Fuente: http://opinion.labutaca.net/2009/07/07/pagafantas-apatow-es-del-mismo-bilbao
La ópera prima de Borja Cobeaga es inteligente, cinéfila, una reducción al absurdo de unos temas y lugares comunes a toda una generación. La comedia elegante y clásica aún está viva y, por supuesto, es eficaz.
No toda la ficción televisiva nacional es perjudicial para el cine. Lo sospechábamos, pero los últimos éxitos (indiscutibles en taquilla, eso es verdad) de propuestas como“Fuga de cerebros” nos hacían dudarlo. Pero, al igual que en la caja (a veces) tonta comparten espacio las series de recurso fácil y grueso con otras más exigentes y arriesgadas, resulta que en la cartelera también queda sitio para la traducción en celuloide de ambas. ¡Aleluya!
Porque podría ocurrir que un espectador indeciso se hiciese una idea equivocada al leer la sinopsis de “Pagafantas”, debut en largo de Borja Cobeaga (las vicisitudes de un treintañero bilbaíno condenado a ser el mejor amigo de la chica de sus sueños y, lo que es peor, hacer como que lo lleva bien para luego reconcomerse por dentro), pensando que se iba a encontrar ante otra cinta que repitiera los clichés y chistes brutos que caracterizan las últimas entregas de nuestra comedia. Pero resulta que no, que en realidad se trata de una reducción al absurdo de unos temas y lugares comunes a toda una generación, en la que las referencias a iconos como Héroes del Silencio, las teorías sobre las salidas nocturnas o las propias y divertidas situaciones asociadas a los pagafantas (las definiciones, en forma de añejo documental, de los términos “cobra”, “el abrazo del koala” o “hacer el lémur” son de antología) terminan tejiendo un entramado bien reconocible que llevar al extremo, como si no hubiese otras fuerzas que terminasen encarrilando a los treintañeros que, un buen día, se descubren llevando una vida “normalizada”.
Y desde luego, es la obra de todo un cinéfilo, y no sólo por guiños tan explícitos como el que recuerda a “En los límites de la realidad”. Porque en sus fotogramas puede rastrearse a los hermanos Farrelly de “Algo pasa con Mary”, sobre todo en la crueldad con la que se llega a tratar al protagonista; pero en realidad, su referente más cercano sería Judd Apatow, con el que comparte la visión entre tierna y desopilante del perdedor que no ha accedido al paraíso prototípico de las comedias románticas (chica de sus sueños, estabilidad laboral, proyecto de futuro)… pero llevándolo más allá. En cierta manera, podría decirse que Apatow quiere a sus personajes bastante más que Cobeaga a los suyos, porque el primero les termina ofreciendo unas salidas que, definitivamente, parecen cerradas para los antihéroes del vasco.
Quizá sea ese el principal defecto de una película, por lo demás, notable: que en su afán de apurar al máximo el cáliz de las desgracias, termina transitando por los terrenos de lo directamente inverosímil. Pero es un “pero” menor cuando se ha asistido a momentos tan memorables como todo el arranque (espectacular el que podemos resumir como “los dos minutos”) y las numerosas escenas entre Gorka Otxoa y Julián López (aquí en un papel “normal” a años luz de sus marcianadas de “Muchachada nui”), aquellas entre el primero y el tío Jaime (Óscar Ladoire), las sesiones de peluquería con su inalcanzable objeto del deseo (Sabrina Garciarena, componiendo una estupenda y particular femme fatale), y todo un ramillete de secundarios siempre oportunos y acertados.
Todo ello termina levantando una cinta mucho más inteligente de lo que podría esperarse, en la que incluso la sonrisa puede llegar a congelarse ante un personaje con el que el espectador no sabe si identificarse o despreciarlo. Y ese es su principal mérito, el de rehuir los atajos para demostrar que sí, que es posible, que la comedia elegante y clásica (porque “Pagafantas”, en el fondo, es ambas cosas) aún está viva y, por supuesto, es eficaz. No es que lo dudáramos, claro, pero escasean tanto cintas como esta que alguna vacilación empezábamos a tener. Gracias, Borja.
Porque podría ocurrir que un espectador indeciso se hiciese una idea equivocada al leer la sinopsis de “Pagafantas”, debut en largo de Borja Cobeaga (las vicisitudes de un treintañero bilbaíno condenado a ser el mejor amigo de la chica de sus sueños y, lo que es peor, hacer como que lo lleva bien para luego reconcomerse por dentro), pensando que se iba a encontrar ante otra cinta que repitiera los clichés y chistes brutos que caracterizan las últimas entregas de nuestra comedia. Pero resulta que no, que en realidad se trata de una reducción al absurdo de unos temas y lugares comunes a toda una generación, en la que las referencias a iconos como Héroes del Silencio, las teorías sobre las salidas nocturnas o las propias y divertidas situaciones asociadas a los pagafantas (las definiciones, en forma de añejo documental, de los términos “cobra”, “el abrazo del koala” o “hacer el lémur” son de antología) terminan tejiendo un entramado bien reconocible que llevar al extremo, como si no hubiese otras fuerzas que terminasen encarrilando a los treintañeros que, un buen día, se descubren llevando una vida “normalizada”.
Y desde luego, es la obra de todo un cinéfilo, y no sólo por guiños tan explícitos como el que recuerda a “En los límites de la realidad”. Porque en sus fotogramas puede rastrearse a los hermanos Farrelly de “Algo pasa con Mary”, sobre todo en la crueldad con la que se llega a tratar al protagonista; pero en realidad, su referente más cercano sería Judd Apatow, con el que comparte la visión entre tierna y desopilante del perdedor que no ha accedido al paraíso prototípico de las comedias románticas (chica de sus sueños, estabilidad laboral, proyecto de futuro)… pero llevándolo más allá. En cierta manera, podría decirse que Apatow quiere a sus personajes bastante más que Cobeaga a los suyos, porque el primero les termina ofreciendo unas salidas que, definitivamente, parecen cerradas para los antihéroes del vasco.
Quizá sea ese el principal defecto de una película, por lo demás, notable: que en su afán de apurar al máximo el cáliz de las desgracias, termina transitando por los terrenos de lo directamente inverosímil. Pero es un “pero” menor cuando se ha asistido a momentos tan memorables como todo el arranque (espectacular el que podemos resumir como “los dos minutos”) y las numerosas escenas entre Gorka Otxoa y Julián López (aquí en un papel “normal” a años luz de sus marcianadas de “Muchachada nui”), aquellas entre el primero y el tío Jaime (Óscar Ladoire), las sesiones de peluquería con su inalcanzable objeto del deseo (Sabrina Garciarena, componiendo una estupenda y particular femme fatale), y todo un ramillete de secundarios siempre oportunos y acertados.
Todo ello termina levantando una cinta mucho más inteligente de lo que podría esperarse, en la que incluso la sonrisa puede llegar a congelarse ante un personaje con el que el espectador no sabe si identificarse o despreciarlo. Y ese es su principal mérito, el de rehuir los atajos para demostrar que sí, que es posible, que la comedia elegante y clásica (porque “Pagafantas”, en el fondo, es ambas cosas) aún está viva y, por supuesto, es eficaz. No es que lo dudáramos, claro, pero escasean tanto cintas como esta que alguna vacilación empezábamos a tener. Gracias, Borja.
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