sábado, 31 de octubre de 2009

¿Es insano el cine de terror sádico?. Terror y juego con los límites




Los filmes con elevadas dosis de crueldad están en auge entre jóvenes y adolescentes - 'Saw VI' es la primera película de terror catalogada como X - La tortura como otra forma de pornografía

GREGORIO BELINCHÓN / CARMEN PÉREZ-LANZAC
EL PAÍS  -  Sociedad - 31-10-2009 


Por primera vez en España un filme, Saw VI, ha sido calificado como película X por su "apología de la violencia". Su estreno, previsto el pasado viernes 23 de octubre, se ha pospuesto. Las 300 copias de la película reposan en un almacen a la espera de que la Comisión de Calificación del Ministerio de Cultura revoque -o no- su decisión. Mientras tanto, el teléfono de la sala X de la calle Duque de Alba de Madrid, una de las ocho de España que aún sobrevive al tirón del porno en Internet, no para de sonar. "¿Que si ha llamado alguien?", dice la recepcionista. "Me duele la oreja de responder a chavales jóvenes que llaman preguntando si la vamos a echar".
El cine de terror con altas dosis de crueldad está en auge. Jóvenes y adolescentes son su público más fiel. ¿Por qué sienten fascinación por un cine tan sádico? ¿De qué forma afecta al espectador presenciar la mutilación de una persona indefensa? ¿Se trata acaso de un cine insano?


Las cinco primeras entregas de la saga Saw, abanderada del terror más extremo, han recaudado 440 millones de euros desde su arranque en 2004 (a ritmo de una al año). En España, 3.564.000 espectadores fueron a verlas al cine; recaudaron 20 millones de euros. Una máquina de hacer dinero, porque el presupuesto de cada entrega nunca ha superado los siete millones de euros. Pero, ¿en qué consiste Saw? Su protagonista, Jigsaw, es un asesino en serie que obliga a sus víctimas a automutilarse o a matar a un compañero de penurias para salvarse.Son filmes repletos de juegos macabros, sadismo y sangre que sólo encuentran una posible comparación con Hostel (2005) y su continuación, Hostel 2 (2007), que lograron entre ambas 600.000 espectadores en España. La saga Hostel también basa su argumento en el placer que encuentra alguien -en estos dos filmes, millonarios que pagan por disponer de víctimas- en provocar dolor a una persona indefensa. El urdidor de Hostel, el director y actor Eli Roth, explicaba hace dos años que, en comparación con Saw, sus filmes eran más gores, "un género de terror en el que ruedas un asesinato con cierta dosis de humor y mucho maquillaje. Es muy divertido. Yo, por ejemplo, no aguanto la visión de la sangre de verdad y jamás he visto un muerto". La revista New York Magazine calificó su obra como torture porn (tortura pornográfica), porque usa la violencia para excitar al público como si viviese un acto sexual.


En lo que va de 2009 los fans del terror han tenido muchos motivos para ir al cine a pasar un buen (o mal) rato. REC 2, La Huérfana, El destino final 3D, Jennifer's Body, Arrástrame al infierno, The Descent 2, Infectados, Expediente 39 o la reciente Paranormal Activity, que costó menos de 10.000 euros y lleva más de 50 millones recaudados. ¿Dónde demonios, se preguntarán algunos, reside el placer de ver estas películas? "Es como subirse a una montaña rusa", explica Emilio Martínez, creador del portal de cine de terror Aullidos.com. "Es un chute de adrenalina".


En una de las escenas de Saw VI una mujer debe mutilarse para asegurar su propia supervivencia. ¿De qué manera afecta al espectador ver un momento tan duro? Martínez no vacila: "Hombre, somos muy conscientes de que no es real. Más duro es ver un documental sobre el genocidio ruso que a un tío con un máscara absurda cargándose a gente con una sierra".


El sociólogo Fermín Bouza apoya la opinión de este fan del cine de terror: "Con los datos conocidos sabemos que la violencia social no tiene nada que ver con la literatura, el arte o el cine", explica. "Es totalmente inútil darle vueltas o buscar excusas en este tipo de películas. La violencia tiene que ver con la estructura social, la familia... Es cierto que hay actos anecdóticos. A veces un niño desequilibrado imita acciones que ha visto en el cine, pero es un problema minoritario. La violencia artística no influye en la real".


Sin embargo, Guillermo Cánovas, de la asociación en defensa de los menores Protégeles, no opina de esta forma. "Por cada estudio en el que se dice que las personas no son sensibles a la violencia que ve en los medios hay tres que demuestran que sí lo somos. Negarlo es como negar la existencia de la publicidad. Todos hemos aceptado que con 40 segundos se puede influir sobre la gente. Pensar que algo que dura una hora y media no puede es absurdo".


"Las imágenes que nos llegan a través del cine y los medios audiovisuales influyen en cómo los adolescentes y también los adultos componemos nuestra visión del mundo", explica Mercedes Coll, profesora de Filosofía de secundaria y miembro de la cooperativa Drac magic, que promueve la educación a través de medios audiovisuales. "La crueldad siempre ha estado presente en el cine, porque, al igual que la ternura, forma parte de nuestra psique. El cine, sobre todo el de terror, tiende a ofrecer la máxima espectacularidad para atraer al público. Estas películas triunfan más entre los más jóvenes porque en el fondo son unas memeces terribles y además su umbral para soportar ciertas imágenes está por encima del de un adulto por la propia situación de la adolescencia, más explosiva y sin esa sedimentación que dan las vivencias", explica esta profesora. "Yo lo veo en clase: les pongo películas y a veces se ríen ante escenas brutales. Pero es una defensa ante algo que les resulta difícil, como taparse la cara, gritar o llorar. Lo que sí me sorprende es que cuanto más espectacular es la escena más alejada la ven de la realidad y más la disfrutan sin problemas. Les marcan más las películas más reales. Hace poco les puse Antes de la lluvia, de Milcho Manchelvski. Hay una escena en la que matan a una adolescente que les causó realmente el escalofrío. Lo que es muy espectacular es tan propio del cine espectáculo que pasado el asco se pueden reír de ello. Pero cuando ven algo que se aleja de lo comercial no encuentran donde sostener la emoción de las imágenes. Se pierden. Les sucede lo mismo con Internet: pueden ver un vídeo de cómo pegan a alguien y según cómo esté filmado les puede conmover. La clave no es el grado empírico de la violencia en sí, sino cómo esté tratada".


Al margen de estas reflexiones, la X de Saw VI ha causado bastante desconcierto en el sector. "Vi la primera entrega de Saw y me pareció original; fuerte, por supuesto, pero es lo que el público quiere", dice el director sevillano de cine gore Julián Lara. "Puede herir sensibilidades, desde luego, aunque de ahí a ponerle una X... Me parece una salida de tono ¿Cuántas cosas son X en la vida diaria y son mucho peores?". José Luis Rebordinos, director de la Semana de cine fantástico y de terror de San Sebastián, que hoy arranca su XX edición, califica la X de "muy preocupante". "Me preocupa que el fantasma de la censura vuelva a asomarse en España, que tiene una legislación progresista en la materia. Desde luego será uno de los temas de conversación esta semana. Todo el mundo está anonadado. Lo curioso es que en Estados Unidos, un país nada permisivo con las calificaciones, se ha estrenado sin problemas".
Jaume Balagueró, responsable de filmes de terror como REC y REC 2, Frágiles o Darkness, y considerado uno de los maestros mundiales de este género, apunta otra contradicción: "Me parece que le han hecho la pascua a la distribuidora. Porque si las otras cinco no fueron X, ¿por qué ésta sí? No tiene sentido ¿Y quién les repone su inversión económica?". Cada copia cuesta unos 1.200 euros, y, en el momento que recibió el informe con la X, Buenavista (de la que es dueña Disney) tuvo que retirar todos los carteles de los cines, la publicidad de la calle y los tráileres. Balagueró vio la primera y la tercera entrega: "No me interesan. Es un cine que carece de argumento, un catálogo de sadismo extremo, y no creo que esa X se propague por otros filmes de terror. Entiendo que la Comisión dudase con la calificación, pero yo no se la hubiera puesto. Si las anteriores Saw no la recibieron...". El director asegura haber visto momentos más salvajes en las pantallas, "aunque es cierto que dentro de filmes con un argumento, en que esa violencia hacía avanzar la narración y no este sadismo cercano a lo pornográfico".
El psicólogo Luis Muiño, experto en cine, tiene su opinión muy clara: "Yo creo que el impacto psicológico de una película debería medirse a través de las narrativas que trasmite y cómo enfoca las relaciones entre las personas. Hay películas que aunque son duras funcionan bien a nivel psicológico porque difunden narrativas sanas. Ciudad de dios, por ejemplo, es una película dura y muy realista pero que difunde una narrativa sana: se puede salir de la cadena de la violencia. Yo vi un trozo de la primera entrega de Saw y me pareció una película insana. Transmite una narrativa sádica y pretende hacer negocio a partir de fomentar una forma de afrontar los problemas brutalmente insana. No hay que engañarse. No es arte. Lo que va a ocurrir al darle la categoría X es simplemente que van a sacar menos dinero. No es censura. Aunque parezca mentira, porque soy un tipo de izquierdas, me parece muy bien. Desde mi perspectiva, películas que hacen dinero causando malestar psicológico es mejor que se pasen en salas X. Es como escuchar durante dos horas a un violador diciendo que todas las mujeres son iguales y no contrariarle. Y conste que soy un gran aficionado al terror, pero esta saga promueve que salgamos del cine peor de lo que entramos. Desde el punto de vista del arte no la censuraría, pero desde el punto de vista de un psicólogo, sí".


"La sociedad tiene la obligación de proteger a los menores física y emocionalmente, por eso esta prohibida la venta de contenidos porno a menores de 16", continúa Cánovas, de Protégeles. "La banalización de la violencia, mostrar en un entorno de ocio el sufrimiento ajeno como algo de lo que se puede disfrutar, tiene peores secuelas que el porno. Nos cuesta entender que no se proteja a los menores de este tipo de películas, así que el calificativo X nos parece muy bien. Para nosotros no habría ningún problema de que esta película se emitiera en las salas de cine normales si se controlara el acceso a ellos de los menores de edad mediante DNI, pero como por algún motivo no se hace...".


"Hoy en día, un occidental difícilmente podría soportar ver ajusticiar a un señor en la plaza pública", continúa la profesora Mercedes Coll. "Sin embargo, sí vemos las imágenes de este tipo que nos llegan desde Afganistán y estamos pendientes de ellas. Hay que valorar cuáles son los límites de nuestra cultura de la imagen, de esta aceleración del consumo de imágenes cada vez más fuertes. Quizá se ha llegado a un momento en que el propio sistema no lo aguanta. Me parece una hipocresía que hablemos de proteger lo que ven los adolescentes cuando la televisión es pura pornografía. La restricción contra esta película de terror se debería extender a todos los medios informativos".


De momento, la telefonista de la sala X del centro de Madrid que hablaba al inicio de este reportaje le dice a todos los interesados que llaman por teléfono que allí no van a echar Saw VI. Ni allí ni en ninguna de las ocho salas X que hay en España, entre otras cosas porque ni siquiera todas tienen proyectores en 35 milímetros en celuloide. Cada día que pasa es dinero perdido para Buenavista, la distribuidora de la película, porque probablemente los fans de la saga Saw se estén descargando la nueva entrega por Internet, incongruencias del actual estado de las cosas. La administración impone restricciones de las que Internet no entiende.
Mientras tanto, en Estados Unidos la película se ha situado en segunda posición del ranking, con 9,4 millones de euros recaudados en 3.000 salas. En Reino Unido ha logrado la misma posición, con dos millones de euros en 375 pantallas. Aquí, 300 copias acumulan polvo en un almacén a la espera de un cambio en su catalogación que de momento no ha llegado.

 

Terror y juego con los límites 


Gérard Imbert

EL PAÍS  -  Sociedad - 31-10-2009


En su exploración de los imaginarios colectivos, el cine actual nos ofrece auténticos viajes a lo(s) extremo(s). El cine se torna experiencia de los límites y juego con lo irrepresentable (el horror, lo siniestro). El cine de terror siempre se ha situado en los límites entre lo humano y lo monstruoso (su deformación). Dentro de la codificación impuesta por el cine de género, lo hacía jugando con el miedo a lo desconocido, el pánico ante el desorden, dándole un carácter mínimamente figurativo a la representación del terror. El terror era identificable, plasmado en figuras a menudo monstruosas: animales de tamaño sobrenatural, seres de otros mundos, vampiros, zombis, espectros etcétera, encarnaciones todas del enemigo exterior.


Hoy, con la hibridación de los géneros, también se han hibridado los miedos: el miedo más temible es el miedo al miedo (el jugar con la inminencia de lo impensable), los monstruos más terribles son los de la mente, el peor enemigo es el interior. Con ello se han difuminado también las fronteras entre terror —lo que es visible— y horror —lo invisible, lo que es del ámbito de lo innombrable—.


El terror se ha alejado de lo fantástico para acercarse al horror. La producción asiática es la que más lecciones ha sacado de ello: se ha apoderado del horror y lo ha integrado al género de terror, actualizándolo mediante la proyección de un imaginario vinculado con los miedos contemporáneos. Cuatro películas emblemáticas lo ilustran: The ring y Dark water de Hideo Nakata, Audition de Takashi Miike, las tres japonesas, The eye, de Danny Pang y Oxide Pang Chun (Hong Kong). Tres de ellas hablan del ver o tienen relación con el voyeurismo. No es baladí: el cine de terror juega con la pulsión escópica, con el deseo incontrolable de ver lo prohibido, lo mismo que Internet es una ilimitada caja de Pandora al respecto.



Pero lo más interesante, como ocurre a menudo en el cine, es el subtexto. Más allá de los tópicos del terror, el cine asiático nos habla de otra cosa, precisamente de lo que Zizek llama La Cosa, no “La cosa del otro mundo” del género tradicional, que tanto ha tratado la ciencia-ficción, sino una cosa de dentro: lo siniestro, lo informe, lo que despierta fragmentos de lo real que no llegan a cobrar forma precisa, una manifestación de lo nunca visto. La peligrosidad de este cine está en el grado inaudito de hipervisibilidad que alcanza: la de los síntomas del horror (su inscripción en el cuerpo) y la de los miedos invisibles, factor de desestabilización emocional.



Gérard Imbert es catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid y escritor. Es autor de Cine e imaginarios sociales (el cine postmoderno como experiencia de los límites).

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