Dirección: Nicholas Hytner.
País: Reino Unido.
Año: 2006.
Duración: 104 min.
Género: Comedia dramática.
Interpretación: Richard Griffiths (Hector), Frances de la Tour (Sra. Lintott), Stephen Campbell Moore (Irwin), Samuel Barnett (Posner), Dominic Cooper (Dakin), James Corden (Timms), Jamie Parker (Scripps), Russell Tovey (Rudge), Samuel Anderson (Crowther), Sacha Dhawan (Akhtar), Andrew Knott (Lockwood), Penelope Wilton (Sra. Bibby), Adrian Scarborough (Wilkes).
Guión: Alan Bennett; basado en su obra.
Producción: Kevin Loader, Nicholas Hytner y Damian Jones.
Música: George Fenton.
Fotografía: Andrew Dunn.
Montaje: John Wilson.
Diseño de producción: John Beard.
Vestuario: Justine Luxton.
Estreno en Reino Unido: 13 Oct. 2006.
Estreno en España: 18 Mayo 2007.
SINOPSIS
Todo empieza en una pequeña escuela pública masculina situada en la región industrial del norte de Inglaterra, en la que ocho alumnos, un número sin precedentes, se disponen a emprender el definitivo sueño británico: ser admitidos en una de las dos legendarias universidades inglesas. Trastornados por el sexo, los deportes y el caos que supone crecer en los años ochenta, los chicos se ven ayudados, y en ocasiones estorbados, en su búsqueda por dos profesores diametralmente opuestos en sus métodos. Al tiempo que ambos profesores se disputan la lealtad, las mentes y hasta los corazones de los muchachos, imparten lecciones fundamentales y revelan sus propios defectos humanos.
CÓMO SE HIZO "HISTORY BOYS"
Notas de producción 2006 Hispano Foxfilm
1. Origen del proyecto
En mayo de 2004, la nueva y provocadora obra de Alan Bennett sobre la anarquía de la adolescencia, la finalidad de la educación y la naturaleza de la historia, “The History Boys,” se estrenó en el Teatro Nacional de Londres bajo la dirección de Nicholas Hytner. Causó sensación nada más ponerse en escena. Rebosante de malicioso ingenio, de energía juvenil y de insistentes preguntas sobre absolutamente todo, desde por qué hay alguien que lee poesía hasta el mismo cogollo de la ética sexual, la obra registró un sinfín de llenos y acaparó numerosos premios, entre los que figuran los Premios Lawrence Olivier a la Mejor Obra Nueva, al Mejor Director y al Mejor Actor, así como los premios del Evening Standard y del Círculo de Críticos a la Mejor Obra. A una gira mundial de enorme éxito la siguió un temporada triunfal en Broadway. A pesar de su ambientación evidentemente británica, el argumento le llegó al público estadounidense con tanta fuerza como al de su país de origen, llegando el New York Times a calificar la obra como “locamente divertida y cautivadora”. Barrió en los Premios Tony, logrando los correspondientes a seis categorías, incluidas las de Mejor Obra, Mejor Director, Mejor Actor Protagonista y Mejor Actriz Destacada.
Aun antes de que la obra llegara a Broadway, la gigantesca avalancha de entusiasmo provocada por sus temas y personajes no dejó duda de que Hytner y Bennett – que anteriormente habían colaborado en LA LOCURA DEL REY JORGE, película candidata al Oscar® e igualmente basada en una producción del Teatro Nacional – deberían pensar en llevar el argumento a la pantalla. Decidieron trabajar a la velocidad del rayo para mantener esa chispa mágica que se había encendido en el escenario, rodando la película en sólo cinco semanas, aprovechando un breve intervalo entre la temporada del Teatro Nacional y el comienzo de la gira mundial. Optaron por la rapidez con toda intención.
“La obra había sido ensayada en profundidad cuando la escenificamos por primera vez y, pasado poco más de un año, realizamos la película”, explica Hytner. “Las películas pueden exigir años, y más años y todavía más tiempo, y, en ocasiones, cuando por fin se finalizan, toda la pasión se ha consumido. Pero Alan escribió la obra rápidamente, en un relámpago de inspiración, y nosotros nunca perdimos nuestro entusiasmo por ella. En el proceso de trasladarla del escenario a la pantalla – de volver a pensar en cómo contar la historia, de concebirla de nuevo, de revisualizarla – ni por un momento levantamos el pie del acelerador”.
Aunque Hytner y Bennett habían decidido anteriormente realizar una película basada en HISTORY BOYS, no revelaron sus intenciones ni procuraron activamente la participación de nadie más hasta que hubieron terminado el guión y elaborado un calendario completo de producción. Querían estar listos para entrar en acción en un instante. Sabían que era necesario moverse a toda velocidad – se les presentaba una limitadísima oportunidad antes de la gira mundial y durante las vacaciones en Inglaterra, que les permitiría rodar en un auténtico colegio cerrado durante el verano. Lo que era más importante, ellos sabían que cualquiera con el que realizaran la película tendría que estar de acuerdo en utilizar precisamente el mismo reparto de la producción del Teatro Nacional, muchos de cuyos miembros eran jóvenes primerizos sin experiencia cinematográfica – pero que ya se habían metido por completo en sus personajes, habiéndolos ensayado rigurosamente y representado cientos de veces en escena.
“No sucede muy a menudo que una obra tenga un reparto perfecto desde cualquier punto de vista”, afirma Hytner. “Cuando eso ocurre, un material que ya es rico y resonante se enriquece todavía más. La combinación de las partes tal y como aparecen escritas en el papel y lo que cada noche recrean unos actores imaginativos que se meten en la piel de lo que representan, mantiene todo más que vivo. De ninguna manera íbamos a realizar esta película sin el reparto con el que habíamos estado trabajando durante los 12 meses anteriores”.
Cuando Hytner y Bennett estuvieron listos, se dirigieron a unos productores independientes notablemente iconoclastas como Kevin Loader (LA MANDOLINA DEL CAPITÁN CORELLI, EL INTRUSO, THE MOTHER) y Damian Jones (WELCOME TO SARAJEVO, MILLONES, GRIDLOCK’D). A Loader y a Jones les entusiasmó formar parte del proyecto y dejar que Hytner y Bennett llevaran a la pantalla la historia que habían ideado poniendo en primer plano sus propios instintos creadores. “Nuestra aportación a la fiesta fue un conocimiento de cómo hacer esta película con un reducido presupuesto y dar a Nicholas y Alan el tipo de libertad absoluta de creación que querían”, resume Loader.
“Kevin y Damian elaboraron con suma habilidad un paquete financiero y los que tomaron parte – BBC TWO Films, DNA Films y Fox Searchlight Pictures – respaldaron al 100 % la idea de que prosiguiéramos por el camino que ya habíamos emprendido”, añade Hytner.
Al enfrentarse con la adaptación cinematográfica, Alan Bennett se ciñó en gran medida a la producción escénica. Bennet, uno de los narradores teatrales y cinematográficos más populares de Inglaterra, se había inspirado para escribir la obra en su propia experiencia como un joven que hizo cuanto pudo para aprobar los exámenes de ingreso en Oxford y Cambridge”, pero que ansiaba conocer a uno de esos míticos profesores consumidos por una ardiente pasión de saber y aprender por el mero hecho de aprender.
“Si hubiera tenido a alguien que hubiera podido infundirme un entusiasmo tan evidente como Hector era capaz, entonces me habría quedado más claro el objetivo”, reflexiona Bennett. “Hay personas que lo hacen pero, en todos mis años de estudiante, sólo conocí a uno. Justo al final de mis estudios en Oxford, tuve un tutor que enseñaba historia medieval. La historia medieval es, dicho con moderación, una asignatura muy marginal pero él lograba que pareciera que ella y sólo ella era lo que hacía la vida que mereciera la pena. Todavía hay profesores de esa clase, que sobreviven aun en las terribles condiciones de la enseñanza actual, pero yo nunca tuve uno cuando era un muchacho y supongo que por eso intenté darle vida a uno”.
Bennett ambienta su relato en los años ochenta, en un colegio de segunda enseñanza donde se palpa la tensión entre la cultura pop y la superior, el lugar idóneo para plantear preguntas sobre cómo resolvemos la lucha entre estilo y substancia en la vida, y cómo enseñan y son mutuamente enseñados los seres humanos. Lo hizo creando a dos convincentes profesores opuestos por el vértice: Hector, el profesor de “Ciencias Sociales”, excéntrico y amante de la diversión, e Irwin, el pulcro profesor de Historia que se guía por los resultados.
Si bien el personaje de Hector – delicado, sabio y de contorno tan amplio en su persona como en su vibrante pasión por el saber – da en ocasiones la impresión de ser un héroe nada convencional y desamparado, también está lleno de enormes fallos que Bennett trató con emotiva honestidad en su obra.
Cuando se le pregunta por qué eligió dotar a Hector del perturbador talón de Aquiles de sentirse atraído por sus alumnos, Bennett contesta: “Me pareció que encajaba con su carácter; de verdad. Me pareció correcto y, en cierta forma, le convertía en un inocente. Los chicos de la obra tienen 18 años y creo que realmente son muchos más sabios que Hector. Su actitud hacia él es de una tolerancia harta; el totalmente inútil toqueteo que reciben yendo en su motocicleta no les alarma ni les daña; simplemente les aburre. Al mismo tiempo – y éste podría ser un concepto romántico – sienten afecto por él y le dejan seguir. Simplemente lo soportan y piensan que es una de esas cosas de la vida. No creo que se aparte tanto de la verdad ”.
En efecto; tanto Hector como Irwin demuestran ser demasiado humanos como para servir de modelos perfectos de comportamiento para los muchachos – pero en opinión de Bennett da lo mismo, porque les corresponde a los chicos abrir sus propios caminos hacia lo que de verdad quieren lograr en la vida. Así lo resume: “Yo quería mostrar que, al fin y al cabo, los chicos saben más que cualquier profesor. Emprenderán su propio camino y se labrarán su propio futuro. Tomarán de cada uno de estos profesores lo que quieran. Eso es lo que muestra la última escena, que no queda precisamente idílica. Los chicos no son ni completamente nostálgicos ni del todo materialistas, y cuando cuentan lo que han hecho en la vida, el empirismo y la experiencia ganan por completo”.
Cuando hubo que transformar la obra de teatro en guión cinematográfico, Bennett optó por no realizar cambios radicales, dejando el relato, ya suficientemente enérgico, fundamentalmente intacto. “Me limité a eliminar partes que me parecieron inadecuadas o que no quedarían bien, y Nick recortó más”, dice Bennett. “Luego añadí lo que me pareció necesario para completar el cuadro. Introduje en el guión unos pocos personajes simplemente porque hacía falta ver al director deambulando por el colegio, y porque en las escenas que se desarrollan en la sala de profesores hacía falta ver a los profesores. Escribí una breve escena – aunque ella la convierte en muy buena – que se desarrolla en el departamento de arte, a cuya cabeza está Penelope Wilton. Y añadí a un profesor de educación física bastante religioso interpretado por Adrian Scarborough, un personaje ligeramente inspirado en alguien que asistía al colegio en mi época”.
Los productores quedaron impresionados con los resultados, que mantuvieron vivo el espíritu de la obra a la vez que reforzaban la experiencia íntima que del argumento tiene el público. “Alan comprendió instintivamente que no tenía mucho sentido ampliar HISTORY BOYS para empezar cortando algo que tan favorable efecto causó a los espectadores del Teatro Nacional, por buscar alguna falsa cualidad cinematográfica”, explica Kevin Loader. “La ventaja del paso del escenario a la pantalla, en este caso, consiste en que la película nos hace sentirnos más cercanos a estos personajes; nos hace participar más de sus historias emocionales y nos brinda la oportunidad de sacar el máximo partido al asombroso detalle de estas interpretaciones”.
Por su parte, Nicholas Hytner vio en ello la ocasión de correr algunos riesgos cinematográficos. “Para mí resultaba maravillosamente emocionante intentar sacar una película de personas muy brillantes que se alumbran ideas mutuamente, que se destrozan uno a otro intelectualmente intentando ser más astuto que su émulo, desplegando gran ingenio y alegría de vivir, todo lo cual oculta una seriedad subyacente”, explica Hytner. “Tratamos de reflejar todo esto en la forma como rodamos y montamos la película. Pero igualmente intentamos expresarlo permaneciendo, en ocasiones, tan estáticos como es posible estarlo en una película. Pienso especialmente en la escena en la que Hector y Posner discuten juntos el poema ‘Drummer Hodge’ y desnudan sus corazones, descubriéndose indirectamente a través de la discusión de este poema original de Thomas Hardy. La escena es casi exactamente igual en el teatro y en la pantalla, apenas está modificada”.
Hytner, que fue alumno de Cambridge, concibe en definitiva la película como centrada en un tipo de educación que va mucho más allá de las paredes del aula. “Quiénes somos y en qué nos convertimos es el resultado de muchas influencias distintas”, observa. “Sin duda nuestra educación tiene mucho que ver con ello, aunque mucho menos de lo que nos inducen a creer cuando andamos a la caza de las notas, en busca de la admisión en la universidad. Ingresar en Cambridge era para mí lo más importante del mundo. Lo logré y me encantó mi estancia, pero desde que me licencié nadie me preguntó nunca en qué colegio había estudiado. Las voces de la señora Lintott y de Hector transmiten una gran fuerza en el guión, sugiriendo que eso realmente no importa. En modo alguno cree la película, como tampoco ninguno de ellos al final de la misma, que esas dos universidades sean lo máximo y la culminación de todo. No lo son. Pero eso es lo que les dicen a los chicos y ellos se esfuerzan en alcanzarlo”.
Con todo, Hytner optó por no pronunciarse claramente a favor de nadie en el feroz debate de Bennett entre el concepto pragmático que Irwin tiene del mundo, y la visión, impulsada por el alma y el corazón, de la educación que alimenta Hector – decidiendo dejar la discusión indecisa para que el público medite sobre el particular. “Es mucho lo que resulta atractivo en la forma como Hector enseña”, reconoce Hytner. “En un nivel emocional es muy fácil responderle a él y resulta más duro hacerlo con Irwin, o con la señora Lintott. Pero la película no supone en modo alguno un respaldo inequívoco del enfoque de Hector. Nos hallamos ante un debate que no tiene una conclusión clara – ni siquiera pide al público que extraiga una conclusión. Pero sí pide a los espectadores que mediten muy profundamente sobre lo que se discute”.
2. Adaptando la obra
En el núcleo de HISTORY BOYS se encuentra la lucha entre dos tipos de profesores que casi todos nos hemos encontrado – el malvadamente inteligente y pulcro docente moderno que se centra en resultados de exámenes y en impresionar a los comités de admisión en la universidad; y el excéntrico y apasionado amante del conocimiento que trata de transmitir la belleza de aprender – y a menudo inspira a sus alumnos durante mucho tiempo después de haberse transformado en adultos. En Irwin y Hector, estos dos profesores, y estas dos filosofías, completamente encontrados, cobran vida. Reescenificando el papel que le valió un Premio Tony al Mejor Actor en Broadway, Richard Griffiths retrata el mismo corazón de HISTORY BOYS: Hector, el profesor de “Ciencias Sociales” cuyo carisma e influencia sobre sus alumnos son tan grandes como la soledad y el sentido de la pérdida que hay en su vida privada. Hecho una masa de contradicciones, Hector sumerge brillantemente a sus alumnos en el arte y la literatura – incordiándoles, importunándoles y golpeándoles literalmente en la cabeza con su ansia de que aprendan – pero también en un hombre falible y frágil cuyos propios impulsos y deseos pueden llegar a dominarle.
Griffiths, cuyo repertorio de papeles cinematográficos abarca películas que van desde el drama LA MUJER DEL TENIENTE FRANCÉS hasta las comedias WITHNAIL AND I y AGÁRRALO COMO PUEDAS 2 1/2: EL AROMA DEL MIEDO, pasando por la fantasía de HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL, dice acerca de su personaje: “En el fondo, es alguien maravillosamente extraño y misterioso. Tiene el corazón de un poeta romántico, se encuentra con estos ocho brillantes alumnos y quiere darles lo mejor que tiene. Creo que es alguien que espera lo mejor pero que, para su capote, piensa que todo acabará en lágrimas”.
Griffiths, al igual que los espectadores del teatro, se sintió especialmente intrigado por los inhabituales métodos de enseñanza de Hector. “Tiene una pasión por la literatura que ha dominado su vida pero tiene un gran interés en impregnarla de una sensación de diversión”, advierte el actor. “Le gustan bobadas como el juego de los finales de las películas y cantar canciones – para él, todo ello forma parte de la vida y de eso se trata. Cree que en el colegio no se aprende nada excepto datos – pero lo que realmente significa algo se aprende enamorándose. La vida hay que vivirla. Su objetivo no es un examen ni un curso universitario”.
Sus propias experiencias parecen confirmar el punto de vista de Hector. “La mayoría de la gente que en este país va a la universidad no va para aprender nada. Va para acabar de crecer”, comenta. “Suele ser la primera vez en su vida que están lejos de casa. Tienen 18 años, unas ganas enormes de juerga y rebosan energía. Se van a la universidad y, durante tres años, sus padres no saben exactamente lo que están haciendo y a los profesores parece que no les importa. Cuando estaba en la universidad, me dediqué principalmente a darme la vida padre. Estudiaba como un desesperado durante diez minutos para aprobar los exámenes y el resto del tiempo lo empleaba en hacer el oso y en intentar llevarme a alguna chica al catre”.
Sobre la controvertida ética sexual de Hector, o la inquietante falta de la misma, Griffiths observa: “La sexualidad de Hector está congelada. En realidad él no hace nada, sin embargo, y los muchachos ya han completado su educación y han vuelto al colegio para un trimestre extra – por lo que todos son mayores de edad”.
Al trasladar su profundamente matizado retrato de Hector desde el escenario a la pantalla, Griffiths advierte la necesidad de algunas diferencias – incluida una inefable tristeza y fatalidad personal que impregnan su interpretación cinematográfica. “Tanto la técnica como el trabajo técnico son básicamente idénticos pero la diferencia está en la escala”, comenta. “Para la película, todos tuvieron que crear versiones más compactas e intensas de sus personajes porque la cámara lo ve todo y eso suponía todo un reto. Existe la constante sensación de que el cine es duradero y de que sin duda puede transmitir más al público. Pero como nos lo sabemos todo tan bien, ha sido todo un lujo poder recitar los diálogos de la película de forma orgánica sin pensar en lo que venía a continuación”.
El diálogo de Hector nunca resulta más ingenioso ni más directo que cuando se halla en presencia de su rival – el recién llegado Irwin, que trae consigo sofisticados métodos de enseñanza que, en opinión del director, darán “lustre” y “estímulo” a los chicos, y tendrán mucho más éxito que las divagaciones y desvaríos de Hector. Proclamando que la historia es “una interpretación”, Irwin trata de enseñar a los chicos la forma como el mundo actual funciona verdaderamente, en el que los hechos se juzgan no tanto en virtud de sus méritos como en su valor de divertir acaparando la atención. El papel de Irwin es recuperado por Stephen Campbell Moore, quien da vida al joven profesor, y al que pudimos ver recientemente en la pantalla participando en la comedia coral BRIGHT YOUNG THINGS. Por más que el personaje de Irwin gire en torno a resultados y estilo por encima de la verdad y la sustancia, no resulta menos intrigante que Hector.
Sobre la filosofía de Irwin, Campbell Moore afirma que “presenta una forma de estudiar historia en la que en vez de buscar la verdad se busca la explicación más interesante o más entretenida. Ello es, potencialmente, muy corruptor para los chicos y creo que tanto la obra como la película muestran cómo ese tipo de cosas se filtra en nuestras vidas y se convierte en una siniestra influencia”.
Tan pronto como se hizo cargo del personaje, Campbell Moore se dio cuenta de que uno de los puntos esenciales sería el de imaginarse la forma como Irwin, que, en palabras de Bennett, tiene “unos cinco minutos más de edad” que los chicos a los que da clase, podría captar su atención. “Fue desesperantemente duro”, admite. “Quiero decir que también lo fue para los actores porque todos tenemos aproximadamente la misma edad. Tuve que confiar en que las ideas de Irwin fueran suficientemente emocionantes como para atraer el interés de los muchachos, por más descarados que se muestren con él”.
Otro reto consistía en cambiar la actitud de Irwin hacia Hector, pasando de una feroz rivalidad a una simpatía, a medida que la película avanza y las inesperadas semejanzas entre los dos hombres resultan más aparentes. “Personalmente, a Irwin le irrita Hector”, nos explica Campbell Moore. “Le encuentra frustrante. Creo que lo último que quiere hacer es convertirse en alguien como Hector, un triste viejo que lleva años dedicado a la enseñanza, que ha malgastado su vida y cuya única fuente de placer es ver a los chicos aprender por aprender. No quiere llevarse esa decepción pero creo que la creciente simpatía que Irwin siente hacia Hector es una evolución agradable”.
Al igual que Richard Griffiths, Campbell Moore descubrió que era fácil pasar directamente del escenario a la pantalla, teniendo ya un conocimiento tan profundo de los entresijos de su personaje. “Resultó mucho más relajado porque el 90% de la realización de una película parece consistir en conocer a los demás actores y en hacerse con la parte hasta el extremo de recitarla naturalmente, y todo eso ya estaba hecho antes de entrar en el plató, por lo que sólo hubo que sentarse y disfrutar”, apunta. “No había que preocuparse de si uno daba el personaje porque, después de un año y medio, se apodera de uno de todas formas. No había ni que pensar en si ‘Irwin hablaría de esta forma, si haría lo otro o si andaría de tal otra manera’ porque llevábamos mucho tiempo haciéndolo”.
Para poner la guinda al cuadro de profesores del colegio, hay otro personaje rico y memorable: la señora Lintott, la hastiada profesora, con el semblante inexpresivo que la caracteriza, expresa su memorable lamento de que “La historia no es más que una sucesión de mujeres que siguen a los hombres llevando un cubo”. De encarnar a la señora Lintott se ocupa Frances de la Tour, que consiguió en Premio Tony por su hilarante y emocionante interpretación en el teatro. El público americano ya ha visto antes a de la Tour interpretando a una profesora de la mucho más mágica escuela de Hogwarts en HARRY POTTER Y EL CÁLIZ DE FUEGO. Pero tratándose de la señora Lintott, se sintió atraída inmediatamente por el personaje.
“Es un papel delicioso que, según creo, Alan Bennett quiso desde el principio que yo representara; es muy, muy agradable que piensen en una”, afirma. “Es un personaje bastante circunspecto, pero incluso este papel tan comedido contiene grandes cantidades de energía, gusto y fortaleza”.
Quizá lo más sorprendente de la señora Lintott es el evidente, aunque reservado, amor y admiración que siente por quien es su verdadera antítesis en cuestiones de docencia: el bohemio Hector, que es tan tierno como ella dura. Dice de la Tour que “ésta es la magia de la obra de Alan. He aquí una mujer convencional y conservadora, justo lo que no es Hector, y que sin embargo tiene para él un lugar en su corazón. Ella le considera un bobo solemne en lo referente a sus problemas personales, pero aun así aprecia en mucho lo que es”.
En cuanto a los chicos a los que enseña, de la Tour cree que el puño de hierro de la señora Lintott nace de unos sentimientos más suaves pero bien ocultos. “Está increíblemente encariñada con los alumnos de historia, lo que refuerza aún más su convencimiento de que tiene que ser muy dura”, advierte la actriz. “Con todo, creo que acaba mostrando que tiene un corazón que no le cabe en el pecho”.
Cuando tuvo noticia de que iba a rodarse una película basada escrupulosamente en la producción del Teatro Nacional, de la Tour tuvo la sensación de que iba a ser algo muy especial. “Les dije a los chicos que no dejaran de sacarle todo el partido, lo que efectivamente hicieron, porque este tipo de experiencia podría no volver a presentárseles”, recuerda. “La última etapa de este venturoso proceso es que el público se nos una en esta odisea. Lo hizo en el teatro y queremos que lo repita en la pantalla”.
3. Los alumnos
Cada uno de los ocho actores jóvenes que causaron tan enorme sensación en Broadway también vuelve a HISTORY BOYS para recrear en la pantalla a sus adolescentes personajes, estrafalarios, pintorescos e ingeniosos: del atractivo, listo e inasequible al desaliento Dakin, a Posner, que manifiesta: “Soy bajito, judío, homosexual y vivo en Sheffield. Estoy bien j***o”. Por diferentes que sean unos de otros, lo que une a los alumnos de historia es su intento de romper el cerco, de ir más allá de su ambiente y lograr lo que sus padres no pudieron conseguir antes que ellos. Los actores – Samuel Anderson, Samuel Barnett, Dominic Cooper, James Corden, Sacha Dhawan, Andrew Knott, Jamie Parker y Russell Tovey – estaban, como los adultos que les daban la réplica, excelentemente preparados cuando dio comienzo la producción. Ya habían superado con éxito un intenso y extenso proceso de ensayos antes de la producción del Teatro Nacional, que les había obligado, fundamentalmente, a volver a “hincar los codos”, aprendiendo a citar a Auden y Shakespeare tan fácilmente como la mayoría de los chicos discuten los resultados de los partidos de la víspera. “Desde el momento en que empezamos en el Teatro Nacional, nos sumergimos en lo que parecía un aula”, explica Dominic Cooper, que interpreta a Dakin, en algunos aspectos el más mundano de los alumnos de historia y, ¡qué coincidencia!, el personaje que Alan Bennett sugiere que es quien menos se parece a él mismo. “Recibimos lecciones de muchas cosas que nosotros, siendo actores, no habíamos tenido la suerte de aprender en el colegio. Desde el mismo instante en que comenzaron los ensayos, estábamos aprendiendo lo que esos personajes se saben de pe a pa”.
Alan Bennett sabía que este curso acelerado de conocimientos esotéricos resultaría clave para las interpretaciones, y que también sería un tiempo durante el cual los muchachos desarrollarían la camaradería, las bromas y la revoltosa rivalidad típica de los compañeros de clase. “La obra está llena de referencias a figuras literarias, poetas y novelistas entre otros, figuras destacadas de la cultura inglesa de los últimos 200 años poco más o menos, que los actores tenían que conocer. De modo que Nicholas Hytner y yo casi impartimos clases particulares sobre los temas que aparecen en la obra. Sé que a los actores no les gusta hablar mucho antes de comenzar los ensayos, pero en este caso me parece que era fundamental y que cumplía otra función en el sentido de que llegaron realmente a conocerse y a constituir una verdadera clase. Se podía señalar a los que eran más callados que los otros y a quienes eran más arrogantes. Todo ello benefició en mucho a la obra en su conjunto”.
Hytner disfrutó especialmente adoptando este papel diferente con sus actores. “Poder enseñar a Hardy, Larkin, Eliot y Auden me hizo catar una carrera que me habría encantado desarrollar”, reconoce. “Lo que yo hago y lo que los profesores hacen se superponen muy a menudo, pero nunca de forma tan explícita como en este periodo de ensayos. Fue sensacional poder guiar a un grupo de chicos a través de lo que me habían enseñado y con lo que tanto había disfrutado”.
A medida que los ensayos avanzaban, salía a la luz la personalidad de cada muchacho con resultados electrizantes y quedaba incorporada al personaje. Quizá el personaje más brillante de HISTORY BOYS es Dakin, el seductor y provocativo joven del que se enamora gente de todas las edades y sexos, una situación que consigue manipular a su favor. “Dakin tiene tanta confianza que parece poder conseguir lo que se le antoje de las personas sin ofenderlas”, observa Cooper, que debutó en Broadway con este papel. “Me parece bastante infrecuente que un chico de 18 años esté tan seguro de sí mismo, de su aspecto y de su inteligencia, pero creo que todos recordamos a un chico o una chica así, que simplemente sabía que tendría éxito pasara lo que pasase, y Dakin es uno de esos. Lo difícil de interpretarle era lograr que transmitiera más encanto que arrogancia”.
Cooper también concibe al personaje como un muchacho de su tiempo. “Creo que Dakin resume gran parte de lo que se pensaba a mediados de los años ochenta”, comenta. “Esa sensación de que había que ir a por todas y de que el mundo está completamente abierto a uno y de que el cielo es el límite. Creo sin duda que ésa era la sensación imperante en aquella época. ¡Se le puede ver montado en un Porsche turbo rojo trasegando champán sin tasa cuando se haga un poco mayor!”
Por lo que se refiere a la película, Cooper disfrutó como nunca realizándola y el único chasco verdaderamente importante que se llevó fue el final de la producción. “Queríamos seguir rodando eternamente”, asegura. “Le suplicamos a Alan que escribiera ‘Los Años Pasados en la Universidad’, ¡una rápida secuela sobre cada uno de nuestros personajes sería fantástica!”
Mientras que el éxito parece asegurado para Dakin, para el mucho más introvertido Posner, que sufre debido a la pasión imposible que Dakin le inspira, todo es muy diferente. Homosexual y judío, Posner se siente aparte de sus compañeros de curso y tiene que hallar su propia forma de abrirse camino para llegar a ser lo que quiere ser en la vida. Un novato de 20 años, Samuel Barnett, da vida a Posner después de haber obtenido la ansiada candidatura al Tony y el premio Drama Desk por anteriores interpretaciones.
Esto es lo que Barnett dice de Posner: “Su personaje es verdaderamente sensible y sentimental, algo que me ayudó a conectarme directamente con lo que supone ser adolescente y con todo por lo que hay que pasar entonces. Podría decirse que Posner crece gracias a que no consigue lo que quiere. Eso no me parece inhabitual, pero lo que sí es poco corriente en Posner es que su sexualidad quede manifiesta en el colegio y que nadie se ponga en su contra por ello”.
Más que ningún otro de los alumnos, Posner descubre que recibe dos lecciones muy distintas de Hector e Irwin. “Según yo lo veo, recibe alimento para el alma de Hector”, dice Barnett. “Toda la poesía, el canto y la educación es algo que Posner nunca olvidará. Es algo que le acompañará toda su vida. Pero con Irwin, lo que busca es una especie de respaldo y ánimo, y alguien que le diga que su vida va a ser un éxito”.
Para Barnett, trasladar el personaje del Posner desde el escenario a la pantalla y devolverlo al escenario le pareció una experiencia irrepetible. “Resulta simplemente asombroso profundizar tanto en un personaje durante tres años enteros en la escena y en la pantalla. Ha sido un regalo increíble”, comenta.
De aportar algunas de las risas más despreocupadas a la constante agudeza de HISTORY BOYS, se encarga el payaso de la clase, Timms, interpretado por James Corden, que ha intervenido en varias películas británicas pero es un desconocido para el público americano. “Para muchos de los chicos todo gira en torno a que trabajar y estudiar es lo primero, pero uno tiene la sensación de que para Timms nada es más importante que reírse; y si ingresa en Oxford, fenomenal, ¡pero piensa pasárselo en grande mientras lo intenta!”, apostilla Corden.
Corden disfrutó especialmente de la simbiosis que tuvo lugar entre Alan Bennett, Nicholas Hytner y el reparto al urdir la obra y la película. “Timms es sin duda el personaje que más se parece a mí mismo en todo lo que he hecho”, asegura. “El guión influyó en nosotros en cuanto a la forma de comportarnos, y yo creo que nosotros hemos influido sobre Alan en cuanto a su forma de crear los personajes. Fue fantástico que cualquiera de nosotros pudiera acercarse a él. Es uno de los mejores autores vivos y, sin embargo, un joven don nadie podía ir y decirle: ‘Me parece que tengo una idea mejor’; y a veces Alan decía, ‘Pues sí; eso es mejor’. ¡Asombroso! Ellos se fiaban de nosotros, nosotros de ellos y la experiencia resultó magnífica”.
De encarnar al más desastrado de los alumnos de historia, Lockwood, se encarga Andrew Knott, al que hemos visto anteriormente en clásicos familiares como EL JARDÍN SECRETO y BLACK BEAUTY. “Lockwood es alguien que no tiene mucho, que ha sido criado con muy escasos recursos, pero que sale a comprar su propia ropa en tiendas caras y tiene su propio estilo”, nos explica Knott. “Es un tío muy completo”.
Knott cree que con la versión cinematográfica de HISTORY BOYS el público tendrá la oportunidad de disfrutar del argumento en varios planos. “Se la puede considerar una película que formula una declaración sobre la educación, o bien como una película agradable y divertida acerca de ocho chicos que tratan de ingresar en la universidad y crecer mientras les preparan dos profesores muy distintos”, afirma. “Por eso creo que es una obra tan señalada; interesa a cada uno de forma totalmente personal”.
Mientras que los demás chicos meditan sobre el sexo, los deportes y la proximidad de los exámenes, el callado y observador personaje de Scripps, el amigo íntimo de Dakin, está ocupado cavilando sobre Dios. A Scripps, el más religioso de los muchachos, le da vida Jamie Parker, que debuta en la pantalla con HISTORY BOYS y asegura que la experiencia le cambió la vida. “He leído más mientras hacía el papel, y libros en los que nunca había soñado, de lo que jamás leí en ninguna otra etapa de mi vida”, observa. “Si este relato consigue que alguien haga eso, entonces es fantástico”.
Luego está Russell Tovey, en su primer largometraje, que interpreta al raro de una clase de individuos sobresalientes, Rudge, el jugador de rugby al que en realidad le deja frío ingresar o no en Cambridge y del que nadie espera que triunfe. Tovey da a Rudge un sentido práctico socarrón recitando alguno de los diálogos más inolvidables de la película, incluida su definición de historia: “No es más que una p**a cosa detrás de otra”.
El grupo de los alumnos de historia se completa con Akhtar, un musulmán de ingenio devastador, al que interpreta Sacha Dhawan, que debuta en la pantalla. Alan Bennett recuerda las pruebas originales del reparto de la obra: “Sacha, al final de la prueba, preguntó si podía leer un poema que él había escrito sobre la obra. Me parece que probablemente fue eso lo que le dio el papel. No quiero decir que fuera específicamente eso, ya que él es un muy buen actor, sino que tenía tantas ganas de lograrlo que nadie podía tomar la decisión de negárselo”.
Sin embargo, cuando Dhawan fue incluido en el reparto no podía sospechar que los siguientes años de su vida sufrirían un cambio completo. “Yo estaba como loco porque se me presentaba la oportunidad de trasladarme a Londres durante 9 meses, que era el periodo de vigencia del contrato original”, recuerda. “Luego, de repente, vino la gira regional; luego la gira mundial y antes de darnos cuenta estábamos finalizando el rodaje. Resulta sorprendente lo rápido que ha pasado todo, pero en el camino también he madurado mucho”.
Al haber protagonizado la versión teatral y la cinematográfica de HISTORY BOYS, Dhawan se hizo su propia idea de en qué consistía recibir una educación fantástica. “Hay una educación en la que uno cursa un plan de estudios en el colegio y una educación inspirada en la que uno dedica tiempo a empezar a descubrir cosas por sí mismo”, resume. “Creo que una vez que se empieza a hacer esto último, se logra la clase de educación que no nos abandonará nunca. Eso es lo que Hector enseña a los chicos y lo que realmente me ha animado a aprender lo que más me gusta conocer”.
4. La producción
Al llevar a la pantalla la historia de Hector, Irwin y sus alumnos, Nicholas Hytner decidió centrarse atentamente en el mundo donde tienen lugar sus más grandes debates, revelaciones y emociones: dentro de las aulas de Cutler Grammar School. Así lo explica Hytner: “En LA LOCURA DEL REY JORGE, que fue mi primera película, aprendí que el cine brinda la oportunidad de disponer de un grado de interioridad que raramente puede lograrse en la escena, si es que se consigue alguna vez. El de HISTORY BOYS es un mundo cerrado y, a lo largo de su historia, el cine ha conseguido excelentes resultados en ambientes semejantes como prisiones, hospitales, campamentos militares y escuelas. Muy rara vez salimos del colegio en nuestra película porque lo que en realidad nos interesaba es el mundo interior de los personajes: sus deseos, sus aspiraciones, sus frustraciones, sus ideas”. Así, uno de los primeros puntos críticos de la producción fue hallar un lugar idóneo para el rodaje. El equipo técnico y el artístico acabaron haciéndose cargo de dos lugares adyacentes que hicieron que el rodaje rebosara autenticidad durante las cinco semanas que duró: la Watford Boys Grammar School y la Watford Girls Grammar School.
Situadas en el suburbio londinense de Hertfordshire, los edificios de ladrillo rojo de las escuelas, así como su arquitectura de estilo urbano de los años sesenta parecían transmitir una fuerte sensación de acoger a alumnos inteligentes de posición no muy acomodada. El edificio no sólo ofrecía la atmósfera y las instalaciones de un típico colegio público británico de los años ochenta, sino que tenía otras ventajas, incluida una gran abundancia de extras en edad escolar y el uso de aulas como camerinos improvisados y económicos. Los exteriores usados aparte de las instalaciones escolares incluían la Universidad de Cambridge y la Abadía de Fountains, las mayores ruinas monásticas de Gran Bretaña, a donde los chicos se desplazan en una reveladora excursión.
Estando en Watford, los vagos temores de los productores de que los actores pudieran tener más dificultades en pasar por escolares en la pantalla que sobre el escenario se acallaron rápidamente el día en que un grupo de actores jugaron un partido de fútbol durante un descanso del rodaje en Watford Boys Grammar. “Al otro lado del campo tenían lugar las clases de la escuela de verano y, desde una ventana cercana, la estridente voz de un profesor ordenó a los miembros del reparto: ‘¡Guarden esa pelota y vuelvan a clase inmediatamente!’”, recuerda Damian Jones.
Gran parte de la película se rodó en un aula donde habitualmente se dan clases de inglés, que daba a los verdes campos de deportes del colegio y que hizo las veces del aula de historia donde tantas escenas vitales tienen lugar. Aquí, el director de fotografía Andrew Dunn, que anteriormente había colaborado con Nicholas Hytner en LA LOCURA DEL REY JORGE y en EL CRISOL, y en fecha muy reciente había rodado MRS. HENDERSON PRESENTA, se esforzó en dar a la película una rica textura visual que reforzara la catarata de ideas provocadoras y de ingeniosas sentencias lapidarias de Bennett. Usando Súper 16, Dunn frecuentemente rodó simultáneamente con 2 cámaras para captar a los ocho alumnos de historia en sus exuberantes acciones y reacciones.
A lo largo de toda la producción de HISTORY BOYS, la intención del equipo artístico y del equipo técnico era la de utilizar elementos muy cinematográficos – desde la fotografía a las interpretaciones pasando por el diseño de producción – para captar el carácter directo de la obra que había tocado una fibra tan sensible a todo tipo de público. Así lo resume Richard Griffiths: “En el teatro, el público reacciona inmediatamente, en tu misma cara. Ríen, lloran, gritan, se callan e inmediatamente se sabe lo que piensan. En una película como ésta, lo que tratamos de hace es, de algún modo, lograr la misma cantidad de sentimiento a través de la lente, pasándola a la pantalla y directamente al público”.
CRÍTICA por Joaquín R. Fernández
"History boys" es una cinta británica de reducido presupuesto que, pese a que no ha obtenido unas recaudaciones exorbitantes en el Reino Unido, mercado en el que ha ingresado cerca de ocho millones de dólares, está basada en una reputada obra de teatro de Alan Bennett, algo que sin duda ha facilitado su distribución internacional. Su realizador no es un autor demasiado importante en el ámbito cinematográfico, si bien no sucede lo mismo en el mundo del teatro (de hecho, "La locura del rey Jorge", su trabajo más conocido hasta ahora, también es una adaptación de un texto de Bennett).
La historia se sitúa en la década de los ochenta, mostrándonos a unos cuantos estudiantes que se juegan su futuro, puesto que han de preparar un examen en el que se decidirá si son aceptados o no en universidades de lo más prestigiosas. Su brillantez es innegable, pero existen ciertas dudas y contradicciones en la mayoría de ellos, algo lógico si tenemos en cuenta cuál es su edad y la responsabilidad de sus decisiones. Con la ayuda de unos cuantos profesores, todos ellos intentarán sacar provecho de los conocimientos y las vivencias de unos maestros que, ciertamente, también tienen sus problemas.
Si hay un obstáculo que se hace insalvable a la hora de visionar "History boys" es su origen teatral, una procedencia de la que el director no es capaz de desapegarse, provocando con ello que el ritmo de la narración no sea el adecuado y dejando que sean los intérpretes los que lleven el peso de toda, absolutamente toda la película. No obstante, el filme presenta otras deficiencias (la presencia de unos diálogos que rozan la pedantería, por ejemplo), aunque es cierto que ello se compensa con la introducción de unas cuantas escenas en las que, por lo general, un par de personajes desnudan sus sentimientos, consiguiendo al menos que éstos alcancen al mismo tiempo al espectador.
Esta sensación agridulce es el motivo de que pasen desapercibidas las interesantes reflexiones que se esconden en el libreto, aspectos tan sugestivos como el hecho de que los alumnos no terminen de entender por qué el academicismo que les rodea es tan importante para su aprendizaje, especialmente cuando, por un lado, tienen que memorizar los textos de un buen número de autores, mientras que, por otro, se les pide una mayor espontaneidad y originalidad a la hora de sentarse ante el tribunal que dictaminará si serán aceptados o no en una determinada universidad (incluso algunos de los jóvenes ni siquiera desean acudir a los centros de mayor prestigio, tratándose más bien de una imposición social que de una verdadera aspiración).
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Pero, insisto, las bondades de las temáticas que aborda "History boys" se difuminan por culpa de un desarrollo desigual en el que afortunadamente siempre relucen los múltiples intérpretes de la película, sean éstos principiantes o veteranos, caso de un magnífico Richard Griffiths, muy conocido por dar vida al tío Vernon en la saga Harry Potter, o de una estupenda Frances de la Tour, quien se puso en la piel de Madame Maxime en "Harry Potter y el cáliz de fuego".
CRÍTICA por Javier Quevedo Puchal
Cualquiera que haya tenido que pasar por las llamadas “pruebas de selectividad” acordará que la experiencia no da como para proporcionar una base dramática particularmente jugosa. Embutir un grueso de conocimientos poco desdeñable en un lapso de tiempo ridículo, o dicho de otro modo, ese proverbial “hincar los codos” de toda la vida, prácticamente coarta la posibilidad de interacción con cualquier otra cosa que no sean libros abiertos y apuntes. Y sin embargo, algo debió de ver en todo ello Alan Bennett para usarlo como base de “The history boys”, una de las obras teatrales inglesas de más éxito de los últimos años. Claro que su visión del proceso es bastante menos prosaica y peñazo que la que podamos tener muchos de los que la hemos vivido de primera mano, y es que, no en vano, los estudiantes protagonistas de su obra no estudian en vistas a la preselección de cualquier universidad, sino nada menos que de esos dos auténticos iconos de lo British que son Oxford y Cambridge. Y para ello se someten a una preparación que consiste, más que en empollar como bestias, en aprender a aguantar el tipo de cara a una entrevista específica con los mandamases de tamañas instituciones.
Posiblemente resulte complicado discernir, al menos para la mente de un español medio, tan poco acostumbrado al placer de una buena obra de teatro (y de un libro o un museo, para qué engañarnos), el secreto del éxito de una pieza que reflexiona en torno a los entresijos del aprendizaje, que lo hace con un texto de notable verbosidad, cuajado de poemas, citas sesudas, hechos y nombres ilustres... y que, para colmo, cede el protagonismo a un grupo de alumnos brillantes y un trío de profesores entregados a su oficio. Sin embargo, “History boys” habla de algo más que la docencia y el aprendizaje, habla del modo en que estos dos elementos se conjugan para determinar lo que somos... o lo que nunca pudimos ser. Habla, en definitiva, del noble arte de vivir. De cómo un profesor apasionado no necesariamente es una persona apasionada. De cómo, a veces, no hay mejor afrodisíaco que la mente de otra persona. Y de la posibilidad de que, al fin y al cabo, no hay más Historia que aquella que escribimos nosotros mismos. Lamentablemente, la cinta de Nicholas Hytner se toma demasiado tiempo para comenzar a hablar de ello de una forma que realmente conmueva al espectador, es decir, haciéndolo partícipe no sólo de las mentes de sus protagonistas y, por tanto, de sus fortalezas, sino también de sus corazones, o lo que es lo mismo, sus debilidades. Así, durante los primeros cincuenta minutos, nos vemos arrastrados a lo que parece ser una gran clase magistral de docencia, en la que se crea un claro contraste entre los métodos del nuevo y joven profesor Irwin (Stephen Campbell Moore), pragmático y más interesado en los resultados que en el proceso de la enseñanza, y los del veterano profesor Hector (Richard Griffiths), tan apasionado como Irwin pero, sin duda, mucho más preocupado por el mero placer del aprendizaje que por las metas inmediatas del mismo. No es hasta mediado el metraje que el fuego abierto de ideas, réplicas y performances –tan extravagantes como inverosímiles– dentro del aula, da un viraje radical hacia el terreno de la explicitud emocional... y lo hace sin la menor concesión al espíritu cerebral de la obra, con el análisis del poema “Drummer Hodge” de Thomas Hardy por parte del profesor Hector, en una escena de un calado emocional notable que se beneficia tanto del excelente monólogo de Bennett como de la impecable interpretación de Griffiths. Y es que, en esencia, la escena en cuestión reúne lo mejor (texto y actuación) de una cinta que adolece de una realización bastante fría y morosa, casi más propia de un telefilm de la BBC que de un largometraje comercial, a pesar del espantoso montaje quasi-turístico con que Hytner pretende dar un poco de energía cinética al paso de los jóvenes por Oxford y Cambridge (un pasaje que, entendemos, se elidió en la obra original y cuya inclusión en el largometraje no hace sino contrastar demasiado abruptamente con el tono imperante).
No cabe duda de que “History boys”, y me refiero solamente a la película, aunque presupongo que la pieza teatral debe diferir bien poco, no es una obra perfecta. Existe un contraste demasiado acusado entre el perfil psicológico de los profesores, rico en matices y registros, y el de los alumnos, que acaban pareciendo, en líneas generales, poco más que un rebaño de cerebritos y freakies del que sólo sobresalen un par por méritos propios. Posiblemente exhiba un abuso de referencias culteranas, que en ocasiones pueden oscurecer el discurso antes que esclarecerlo. Y, bajo mi punto de vista, no llega a equilibrar sus pretensiones intelectuales, meramente discursivas, con esos pocos momentos de autenticidad emocional que pueden tocar algo más que nuestras células grises, si bien es cierto que la mano de Bennett hace ya de por sí un flaco favor a las vidas afectivas de sus personajes. Así y todo, nos queda una cinta bastante fresca e inteligente, con no pocas líneas de diálogo memorables (atención a la particular visión de la Historia según esa absoluta roba-escenas que es Mrs. Lintott) y, cómo no, la sorprendente revelación de que incluso una breve lección de gramática puede decir mucho de nuestras vidas.
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