Autor: IOSU ONANDIA
Nadie ha dicho que la convivencia sea fácil, pero cuando las peleas aparecen un día sí y otro también es el momento de reflexionar y reconocer sus motivos.
Las discusiones en la pareja son constructivas cuando se trata de enfrentar puntos de vista diferentes desde el respeto y siempre bajo la premisa de que no hay por qué estar de acuerdo en todo. Ahora bien, cuando estos debates se convierten en algo habitual, siempre idénticos, y sólo sirven para crear malestar, pueden ser el síntoma de un conflicto oculto y quizá desconocido.
En este tipo de enfrentamientos no sólo no se escucha al otro, sino que ni siquiera se habla de lo que se quiere. Tras el ruido de la pelea se oculta la falta de seguridad en lo que defendemos y la intransigencia respecto a la postura del otro. Llega un momento en el que no se sabe de qué se hablaba ni cuál fue el origen. En tales casos, las palabras no sirven para comunicarse, sino para dañar al otro y a uno mismo. Lejos de acercar, aumentan la distancia entre los cónyuges, que son víctimas de emociones que se niegan a reconocer y que ni siquiera pueden nombrar, pues pertenecen a conflictos inconscientes. Una característica de estas discusiones es que el contenido verbal va cargado de un tono afectivo que no se corresponde con aquello de lo que se habla. Este dato señala la conexión que existe con un contenido psíquico desconocido para la conciencia.
Antiguas inseguridades
Hay personas que necesitan estar siempre en contra de lo que diga el otro, como si en esa oposición encontraran algo de la firmeza o de la seguridad que les falta. Sólo saben quiénes son en función del sujeto de que dependen, tanto para vivir como para discutir. Otras, en cambio, tienen un miedo exagerado a entrar en polémicas y con su actitud provocan aquello de lo que quieren huir, pues no se pueden hacer cargo de sus afectos agresivos y prefieren que sea el otro el que los exprese.
En la intimidad afectiva que se produce dentro de una relación de pareja se puede llegar a depender en exceso de la imagen que el otro tenga de nosotros, lo que favorece las discusiones. Este exceso de dependencia se produce cuando no se ha podido llegar a un acuerdo que nos haga sentirnos seguros de lo que hacemos. Si nos sentimos inseguros y poco aceptados por nuestra pareja, atacaremos sus opiniones para devolver la agresión. Pero lo que no sabemos es que en esa discusión estamos ventilando antiguas inseguridades y conflictos que tuvimos con nuestros vínculos infantiles.
En la relación de pareja se producen compensaciones psicológicas. Se puede buscar un hombre protector, por ejemplo, o una mujer maternal para equilibrar deseos infantiles que no fueron satisfechos. Pero si ello nos provoca un conflicto y no aceptamos el porqué hemos elegido a una pareja así y no a otra, podemos atacarla allí donde precisamente nos evoca un conflicto con alguna persona de nuestra vida afectiva.
Fernando se quejaba de la escasa aptitud de su mujer, Carmen, para controlar el dinero, más en un momento como este. Él vivía el trabajo de consultor como un sacrificio que hacía para sacar adelante a la familia y se creía, por lo tanto, con derecho a pedirle a su conyuge que fuera como él quería, lo que incluía hacerse cargo completamente de la educación de sus hijos y de la administración de la economía doméstica. Ella, por su parte, no podía resistir las recriminaciones que le hacía Fernando, al que acusaba de no estar en casa el tiempo suficiente para cumplir con su función de padre y pareja. Él, por su parte, huía de casa porque se había identificado con un padre que trabajaba de sol a sol, incluso los días festivos, lo que también era una forma de plegarse a la idea que su madre tenía sobre los hombres. De esta manera se acerca a su madre y se aleja de su mujer.
Peleas permanentes
Carmen, por su lado, le recriminaba su falta de tiempo, pero a la vez, cuando estaba en casa, le dejaba poco espacio. De esta forma repetía sin saberlo la relación con su padre, cuya atención siempre echó de menos. Carmen no controlaba el dinero obligándole a estar pendiente de ella, tratándola como a una niña. Al culparla por su mala gestión económica, evita culpabilizarse a sí mismo de su mala gestión emocional como padre. Los dos mantienen una posición infantil con respecto a sus propios padres, lo que no les deja mantener una posición de adultos respecto a sus hijos. Todo ello se traduce en enfrentamientos de pareja permanentes.
Las discusiones en las parejas pueden darse por cuestiones domésticas, económicas y, sobre todo, por los hijos, terreno donde se desliza aquello que vivimos en nuestra educación emocional y que ahora podemos reeditar al colocarnos en el papel de padres, que hemos de compatibilizar con el de cónyuges.
¿QUÉ NOS PASA?
Cuando las discusiones son frecuentes y nos parece que el motivo fue una tontería o algo realmente insignificante, conviene suponer que estamos dominados por emociones antiguas, pertenecientes al pasado, que revivimos ahora con nuestra pareja.
La intensidad de los afectos que se ponen en juego tiene que ver con la magnitud con la que vivimos nuestras primeras experiencias afectivas, donde los recursos psicológicos de que disponíamos para dominarlas eran escasos.
Las discusiones señalan en cierto sentido que, aunque haya conflictos, el otro aún nos importa. La indiferencia total hacia la actitud de la pareja es la antesala del agotamiento amoroso.
Cuando el objeto de las peleas son los hijos, es importante reeditar nuestra educación emocional.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Reflexionar sobre los motivos por los que discutimos y aceptar que el otro también tiene sus razones, aunque no estemos de acuerdo con ellas.
Nunca hay que suponer que la mejor defensa es un buen ataque. Intimidar a la pareja es el reflejo de una debilidad que el acosador no quiere reconocer.
Es mejor hablar de lo que ocurre cuando pensamos que no vamos a seguir peleando. La actitud masculina de negarse a hablar establece una guerra fría y esconde una posición pasivo agresiva que a corto plazo evita la pelea y a largo plazo no resuelve nada.
No conviene ceder totalmente a lo que el otro quiere, esta actitud es más femenina. La mujer puede buscar en este caso evitar el rechazo y sentirse querida. Se equivoca y a la larga lo lamentará. Hay que tratar de comprender tanto a la pareja como a uno mismo.
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