Hay un corsé que sitúa la sumisión por encima de la aptitud y al forofo por encima del sabio
Numerosos comentarios críticos recibidos en la edición digital de La Vanguardia atestiguan que mi columna sobre los ni-ni (esta cuarta parte de la juventud que no da un palo al agua) ofendió a muchos jóvenes que sí estudian o trabajan. Es más: con frecuencia, estudian y trabajan, llamémosles sí-sí, con dos acentos, para plasmar el coraje con el que se enfrentan a esta época decadente. La mayoría de estos jóvenes están más preparados que las generaciones anteriores y, sin embargo, cuando consiguen, después de agónicos intentos, acceder al mundo laboral, lo hacen, no ya tragando penosas condiciones (bajísimos sueldos, precariedad), sino sometidos a jefes y veteranos apoltronados en sus rutinas, arrellanados en el sofá de unos derechos que se niegan a los nuevos contratados. Siento haberles ofendido. En modo alguno pretendía juzgar a toda la juventud. Como con mayor fineza explicó mi vecino de columna Francesc-Marc Àlvaro, de entre las generaciones actuales despunta un segmento poseedor de unas capacidades extraordinarias. El futuro de nuestra sociedad depende de ellos; y en ellos confío yo sin sombra de duda. Prueba de ello son mis frecuentes voces en el desierto en contra de lo que he dado en llamar "feudalismo democrático catalán".
Tal como la política demuestra cada día y como el caso Millet puso en deprimente evidencia, en la sociedad catalana la meritocracia está de capa caída. Los mejores tienen con frecuencia el paso bloqueado. No es el mérito o la capacidad lo que determina el acceso a un empleo interesante o de responsabilidad, sino el interés del partido, casta, gremio, parentela o red clientelar. Se trata de defender a toda costa el feudo, y el feudo arbitrariamente recompensará. Después (y como el lacerante caso Pretoria ejemplifica) los feudales suelen pactar sin problemas el reparto, pues la corrupción es en buena parte hija de estos sistemas cerrados. Gregarismo, endogamia, nepotismo, concesiones arbitrarias e información privilegiada caracterizan este nuevo feudalismo que asfixia con corsé de hierro las carnes de la sociedad.
No es un vicio catalán, ni tan siquiera hispánico: es mediterráneo, herencia de añejos gremios, hermandades y familias a los que se han sumado alegremente partidos, sindicatos, corporaciones, clubs, lobbies, mafias. No es un vicio catalán, pero sorprende cómo ha reverdecido en Catalunya. A finales del XVIII, Catalunya salió del pozo gracias a la iniciativa individual y se reconstruyó a sí misma al margen del Estado: en los márgenes del Estado. Se habla mucho ahora de los males que la acechan. Nunca se cita este vicio estructural que impide a los mejores ocupar el puesto en el que se les necesitaría; que impone el pariente o amigo en el lugar del más apto; que sitúa la sumisión por encima de la aptitud y al forofo por encima del sabio.
El avestruz y los chicos del jardín
Demonizado el sudor de la frente, divinizamos la diversión y la libertad sin reglas
Titular escalofriante el de ayer: "Uno de cada cuatro jóvenes catalanes ni estudia ni trabaja". En plena era pesimista, pocas noticias más preocupantes que esta pueden leerse, pues no solamente afectan al presente, sino que anuncian un futuro de insomnio. Según un estudio de la UGT, una cuarta parte de nuestros chicos no da un palo al agua. Están en fuera de juego. ¿Forman parte de las llamadas clases pasivas? En cierta manera sí, pues viven a costa de alguien: de sus progenitores y de las múltiples formas de protección social. Pero los jubilados reciben compensación de la sociedad por sus décadas de trabajo productivo (compensación generalmente avara), mientras que estos jóvenes no han aportado absolutamente nada al común. "Ni-ni", les llaman.
No se forman. Ninguna actividad productiva les ocupa. Ni estudian ni trabajan, pero comen, visten, se desplazan y divierten. Son un peso muerto para la sociedad. Peso muerto: por fea que sea la expresión, las cosas hay que decirlas por su nombre (hemos abusado de la elipsis para describir las espinas sociales y el vocabulario del avestruz empieza a cobrar sus facturas). Si ahora los ni-ni son para sus familias y para la sociedad un tremendo problema, ¿qué serán dentro de unos años? Estamos hablando de una bomba social de efectos retardados. ¿Qué harán cuando a partir de los treinta y pico el espejo refleje la pérdida de la alegre juventud, que todo lo justifica? ¿A qué tipo de insoportables tensiones e irresolubles problemas deberá enfrentarse la sociedad del futuro, si, con la pirámide de la edad invertida y con una altísima tasa de pensionados, resulta que una cuarta parte del sector productivo queda anclada en el fuera de juego?
Siendo esta noticia una de las peores que pueden leerse en estos años tan difíciles, es probable que pase de puntillas. Mientras los enredos politiqueros, el circo deportivo y los entremeses identitarios (del burka a los toros) desatan inagotables tormentas de palabrería, los problemas de fondo desaparecen a gran velocidad por el desagüe de los medios. Y, sin embargo, estamos todavía a tiempo de reaccionar. El fenómeno ni-ni tiene orígenes variados y complejos. Uno de ellos es el desprestigio social de la educación, del que hablaré, si les parece, en una próxima columna. Otro factor capital es la ruptura tectónica entre tradición y modernidad. Demonizada por represora y asfixiante la visión de la vida presidida por "el sudor de la frente", hemos divinizado la diversión en detrimento del trabajo, mientras la libertad sin límites se imponía por goleada a la libertad regulada por la ley. Comentando el estudio, la responsable de UGT criticó ayer la oferta educativa: no es adecuada para los jóvenes. Seguramente. Pero el núcleo del problema es otro: los ni-ni han crecido en el jardín de los derechos sin deberes.
Siendo esta noticia una de las peores que pueden leerse en estos años tan difíciles, es probable que pase de puntillas. Mientras los enredos politiqueros, el circo deportivo y los entremeses identitarios (del burka a los toros) desatan inagotables tormentas de palabrería, los problemas de fondo desaparecen a gran velocidad por el desagüe de los medios. Y, sin embargo, estamos todavía a tiempo de reaccionar. El fenómeno ni-ni tiene orígenes variados y complejos. Uno de ellos es el desprestigio social de la educación, del que hablaré, si les parece, en una próxima columna. Otro factor capital es la ruptura tectónica entre tradición y modernidad. Demonizada por represora y asfixiante la visión de la vida presidida por "el sudor de la frente", hemos divinizado la diversión en detrimento del trabajo, mientras la libertad sin límites se imponía por goleada a la libertad regulada por la ley. Comentando el estudio, la responsable de UGT criticó ayer la oferta educativa: no es adecuada para los jóvenes. Seguramente. Pero el núcleo del problema es otro: los ni-ni han crecido en el jardín de los derechos sin deberes.
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