martes, 29 de noviembre de 2011

"¡No nos gusta el hombre blandengue!" "La peor enemiga de una mujer es otra mujer"

Zulma Reyo, pedagoga de la feminidad
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
25/11/2011 - 00:00

Foto: Laura Guerrero

"La mujer interior"

Tengo 68 años. Nací en Nueva York y vivo en Palma. Soy filóloga y educadora, y me dedico a fomentar la feminidad, la mujer interior. Estoy divorciada y tengo un hijo, Max (42). ¿Política? ¡Ética! ¿Creencias? Jesús como maestro. Pobres hombres: os exigís tanto.

Le adivino una vida intensa y movidita, un infatigable viaje hacia sí misma. Ha vivido en Brasil, India y otros dispares lugares, y se dedica desde hace años a guiar a mujeres más allá de su máscara social, hacia la esencia de lo femenino: las ayuda a expresar a su mujer interior (zulma@zulmareyo.com), hoy asfixiada por la hegemonía de valores masculinos. Lo explica en su libro La mujer interior (Luciérnaga), que atiende a la feminidad honda y genuina, que Zulma Reyo desvincula del feminismo. No sé si he acabado de entender este galimatías, pero ella me tranquiliza: mujeres y hombres somos tan distintos que quizá no podamos comunicarnos más que de un solo modo: en el amor.

Qué es la mujer interior?
La encarnación de los principios de la feminidad. Las mujeres la llevamos dentro, pero solemos amordazarla.

¿Por qué hacen eso?
Porque hemos creído que debíamos emular los valores de la masculinidad: la agresividad, la jerarquía, la competitividad... Así es la mujer exterior actual.

¿La mujer interior no es competitiva?
La mujer interior es cooperativa, solidaria. ¡Deberíamos aprender a desplegarla!

Mientras, ¿qué hace la mujer exterior?
Ser enemiga de la mujer. El peor enemigo de una mujer es otra mujer.

¿En qué sentido?
¡Ay, si pudieras leer las mentes de un grupo de mujeres reunidas! ¡Te asustarías! "Vaya peinado se ha hecho esta". "Qué horror de vestido". "Está gorda, o flaca, o fea, o demasiado maquillada, o demasiado poco...".

¿Sí?
Las mujeres ven como rivales a las demás mujeres, son celosas, competitivas, se zancadillean. ¡Valores copiados del hombre! Y esto tiene que cambiar, va a cambiar, ¡lo noto!

¿Y qué pasará entonces?
Se abrirá paso la mujer interior, la esencia femenina, su modo de percibir el mundo.

¿Cómo ve el mundo lo femenino?
Somos receptáculo, cáliz, vaso, somos hueco, un vacío: absorbemos el entorno de modo transverbal, recibimos todo, abrazamos los opuestos, lo procesamos y captamos todo. ¡Las mujeres somos brujas!

No malinterpretaré esto último.
El modo femenino de percibir el mundo es redondo. "Complicado", dirá el hombre...

¿Hombre y mujer ven el mundo de modo tan diferente?
¡Somos diferentes! Este mundo en que vivimos es sobre todo obra de lo masculino, creación masculina. Le falta feminidad.

¿Y en qué consiste lo masculino?
En hacer un mecano, en construir el puzle del mundo. En medirlo todo cuantitativamente, con dinero... Ve a la mujer como propiedad, posesión explotable, objeto sexual...

Discúlpeme, no siempre es así...
Del mismo modo digo que muchas mujeres utilizan su sexo... para conseguir cosas. La mujer no ha aceptado su vacío como un modo de estar, lo siente como carencia, e intenta llenarlo con cosas, con entregas, regalos: "¡Dime que me quieres!", reclama ella.

¿Es un error?
Sí. Una mujer sola se siente fracasada, desgraciada. "No soy nada", cree. Y son otras mujeres las más criticonas con ella. ¡Basta!

Ya: la mujer completa tiene a su maridito, sus hijos, su piso, sus cosas...
Y su hombre-felpudo, al que manipula. ¡Pobrecitos hombres! Tengo que compadecerlos: se topan con mujeres que usan el sexo para sentirse queridas. Y que, claro, nunca nunca se sentirán lo bastante queridas...

¿Por qué no?
Porque es imposible: nunca un hombre será capaz de satisfacer en una mujer esa insaciable necesidad de correspondencia.

¡Es bueno saberlo!
La mujer interior, en cambio, se sabe madre de toda la creación, mira a todos como hijos... y no necesita más.

¿Cómo restaurar a la mujer interior?
Mediante grupos de mujeres que dejen de rivalizar y practiquen el apoyo mutuo.

¿Y qué hay de la vida sexual?
Que aprenda a vivirla con conciencia, no como medio de conseguir cosas, llenar vacíos, encubrir razones ocultas, ¡o se hará daño!

Y la sexualidad del hombre, ¿qué?
El hombre crece obseso con sus genitales, hace de su genitalidad una identidad. Pobrecitos, os compadezco: ¡os exigís tanto!

Ya.
Ahora culmina un ciclo histórico masculino y se abre otro más femenino. La mujer debe entender su vacío como apertura para acogerlo todo, ¡incluido al hombre! Ella genera el espacio. Y el hombre debe honrarlo. Pero ahí el hombre debe estar atento a algo...

¿A qué?
A honrar a la mujer ¡sin reblandecerse por ello más de la cuenta! A la mujer, a la esencia femenina, le atrae el hombre resuelto, líder. ¡No nos gusta el hombre blandengue!

A ver, aclarémoslo: ¿la mujer quiere un hombre respetuoso, dominador o qué?
Un hombre masculino y sexual, pero sin que la use ni le mande. No guerra de sexos: ¡respeto a las polaridades! Que ella acoja, que él haga, y que ninguno aplaste al otro.

Ya veo: un lío.
Al hombre le cuesta concebir el vacío de la mujer. Y la mujer no debe querer ser máquina masculina. Total: que la mujer deje de manipular, que el hombre deje de explotar.

Si pudiese ser hombre, ¿cómo sería?
¡Siempre he estado encantada de ser mujer! Es que ser hombre es duro...

Yo, hombre, ¿tengo mujer interior?
No, no. Porque ni la suavidad es específicamente femenina, ni la fuerza es específicamente masculina.

¿Qué no debería decirle jamás un hombre a una mujer?
"No entiendes, no sabes qué dices, no digas tontadas, no tiene sentido".

¿Qué no debería decirle jamás una mujer a un hombre?
"Algo te pasa, cuéntame cómo te sientes".

¿Cómo pueden llegar a entenderse un hombre y una mujer?
¡Es imposible! Pero... hay que intentarlo. Puede conseguirse en el amor, cuando un hombre y una mujer se funden, son unidad.

"Son los roles y no el género lo que define a los hombres"

Rawelyn Connell (antes Robert William Connell), experta en masculinidad

LA VANGUARDIA LA CONTRA 16/11/2011

Foto: Mané Espinosa

Orlando

67 años. Nací en Sydney (Australia), donde soy profesora universitaria y miembro de la Academia Australiana de Ciencias Sociales. Soy viuda y tengo una hija (27). La política se ha centrado tanto en la eficiencia y el mercado que ha perdido su conexión con la realidad de la gente.

En su tierra ha sido galardonada por la Asociación Australiana de Sociología "por sus distinguidos servicios a la sociología en Australia" , y fuera de ella ha recibido el premio de la Asociación Americana de Sociología por sus contribuciones a los estudios sobre sexo y género. Sus investigaciones sobre masculinidad han dado paso a la creación de esta nueva área de investigación. Como Orlando, de Virginia Woolf, ha vivido parte de su vida como hombre y parte como mujer, quizá esa singularidad sea lo que le ha permitido entender tan bien que por encima de la biología lo que determina el género son las estructuras sociales. Ha participado en el Congrés Iberoamericà Masculinitats i Equitat.

Hábleme de cuando era Robert William...
Fui criada como chico, pero siempre supe que eso no era lo correcto.

¿Fue feliz de niño?
Sí, pero con dudas de cuál era mi lugar en el mundo. Crecí, traté de hacer mi vida como hombre, me enamoré.

¿De un hombre o de una mujer?
De una mujer. Fuimos pareja durante 21 años, hasta que murió de cáncer. Entonces fui padre soltero de una niña de 12 años, y sobreviví a su adolescencia. Ahora tenemos muy buena relación, y me apoyó cuando decidí hacer la transición de hombre a mujer. Entonces ella tenía 20 años, pero era algo que yo había considerado mucho antes.

¿Y se lo comentaba a su mujer?
Sí, y me apoyó. Creo que le debo mi vida porque muchas mujeres transexuales no sobreviven: hay una alta tasa de suicidios.

¿No le importaba que su marido se convirtiera en mujer?
Yo siempre fui quien fui, siempre me sentí mujer. El cambio en sí consiste en lograr eliminar el desfase que hay entre el cuerpo y lo que sientes.

Resulta difícil de entender.
Lo que importa es como uno logra manejar esa contradicción entre cuerpo y género, y yo conseguí desarrollar una vida como padre, maestra...

¿Como maestra o como maestro?
En inglés no hay distinción, de todas formas es algo que importa dependiendo de cómo te ve la gente, y a mí mayormente me veían como hombre, pero no como un hombre tradicional.

Decidió operarse. ¿Cómo se vive esa transición?
No es fácil, es un proceso imperfecto, no se pueden crear órganos que no existen, así que hay que ser realista con las expectativas y las consecuencias.

¿Y siendo profesor universitario?
Fue como reconocer algo que era evidente para mí desde hacía mucho, pero que no lo era para otra gente, lo que tiene sus complicaciones porque además uno de mis campos de investigación es el género, y la gente reacciona de manera muy distinta a textos que entienden que han sido escritos por un hombre o por una mujer.

Usted, que socialmente ha sido hombre y ha sido mujer, ¿qué diferencias esenciales ha encontrado?
Tuve acceso a ciertos privilegios que tienen los hombres en términos de carrera profesional y autoridad social, pero siempre en peligro por ser un tipo raro de hombre.

¡Pero está considerada una de las más importantes científicas sociales!
El trabajo de los australianos no circula fácilmente en Europa o en Norteamérica, y cuando lo hace es de una manera medio anónima porque el autor está muy lejos.

¿Qué ha descubierto sobre la masculinidad?
Fui una de las primeras personas en hacer trabajo empírico sobre la masculinidad, entrevisté a varones de distintas clases sociales, intelectuales, empresarios, activistas...

¿Y qué tenían en común?
Casi nada, no hay una psicología común, pero los hombres son colocados en determinadas expectativas: llevar el pan a casa, ser los jefes de familia, en tiempos de guerra ser los responsables de la lucha... Y las cumplan o no, todos tienen una relación con esos patrones. Las obligaciones que se dan a los hombres los definen.

Entonces, ¿qué es la masculinidad?
El género es la manera en que la sociedad maneja las diferencias sexuales, pero sabemos, hay gran cantidad de investigación que lo demuestra, que no existen diferencias psicológicas significativas entre géneros. Los libros del tipo Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus están totalmente errados.

Los científicos dicen que nuestros cerebros, su química, nos diferencian.
Precisamente esa es mi contribución a la sociología, demostrar que nuestro destino como seres humanos no está determinado por la química cerebral ni por nuestros órganos reproductivos, sino por las estructuras sociales, y es ahí donde empiezan los problemas entre hombres y mujeres.

¿A qué se refiere?
Las estructuras sociales son las que permiten el abuso, la falta de respeto entre géneros, la violencia. Pero se puede cambiar: los problemas sociales son sociales, no biológicos.

Si fuéramos iguales, no se habrían impuesto unos sobre otros.
Excepto por el ejercicio de poder social. Lo que yo me pregunto es cómo hemos llegado a tener instituciones tan desiguales en la historia y cómo podemos cambiarlas.

¿Y?
Los niveles de desigualdad cambian a través del tiempo, así que no hay un patrón fijo a través de la historia, y eso me da cierto optimismo. El camino para acabar con las desigualdades es la igualdad económica.

¿Lo más importante que le ha pasado?
Tener una hija, y también lo más difícil, ja, ja... es broma. Lo más difícil fue sobrevivir a la muerte de mi esposa.

Parece que la suya ha sido una relación muy especial. ¿Qué es lo esencial?
La paciencia, un deseo de querer seguir intentándolo cuando hay dificultades, respeto por el otro, y tener propósitos comunes, hacer cosas juntos.

Deme un hombre

ELVIRA LINDO EL PAÍS 20/11/2011

Por soñar, que no quede.

Quiero uno que no pierda jamás la cara de niño; con músculos de hombre, no con brazacos de pollo hormonado

Solo hay un hombre sobre la tierra que dé cabida a todos los hombres posibles: Leonardo DiCaprio

Imagino, por ejemplo, que estoy ante un honrado vendedor de hombres a la medida. Uno de aquellos magníficos dependientes orgullosos de serlo que lucían una cinta de metro a modo de guirnalda sobre la solapa del traje. Imagino, por ejemplo, que le digo, "deme un hombre que no pierda jamás la cara de niño; deme un hombre con músculos de hombre, no con esos brazacos de pollo hormonado que les salen en los gimnasios; deme un hombre que sepa guiñar el ojo; deme un hombre que ante una escena conmovedora se desarme y sepa expresar melancolía sin mover un músculo; deme un hombre con ojos de niño y cuerpo de hombre; deme un hombre con un poco de barriga, siempre es más acogedor abrazarse a una barriga que a una tableta de chocolate; deme un hombre que de la bondad pase a tener cara de asesino, como si fuera una versión moderna de James Cagney; deme un hombre que a veces parezca guapo y otras tosco, a veces muy listo y otras algo bobo; deme un hombre que tenga cara de bueno y alma de estafador; que sea un infeliz, un advenedizo, como el gran Gatsby; deme el típico hombre chuleta, de los que se rallan enseguida; deme un hombre al que le sienten bien los uniformes, que cuando se vista un uniforme de piloto de la Pan Am parezca un piloto de la Pan Am; deme un hombre que de pronto se rompa y llore con lágrimas verdaderas; deme un hombre al que nadie ha querido, alguien que lleve la cara de perdedor desde la línea de salida; deme un hombre con cara de pillo; deme un hombre sin época, con cara de ladrón urbano del XIX, de muerto de hambre de principios del siglo XX, de hombre elegante de los años veinte, de millonario insensato de los treinta, de contrabandista de diamantes en Sierra Leona, de chico maltratado por su padrastro o de marido suburbial de los cincuenta; deme un hombre que, aun siendo todavía un muchacho, sea capaz de estar a la altura de una jaca como Kate Winslet; deme un hombre capaz de echar un polvo en la cocina con Kate Winslett sin quedarse menguado entre las extremidades inferiores de tan tremenda señora; deme un hombre que aun rodeado de Meryl Streep y Diane Keaton no solo no sea eclipsado sino que brille; deme un hombre que aunque tenga una discapacidad mental no vea disminuido su atractivo; deme un hombre que cuando se deje el pelo largo parezca una niña y, cuando luzca el pelo corto, un terneraco; deme, en resumen, un hombre que contenga en sí mismo a todos los hombres que en el planeta tierra hayan existido desde el primer homo sapiens, del más primitivo al más sofisticado. Deme, ya sé que es mucho pedir, al hombre". Por soñar, que no quede. Después de haber escuchado con atención mi requerimiento, el vendedor de hombres a la medida, se pasa la mano por el mentón, se sume en un silencio que se masca, y con la profesionalidad de aquellos antiguos dependientes orgullosos de serlo que gustaban de rastrear en los rincones más secretos de la trastienda para satisfacer las necesidades de una clienta caprichosa, dice de pronto: "Solo hay un hombre sobre la tierra que dé cabida a todos los hombres posibles, Leonardo DiCaprio. No lo tengo en stock, pero se lo pido ahora mismo. Le advierto, eso sí, que tardará un poco más que otras estrellas de la interpretación, dado que DiCaprio es un hombre comprometido con el medio ambiente y ha descartado utilizar jet privado, vendría en un vuelo regular". No me importa, no me importa esperar. Le he esperado desde que interpretara al tontorrón de Jack Dawson en Titanic. Le espero con impaciencia desde que lo viera en Atrápame si puedes. Lo acabo de ver interpretando al siniestro Edgar Hoover, el implacable director del FBI obsesionado con los comunistas y con los detalles sexuales ajenos. Solo DiCaprio puede protagonizar una escena en la que Hoover, el reprimido, se engancha en una pelea de machos con el que fuera su colaborador, Clyde Tonson, y acaba besándole con los labios llenos de sangre. Solo él puede interpretar una escena en la que Hoover, el siniestro, se viste con las ropas de su madre que acaba de morir. Solo él puede hacerlo y que el espectador en vez de estallar en carcajadas contenga la respiración. No es esta película de Clint Eastwood un catálogo de todas las víctimas a las que este sórdido personaje arruinó la vida, es un retrato del individuo, desde su juventud hasta una vejez que requirió cinco horas de maquillaje sobre la cara del actor. Los kilos en la barriga, por cierto, no son de látex sino producto de su afición a las cup cakes de chocolate. Para ser Hoover pasó horas escuchando discursos del personaje. Para poner la voz en off que recorre la película imitó la manera en que William Holden lo hizo en Sunset Boulevard, con la intención de que la narración tuviera un toque retro, aquel tono seco y firme que los actores de entonces adoptaban cuando debían servir como hilo conductor de una historia. Habrá a quien le parezca que la película humaniza en exceso al personaje. Yo también tengo mis dudas. Las mismas que tendré cuando vea a Meryl Streep otorgándole una gracia a la Thatcher de la que esta carecía. Y como el paquete con DiCaprio, obviamente, no ha de llegar, iré a verle pronto haciendo de Sinatra o haciendo de Gatsby. Eso sí, por soñar, que no quede. -

Siri Hustvedt: "El deseo puede romper una pareja feliz en un instante"

La escritora estadounidense, Siri Hustvedt, publica su nueva novela 'El verano sin hombres'

POR XAVI AYÉN - La Vanguardia 16/11/11 


Ella tiene 55 años y es poetisa. Lleva tres decenios junto a su marido, científico en la sesentena. Un día, él llega a casa y le dice: "Cariño, necesito una pausa en nuestra relación". Ella aclara: "La Pausa tiene treinta años y es francesa". Al poco, a ella la encierran en un manicomio. La nueva novela de la norteamericana Siri Hustvedt (Northfield, 1955), El verano sin hombres (Anagrama/Empúries), es la historia de cómo Mia –así se llama la protagonista– afronta la pausa: su enloquecimiento, el proceso de recuperación, la construcción de un relato que la sane, el contacto con otras mujeres... Las malas lenguas han puesto énfasis en los rasgos comunes de Mia con la propia Hustvedt y de Boris, el marido, con Paul Auster, pareja de la escritora desde el año 1981.

Esta novela puede leerse como una continuación, en cierto sentido, de su ensayo "La mujer temblorosa", ¿no cree?
En cierto sentido. Aquello era un ensayo autobiográfico sobre mis crisis nerviosas, y en esta novela introduzco bromas sobre neurología, pero el libro es diferente.

¿Cuál fue su idea inicial?
Acabé Elegía para un americano, mi cuarta novela, y me dije que todo lo que hiciera desde entonces sería desde el punto de vista de una mujer. Había escrito tanto desde la mirada masculina... Descubrir la voz femenina ha sido interesante, hacer que llevaran ellas la voz cantante, que fueran las narradoras, y en este caso como si fuera una película de George Cukor, me gustaba la idea de mezclarlo con referentes cinematográficos de los directores que adoro. Quería sentido del humor, mujeres... una especie de comedia feminista.

Con final feliz incluido, en el sentido más clásico...
Sí, pero yo ironizo. Mia sabe que la clave de las buenas comedias es que acaban justo en el punto exacto de la historia para que sea todo una comedia, y ahí acaba ella la suya, con un fundido en negro. Pero, en el fondo, ella es lista y también sabe que nada vuelve a ser nunca lo mismo. Es un libro también sobre las diferencias, no solo las sexuales sino todo aquello que nos hace diferentes, como la edad. Me baso en los estudios contemporáneos sobre biología. Hay ironía, pero a la vez tratamiento serio, profundo, de las cuestiones.

Es como una novela francesa, porque intelectualiza mucho las situaciones, teoriza sobre todo...
Lo que sustenta una comedia es la distancia: explicar algo desde fuera y mostrar que, visto así, el mayor drama es, en el fondo, ridículo. Muestro cómo ella se salva, esos mecanismos de supervivencia basados en el continuo movimiento de la imaginación, ella va a construir un relato digerible sobre lo que le ha sucedido. La novela es sobre el valor y el poder de la imaginación.

Para ello, Mia utiliza tanto la poesía como la ciencia...
Ambas nos son útiles, ¿verdad? Yo leí a mis tres escritores favoritos, Coetzee, DeLillo y Auster, para ayudarme a describir esa sensación depresiva que tienen algunos de sus personajes, pero sobre todo he leído mucha neurobiología. Y la historia de la ciencia es muchas veces absurda: cómo buscaban partes del cerebro femenino que no existían, cómo demostraban que las hembras no tenían orgasmos, todo el hilarante debate sobre el clítoris... Los doctores han dicho cosas horribles, ridículas, que citándolas tal cual ya son subversivas.

¿Quién es esa Frances Cohen a quien usted dedica el libro?
Mi psicoanalista.

Vaya... ¿Qué opina del libro?
Le ha encantado.

Ese es tal vez uno de los mayores miedos de muchas mujeres en la mediana edad: que su pareja les deje por una chica joven. ¿Ha recibido respuesta de lectoras que se identificaban?
¡Enorme! Mucha gente. Yo no trato del deterioro de una relación de pareja, esto es algo diferente. Es una pareja que lleva mucho tiempo junta, y todo va bien entre ellos, no tienen problemas pero, una mañana, él decide irse con otra. Lo sorprendente es la cantidad de gente que ha venido a contarme historias reales que son exactamente lo mismo... incluso amigos y conocidos que me han dado grandes sorpresas... Lo que me fascina de todas estas historiaa es que no había ninguna señal de alarma. Una mujer que estaba haciendo la mudanza con su marido, se iban a una casa más grande, y que, tras empaquetar todas sus cosas, con el camión ya lleno, echan un último vistazo a su casa antigua y el marido le dice: "No voy a ir contigo". ¡Ella no se lo podía creer! De eso va mi libro: la caída repentina en el pozo, sin que medie un proceso, es algo chocante y que sucede muchísisimo.

Usted muestra esa marcha pero también cómo, en una relación de largo recorrido, puede alcanzarse una conexión profunda entre dos personas.
¡Esa es la cuestión! Mia está enfadada pero a la vez comprende el enorme poder del deseo sexual, y el libro es sobre eso. A ella la encierran en un manicomio, y se pone a escribir un diario de todos sus encuentros sexuales antes de Boris, convirtiendo su propia experiencia en un relato pornográfico, lo que le ayuda a tomar distancia de sí misma.

Es un hallazgo llamar a la francesa la Pausa... Además, en el fondo, él tenía razón: ¡era solo una pausa! Lo que al principio parece una ironía o una mala excusa se revela como la verdad...
A ella no quería ni nombrarla. Supongo que tiene padre y madre pero no me importa. Este libro entero es una pausa. Ha sido mi pausa. La pausa es la chica. El verano es siempre una pausa, Mia también se toma su pausa. Toda la novela se organiza como una pausa entre una realidad y otra.

Podría haber sido un sueño...
En las películas a veces es un sueño...

Mia tiene relación con dos grupos de mujeres: las dinámicas ancianas amigas de su madre, y las adolescentes a las que enseña poesía. Es muy simbólico: como una reunión de todas las mujeres del mundo, con ella en medio.
Sí, a mí me encanta la chica pequeña, Flora. No aparece ningún hombre, ninguno. Solo Simon, el niño, pero no habla.

¿Se lo ha pasado bien escribiendo esto?
Me he divertido mucho. Cuando mi marido volvía a casa, me encontraba escribiendo y riéndome sola en el despacho.

¿Quién ha hecho los dibujos del libro?
Los he hecho yo, es la primera vez que ilustro un libro. Marcan, puntúan los estados emocionales de la novela. Hay una chica con una caja, al principio ella está encerrada dentro, llorando, luego sale...

¿Quién es Stefan?
El hermano de Boris, que se suicida. Es la peor historia del libro. Muestra todo el peso que carga él en su espalda. Es la explicación de por qué Boris es un hombre emotivamente tan cerrado. Esa muerte horrible, en términos de la historia, me sirve, si no para crear empatía, para explicar psicológicamente la oscuridad de Boris.

Por eso es un libro sin hombres pero que, en el fondo, les comprende...
Eso mismo creo. Ellos dos tienen espíritu de comunión, quieren estar juntos. Pero dibujo unas psicologías complejas.

Con este argumento, tenía el peligro de caer en el sentimentalismo, pero no es su estilo...
Lo importante es que todo lo que sucede es muy ordinario, el material es terriblemente vulgar, pero no el libro, la manera en que todo este material se procesa. Eso es lo interesante, es un libro sobre el juego, sobre cómo jugamos en la vida, ordenando las cosas, dándoles magia e insuflando imaginación en la banalidad. Y funciona.

¿En qué trabaja ahora?
En otra novela, que se llama Monstruos en casa.

No parece divertido...
No lo es. Hay mucha gente que va a contar la historia, hombres y mujeres, cada vez sale una nueva voz, es una polifonía. Me obliga a escribir de formas muy diferentes.

No le he preguntado por la parte de hechos reales que hay en el libro, porque he leído en The Guardian que deja usted de reirse cuando se lo sacan a colación.
¿Le preguntaría eso a un hombre? Si lo hubiera escrito Paul Auster, ¿le preguntaría si le ha sucedido a él?

No, no, pero tampoco se lo he preguntado a usted.
Usted no. Pero tengo la sensación de que si lo escribe una mujer la gente imagina que es algo que le ha sucedido, y si lo cuenta un hombre forma parte de su talento imaginativo como escritor. Yo también tengo mucha imaginación. Si me lo preguntara, de todos modos, ¿sabe qué le respondería?

¿Qué?
Que todos los escritores trabajamos con material autobiográfica, y la magia de la ficción es que eso se presenta de un modo en que ya no importa qué es lo que proviene de la vida real y lo que no. Le respondería que la pregunta muestra que la imaginación se ha vuelto algo problemático, el tema de las historias reales es un gran debate que tenemos en EE.UU. Parece que los libros valen según si es cierto lo que cuentan. Conozco a un editor que, en una novela sobre una mujer violada, hacía notar que la autora realmente fue violada y que estaba dispuesta a hablar de la violación real con los medios de comunicación, como si eso hiciera el libro más auténtico.


Como esas películas que dicen "basado en hechos reales" porque es más comercial...
¿Tienen ustedes programas de telerrealidad en España?

Sí, por desgracia.
Pues la paradoja es que esos supuestamente programas reales son mucho menos auténticos que las historias de las buenas novelas.


¿De dónde vienen las historias?
Esa es una buena pregunta, vienen de todas partes, de alguien a quien le ha sucedido, de alguien que se las ha imaginado...

Pero el personaje de Daisy, la actriz hija de Mia, sí está basado en su hija Sophie...
Sí, ese sí. Es la nueva generacion de mujeres, más desacomplejadas, mucho más libres. Compárela con Abigail, la anciana, que simboliza la prisión en que han estado muchas mujeres y que ella elude de un modo artístico tejiendo mensajes ocultos en sus bordados... También es una artista, alguien que imagina.