En el amor tóxico prima un modelo: relaciones de poder enquistadas en un nudo de dolor, chantaje y perdón
He revisado detenidamente las noticias publicadas en la prensa sobre los asesinatos de mujeres cometidos por su pareja o su ex durante este mes de abril. El sangriento balance de muertes –una media de una cada dos días– durante el inicio de la primavera no obedece a ningún factor estacional, aseguran los expertos, a diferencia de los periodos vacacionales. De hecho, no obedece a razón o patrón alguno que no sea el sustrato de las milenarias leyes sociales que han perpetuado una estructura de dominio y sometimiento en las relaciones de pareja; prueba de ello es que en los países en los que desde hace más tiempo se aplican políticas igualitarias, además de grandes esfuerzos pedagógicos, como Suecia o Finlandia, los asesinatos de mujeres superan con creces a los cometidos en los países mediterráneos.
A menudo, los titulares no disimulan la fatiga informativa: "Otro crimen de violencia de género". "De nuevo", "uno más", señalan, y en la estructura profunda puede que se esconda resignación e impotencia, aunque peligrosamente puede derivar en una naturalización de este tipo de crímenes que hace tan sólo una década eran considerados como producto de la pasión. Pero en general, los titulares se centran en el cómo: apuñalada, degollada, quemada, con una escopeta de caza… y se acostumbra a incidir en el ensañamiento y la crueldad como foco de la noticia: "Recarga el arma para rematar a su mujer en Gijón" (Abc) o "Asesinada por despecho" (El Mundo). El porqué de la noticia forma parte de un guión complejo y dramático donde el sujeto es el machismo, aunque también una jerarquía instalada tácitamente en el ámbito privado.
Ese "¿por qué?" fue el punto de partida del estudio que ha dado lugar al documental ¿No querías saber por qué las matan? Por nada de la antropóloga Mercedes Fernández Martorell, que, en su trabajo de campo, acudió a 700 juicios por malos tratos a lo largo de tres años y entrevistó a 30 agresores. Al principio, se encontró con muchas puertas cerradas por parte de instituciones y asociaciones, y a poco estuvo de devolver la ayuda que recibió del Ministerio de Ciencia e Innovación. Nadie quería escuchar a los maltratadores, ni se atrevía tampoco a apoyar una investigación que abordara la violencia de género desde el punto de vista del agresor. "Debemos hablar de ellas, de las víctimas", le argumentaban. Ahora asegura que incluso el Ministerio de Igualdad acepta sus conclusiones: que los agresores –lejos de exculparlos– son víctimas de sí mismos, y que el entorno del maltratador, el mismo que le ríe las gracias, es crucial para comprender su ausencia de autocrítica.
Otro asunto fundamental radica en cómo construyen su identidad los actores de este drama, una identidad que pasa por la mirada del otro; mujeres que al hombre le piden protección, y hombres que se convierten en sus amos. Cuando se rompe esta dinámica, los maltratadores se sienten despojados de su identidad. Y atacan. Vean algunas de las razones que los agresores le confesaron a la profesora Fernández Martorell: "por provocarme, porque quería trabajar, porque es celosa, porque me hacía barrer y mis amigos me decían que tenía que poner los cojones encima de la mesa, porque me acosté con su hermana, por nada". Más de uno incluso no entendía por qué lo había detenido la policía después de acuchillar a su esposa. En las relaciones de amor tóxico continúa primando el modelo de una perversa dependencia cuajada de discusiones y reconciliaciones. Relaciones de poder enquistadas en un nudo de dolor, chantaje y perdón. Afortunadamente ha caducado este modelo, y mucho han evolucionado las relaciones personales entre hombres y mujeres, pero la realidad demuestra que el amor mal entendido sigue inscribiéndose en el libro de registros el día de la boda.
Ese "¿por qué?" fue el punto de partida del estudio que ha dado lugar al documental ¿No querías saber por qué las matan? Por nada de la antropóloga Mercedes Fernández Martorell, que, en su trabajo de campo, acudió a 700 juicios por malos tratos a lo largo de tres años y entrevistó a 30 agresores. Al principio, se encontró con muchas puertas cerradas por parte de instituciones y asociaciones, y a poco estuvo de devolver la ayuda que recibió del Ministerio de Ciencia e Innovación. Nadie quería escuchar a los maltratadores, ni se atrevía tampoco a apoyar una investigación que abordara la violencia de género desde el punto de vista del agresor. "Debemos hablar de ellas, de las víctimas", le argumentaban. Ahora asegura que incluso el Ministerio de Igualdad acepta sus conclusiones: que los agresores –lejos de exculparlos– son víctimas de sí mismos, y que el entorno del maltratador, el mismo que le ríe las gracias, es crucial para comprender su ausencia de autocrítica.
Otro asunto fundamental radica en cómo construyen su identidad los actores de este drama, una identidad que pasa por la mirada del otro; mujeres que al hombre le piden protección, y hombres que se convierten en sus amos. Cuando se rompe esta dinámica, los maltratadores se sienten despojados de su identidad. Y atacan. Vean algunas de las razones que los agresores le confesaron a la profesora Fernández Martorell: "por provocarme, porque quería trabajar, porque es celosa, porque me hacía barrer y mis amigos me decían que tenía que poner los cojones encima de la mesa, porque me acosté con su hermana, por nada". Más de uno incluso no entendía por qué lo había detenido la policía después de acuchillar a su esposa. En las relaciones de amor tóxico continúa primando el modelo de una perversa dependencia cuajada de discusiones y reconciliaciones. Relaciones de poder enquistadas en un nudo de dolor, chantaje y perdón. Afortunadamente ha caducado este modelo, y mucho han evolucionado las relaciones personales entre hombres y mujeres, pero la realidad demuestra que el amor mal entendido sigue inscribiéndose en el libro de registros el día de la boda.
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