Dirección: Dennis Gansel.
País: Alemania.
Año: 2008.
Duración: 108 min.
Género: Drama.
Interpretación: Jürgen Vogel (Rainer Wenger), Frederick Lau (Tim), Max Riemelt (Marco), Jennifer Ulrich (Karo), Christiane Paul (Anke Wenger), Elyas M'Barek (Sinan), Cristina Do Rego (Lisa), Jacob Matschenz (Dennis), Maximilian Mauff (Kevin), Ferdinand Schmidt-Modrow (Ferdi).
Guión: Dennis Gansel y Peter Thorwart; basado en el relato corto de William Ron Jones y en la obra de Johnny Dawkins y Ron Birnbach.
Producción: Christian Becker, Nina Maag y David Groenewold.
Música: Heiko Maile.
Fotografía: Torsten Breuer.
Montaje: Ueli Christen.
Diseño de producción: Knut Loewe.
Vestuario: Ivana Milos.
Estreno en Alemania: 13 Marzo 2008.
Estreno en España: 28 Noviembre 2008.
Alemania hoy. Durante la semana de proyectos en un instituto, al profesor Rainer Wenger (Jürgen Vogel) se le ocurre la idea de un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. Comienza así un experimento que acabará con resultados trágicos. En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: La Ola. Al tercer día, los alumnos comienza a aislarse y amenazarse entre sí. Cuando el conflicto finalmente rompe en violencia, el profesor decide no seguir con el experimento, pero para entonces es demasiado tarde, "La Ola" se ha descontrolado... |
Fuente:http://www.labutaca.net/films/63/la-ola.php
La historia se repite como las mareas
Escrito por Julio Rodríguez Chico el 28.11.08
Hay películas que parten con ventaja porque el tema y la historia son atractivos en sí mismos, y porque el espectador se siente interpelado directa y personalmente en sus ideas y sentimientos. “La Ola” de Dennis Gansel es una de ellas porque su director se atreve a mirar de frente al surgimiento de grupos neonazis, radicales y violentos, para cuestionarse si los hombres hemos aprendido alguna lección del pasado, o si la historia podría repetirse de nuevo. Estremecedora, provocadora e impactante, seguro que esta cinta generará polémica por lo que dice y por cómo lo dice, por poner el dedo en la llaga y apuntar con inteligencia hacia algunos de los factores –personales y sociológicos– que propician el surgimiento de esos movimientos racistas y cerrados. También nos alerta sobre el precipicio de cierta educación –o falta de educación– que pueden estar recibiendo las nuevas generaciones, poco humanística y de escasa valoración ética, explícitamente tecnológica y orientada al éxito personal.
En un instituto alemán van a impartirse unos seminarios prácticos de Autocracia y Anarquía. Muy a su pesar, a Rainer Wenger le corresponde dar el primero y se dispone a hacerlo con sus heterodoxos y peculiares métodos docentes, interpelando a sus alumnos, haciendo que ellos mismos se planteen preguntas y den sus respuestas, llevando el tema hasta el extremo con la intención de que la verdad se abra paso por sí misma y no por el principio de autoridad. El problema es que esas mentes adolescentes carecen de la madurez y templanza necesarias, y que el experimento puede llegar demasiado lejos… Política, sociología y educación se dan la mano en una propuesta para debate en foros culturales y educativos: complejo de inferioridad, fomento del propio ego, carencias afectivas y éticas personales, superficialidad de cierta sociedad del confort… todas ellas se mezclan con la necesidad individual de pertenencia a un grupo y notar su apoyo, acompañada del ansia juvenil de dar cauce a los más altos ideales y seguir a un líder que marque el camino, con la dificultad para discernir la teoría y la práctica al educar sin contemplar las peculiaridades y circunstancias del alumno concreto.
El caldo de cultivo que se nos presenta es el idóneo y perfecto para que se desarrollen esos sentimientos radicales de grupo, pero necesitan un guía de fuerte personalidad que los arrastre con su fuerza y carisma. Gansel dibuja arquetipos entre los alumnos en su intento de recoger los caracteres e inquietudes que en una clase pueden confluir: la frivolidad y espíritu bromista de uno, los complejos e inestabilidad de otro, o la madurez y sensatez de una alumna son mostrados sin trampa ni cartón, sin excesivos matices… porque no son necesarios. Quien a todos tutela e imprime fuerza a la cinta es, sin duda, un magistral Jürgen Vogel en su papel del profesor Wenger: sus dotes y carisma fascinan y entusiasman a los alumnos y también al espectador, que asiste atónito a un in crescendo de admiración y pasión idealista por su figura arrolladora. Como en un espejo, parecen volver a repetirse las imágenes de un Hitler rodeándose de un grupo de leales dispuestos a todo, que crece en número y entusiasmo, que elige libre y democráticamente al futuro tirano o busca su unión (y se cierra sobre sí mismo) a través de una camisa blanca, un saludo-contraseña o un logo con que identificarse. Da miedo pensar en este nuevo profesor que recuerda al de “El club de los poetas muertos”, rompedor e imprudente, dueño de las voluntades de sus alumnos pero no de la suya, porque los experimentos se hacen con gaseosa, y no con indefensos adolescentes. Hubiera sido muy interesante ahondar en la personalidad y posible frustración personal de ese mentor, algo que, por cierto, deja ver su mujer en una explosión de sinceridad.
El retrato de los personajes y sobre todo su buena ejecución por parte de los actores, el ritmo preciso y ágil de la historia, el discurrir de las secuencias que van creciendo en dramatismo y que se precipitan como una ola hasta convertir al movimiento en un monstruo devorador, su puesta en escena que se confunde con la que el propio profesor hace en su clase… todo esto convierte esta cinta en una gran película y una interesante aproximación a lo que sucedió y a lo que puede volver a suceder (o sucede). Realizada con vigor narrativo y frescura, es óptima para el coloquio posterior y para un espectador joven que conectará con el mensaje enviado y aprenderá a sortear esa ola mediante la reflexión y la ética personal.
Una pregunta que incomoda
No deja de ser sorprendente, y hasta cierto punto envidiable, la manera en que el cine alemán está enfrentándose en los últimos años a sus fantasmas. No sólo por las cintas que abordan los hechos históricos que muchos querrían que nunca hubiesen existido (“El hundimiento”, “Sophie Scholl: Los últimos días”), sino también por su capacidad para abordar temas a flor de piel, que se plantean si sería posible que los mecanismos que hicieron posible el ascenso del nazismo podrían repetirse hoy día. Esta es la pregunta incómoda que lanza “La Ola”, una película que juega muy hábilmente sus cartas para que todos comprendamos (y especialmente los adolescentes, destinatarios primeros de la cinta) cómo es posible poner en marcha una maquinaria ideológica que acabe llevando al descerebramiento de las más altas instancias del gobierno de un estado.
“La Ola” juega además con la baza de no decir explícitamente qué es lo que se encuentra detrás del experimento que lleva a cabo un profesor (estupendo Jürgen Vogel) con sus alumnos, teniendo que impartir a regañadientes un seminario sobre la autocracia. Pero no hacen falta palabras, porque tras las proclamas iniciales de los alumnos manifestando que nunca podrá repetirse una dictadura en Alemania, empieza un juego de apariencia inocente y divertido, pero que activa los engranajes de supresión de la individualidad para conformar una masa que aparentemente protege y hace avanzar a sus miembros, anclados en sus dudas y complejos.
Dejando aparte que algunas de las evoluciones de los personajes parecen demasiado forzadas (hay que tener en cuenta que la acción se desarrolla únicamente durante una semana), la película rompe además con los tópicos de situar los lavados de cerebro colectivos en las masas incultas y desfavorecidas. El instituto es un modelo de medios de elegante diseño y los alumnos, hijos de familias acomodadas que tienen todo a su alcance, desde el estupendo coche con el que acuden a clase al acceso a las drogas. Pero son, en su conjunto, una generación sin norte ni asideros de ningún tipo, que deambula sin saber muy bien qué hace ni qué hará en el futuro, sumida en el aburrimiento y el desconcierto de no conocerse muy bien.
Ése es el terreno abonado donde el juego del uniforme o la obediencia al líder puede prender a la perfección. Esto es lo que trata de decirnos Dennis Gansel, y su intención es que su mensaje llegue alto, claro y limpio, lo cual no significa que su contenido esté descafeinado ni que no haya unas tesis que se discuten y se enfrentan: si los personajes no son profundos, es porque de lo que se trata es de dejar al descubierto un procedimiento que puede funcionar con casi todos a la perfección; y los que no funcionan, son rápidamente segregados y, en última instancia, eliminados.
Por eso sobrecoge la escena en la que se revela el potencial último de lo que hasta entonces parecía un simple club estudiantil y que empieza a mostrar sus colmillos. Gran parte del mérito hay que dárselo, además de a la eficaz realización, a unos estupendos actores, entre los que destaca, amén del profesor, el joven Frederick Lau. Por último, sólo cabe alabar a un cine alemán capaz de comprender que los adolescentes no son tan estúpidos como, en demasiadas ocasiones, las pantallas parecen querer decirnos. Incluso se les puede interpelar arrojándoles preguntas como la que, en última instancia, da vida a esta película. Y las respuestas, todo hay que decirlo, no son muy tranquilizadoras en los tiempos de nubarrones que atravesamos.
“La Ola” juega además con la baza de no decir explícitamente qué es lo que se encuentra detrás del experimento que lleva a cabo un profesor (estupendo Jürgen Vogel) con sus alumnos, teniendo que impartir a regañadientes un seminario sobre la autocracia. Pero no hacen falta palabras, porque tras las proclamas iniciales de los alumnos manifestando que nunca podrá repetirse una dictadura en Alemania, empieza un juego de apariencia inocente y divertido, pero que activa los engranajes de supresión de la individualidad para conformar una masa que aparentemente protege y hace avanzar a sus miembros, anclados en sus dudas y complejos.
Dejando aparte que algunas de las evoluciones de los personajes parecen demasiado forzadas (hay que tener en cuenta que la acción se desarrolla únicamente durante una semana), la película rompe además con los tópicos de situar los lavados de cerebro colectivos en las masas incultas y desfavorecidas. El instituto es un modelo de medios de elegante diseño y los alumnos, hijos de familias acomodadas que tienen todo a su alcance, desde el estupendo coche con el que acuden a clase al acceso a las drogas. Pero son, en su conjunto, una generación sin norte ni asideros de ningún tipo, que deambula sin saber muy bien qué hace ni qué hará en el futuro, sumida en el aburrimiento y el desconcierto de no conocerse muy bien.
Ése es el terreno abonado donde el juego del uniforme o la obediencia al líder puede prender a la perfección. Esto es lo que trata de decirnos Dennis Gansel, y su intención es que su mensaje llegue alto, claro y limpio, lo cual no significa que su contenido esté descafeinado ni que no haya unas tesis que se discuten y se enfrentan: si los personajes no son profundos, es porque de lo que se trata es de dejar al descubierto un procedimiento que puede funcionar con casi todos a la perfección; y los que no funcionan, son rápidamente segregados y, en última instancia, eliminados.
Por eso sobrecoge la escena en la que se revela el potencial último de lo que hasta entonces parecía un simple club estudiantil y que empieza a mostrar sus colmillos. Gran parte del mérito hay que dárselo, además de a la eficaz realización, a unos estupendos actores, entre los que destaca, amén del profesor, el joven Frederick Lau. Por último, sólo cabe alabar a un cine alemán capaz de comprender que los adolescentes no son tan estúpidos como, en demasiadas ocasiones, las pantallas parecen querer decirnos. Incluso se les puede interpelar arrojándoles preguntas como la que, en última instancia, da vida a esta película. Y las respuestas, todo hay que decirlo, no son muy tranquilizadoras en los tiempos de nubarrones que atravesamos.
Estamos de enhorabuena. Todos aquellos que albergamos el íntimo convencimiento de que no todo es blanco o negro, diestro o siniestro, bueno o malo, sino que hay margen para alternativas no excluyentes sino complementarias, contamos, desde este viernes, con un filme en nuestra cartelera que viene a reafirmarnos esta convicción: la de que una película “pedagógica” (por decirlo de alguna manera) no tiene por qué ser plúmbea, ni una producción entretenida y bien armada formalmente tiene por qué ser sólo apta para lobotomizados voluntarios. El “mirlo blanco” tiene título, y ése no es otro que “La Ola”. Una película que ya ha dado mucho que hablar y, no me cabe duda, seguirá haciéndolo a lo largo de las próximas semanas y meses. No en balde su tema es de un calado social profundo, y sus connotaciones históricas, sociológicas y políticas la hacen pasto fácil de una atención proveniente de ámbitos extracinematográficos que no constituyen la pauta más habitual.
Pero no se dejen engañar, amigos lectores, por esos señuelos. Son importantes, y tienen una presencia y un peso en la película que no se pueden obviar ni objetiva ni subjetivamente: la voluntad autoral de generar una polémica al hilo de una premisa argumental de extrema potencia como es la hipótesis, planteada a raíz de un “experimento” académico, de si un retorno al nazismo sería factible en la Alemania actual, no es cuestión baladí ni despachable con un tratamiento narrativo ligero o superficial. Pero de ahí a pensar que, a partir de tal punto de partida, la propuesta deDennis Gansel se haya volcado más en el fondo que en la forma, hay un abismo que no se debería traspasar, pues el material que se nos ofrece en pantalla no da pie a ello. Más bien al contrario, el desempeño visual, el tratamiento formal de la historia a cargo de los pergeñadores de este producto no defrauda lo más mínimo y demuestra que, con talento y ganas, hasta el sujeto más delicado es tratable de manera eficaz, ágil, y con el pulso conveniente para hacer de su digestión algo al alcance de “estómagos” acostumbrados a un cine en el que prima la forma sobre el fondo.
“La Ola” consta de una progresión dramática implacable, bien construida y llevada con un ritmo contundente y siempre adecuado a los avatares a los que se ve sometido el desarrollo de la historia, cerrada, además, con un “broche” verdaderamente brillante (y pese a las apariencias, nada efectista). Se trata de una cinta en la que movimientos de cámara y tratamiento formal de la imagen y el sonido se ajustan, como guante a la mano, a los vaivenes anímicos y morales de sus personajes principales. Sus intérpretes rayan a un nivel muy alto, tanto el amplio y muy solvente elenco de jóvenes “estudiantes” —construyen un colectivo en que identidad y diversidad hallan su equilibrio al servicio de la trama— como su magnífico protagonista, un Jürgen Vogel que trabaja fenomenalmente un aspecto nuclear de su papel, como es la evolución rápida y sin apariencia externa de su personalidad que, en realidad, no es tal. En suma, una buena película. Suena así de simple, pero no se pueden imaginar cuán complicado resulta, a veces, formular aserto tan breve.
El resultado, que hace veinte años hubiera sido probablemente calificado como “filme de tesis”, debería ser de exhibición obligatoria o motivación de seminario en todo centro de enseñanza secundaria. Se haría con ello un fabuloso ejercicio de higiene mental colectiva, y, a mayor abundamiento, se terminaría ganando un buen número de fieles para la noble causa de la “sala oscura”. Pero tampoco está de más que aquellos que nos encontramos en otras franjas de edad nos sometamos al mismo ejercicio de reflexión. Merece, y mucho, la pena.
MÁS INFORMACIÓN:
http://es.wikipedia.org/wiki/Tercera_Ola***
http://es.wikipedia.org/wiki/La_Ola
Pero no se dejen engañar, amigos lectores, por esos señuelos. Son importantes, y tienen una presencia y un peso en la película que no se pueden obviar ni objetiva ni subjetivamente: la voluntad autoral de generar una polémica al hilo de una premisa argumental de extrema potencia como es la hipótesis, planteada a raíz de un “experimento” académico, de si un retorno al nazismo sería factible en la Alemania actual, no es cuestión baladí ni despachable con un tratamiento narrativo ligero o superficial. Pero de ahí a pensar que, a partir de tal punto de partida, la propuesta deDennis Gansel se haya volcado más en el fondo que en la forma, hay un abismo que no se debería traspasar, pues el material que se nos ofrece en pantalla no da pie a ello. Más bien al contrario, el desempeño visual, el tratamiento formal de la historia a cargo de los pergeñadores de este producto no defrauda lo más mínimo y demuestra que, con talento y ganas, hasta el sujeto más delicado es tratable de manera eficaz, ágil, y con el pulso conveniente para hacer de su digestión algo al alcance de “estómagos” acostumbrados a un cine en el que prima la forma sobre el fondo.
“La Ola” consta de una progresión dramática implacable, bien construida y llevada con un ritmo contundente y siempre adecuado a los avatares a los que se ve sometido el desarrollo de la historia, cerrada, además, con un “broche” verdaderamente brillante (y pese a las apariencias, nada efectista). Se trata de una cinta en la que movimientos de cámara y tratamiento formal de la imagen y el sonido se ajustan, como guante a la mano, a los vaivenes anímicos y morales de sus personajes principales. Sus intérpretes rayan a un nivel muy alto, tanto el amplio y muy solvente elenco de jóvenes “estudiantes” —construyen un colectivo en que identidad y diversidad hallan su equilibrio al servicio de la trama— como su magnífico protagonista, un Jürgen Vogel que trabaja fenomenalmente un aspecto nuclear de su papel, como es la evolución rápida y sin apariencia externa de su personalidad que, en realidad, no es tal. En suma, una buena película. Suena así de simple, pero no se pueden imaginar cuán complicado resulta, a veces, formular aserto tan breve.
El resultado, que hace veinte años hubiera sido probablemente calificado como “filme de tesis”, debería ser de exhibición obligatoria o motivación de seminario en todo centro de enseñanza secundaria. Se haría con ello un fabuloso ejercicio de higiene mental colectiva, y, a mayor abundamiento, se terminaría ganando un buen número de fieles para la noble causa de la “sala oscura”. Pero tampoco está de más que aquellos que nos encontramos en otras franjas de edad nos sometamos al mismo ejercicio de reflexión. Merece, y mucho, la pena.
MÁS INFORMACIÓN:
http://es.wikipedia.org/wiki/Tercera_Ola***
http://es.wikipedia.org/wiki/La_Ola
1 comentario:
He de felicitarle por su blog... hace varios meses que le sigo y me interesan mucho las noticias y las reflexiones que a veces se entreven. Continúe así.
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