domingo, 21 de febrero de 2010

Los que no se enamoran


Cuando llega, el enamoramiento es inevitable, pero su ausencia no implica ser condenados a la infelicidad. ¿Qué pasa con los que no están enamorados o que nunca se enamoran? Se puede vivir igual de bien. Solos o en pareja


Piergiorgio M. Sandri | 13/02/2010 | LA VANGUARDIA, SUPLEMENTO ES

Si usted ha encontrado a su media naranja, en estos momentos debe (o tal vez debería) de tenerlo más o menos todo a punto para celebrar mañana el día de los enamorados. Pero piénselo: ¿está enamorado de verdad?

Formas de no amar

Es difícil identificar categorías y tipologías de los que no quieren enamorarse (o que han dejado de estarlo) por mucho que la química o las hormonas se metan en medio.

Maniáticos

Son aquellas personas que con el pasar del tiempo se han vuelto quisquillosas y a las que cuesta asumir un compromiso o pactar con la pareja. No se quieren enamorar porque son incapaces de compartir la vida con alguien.

Hiperocupados 

No se enamoran porque no tienen tiempo. Trabajan muchas horas y caen rendidos cuando tienen un poco de tiempo libre. Algunos se sienten realizados con su oficio, su obra artística o el éxito profesional y eso les basta. Y a su pareja, a menudo, también.

Inseguros 

Creen que no dan la talla, se sienten feos, son tímidos, sufren algún complejo… Para no sufrir, deciden que es mejor no enamorarse porque están convencidos de que no encontrarán a nadie que les corresponda. Su autoestima los bloquea.

Perfeccionistas 

Están tan obsesionados con enamorarse de la chica de sus sueños que al final no se enamoran de ninguna. Probablemente porque no existe.

Aventureros 

Muy atraídos por las vivencias, no tienen ningún problema en saltar de una relación a otra. Algunos mantienen una relación estable principal, que cuidan a su manera. Disfrutan por momentos breves y ya piensan en la siguiente. Rechazan el amor, pero no el enamoramiento.

Autosuficientes 

Defienden el culto a la independencia y disfrutan de la soledad y de los placeres de la vida. Enamorarse les supone un estorbo.

Serenos 

Viven en pareja, respetan y quieren a su media naranja, pero ya no sienten la pasión de antes. Esto no le impide ser felices.



Se supone que sí. En nuestra sociedad tenemos la costumbre de identificar el hecho de tener pareja estable con el enamoramiento. Durante siglos las bodas se celebraban simplemente por conveniencia o interés, pero en la época del romanticismo el enamoramiento llegó a ser mitificado y glorificado. En la era moderna, con la llegada de la libertad y de la emancipación, las relaciones pasan a basarse en el sentimiento. Pese a que en algunas culturas todavía se conciba el vivir en pareja como un arreglo y contrato social, en la mayoría de las sociedades desarrolladas se comparte la vida con alguien "porque se le quiere". "Es en el siglo XX cuando el amor se convierte en la primera reivindicación auténticamente planetaria. Se impone el derecho de cada uno a ser amado y la pareja se convierte en una relación entre dos personas que se hablan, se observan, se juzgan y se aman", escriben Jacques Attali y Stéphanie Bonvicini en su libro Amours, un ensayo sobre la historia de las relaciones hombres y mujeres.

Sin embargo, en la actualidad, aunque la mayoría quiera a su pareja, su corazón no le late cada minuto como cuando era adolescente. Por no hablar de los que están encantados con su soledad o simplemente resignados a ella, sin agobios. Porque nunca han conocido el amor. O porque el amor, simplemente, no entra sus planes. Si usted forma parte de este grupo, entonces tranquilo. No está condenado a la infelicidad ni es una persona incompleta. Y tampoco es un bicho raro, sino miembro de una tribu más numerosa de lo que la gente cree: los que no se enamoran.

Preguntado sobre el tema, el ex presidente de Fiat Gianni Agnelli –dandi, bon vivant, playboy convencido y padre de familia a la vez–, contestó una vez al periodista Indro Montanelli con cierto desprecio que "sólo se enamoran las camareras". Agnelli creía que dejarse llevar por los sentimentalismos era una fantasía un tanto ingenua. Para él, gobernar las pasiones no sólo era posible, sino recomendable. Al teclear la frase "es posible no enamorarse nunca" en Google aparecen cuatro millones de entradas. La duda, por lo menos, es legítima.

Dicen algunos biólogos que enamorarse es un sano desequilibrio químico, con lo que las personas con el sistema neuroendocrino bien ajustado tarde o temprano experimentan esa sensación. Sería algo inevitable a lo largo de la vida, porque es un fenómeno incontrolable. Según Jean Didier Vincent, neurobiólogo del CNRS de París, el flechazo es un acontecimiento emocional transitorio, seguido de un reconocimiento recíproco. Desde un punto de vista estrictamente biológico, se liberan en ese momento determinadas hormonas, como la dopamina entre muchas otras.

Sin embargo, hay quien asegura estar inmune a esta descarga emotiva. Existen personas que eso del "amor ideal" y del "enamoramiento" no lo llevan muy bien. O que por lo menos no está en sus genes y en su biología. Leticia Brandon, psicóloga y autora del libro Las mujeres y los hombres que no aman demasiado (Letras Difusión, 2009) recoge algunos testimonios sugerentes. "Somos más individualistas que antes, tanto hombres y mujeres. Eso conlleva a que haya más gente dispuesta a estar sola. Todos conocimos a alguien con quien podríamos haber empezado algo pero no lo hicimos. Yo no me veo comenzando nada, aunque quiera" (Albert, ingeniero, 35 años). "Me siento llena en cuanto a vida profesional y a los amigos que me rodean, pero estoy un poco desanimada en cuanto a encontrar esa pasión tan añorada, que al menos dure un mes. Ya no hablo de encontrar al hombre de mi vida" (Marta, 30 años, notaria).

Walter Riso, autor de libros como Amores altamente peligrosos o Amar o depender (ed. Planeta), cree que hay que distinguir entre enamoramiento y amor. "El primero es una respuesta fisiológica o evolutiva o química, si se prefiere. Se escapa a la razón. Es una función genética, relacionada con la procreación. No se puede elegir no enamorarse, pero sí enamorarse brevemente, por unos meses y luego largarse", puntualiza. "En cambio sí se puede evitar el compromiso del amor, que es otra cosa respecto al flechazo. Porque el amor es algo que se construye, que se basa en la amistad, la ternura y el cariño y la compasión, además de una parte de enamoramiento. Es algo menos biológico, es un fenómeno más cultural, social y que se puede escoger como una opción cualquiera".

Dicho de otra manera: la flecha de Cupido sí existe. Es inevitable, pero por definición es breve. Lo que ocurre es que existen personas que se conforman con eso y no dan el paso siguiente. Son los miembros de un colectivo que simplemente ha decidido vivir sin tener relaciones estables como estilo de vida o bien que optan mantener una relación permanente con otra persona aunque sin estar del todo enamorados. El sociólogo Francesco Alberoni declaró una vez que "enamorarse es un acto de rebeldía" en contra de la pereza, de las convenciones, de las costumbres. Pero al parecer no todos somos tan rebeldes, en este sentido. Enamorarse puede ser cosa de valientes, pero, pese a la presión social y cultural que lleva consigo, no es siempre indispensable. Hoy más que nunca. Y menos aún, en la pareja.

"A partir del 2000 la llegada de internet está renovando el lenguaje del amor. Nacen encuentros e historias de amor que revelan, tanto entre los chicos como las chicas, la existencia de un apetito sexual cada vez más desvinculado de cualquier connotación amorosa", advierten Attali y Bonvicini, que citan una encuesta reveladora: "Las razones para hacer el amor se transforman. Según un estudio norteamericano de agosto del 2007, existirían hasta un total 237. El primer motivo es la atracción física, mientras que la necesidad de amor está en el cuarto lugar para las mujeres y en el quinto para los hombres. Cada uno de los dos sexos ya no sabe qué esperar del otro y se está generando un fenómeno colectivo en el que pronto cada uno será enamorado sólo de sí mismo".

El cuadro puede resultar excesivo, pero –Romeo y Julieta nos perdonarán– si se aspira a vivir en pareja feliz, el estar enamorado… ¡puede ser un aspecto secundario! Carmen Penales López, del centro de Psicología Clínica y Psicoterapia de Madrid (psicoterapeutas.com) invita a no caer en el mito erróneo de que el amor romántico está en la base de un buen matrimonio. "Los estudios confirman que el enamoramiento dura entre 18 y 24 meses. Pero después esta pasión deja espacio a otras cosas. Aunque un miembro de la pareja sienta que no está enamorado, de alguna manera, sabe que la quiere. El amor es una elección, un acto de voluntad que se lleva a cabo con el lóbulo frontal", recuerda esta experta. En su opinión, "aunque se pueda experimentar en algún momento menos afecto o una disminución sensación emocional, es posible tener una relación feliz basándose en conductas como bondad, amabilidad, consideración, comunicación, participación conjunta en varias actividades, consenso en valores, reciprocidad, respeto mutuo. El matrimonio no es algo romántico, es una relación práctica y seria".

El reputado etólogo Desmond Morris va más allá al sostener que el enamoramiento exclusivo hacia una persona para toda la vida es incompatible con la evolución humana, lo que justifica la infidelidad por ejemplo. En un reciente artículo en la prensa británica, recordaba: "La estrategia principal del macho y de la hembra es la de dedicar una parte relevante de su tiempo y de sus energías a criar los hijos nacidos en la pareja. Pero existe una estrategia menor, que remonta a un pasado antiguo, que consiste en estar en condiciones, cuando tenga la oportunidad, de lanzarse a una aventura sexual, siempre que no se perjudique su estrategia principal. Hasta en un matrimonio feliz cualquier miembro de la pareja puede transgredir en nombre de este instinto primario de reproducción".

La reciente devaluación del enamoramiento explica también el auge que están teniendo los singles. Un tema de salsa de Ray Sepulveda y Johnny Rivera de hace unos años reflejaba bien este fenómeno. "No vale la pena enamorarse / El amor te da la vida. Y también te la quita / Cada que vez que te enamoras y luego termina". Si se busca el vídeo en YouTube, se verá como los usuarios dejan algunos comentarios muy indicativos al respeto. "Enamorarse es pura fantasía barata, porque la vida es dura... y los únicos que te quieren de verdad son los miembros de la familia". "Enamorarse: eso es pura mentira, algo que no existe".

¿Son estas personas unos fracasados? En absoluto. Porque, en el fondo, enamorarse no es tán importante como parece. "En las grandes ciudades como Barcelona y Madrid se puede hablar de un culto a la soltería y a las relaciones esporádicas. La gente no se enamora, pero tampoco está sola. Vivimos en la edad de la precariedad, incluso en lo laboral. Tampoco los sentimientos parecen ser la excepción", explica Leticia Brandon.

Según un estudio de Parship, portal de contactos en internet, en Europa hay unos 44 millones de singles sin pareja estable. De estos, un 24% no ha tenido ni una relación seria en su vida. Por lo tanto, en el Viejo Continente hay unos diez millones de personas que no se han enamorado nunca (o que en todo caso no han podido experimentar el amor al no ser correspondidos). De acuerdo con las mismas fuentes, en España existen 7,5 millones de solteros (más que todos los habitantes de Barcelona y Madrid juntos). No son unas almas en pena, sino todo lo contrario: de acuerdo con el informe, alrededor de la mitad de ellos no busca relación estable. Es decir, que no quieren saber nada del amor. Aparentemente, para ellos no hay química (y compromiso) que valga.

El culto al individualismo y el bienestar han hecho que el número de estas personas se haya disparado. Según la revista Impar, los solteros, separados, viudos y divorciados alcanzan al 42% de la población. ¿Deprimidos? Para nada. Los impares (así se llaman) son los que más salen, viajan, van al cine. Según sostiene el psicólogo Jorge Barraca en su libro 500 preguntas a un psicólogo (ed. Zenith) en la última década ese colectivo se ha incrementado un 10%. "A diferencia del pasado, la situación del single se idealiza, se percibe como algo provechoso, pues se supone que es una demostración de independencia, un deseo de no renunciar a la propia autonomía, de ir contra corriente, algo que revela la capacidad de dirigir la propia vida". ¿Vamos hacia una sociedad llena de cínicos y ascetas del enamoramiento? ¿San Valentín celebra algo que hoy por hoy carece de importancia?

Riso discrepa: "No es verdad que el colectivo del solterón empedernido aumente. Lo que aumentan son las separaciones. Por ejemplo, por primera vez, el número de separados ya supera al de casados en Estados Unidos. En pleno auge del individualismo, aumenta la propensión a buscar propuestas nuevas. Ojo, que los egoístas también se enamoran". En su opinión, no hay que caer en el estereotipo de que los que han decidido no enamorarse sean superficiales, inmaduros o irresponsables. "De alguna manera los que han optado por este camino también han asumido un compromiso: siguen su dictamen casi como si fuera una actitud religiosa, como un voto de castidad sentimental", explica.

El ya mencionado estudio de Parship muestra, no obstante, una contradicción que es muy reveladora. Sólo el 9% de los solteros en España (alrededor de un millón de personas) se declara "muy feliz". "Muchos no son felices, pero al mismo tiempo no quieren cambiar su estatus: significa que para ellos no estar enamorados tampoco es algo tan grave y que pueden sobrevivir así", dice Brando. De alguna manera, el mito de soltero feliz es igual de equivocado que el de la pareja feliz. Esta psicóloga concluye: "En realidad, ni estar en pareja es un paraíso, ni estar soltero nos asegura independencia, libertad y fiestas interminables. Tanto los hombres como las mujeres provienen de un hogar, que suele implicar una pareja: una madre y un padre. Por tanto, las personas solteras siguen aspirando a enamorarse y encontrar un compañero de ruta".

En resumen, puede que el hecho de enamorarse no sea tan determinante como antes, pero, ojo, que Cupido nos persigue…

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