una visión de masculinidad que ya no parece verdade-
ra para su propia experiencia y sus posibilidades.

jueves, 12 de febrero de 2009

HACERSE HOMBRE EN MONGOLIA




En las llanuras nevadas del norte de Mongolia viven los nómadas Tsaatan. El joven Quizilol y la hermosa Solongo están enamorados. Quizilol debe convencer al padre de Solongo de que es suficientemente hombre como para casarse con su hija. Para ello deberá demostrar que es capaz de dedicarse a la cría del ganado de renos él solo. Su familia le da un joven semental para que comience. Pero durante una fuerte ventisca el reno se escapa a las montañas. Si el animal cruzara la cercana frontera rusa se perdería para siempre. El joven Quizilol depende únicamente de sí mismo para capturarlo. Solo podrá casarse con Solongo si consigue recuperar el animal...


HACERSE HOMBRE EN MONGOLIA
Mejor documental de Cultura de Montaña. Festival de Cine de Montaña Banff 2008. Canadá.
Realizador: Hamid Sardar
Productor: ZED
País de Origen: Francia
Año de Producción: 2008
Fecha de emisión: Viernes 13-2-2009, 23:00h
Sábado 14, 8:00/15:00h

jueves, 29 de enero de 2009

Cambios en la adolescencia y ritos de paso. La infancia más corta, la adolescencia más larga

La adolescencia se alarga

Los jóvenes españoles son los más remisos de la UE al abandono del nido familiar - El respaldo económico y afectivo de los padres, la falta de ayudas públicas y la precariedad laboral lo explican


Fuente: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/infancia/corta/adolescencia/larga/elpepisoc/20090129elpepisoc_1/Tes

JOSÉ LUIS BARBERÍA 29/01/2009

"¿Tenemos un cretino en casa o es sólo un damnificado más de la precariedad laboral, el mileurismo o el exorbitado precio de la vivienda?" La duda ronda con frecuencia en los hogares de esta generación de jóvenes tan preparados, tan queridos y mimados y, tan apocados, sin embargo, a la hora de levantar el vuelo. Mientras la infancia se acorta por la imposibilidad de preservar a los niños de las informaciones adultas que circulan por las pantallas, preferentemente, la adolescencia se prolonga sin límites precisos. "A su edad, yo ya había...". Ése es el más común de los reproches.

¿A qué se debe que los jóvenes españoles tarden en abandonar el hogar familiar?

ENCUESTA - 2302 - Resultados



La familia es la institución más valorada entre los menores de 18 años

Padres, tíos y abuelos suplen las deficiencias del sistema

Salir por la noche hasta las tantas es el rito de paso de la niñez a la juventud

La edad media de inicio de las relaciones sexuales es de 16 años


¿Cuánto hay de realidad en la imagen que presenta a nuestros hijos como hedonistas, consumistas y materialistas impenitentes, personalidades egocéntricas e individualistas refractarias al compromiso y apáticas ante las cuestiones de interés general?

¿Y cuánto hay de desconocimiento y prejuicio adulto, del consabido reflejo castrador, generalmente gratuito, que toda generación activa contra los llamados a sucederle?

Mientras algunos progenitores entonan el "Socorro, tengo un hijo adolescente" o el "Socorro, tengo a mi hijo en casa para toda la vida", otros, fieles al modelo "padres solícitos para siempre", actúan bajo la divisa "que no les falte nada". Así, aunque con frecuencia se trata de mujeres progresistas y profesionalmente activas, la mamá de clase media puede seguir lavando, cosiendo y planchando la ropa de los chicos, incluso de aquellos que, ya en la treintena, se han mudado a un piso, probablemente sufragado también por sus padres.

¡Ah, la familia española! Tranquilícense aquellos que temen por el futuro de la institución por excelencia de nuestro país. Por mucho que aumenten los divorcios y las familias monoparentales, las encuestas muestran que en España los jóvenes aman a su familia por encima de todas las cosas. La aman tanto que nuestros hijos son los europeos que, con crisis o sin ella, más tardan en emanciparse.

El 51% de los chicos y el 50% de las chicas con ingresos suficientes como para poder independizarse optan, sin embargo, por permanecer en casa de sus padres, cuando en Francia esos porcentajes se reducen al 37% y el 33%, respectivamente. Y no parece que la "sociedad líquida" del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en la que lo único perenne es el cambio continuo, ni la "sociedad de riesgos", que da paso a formas de vida no limitadas a la familia, pueda cortar ese cordón umbilical. "Aquí no se plantea el conflicto generacional en el hogar porque hay una negociación contínua para una convivencia armónica", afirma el sociólogo valenciano Andreu López, coordinador del estudio Juventud en España 2008.

El colchón económico familiar es una verdadera excepción de nuestro país, un rasgo sociológico distintivo en una Europa donde la emancipación temprana es un valor y donde las instituciones facilitan la autosuficiencia con becas, ayudas a la inserción laboral y una amplia oferta de viviendas de alquiler. De hecho, los sociólogos y economistas extranjeros que nos analizan incluyen de oficio en sus prospecciones el factor familiar para explicarse la poca contestación a las políticas económicas y nuestra baja tasa de pobreza juvenil. Los padres, sobre todo, pero también los tíos y los abuelos suplen aquí a las instituciones públicas.

Los estudios de la OCDE y de Eurostat confirman que la posición de los jóvenes europeos en el mercado laboral ha empeorado desde 1995 y que ese deterioro es más acusado en los países del sur del continente, debido a la mayor temporalidad y precariedad salarial. Se entiende, pues, que con lo duras que están las cosas ahí fuera nuestros hijos, particularmente los de clase media y alta, se lo piensen antes de abandonar el hogar. Por lo general, han crecido sin estrecheces, más conscientes de sus derechos que de sus obligaciones.

Decir que viven como reyes no es sólo retórica. Con permiso del cambio climático y de los accidentes de tráfico -su mayor causa de mortandad-, esta generación está llamada a superar los 100 años de edad, más del doble de la esperanza de vida de los soberanos y príncipes de la corte de Versalles. Tienen, además, la menor tasa de suicidio de toda Europa y ahora mismo tampoco hay redoblados motivos para alarmarse por los estragos colectivos que puedan causarles el abuso del alcohol y otras drogas. Las últimas encuestas certifican el descenso del consumo de estupefacientes ilegales y la disminución de las enfermedades de transmisión sexual y de sida, aunque esa reducción no les permita por ahora abandonar las cabeceras de esas clasificaciones.

Lo que continúa suscitando la alarma es el fenómeno creciente del botellón, práctica habitual ya del 26% de los jóvenes, el 10% más que hace seis años. Por descorazonador que pueda resultar que los desmovilizados jóvenes españoles no encuentren mayor motivo de encuentro que beber en grupo, ni reivindicación mejor que un pretendido "derecho a divertirse", conviene no olvidar que las admoniciones de los adultos escandalizados ante jóvenes que "se emborrachan y blasfeman por las noches" lleva más de cinco siglos presente en la literatura. Si añadimos los escupitajos a ese cuadro y un comportamiento incívico con el mobiliario urbano, puede que lleguemos a la conclusión de que las cosas no han cambiado tanto en este aspecto.

La profesora de sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia María Jesús Funes ve en las concentraciones del botellón un punto de encuentro y de contestación generacional -una de las pocas explícitas existentes-, antes que el ejercicio depravado del alcoholismo en masa. Lo que está claro es que los jóvenes españoles son hijos de una sociedad habituada al alcohol y a la noche.

El espacio nocturno ejerce sobre ellos tal fascinación -el 30% define la noche como "el momento de la gente joven para la gente joven"- que el 41% sale de noche cada fin de semana. La mitad no vuelve a casa antes de las tres de la madrugada y a la quinta parte le dan las seis en la calle. En España, la salida nocturna prolongada hasta la medianoche es un rito de paso de la infancia a la adolescencia más significativo, incluso, que el mantener relaciones sexuales. Y eso que nuestros chicos son cada vez más precoces en esta materia: 16 años y 10 meses de edad media a la hora de tener su primera relación sexual. Aunque a distancia todavía de los adolescentes anglosajones (que en abierto contraste con el puritanismo oficial de sus países se inician en el sexo a eso de los 14 años), los jóvenes españoles se separan del modelo mediterráneo y no digamos nada de los asiáticos y árabes. Contra lo que cabría suponer por el aumento de los embarazos prematuros -incremento constreñido a las comunidades de origen inmigrante-, la gran mayoría toma precauciones y se comporta con prudencia.

¿Pero qué piensa esta generación criada en los hábitos de la reclamación y el consumo y destinada a tomar las riendas de lo que, pese al aporte inmigrante, va asemejándose cada vez más a una sociedad de jubilados? ¿No es inquietante que el 36,5% de ellos esté a favor de la aplicación de la pena de muerte y que un porcentaje idéntico no haya leído un libro durante el último año? Además de que los políticos españoles deberían hacérselo mirar seriamente, ¿qué puede deducirse del dato de que el porcentaje de jóvenes que declara no tener "ningún interés en la política" haya pasado en cuatro años del 38% al 50%?

El estudio cuatrianual Juventud en España 2008, realizado a partir de 5.000 encuestas a chicos situados entre los 15 y los 29 años, indica que están bien adaptados, en general, a las normas del mundo adulto e incluso que se inclina por un mayor civismo. También que reproducen la polarización ideológica de los adultos y con un repunte conservador. Ese repunte, fruto, quizá del bienestar heredado y del poso cultural de inmigrantes poco instruidos en los valores ilustrados, se manifiesta también en un mayor rechazo al aborto y a los matrimonios homosexuales y un incremento de la importancia que se concede a la religión. Sólo el 12% se declara católico practicante, aunque el 27% dice que la religión es importante.

"Pese a la desafección que muestran hacia los partidos, sí están interesados en la política no convencional. De hecho, muchos participan en las ONG y también, y de manera creciente, en actividades ajenas a la política oficial", aclara María Jesús Funes. Está convencida de que existe ya un movimiento contestatario comprometido en dinámicas alternativas, ecologistas, antiglobalización, etcétera, que responde a las inquietudes de una quinta parte de la juventud, precisamente, el mismo porcentaje que componen los jóvenes grandes lectores. "Son chicos ilustrados, competentes y pluralistas, mayoritariamente de izquierdas, enemigos del consumismo plano y defensores de valores de solidaridad y justicia. Les une la idea de una red global". La socióloga detecta en este sector similitudes potenciales con la generación de Mayo del 68 francés.

El problema de nuestros jóvenes es que están sujetos a clamorosas contradicciones. Tienen su pedestal en casa, pero forman parte de lo que se ha dado en llamar la "generación en prácticas" europea. Viven en un mundo donde el consumo está idealizado como forma de realización personal y de relación social y resulta que están atacados por los riesgos e incertidumbres laborales de la globalización.

La encuesta Juventud en España 2008 ha venido a demostrar que la ocupación de los padres incide de forma significativa en el nivel de estudios que alcanzan los alumnos. El 43% de los hijos de los profesionales técnicos y similares accede a la educación superior, mientras que sólo lo consigue el 8% de los hijos de los trabajadores no cualificados. ¿Pero no habíamos quedado en que la igualdad de oportunidades debía materializarse en la educación? ¿Cómo es que nuestro sistema educativo reproduce tan obscenamente las posiciones sociales y, por tanto, las diferencias?

Aunque la ecuación "a mayor preparación, mejor y más temprano empleo" parece incuestionable, la frustración laboral alcanza también a no pocos titulados universitarios que ejercen funciones y tareas distintas y menos cualificadas a las de su formación. Esto explica, por lo visto, que un número creciente de jóvenes haya renunciado a la universidad en los últimos años. "Muchos han visto que sus hermanos mayores no han llegado profesionalmente muy lejos a pesar de tener una amalgama de títulos y cursos de formación", explica Almudena Moreno, profesora de sociología de la Universidad de Valladolid y coautora del mismo estudio. "Les entiendo porque soy de aquella generación del baby boom destinada a comerse el mundo que acabó bastante frustrada. Yo tuve la sensación de que todo había sido una gran mentira familiar y social", afirma esta socióloga, de 37 años. "No creo que los jóvenes se sientan ganadores. El deseo incumplido de formar una familia con hijos está presente en muchos de ellos", indica.

Con todo, el doctor en Ciencias Políticas y Sociología y coautor también del informe, Domingo Comas, juzga infundada la etiqueta "perdedores" que algunos expertos asignan a los jóvenes europeos. "Lo de jóvenes sin futuro es algo que se ha aplicado por sistema a todas las generaciones. También lo dijeron de nosotros en 1979 en unos informes que ahora nos hacen reír", subraya. No le parece evidente que la juventud esté condenada a vivir peor que sus padres.

Pero, establecido que muchos tienen dificultades objetivas para emanciparse, tampoco cabe minusvalorar el elemento cultural específico español. "No somos masoquistas. Quedarse en casa ofrece grandes ventajas. Yo sólo me independizaré cuando tenga las cosas muy claras con el trabajo estable y con mi novio", vienen a decir. Las relaciones de noviazgo tampoco son ya tan determinantes en esta sociedad posmoderna caracterizada por la ambivalencia y la contradicción. La disyuntiva, el tener que optar y renunciar a una de las opciones, ha sido reemplazada por la yuxtaposición. Se puede ser una cosa y otra, joven con espíritu adulto y viceversa, trabajar en esto y aquello.

Los noviazgos no implican ya la renuncia a las salidas con los amigos, "el grupo de iguales". Mientras para sus progenitores, la formación de una familia era prácticamente la única posibilidad de acceder a las libertades de la vida adulta, estos jóvenes pueden ensayar nuevas formas de vida social. La singularidad es un valor, y poseer la adaptabilidad de la ameba un requisito, por lo visto, imprescindible. Ya dice Ulrick Beck que los jóvenes de ahora están obligados a construirse ellos mismos una biografía, como de bricolaje.

Es una idea que enlaza con la impresión de muchos jóvenes de que transitan por terrenos "donde los senderos apenas están marcados". En la sociedad moderna, el dinero es un señuelo todopoderoso que eclipsa valores de referencia de generaciones pasadas, como ser un buen profesional, ejercer el magisterio o el arte. Y sin embargo, ¡sorpresa!, resulta que estos hijos nuestros que creíamos tan prosaicos dicen que ganar mucho dinero sólo ocupa el noveno lugar en su listado de prioridades.

El término juventud da nombre a realidades bien distintas. Mientras algunos regresan ahora al refugio familiar empujados por la crisis, un tercio de los situados entre los 26 y los 30 años tiene una vivienda a su nombre.Nunca hubo tantos jóvenes propietarios como ahora.

Convivir en un piso pequeño con un solo baño y sin demasiado confort es un acicate para buscarse la vida fuera; de la misma manera que vivir sin agobios invita a lo que Andreu López llama "aumento de capital social". A su juicio, quedarse en casa responde a una estrategia pragmática que permite a los jóvenes seguir formándose, rechazar los malos trabajos y elegir el momento de la emancipación. No tienen prisa porque tienen las necesidades básicas cubiertas.

No, nuestros jóvenes no son unos cretinos. Si nos fijamos bien descubrimos en ellos nuestro propio reflejo, no sólo físico, sino también cultural. Han heredado la sociedad que les hemos dado, son más libres, más tolerantes, más seguros de su capacidad y competencia. Pese a que la supervivencia parece exigirles la adaptabilidad de la ameba, puede que muchos de ellos echen en falta valores e ideales que estructuren su futuro y dé más sentido a sus vidas.

lunes, 26 de enero de 2009

Valor, hombría y ritos de paso hombría


Fuente: http://www.natgeo.es/articulo/Muestrasdevalentia.htm

El tatuaje doloroso de las niñas Fulanis »


El prototipo de belleza de las mujeres fulanis consiste en unos tatuajes hechos con una Ahuja bastante dolorosos. La edad de iniciación son los 8 años.

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El club de la lucha »

Actualmente existen innumerables clubs donde se lucha voluntariamente sin premios ni reglas. Es una vía de escape del estrés cotidiano.

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El día del Pasola »

En una pequeña isla de Indonesia, se produce un combate entre pueblos que determina el valor de sus habitantes y las prosperas cosechas con las que serán premiados su valor.

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La paliza de los Fulanis »

En plena adolescencia, los jóvenes de la tribu de los fulanis, en Benin, han de azotarse entre ellos delante de miles de persona, para demostrar su hombría y la de su familia.

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http://www.terra.tv/templates/channelContents.aspx?channel=2129&contentid=87844