lunes, 22 de junio de 2009

Generación 'ni-ni': ni estudia ni trabaja

Los jóvenes se enfrentan hoy al riesgo de un nivel de vida peor que el de sus padres - El 54% no tiene proyectos ni ilusión


"Se está produciendo una gran quiebra cultural. Los componentes identitarios de los jóvenes no son ya las ideas, el trabajo, la clase social, la religión o la familia, sino los gustos y aficiones y la pertenencia a la misma generación y al mismo género; es decir: elementos microespaciales, laxos y efímeros"

JOSÉ LUIS BARBERÍA EL PAÍS 22/06/2009

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Tan preparados y satisfechos con sus vidas, y tan vulnerables y perdidos, nuestros jóvenes se sienten presa fácil de la devastación laboral, pero no aciertan a vislumbrar una salida airosa, ni a combatir este estado de cosas. El dato asomaba hace poco, sin estrépito, entre los resultados de la última encuesta de Metroscopia: el 54% de los españoles situados entre los 18 y los 34 años dice no tener proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado. ¿Ha surgido una generación apática, desvitalizada, indolente, mecida en el confort familiar? Los sociólogos detectan la aparición de un modelo de actitud adolescente y juvenil: la de los ni-ni,

caracterizada por el simultáneo rechazo a estudiar y a trabajar. "Ese comportamiento emergente es sintomático, ya que hasta ahora se sobrentendía que si no querías estudiar te ponías a trabajar. Me pregunto qué proyecto de futuro puede haber detrás de esta postura", señala Elena Rodríguez, socióloga del Instituto de la Juventud (INJUVE).

Algunos sociólogos detectan una atmósfera juvenil muy inflamable

Economizan sus esfuerzos por miedo a la frustración

La incertidumbre se impone en el empleo y en la pareja

Sólo el 40% de los universitarios tiene una actividad acorde con sus estudios

Están predispuestos a aprovechar el momento, "aquí y ahora"

"La gente no tiene prisa en hacerse mayor", dice una voluntaria de ONG

La crisis ha venido a acentuar la incertidumbre en el seno de una generación que creció en un ámbito familiar de mejora continuada del nivel de vida y que ha sido confrontada al deterioro de las condiciones laborales: precariedad, infraempleo, mileurismo, no valoración de la formación. Las ventajas de ser joven en una sociedad más rica y tecnológica, más democrática y tolerante, contrastan con las dificultades crecientes para emanciparse y desarrollar un proyecto vital de futuro. Y es que nunca como hasta ahora, en siglos, se había hecho tan patente el riesgo de que la calidad de vida de los hijos de clase media sea inferior a la de los padres.

Ese temor ha empezado a extenderse, precisamente, entre la generación que de forma más abrumadora, siempre por encima del 80%, declara sentirse satisfecha con su vida. El virus del desánimo está minando la naturaleza vitalista y combativa de la gente joven aunque encontremos pruebas fehacientes individuales y colectivas de su consustancial espíritu de superación.

He aquí una muestra de resistencia a la adversidad extrema, junto a la prueba de cómo el discurso consumista ha resultado una trampa para tantos jóvenes audaces que creyeron en el maná crediticio y el crecimiento económico sin fin. "No podemos hacer frente a las hipotecas", resume Luis Doña, de 26 años, padre de una niña de 15 meses, presidente de la Asociación de Defensa de los Hipotecados, que pretende renegociar la deuda contraída con los bancos y recabar la ayuda de la Administración. Llevados por el entusiasmo de haber encontrado un empleo estable, como comercial de una multinacional, él y su compañera adquirieron hace cuatro años un crédito hipotecario de 180.000 euros a pagar en 30 años para comprar un piso. "Teníamos que abonar 800 euros al mes, pero es que ya estábamos pagando 600 de alquiler. Hace un año, de buenas a primeras, nos quedamos los dos sin trabajo y ya se nos ha agotado el paro. Hemos conseguido que el banco nos cobre únicamente los intereses de la deuda, pero es que son 560 euros al mes y no los tenemos, porque no nos sale nada. ¿Desmoralizados? Lo que estamos es desesperados y eso que nuestro caso no es tan dramático como el de otras familias que han sido desahuciadas, han tenido que refugiarse en casa de su madre o su suegra".

Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, cree que la falta de ilusión hay que interpretarla, no tanto por los efectos de la crisis, como por el cambio cultural producido con anterioridad. "El modelo de vocación profesional que implicaba un proyecto vital de futuro y un destino final conocido, con sus esfuerzos y contraprestaciones, ha desaparecido. Ahora, la incertidumbre se impone en el trabajo y en la pareja y no está claro que la dedicación, el compromiso, el estudio o el título, vayan a tener su correspondiente compensación laboral y social", afirma. Si la pregunta clásica de nuestros padres y abuelos: "¿Y tú, que vas a ser?" pierde fundamento, se entiende mejor que los esfuerzos juveniles respondan, más que a la ilusión por un proyecto propio, al riesgo de quedar descartado. "Si no estudio, si no hago ese master...". Según el informe Eurydice, de la Unión Europea, sólo el 40% de los universitarios españoles tiene un trabajo acorde con sus estudios.

A los jóvenes no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estaría sometido a vaivenes continuos y que difícilmente llegaría a buen puerto. "Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco", explica Eduardo Bericat. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el "presentismo", la reforzada predisposición a aprovechar el momento, "aquí y ahora", en cualquier ámbito de la vida cotidiana. De acuerdo con los estudiosos, esa actitud responde tanto a la sensación subjetiva de falta de perspectivas, como al hecho de que el alargamiento de la etapa juvenil invita a no desperdiciar "los mejores años de la vida" y a combinar el disfrute hedonista con la inversión en formación.

A falta de datos sobre el alcance del "síndrome ni-ni", el catedrático de Sociología de Sevilla explica que el pacto implícito entre el Estado, la familia y los jóvenes, pacto que compromete al primero a sufragar la educación y a la segunda a cargar con la manutención, alojamiento y ocio, hace creer a algunos jóvenes que en las actuales circunstancias pueden retrasar la toma de la responsabilidad. "Desarrollan una actitud nihilista porque no se les exige estar motivados, ni asumir responsabilidades y hay redes y paraguas sociales. En las convocatorias para cubrir plazas de becarios, me encuentro con aspirantes de treinta y tantos y hasta de cuarenta años, y lo curioso es que esos becarios se comportan como becarios. Es la profecía autocumplida. Si les llamas becarios y les pagas como tales terminarán convirtiéndose en becarios. Lo que me preocupa es la infantilización de la juventud", subraya.

"Los jóvenes de ahora no son capaces de arriesgar, son conservadores", constata Elena Rodríguez. ¿La tardía emancipación juvenil española (bastante por encima de los 30 años de media) es, sobre todo, fruto de la inestabilidad y precariedad del mercado laboral o consecuencia de ese supuesto conservadurismo? Aunque la diversidad y pluralidad de la juventud aconseja huir de las visiones unívocas, no se puede perder de vista que ellos no han tenido que vencer los obstáculos de las generaciones precedentes. "Miramos con descrédito la vida que nos ofrece la sociedad. Nuestros padres trabajaron mucho y se hipotecaron de por vida, pero tampoco les hemos visto muy felices. No es eso lo que queremos. La gente tiene pocas prisas para hacerse mayor", explica Letizia Tierra, voluntaria de una ONG. Por lo general, las personas que trabajan en asociaciones de ayuda juvenil tienden a repartir sus juicios con la medida de la botella medio llena, medio vacía.

"En el CIMO (Centro de Iniciativas de la Juventud) vemos apatía y falta de ilusión generalizada. Muchos de los 200.000 nuevos titulados universitarios anuales afrontan con pesimismo la búsqueda de empleo. Saben que hay un elevado porcentaje de puestos de cajeros, reponedores, almacenistas, dependientes, etcétera ocupados por diplomados o licenciados", afirma Yolanda Rivero, directora de esa asociación que atiende a diario a más de 600 jóvenes. Con todo, descubre también a muchos jóvenes capaces de adaptarse y de asumir retos y riesgos. "La generación JASP (jóvenes sobradamente preparados) tiene la ventaja de su mayor formación. A la vista del panorama, continúan formándose, viajan, trabajan, de camarero, si es preciso, para pagarse un master y aprovechan sus oportunidades, aunque, eso sí, en casa de papá y mamá hasta los 35 años, por lo menos".

El catedrático de Psicología Social Federico Javaloy, autor del estudio-encuesta de 2007, Bienestar y felicidad de la juventud española, cree probado que nuestros jóvenes no son apáticos y desilusionados, aunque lo estén, por contagio ambiental. "Lo que pasa es que rechazan el menú laboral que les ofrecemos. El fallo es nuestro, de nuestra educación y nuestros medios de comunicación", sostiene. Aunque las ONG encauzan en España las inquietudes que los partidos políticos son incapaces de acoger, tampoco puede decirse que la participación juvenil en ese campo sea extraordinaria. "Algo menos del 10% de los jóvenes participa en algún tipo de asociación, deportivas, en su mayoría, pero el porcentaje que lo hace en las ONG no llegará, seguramente, al 1%", indica el catedrático de Sociología de la UNED, José Félix Tezanos. Autor del estudio Juventud y exclusión social, Tezanos detecta entre los jóvenes una atmósfera depresiva, un proceso de disociación individualista, condensado en la expresión "sólo soy parte de mí mismo" y el debilitamiento de la familia. "Se está produciendo una gran quiebra cultural. Los componentes identitarios de los jóvenes no son ya las ideas, el trabajo, la clase social, la religión o la familia, sino los gustos y aficiones y la pertenencia a la misma generación y al mismo género; es decir: elementos microespaciales, laxos y efímeros", subraya.

El sociólogo de la UNED se pregunta hasta cuándo aguantará el colchón familiar español y qué pasará cuando se jubilen los padres que tienen a sus hijos viviendo en casa. A su juicio, el previsible declive de la clase media, la falta de trabajos cualificados -"el bedel de mi facultad es ingeniero", indica-, el becarismo rampante, la baja natalidad y el desfase en gasto social respecto a Europa están creando una atmósfera inflamable que abre la posibilidad de estallidos similares a los de Grecia o Francia. "Podemos asistir al primer proceso masivo de descenso social desde los tiempos de la Revolución francesa", augura.

Más apocalíptico se manifiesta Alain Touraine en el prólogo del libro de José Félix Tezanos. "Nuestra sociedad no tiene mucha confianza en el porvenir puesto que excluye a aquellos que representan el futuro" (...) "Se piensa que los jóvenes van a vivir peor que sus padres", escribe el intelectual francés. Y añade: "Avanzamos hacia una sociedad de extranjeros a nuestra propia sociedad" (...) "Si hay una tendencia fuerte, es que tendremos un mundo de esclavos libres, por un lado, y a un mundo de tecnócratas, por otro" (...) "Los jóvenes tienen que trabajar de manera tan competitiva, que se acaban rompiendo (...) No están sólo desorientados, es que, en realidad, no hay pistas, no hay camino, no hay derecha, izquierda, adelante, detrás".

Nadie parece saber, en efecto, con qué se sustituirá la vieja ecuación de la formación-trabajo-estatus estable, si, como pregonan estos sociólogos, la educación en la cultura del esfuerzo toca a su fin y gran parte de los empleos apenas darán para malvivir. Aunque estamos ante una generación pragmática que no ha soñado con cambiar el mundo, muchos estudiosos creen que la juventud no permitirá, sin lucha, la desaparición de la clase media. "El mundo que alumbró la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución industrial está agotado. La superproducción y la superabundancia material en estructuras de gran desigualad social carecen de sentido, hay que repensar muchas cosas, construir otra sociedad", afirma Eduardo Bericat.

Las dinámicas encaminadas a establecer nuevas formas de relaciones personales, la búsqueda de una mayor solidaridad y espiritualidad, más allá de los partidos y religiones convencionales, los intentos de combatir la crisis y de conciliar trabajo y familia, el ecologismo y hasta el nihilismo denotan, a su juicio, que algo se mueve en las entretelas de esa generación. "Son alternativas que, aisladamente, pueden resultar peregrinas, pero que, en conjunto, marcan la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad", dice el profesor. ¿Será posible que esta juventud supuestamente acomodaticia y refractaria a la utopía sea la llamada a abrir nuevos caminos?

domingo, 7 de junio de 2009

"Gran Torino" de Clint Eastwood. Trasformar desprecio en cariño

FUENTE: REVISTA DE LIBROS, nº 150 · junio 2009, JUAN PEDRO APARICIOESCRITOR Y DIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES DE LONDRES

No sé si le darán muchos Oscars a Clint Eastwood por esta película, y tampoco sé si tales estatuillas atienden más a la comercialidad que al arte, o si logran el equilibrio casi perfecto de atender por igual a las dos cosas, como ese abrazo del hombre y la serpiente de que hablaba Dante, en el que el hombre se hace serpiente y la serpiente hombre. Lo cierto es que me había sido recomendada poco menos que como una obra maestra y fui a verla con toda la inocencia de que soy capaz, pues como espectador sigo siendo un amante del cine, sin preocuparme por tener luego que escribir un artículo sobre la película. ¿Qué voy a decir? La película me gustó, me entretuvo, pasé un buen rato, pero, a mi juicio, está a distancias casi astronómicas de ser una obra maestra.

Tiene Clint Eastwood un físico imponente y tiene en su haber una filmografía como actor que no le va a la zaga, desde los tiempos en que hacía spaghetti westerns con Sergio Leone –aquel su primer enorme éxito de taquilla que fue Por un puñado de dólares– o, incluso, desde antes, cuando coprotagonizó una serie televisiva llamada Rawhide, 217 episodios en blanco y negro, una de las más largas que se han hecho sobre el Oeste, sólo superada por El Virginiano, Wagon Train, Bonanza y Gunsmoke. Y si hablo del Eastwood actor no es porque menosprecie su importante carrera como director, sino porque, a mi parecer, sus logros como intérprete han condicionado de manera crucial su tarea detrás de la cámara, a causa tal vez de que no ha renunciado a dirigirse a sí mismo, un icono ya demasiado cargado de significación.

Cuando Leone conoció a Eastwood tenía éste ya treinta y cuatro años. Leone se decidió por él como protagonista de su película precisamente por un puñado de dólares, puesto que cobraba menos que Rory Calhoun, su primera opción. Esa película fue decisiva en la trayectoria profesional de Eastwood. Basada en la obra del japonés Akira Kurosawa de título Yojimbo (1961), en español Mercenario, iba a titularse en italiano Il magnifico straniero, aunque a última hora Leone le cambió el título, Per un pugno di dollari. Luego siguieron La muerte tenía un precio yEl feo, el bueno y el malo. Eastwood rehusó protagonizar una cuarta, Hasta que llegó su hora, y Leone dijo de él que como actor sólo tenía dos registros: con sombrero o sin sombrero.

Esa estética de Leone y esa caracterización de hombre duro marcarán para siempre la carrera de Eastwood. Él mismo se encarga de importar ambas nada menos que a Hollywood (bien es verdad que Por un puñado de dólares había barrido en las taquillas norteamericanas); y lo hace primero como actor, luego como director, revolucionando la estética del western con un trazo vagamente expresionista y un incremento exponencial de los homicidios en pantalla que preludiaban ese cine de videoconsola que ha acabado imponiéndose por aquellos pagos.

Y lo mismo ocurrió con el cine policíaco, al que añadió nuevos grados de violencia, incorporando como actor a ese mismo personaje de sus películas con Leone, ahora mudado en Harry Callahan o Harry el sucio o cualquier otro nombre, porque su presencia como actor había cuajado en un tipo específico, un arquetipo, al que le eran indiferentes los directores o incluso el guión, porque cualquier obra protagonizada por él era una obra de Eastwood. Eso se pudo comprobar cuando se situó al otro lado de la cámara y se hizo director, profundizando en variantes del personaje de pétreo hieratismo, largo cigarrillo en la boca y escupitajo al suelo, rasgos que comparten, entre otros, el forastero de Infierno de cobardes (1973), el Josey Wales de El fuera de la ley (1976), el predicador de El jinete pálido (1985) o el William Munny de Sin perdón (1992). Es verdad que hay algunas excepciones, algunas de singular calidad y diferente registro, como Los puentes de Madison (1995) o Million dollar Baby (2004), que no logran mitigar, mucho menos eliminar, de la retina de los espectadores la imagen de hombre implacable que tiene Eastwood.

Esa imagen es ya un arquetipo, el de una especie de reparador de injusticias que opera con la lógica perversa de aquel Quinlan de Sed de mal, la película de Orson Welles que coprotagonizaba con Charlton Heston, en la que el veterano policía encarnado por el mismo Welles asesinaba a sangre fría porque entendía que ese era el único modo de lograr que los culpables no escaparan de la acción de la justicia. Pues bien, esa es, a mi juicio, la especialidad de los personajes de Eastwood, con los que él más cómodo se encuentra, sean sus territorios los del western o los del cine negro. Nunca tiene reparos en disparar a quemarropa, eso sí, a un asesino, esté o no armado; incluso es capaz de dispararle por la espalda, porque lo suyo es reparar las injusticias, hacer que los asesinos cumplan la pena máxima que según él merecen, evitando distracciones y rodeos, la pérdida de tiempo de un sistema garantista en definitiva, eso que suponen las detenciones, los largos procesos, las apelaciones reiteradas y, sobre todo, la eventualidad de que aquellos que él sabe a ciencia cierta culpables puedan ser declarados inocentes por la acción de la justicia oficial, una justicia naturalmente falible.

Centrémonos en ese personaje y pongámosle algunos años encima, hasta convertirlo en un anciano que acaba de enviudar, que ha perdido a la mujer con la que ha estado unido la mayor parte de su vida. He ahí el Walt Kowalski de Gran Torino. Lo vemos por primera vez de pie en el funeral de espaldas al túmulo en que se alza el ataúd mientras entran en la iglesia sus familiares y amigos. El anciano mantiene un porte todavía magnífico, alto, nervudo, con casi todo su pelo, aunque ahora es un cascarrabias que apenas logra reprimir sus sentimientos mientras ve pasar con desaprobación manifiesta a algunos miembros de su familia, sus hijos, sus nueras, sus nietos, su nieta, una adolescente casi, con piercing en el ombligo, con escotes varios, mascando un chicle.
Vuelto a casa, durante esa especie de party con canapés y copas que sigue a los funerales en el mundo anglosajón, su irritabilidad va en aumento, de modo que sale al jardín para tomar el aire y se topa con sus vecinos, una numerosa familia de orientales que vive en la casa de al lado, orientales, a los que nuestro hombre llamaamarillos, cuando no ratas, pues al ver entrar a varios de ellos en la casa para lo que parece ser algo así como un bautizo, justo lo contrario de lo que él está celebrando en la suya, se pregunta a sí mismo contrariado: «¿Cuántas ratas caben en una habitación?». De vuelta con sus familiares y amigos, el cura que ha oficiado el funeral corpore insepulto, un joven sonrosado, que en la iglesia ha dicho algún que otro tópico al uso durante el sermón, se dirige frontalmente a nuestro hombre para pedirle que se confiese, pues tiene ese encargo de parte de la difunta.

A nuestro anciano viudo parece no gustarle demasiado el cura, entendemos que no tiene nada personal contra el joven y bisoño pastor, sino más bien contra todo ese mundo previsible que representa, y prefiere al barbero, un tal Martin, gordo y alto, se supone que de origen italiano, por las cosas que le dice, «hola espagueti cornudo» y así, en una relación de muy rancia masculinidad, que pierde las más ásperas connotaciones machistas por el matiz irónico y como de caricatura con que se nos presenta. Pero, en fin, ahí tenemos al cura y al barbero, como en el Quijote, y las preferencias de nuestro hombre se decantan por este último.

El problema es que, con un personaje así, no es recomendable tomar a broma su hostilidad, su racismo agresivo, pues no se lo queda para sí, sino que masculla insultos y maldiciones a la cara de cualquiera, como a esa pobre anciana oriental que vive en la casa de al lado. Pronto sabremos algo más de él: es un hombre, a la manera estadounidense, con un grado alto de autosuficiencia, un handyman, que dicen los anglos, muy capaz de reparar cualquier desperfecto de la casa, tanto de fontanería como de albañilería o carpintería, al igual que sabe cuidar del mantenimiento de su coche, un coche que su nieta ambiciona y que tiene el descaro de pedírselo en herencia, para «cuando él ya no esté», según lo dice. La mirada de desprecio con la que el abuelo le replica no es otra que la vieja e intimidante mirada del predicador o del forastero o del protagonista de la serie de Leone. Y, precisamente en eso, como en su aversión a otros miembros de su familia, encuentra la fácil complicidad del espectador, porque los hijos de Walt, estadounidenses típicos y tópicos, están a lo suyo, a una nevera repleta, a un buen coche, a un buen barrio, lo que por otra parte empieza a ser universal, queriendo a su padre recluido en una confortable residencia, «que eso será lo mejor para él». Pero, ¿cabe imaginar a este Reparador de Injusticias, a este Callahan, a este Jinete Pálido recluido entre cuatro paredes, lejos de su Gran Torino, ese modelo de la Ford del año 74 que parece simbolizar lo mejor de sus sueños, lejos también de ese arcón donde guarda su artillería, sus pistolas, sus fusiles, sus escopetas, que es como una síntesis de su pasado, entre la fábrica y la guerra?

Todo aficionado al cine conoce de sobra al personaje. No se trata en realidad de Walt Kowalski, operario de una fábrica de automóviles de origen polaco ya jubilado, por mucho que se llame así en esta concreta película, sino de Clint Eastwood, esto es, de El reparador de injusticias, que ya sabemos cómo se las gasta. Y aquí me vino a la memoria aquella película protagonizaba por el magnífico Jack Nicholson, titulada en español Mejor imposible, con cuyo argumento tiene ésta algo más que un ligero parecido. Las circunstancias del entorno en que se mueven ambos personajes son distintas: aquél era un ambiente urbano elevado, éste es de barriada, con gran presencia de inmigrantes. Pero el tipo de personaje que los dos actores representan es bastante similar; aquél explicaba su inadaptación al medio, su fobia a homosexuales, a animales, al contacto físico con cualquiera, por una patología obsesiva compulsiva; éste pretende explicarla por su pasado, por su experiencia traumática en la guerra de Corea, en la que nuestro hombre obtuvo una condecoración en un episodio del que no se siente muy orgulloso.
Me pregunto cuánto no hubiera ganado la película con otro intérprete libre de esa carga personal tan sesgada, por ejemplo Nicholson, porque hay en Gran Torino un tímido deslizamiento hacia la comedia en varias de sus secuencias, como esa entrada de Eastwood con su pupilo Thao en la barbería para que aprenda cómo hablan entre ellos los hombres de verdad; o en las relaciones de Walt con la familia de orientales, esos hmong que viven a su lado; o los monólogos de desprecio que la abuela hmong y Walt se dedican sin entenderse; o los reproches de Walt a su familia, y la relación con su nieta; situaciones todas que, en manos de Nicholson, hubieran logrado cimas de humor y ternura.

De esta manera la película sería otra, no muy distinta, con los personajes más matizados y probablemente bastante mejor. Todavía habría que convencer al espectador de que nuestro hombre, en este caso incorporado por Nicholson, era capaz de trasformar su odio en cariño hacia esos «asquerosos amarillos», hasta el punto de preferirlos a su propia familia. Algo muy similar a lo que ocurría en Mejor imposible cuando Nicholson pasa del odio al perrito a sentir por él un cariño desmesurado; de despreciar a su vecino homosexual a convertirse en su amigo y protector.

Lo más difícil de contar sería que de esa modificación afectiva se siguiese luego una conducta final tan extrema como la de Eastwood-Walt para proteger a sus nuevos amigos. Pero en resolver esa dificultad estaría precisamente el mérito y la gracia, al tener que evitar esa transición tan súbita y drástica, punto débil de la historia, muy capaz de contaminar a cuanto ocurre antes y a cuanto sucede después. Primero, porque toda esa parte que parece sugerir un tono de gran comedia, se queda a medio camino, casi en grado de tentativa; luego, porque la evolución afectiva de Walt resulta demasiado artificiosa, por más que se nos prepare reiteradamente para el final mostrándonos los indicios de una grave enfermedad que se supone padece nuestro hombre.
El espectador goza, no obstante, con la película tal cual es. Cuando Walt –un anciano, con aspecto de anciano, frágil y gastado, con las facultades físicas mermadas, un típico anciano gruñón– hace huir a la banda de hmongs o al grupo de tres jóvenes negros, despreciando de paso al muchacho blanco que acompañaba a la joven oriental Sue, al que llama cobarde y mierda irlandesa, es como esas batallas que dicen que ganaba el Cid después de muerto. Clint Eastwood, en el papel de Walt Kowalski, no está muerto, pero sigue siendo para el espectador el Jinete Pálido o Harry el sucio, el hombre que porta un gran pistolón y que no duda en usarlo, descerrajando un tiro entre los ojos a cualquiera que se le ponga por delante. A mi juicio, esto es clave, porque no importa la verosimilitud o no del personaje. Es el arquetipo creado por Eastwood quien lo avala. Sería, por decirlo en castizo, como ganar un partido sin jugarlo. Y a jugarlo es precisamente a lo que estaría obligado Nicholson.

Sabido es que toda narración requiere de movimiento, un movimiento además significativo, que sea capaz de emocionarnos o de iluminarnos. Aquí lo hay, no faltaría más, y muy marcado, ese paso del odio al cariño, esa súbita inclinación que siente Walt hacia los hmongs, ese cordial acercamiento a ellos, que nuestro hombre pretende disimular manteniendo sus expresiones más crudas cuando les habla, como avergonzado de acompasar sus palabras con sus renovados sentimientos. Pero ese movimiento, ese cambio, que es esencial en la película, resulta poco convincente. Uno piensa que el amargado y solitario racista nunca evolucionaría de esa manera. Es como si un tren en el último tramo del camino se saliera de la vía para tomar otra que cambiara su destino. Aquí hay ese cambio, pero no está suficientemente justificado. Toda una vida odiando, toda una vida dando la espalda a los demás, incluida la propia familia, se deja atrás por un impulso casi repentino, nacido de un hecho, la agresión a Sue, no del todo excepcional, ni probablemente poco familiar en una biografía tan dilatada ya como la del personaje Walt. Y sobre ese cambio, sobre esa mudanza de afectos, gira la historia, un cambio que va a afectar a la perspectiva con que se contempla la propia vida, una larga, larguísima vida, que empuja además a un acto de suprema renuncia.

Me hubiera gustado más Nicholson en ese papel.

Personas de lastre cero, relaciones de baja calidad, consumismo, imposibilidad de un proyecto de vida... "capitalismo funeral"

Fuente: EL PAÍS 6-6-2009, Juan Cruz

El poeta, periodista, narrador y ensayista Vicente Verdú se ha concentrado ahora en las dificultades del capitalismo. El resultado es El capitalismo funeral. Según el autor, la crisis que recorre el planeta es "social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro"

Es muy fuerte lo que dice: estamos en la tercera guerra mundial. Pero hay que atender al modo de decirlo. Vicente Verdú (Elche, 1942) es un poeta; es el autor de un libro memorable, Si usted no hace regalos le asesinarán; como periodista (oficio que ejerce en EL PAÍS desde 1981), forma parte de una generación que combatió con la cultura el espacio gris del franquismo; como ensayista ha visitado Estados Unidos y China con igual solvencia, y como narrador es autor, entre otros, de un libro, No ficción, que convirtió en su manifiesto contra la ficción, o contra el imperialismo de la ficción. Ahora se ha adentrado en los agujeros negros del capitalismo y ha salido de ahí con un título que abre las carnes, El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial, que Anagrama publica en el momento más oscuro de la crisis mundial.

PREGUNTA. El capitalismo funeral.

¿Cómo llega usted a este título? ¿No le parece que la palabra funeral disuade?

RESPUESTA. Viene como contraste a una época muy de auge, de orgía, y en este batacazo súbito en que el mundo ha venido a caer esta palabra negativa confiere el contraste del lleno y el vacío, del alto y el bajo, de la levitación y el enterramiento

... Me enamoré de ese título porque funeral, que empleamos siempre como sustantivo, es un adjetivo de origen, y me pareció que ese juego léxico entre dos aparentes sustantivos, capitalismo y funeral, era rotundo y expresaba también el fin de una época. Ése es el fondo del libro, que ésta no es una crisis cíclica más, sino que a mi modo de ver es una crisis social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro.

P. Y una falla en la historia de la cultura, dice usted.

R. Creo que la crisis no es exclusivamente financiera y económica; hay implicados muchos más elementos. El especulador no puede especular si no hay gente con quien especular; el estafador no estafa si no hay un cándido; la gente no se aventura en las hipotecas si la época no lo promueve. Todo esto tiene que ver. Y tiene que ver, por si faltaba poco, con la pérdida de calidad de las cosas. Cuando se habla de los bonos basura o de las hipotecas subprime, eso es concordante con el trabajo basura, con la tele basura, con la comida basura y con la mala calidad de las personas, porque ésa es una cuestión que a mí me ha parecido interesante para explicar. No estoy moralizando, estoy hablando de la ruptura de los materiales...

P. ¿Somos peores?

R. ...Los materiales eran malos. La amistad estaba deteriorada o era floja... La calidad de las personas también bajó en correlación con la baja calidad de los tejidos en los vestidos, con la baja calidad de las comidas, del trabajo, de los muebles...

P. Le repito: ¿somos peores?

R. Los conceptos morales son peores respecto a los valores absolutos. Somos menos consistentes. Una economía especulativa como la que venía necesitaba perder consistencia y ganar elasticidad, facilidad de circulación, ligereza, poco afianzamiento. En Estados Unidos hay una cosa que se valora en los empleos: el lastre cero. Se llama a una persona de lastre cero a aquella que no tiene raíces, que tiene pareja pero no está enamorada, que no tiene hijos o los tiene distanciados, que tiene una formación pero no es una formación muy vocacional

... Es un mundo ligero y volátil, propenso a desvanecerse.

P. Ahora no miramos a la economía. ¿Adónde miramos ahora?

R. En una época pasada vivimos basados en el dolor como eje de la cultura. Se alcanzaba la recompensa después del sacrificio. Primero se ahorraba y después se compraba. Esa ética del dolor, basada en el cristianismo acérrimo, fue sustituida por una sociedad de consumo que invirtió la ecuación. Es la inversión de la ecuación del dolor y el establecimiento de la ecuación del placer. Ahora Zapatero, por ejemplo, nos induce a que consumamos, cuando hace dos o tres meses eso parecía moralmente condenable.

P. Se acabó la fiesta.

R. Como el placer no era malo o condenable sino productivo a través del consumo, que no era pecado mortal, sino que estaba formando parte del espíritu del tiempo, todo había que disfrutarlo en esta vida. Y ésa era la norma que persistía en todos los ámbitos. Esa época también coincidía con un aturdimiento, faltaba un proyecto de vida. La idea del proyecto de vida es más propia de una época anterior. Casarse, tener hijos, afianzarse en un trabajo de por vida, la extremaunción y el cielo. Todo ese proceso predeterminado se descompone en la segunda mitad del siglo XX: no hay una sino varias parejas, no uno sino distintos trabajos en diferentes lugares, no una familia única sino un ensamblaje de familias mecano, etcétera. El fin de fiesta es el apagón de las luces y el momento en que llega la meditación.

P. Dice que el capitalismo finge su funeral, y evoca con melancolía el siglo XX.

R. Fue un siglo poderosísimo. Se ensayaron en él todas las utopías del siglo XIX, y se asistió a su fracaso. El nacionalismo dio con los campos de exterminio. El comunismo dio en los gulagui. Todas esas grandes ideas colectivas orientadas a crear un hombre nuevo, una humanidad cooperadora, terminaron mal. Fue un siglo muy intenso, y quizá por eso el XXI ha empezado con ciertas resistencias.

P. ¿Estamos en la tercera guerra?

R. Estamos en una gran crisis que propaga una adversidad a escala mundial. Yo he comparado este trance con una metafórica tercera guerra mundial porque el capitalismo necesitó y se benefició de las grandes destrucciones materiales de las dos guerras mundiales anteriores. No sólo Estados Unidos, que se benefició de la destrucción de Europa, la industria alemana también renovó, a través del Plan Marshall, su actividad industrial a una velocidad impensable sin la contienda. Y a partir de ahí puede hablarse del saneamiento de todo el sistema mundial y su progreso. La gran crisis actual ha sobrevenido justamente medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, y ésta estalló casi medio siglo después que la primera.

P. Cita un verso de Hölderlin: "Donde hay peligro también surge la salvación".

R. Esta sentencia forma parte del pensamiento que señala el mal dentro del bien o viceversa, que ve siempre dentro del sí un pequeño no y al contrario.

P. ¿Y ahora dónde ve usted el no?

R. En el descrédito de las instituciones bancarias y de todos los intermediarios, políticos incluidos, como factores de explotación. En cuanto a la política, ya no cabe la posibilidad de pensar en un sistema democrático que sobreviva si no es a la manera como lo ha entendido Obama, movilizando a millones de personas a través de Internet. El mundo camina hacia la desaparición del intermediario improductivo y hacia una estructura más horizontal, una suerte de "anarquía armónica", como dice Salvador Pániker.

El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial. Vicente Verdú. Anagrama. Barcelona, 2009. 200 páginas.



Inicio de 'El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial', de Vicente Verdú DOCUMENTO (PDF - 82,38Kb) - 06-06-2009

Arte y diversidad sexual . Crónica de la exposición "En todas partes. Políticas de la diversidad sexual en el arte"

Creatividad sexual

XOSÉ MANUEL LENS

EL PAÍS 06/06/2009


Desde el comienzo de la exposición, tenemos claro el planteamiento trazado por su comisario Juan Vicente Aliaga, ya que en él se establece un primer diálogo con la muestra La batalla de los géneros -que presentó hace dos años en este centro-, prosiguiendo su investigación desde la perspectiva de género, pero con la intención actual de ofrecer un producto que ilustre y permita una lectura crítica, demandada sobre las representaciones de las experiencias creativas de la diversidad sexual en las últimas décadas. El vestíbulo del CGAC dispone un ejercicio de resumen, alcanzado por la complejidad de analizar las cuestiones cruzadas que se expanden en el resto de la exposición: las vertientes artísticas retratadas en los comportamientos reconocidos bajo las siglas LGBTQ -lesbiana, gay, bisexual, transexual y queer- completado con el referido a la intersexualidad. Todas las líneas, como energías que precisan de explicaciones tangenciales que abarcan aspectos sociales, culturales y políticos, se disponen a partir de una acertada distribución histórica, donde el movimiento entrecruzado conforma y alimenta nuestro recorrido. Así, presenciamos una tesis construida desde lenguajes de visibilidad, de respuesta y de contraste, donde se revelan aspectos que sirven de manifiesto mientras otros abordan inesperadas y enriquecedoras realidades. Es precisamente en esos términos de exhibición, de asentamiento y continua afirmación donde se significan los relatos y ámbitos de las diversidades sexuales, justificadas en lecturas múltiples que se unifican en la lógica restricción de artistas, y que adquieren su perfecta adecuación en el montaje, compuesto de narraciones que se transitan en una evolución cronológica, iniciada en la escena de las primeras manifestaciones gays en EE UU, hasta un intento de visibilizar ejemplos representativos de países donde existe una realidad represora. El índice de la colectiva recorre cuatro secciones que ilustran esa compleja dimensión compartida, vivida. La primera definida por los años sesenta y setenta que ilustraron artistas como Jack Smith, Nancy Grossman o Mapplethorpe; el drama vivido por la aparición del sida ocupa la segunda parte con las respuestas creativas de colectivos o las experiencias de Gran Fury, Derek Jarman o Pepe Espaliú; la tercera escala, que se corresponde con la década de los noventa, precisa de subsecciones cruzadas que incorporan dosis orientadas a la normalización, la teoría queer, las estrategias de transformación, las relaciones con el espacio público o la intersexualidad; el último apartado vuelve sobre el presente, actualizando las preocupaciones cotidianas de países como Irán, Turquía o India, donde existe una demanda constante de legalidad, reconocimiento y denuncia.

Esta colectiva, como afirma Aliaga, insiste en la contingencia incluyente, descrita y plegada desde la multiplicidad de expresiones sexuales afiliadas en el tiempo. La importancia y necesidad de esta exposición vienen contrastadas desde el planteamiento cultural pero, sobre todo, vendrá condicionada por su expansión social, sin duda marcada por el conjunto de reflejos y conexiones que se establezcan con el público. Su alcance se apoya en la constante exigencia de afirmar y visibilizar las demandas reales, batallas y energías para seguir preguntándonos sobre nuestro presente. En 2005 la exposición Radicais libres, comisariada por Xosé M. Buxán Bran en el Auditorio de Galicia, perseguía esos mismos posicionamientos. Años después compartimos el proceso de aprender, contrastar y dialogar desde la diversidad sexual.

En todas partes. Políticas de la diversidad sexual en el arte

CGAC

Valle-Inclán, s/n. Santiago de Compostela

Hasta 20 de septiembre

El acoso sexual en el trabajo. Por qué callan las mujeres


El acoso sexual en el trabajo es un tabú tan intocable como el que acompañó la violencia de género - Para muchas personas es la nueva batalla en la guerra por la igualdad


AMANDA MARS EL PAÍS 06/06/2009


El acoso sexual es un asunto maldito. Nadie quiere hablar de ello, nadie quiere contar su historia, y muy pocos -pocas, en femenino, porque la mayoría que lo sufre son mujeres- lo denuncia. Las que lo hacen, luchan por olvidarlo. De la mirada insistente y lasciva al chiste grosero, la intimidación o el chantaje, la gradación del acoso va subiendo tonos de forma progresiva. El año pasado, en toda España, la Inspección de Trabajo recibió 152 denuncias por esta causa, al margen de la vía judicial. ¿Son estos todos los casos que se produjeron? El propio encargado de recopilar estas cifras, el subdirector general de Prevención de Riesgos Laborales y Políticas de Igualdad del Ministerio de Trabajo, Adrián González, se confiesa "convencido de que hay muchos más, pero no se denuncian". Por varios motivos: "Uno, que muchas mujeres ni siquiera se dan cuenta de que están siendo víctimas de acoso; otro, que tienen miedo a represalias y, por otra parte, se produce un sentimiento de culpa y vergüenza en la propia víctima".

La Ley de Igualdad obliga a las firmas a tener planes contra esta lacra

El acosador suele ser un mando intermedio, casado y con hijos

En Microsoft se firma un código de conducta con el contrato de empleo

El acoso sexual es causa de despido disciplionario directo desde 2007

Los tabúes se construyen sobre la base del imaginario social. Si algo constatan los expertos que se encargan de combatirlo es que el acoso sexual en el trabajo es una lacra enmarcada todavía en la esfera de los asuntos privados, como antaño lo fue la llamada violencia de género en el hogar. El Ministerio de Igualdad está elaborando un código de buenas prácticas en materia de acoso sexual y también acoso por razón de sexo, que tiene el doble objetivo de disuadir las malas conductas y de facilitar la denuncia a los trabajadores mediante canales confidenciales. Algunas comunidades autónomas, como Cataluña, acaban de lanzar el suyo para que todas las empresas puedan aplicarlo. De hecho, a raíz de la ley de Igualdad de 2007, ya es obligatorio contar con planes específicos que eviten situaciones de discriminación y acoso en todas las empresas de más de 250 trabajadores.

El objetivo es armonizar y unificar el contenido de la negociación colectiva en esta materia. En otras palabras: socializarlo, considerarlo como un problema de salud laboral y no como un mero conflicto entre personas.

Carmen (nombre supuesto) cuenta su historia porque tiene un final relativamente feliz. Tardó meses en decidirse a plantar cara a aquel compañero de trabajo que la acechaba a diario, en el sector de limpieza de una estación de ferrocarril de Murcia. El tipo trabajaba en el mismo centro aunque para otra empresa subcontratada. "Me seguía a todas partes, venía al trabajo incluso cuando no le tocaba, me hacía proposiciones y le molestaba mi rechazo. No dejaba de llamarme por teléfono. Hasta que me amenazó. Me dijo: 'Un día te vas a enterar'. Yo grabé alguna de nuestras conversaciones, le denuncié y acabé ganando. Pero pasaron cosas muy fuertes que he olvidado con ayuda psiquiátrica", cuenta cinco años después.

"El ambiente ferroviario es muy masculino y creí que no me iban a creer. Su mujer, que también trabajaba aquí, creía que era culpa mía. Pero la gente se portó mejor de lo que yo esperaba", apunta Carmen, que entonces tenía 37 años y estaba en proceso de separación de su marido.

El patrón habitual se cumple en esta historia. "Suelen ser hombres casados, con hijos, mandos intermedios y aprovechan situaciones de mujeres a las que creen vulnerables, más fáciles de abordar, porque están separadas o porque tienen una situación laboral precaria", aunque también hay hombres acosados, apunta González. Hay casos flagrantes, como el de Carmen, con amenaza incluida, pero el acoso adopta a veces formas sibilinas o jocosas. "Lo que hay que hacer es aislar al acosador, porque muchas veces el resto de trabajadores miran a otra parte, le quitan importancia", añade el subdirector.

El trabajo de la Inspección revela algunos avances. El año pasado, las 478 actuaciones realizadas dieron lugar a 275 requerimientos y cuatro infracciones recogidas en acta, que supusieron 58.702 euros en multas. Con la ley de Igualdad, la actividad inspectora en materia de género se reforzó. Sin embargo, en 2007, con muchas menos actuaciones (85), se certificaron siete infracciones, con multas por 123.527 euros. Las sanciones previstas por acoso sexual están recogidas en la Ley de Infracciones y Sanciones, y están tipificadas como "muy graves", con cuantías de entre 6.251 y 187.515 euros.

Pero fuera queda todo lo que no se denuncia y todo lo que se articula directamente por la vía judicial. Un informe del Instituto de la Mujer sobre el acoso sexual ya reveló hace tres años que una de cada diez mujeres sufría algún tipo de acoso sexual en el trabajo, pero sólo una cuarta parte había comentado su situación con alguien. Y cuando la empresa tenía conocimiento, la mitad (49,8%) no adoptaba medidas. En un 4,6% de los casos se consideró algo normal, y en el 3,9% se cambió al acosador de centro de trabajo.

Ninguna escala profesional es inmume. La Fiscalía ha pedido penas de multa e inhabilitación para un catedrático de la Universidad de Barcelona. M. A., por un presunto delito de acoso sexual a una profesora interina, a la que supuestamente perjudicó en su carrera profesional como represalia por haberse negado a mantener relaciones con él, según informó ayer la agencia Efe. El juez decidirá. Hay casos flagrantes, como el de Carmen o el que acaba de sentenciar el juzgado de lo social número 1 de Girona al considerar que el demandado mantenía una conducta denigrante hacia sus compañeras, incluso fuera del trabajo. La sentencia recoge que el acusado siguió a algunas fuera del trabajo para amenazarlas con agresiones físicas.

Pero, ¿quién pone la barrera entre la barrabasada, la broma pesada y el acoso en toda regla? No es el nivel de atrevimiento el que marca la frontera del acoso, sino lo "no deseado" de tal conducta por parte de quien la recibe. "Así que puede ser desde un chiste hasta un gesto, si es reiterado y hostil", explica María José Hernández, responsable de Igualdad de Caja Granada. La entidad tiene un código contra el acoso sexual, que "sirve para decirles a los afectados que vamos a apoyarlos". Lo que sí cambia es la gravedad del acoso, si además de la intimidación conlleva chantaje por parte de un superior.

Las dificultades para probar el acoso también arredran las denuncias, ya sean penales o ante Trabajo. Gemma Calvet tiene 15 años de experiencia como abogada penalista vinculada a políticas sociales que, desde la ley de Igualdad, incluye violencia de género y casos de acoso. Ha atendido a infinidad de mujeres, pero pocos casos han acabado en denuncia. "¿Denunciar? Es pedir lo imposible. Muchas personas no entienden lo que les pasa hasta que ya es tarde, y sus defensas ya están muy menguadas", apunta. A su juicio, acoso sexual y acoso por razón de género "es en realidad el mismo fenómeno con distintas connotaciones. Y el uno suele ser la antesala del otro". La cuestión es si una declaración de principios, un código de buenas prácticas, tiene poder suficiente para acabar con este tipo de conducta. Calvet, que imparte formación en comités por la Igualdad dentro de las empresas, sostiene que sí.

En Microsoft, por ejemplo, los trabajadores firman su contrato de trabajo al mismo tiempo que un código de conducta que, entre otros elementos, rechaza cualquier conducta verbal o física (presiones, lenguaje hostil...) no aceptada por la otra persona y advierte de que incumplirlo será motivo de despido. "Claro que estos códigos sirven. El hecho de prohibir algunas conductas explícitamente y advertir de que se sancionarán tiene un efecto disuasorio", argumenta Esther Pérez, gerente de Recursos Humanos de Microsoft Ibérica.

Además, todos los trabajadores tienen un número de teléfono 900 en el que pueden plantear todas sus inquietudes durante las 24 horas. También cuentan con una vía externa, la fundación Más Familia, con la que tienen comunicación directa para que esta pida explicaciones directamente a la empresa en representación del trabajador.

La aplicación de códigos de valores ha sido hasta ahora muy propia de la cultura empresarial anglosajona y el objetivo del Gobierno es que se extienda a todas las empresas. El protocolo que el Gobierno catalán lanzó el pasado mes de marzo buscaba facilitar la aplicación "Es mejor, por ejemplo, que quien atienda a la persona acosada sea una mujer, incluso si el acosado es un hombre, porque les da menos vergüenza contar su caso", explica Sara Berbel, directora general de Igualdad de Oportunidades en el Trabajo de la Generalitat. El Ejecutivo catalán explica que ha puesto especial énfasis en el acoso sexual, más que en la discriminación en general, porque es el terreno menos controlado hasta ahora. Y es que la inspección en Cataluña realizó un total de 48 actuaciones por estos motivos el año pasado, que supusieron ocho requerimientos y no más que dos infracciones con sanciones.

Andalucía, por ejemplo, llegó a un acuerdo con Comisiones Obreras y UGT para facilitar asesoría jurídica gratuita a trabajadores en esta situación. El año pasado, CC OO recibió 59 consultas sobre acoso sexual, de los que 19 terminaron en expedientes.

Otra clave es garantizar la confidencialidad de las personas que denuncian. Nestlé también cuenta con un código de conducta muy amplio y el servicio de una empresa externa, ICAS, que se dedica al apoyo de los trabajadores y a la que pueden acudir los empleados de Nestlé con problemas si no se sienten bastante protegidos hablando con sus jefes. "El código deja muy claro que Nestlé rechazará cualquier tipo de acoso por razón de sexo. ICAS puede hacer de mediador entre los implicados", explica Luis Miguel García, director de Recursos Humanos de Nestlé España.

La ley de Igualdad considera el acoso motivo de despido disciplinario automático, es decir, procedente y sin derecho a indemnización, apunta Elisa García, responsable del Área de Mujer de UGT. Antes, la interpretación jurídica de ley podía llevar al despido, pero ahora es automático. De hecho, a Carmen, con una condena penal contra su acosador que le supuso 2.000 euros de indemnización por daños morales, la empresa en la que trabajaba se limitó a cambiarle de departamento y rebajarle de funciones, con lo que ella se lo siguió encontrando en el trabajo hasta que él cogió una baja por motivos de salud.

Regulación contra el acoso

- El artículo 7 de la ley de Igualdad regula el acoso sexual y acoso por razón de sexo, adaptando la directiva de Bruselas, y dice que constituye acoso sexual “cualquier comportamiento, verbal o físico, de naturaleza sexual que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo”. También hace referencia el acoso el Estatuto de los trabajadores y la Ley de Infracciones y Sanciones.

- El Gobierno está preparando un código de buenas prácticas. El Ejecutivo catalán ya tiene uno, que pide confidencialidad,

rapidez, transparencia y equidad:

1. Es importante una declaración institucional que marque la posición de la empresa contra cualquier tipo de acoso.

2. La duración de un proceso a raíz de una queja no debe durar más de siete días.

3. El que denuncia debe estar acompañado por alguien, tener garantías de confidencialidad y de que la denuncia interna nunca constará en su expediente.

4. La persona acusada también necesita un asesor durante el proceso.

5. Las denuncias falsas, con mala fe, deben ser castigadas.

El maltrato a los progenitores cometido por menores ha crecido vertiginosamente. Casi la mitad es obra de chicas



Padres agredidos

Los padres agredidos que denuncian a sus hijos son minoría.

TÍTULO DEL ARTÍCULO: No levantarás la mano contra tu padre

JOSÉ LUIS BARBERÍA EL PAÍS 07/06/2009

Los maltratadores adolescentes reproducen fatalmente el modelo machistapor mucho que hayan estudiado en colegios mixtos y se les suponga aleccionados en los valores de la libertad y la igualdad

La ausencia de la figura paterna aparece a menudo en los conflictos

Los especialistas se niegan en redondo a que se rebaje la edad penal

Las fiscalías abrieron 4.200 expedientes por maltrato en 2008

"Los padres sólo denuncian en situaciones límite", afirma una fiscal


En lugar de aliviarse con el regreso del niño al hogar, miles de padres se estremecen de pánico cuando sienten la llave en la cerradura de casa. Muchos se encierran en su cuarto; no vaya a ser que el chaval venga también esta noche con ganas de bronca, frustrado, cabreado o drogado y la emprenda a insultos, empujones y golpes porque no le gusta la cena, porque exige más dinero, porque quiere la moto..., por cualquier cosa. Con el pestillo echado y la oreja pegada a la pared, temerosos de que su agitada respiración les ponga en evidencia, vigilan los pasos del hijo por la casa, a la espera de que se acueste y se suspenda la amenaza Así, un día tras otro, hasta que los padres no pueden más y acuden a la comisaría a denunciar al monstruo de sus entrañas.


Pegar al padre ya no es algo inconcebible e inaudito, el acto monstruoso, blasfemo y antinatural que viola los mandamientos humanos y divinos del "honrarás a tu padre y a tu madre". Niños y adolescentes han empezado a levantar la mano a sus progenitores (a su madre preferentemente) y, en muy poco tiempo, el delito de maltrato a los padres, antes irrelevante a efectos estadísticos, ha adquirido visos de epidemia. Durante 2008, las Fiscalías de Menores abrieron en España más de 4.200 expedientes por agresiones de hijos a padres, frente a los 2.683 incoados el año anterior. No todas las denuncias dan lugar a la apertura de expedientes judiciales -muchas se archivan tras el ejercicio de las labores de mediación-, y hay que pensar que por cada padre que acusa formalmente a su vástago, habrá otros que se resisten a dar ese paso.

"Cuando los padres denuncian es porque han llegado a una situación límite. Se sienten doblemente avergonzados por tener que pedir que se actúe contra sus hijos y porque la denuncia misma les parece la constatación de un fracaso", indica Consuelo Madrigal, fiscal de Menores del Tribunal Supremo. Las estadísticas constatan, asimismo, un espectacular incremento de chicas que pegan a sus madres y también chicas que pegan a otras chicas. "En el maltrato a los padres, los géneros están ya casi a la par, cuando hace pocos años ése era un delito abrumadoramente masculino", se inquieta la fiscal.

Otro dato de preocupación añadida es que los maltratadores adolescentes reproducen fatalmente el modelo machista, por mucho que hayan estudiado en colegios mixtos y se les suponga aleccionados en los valores de la libertad y la igualdad. La gran mayoría de estos chavales, de edades entre los 14 y los 18 años -en la legislación española, los menores de 14 años no pueden ser imputados, cometan el delito que cometan-, pasan por jóvenes normales y poco conflictivos. De hecho, por lo general, no cometen más delitos que sojuzgar, vejar y pegar a sus padres... y a sus novias.

Como ocurre con la violencia de género, el maltrato a los padres atraviesa todas las estructuras sociales, aunque, en este caso, se concentre, especialmente, en los hogares de las clases medias. Se equivocan, pues, quienes piensan en niños surgidos de la marginación social, pero aciertan quienes ven en las familias desestructuradas un factor de riesgo. "Algunos de estos chicos han sido testigos de malos tratos conyugales o han padecido directamente las agresiones paternas. Cuando llegan al 1,75 o al 1,80 de altura y pueden palparse los músculos, sienten en la sangre la tentación de la venganza", apunta el director de Justicia Juvenil de Cataluña, Jordi Sansó.

Pero, la pregunta del porqué de este estallido sigue en pie, admitida la transmisión intergeneracional de traumas y conductas y establecido que la familia es, a veces, la primera patología a tratar. ¿Qué está pasando para que niños y adolescentes que antes se fugaban del hogar opten por quedarse en casa a tiranizar a sus progenitores? ¿Y para que los padres que antes expulsaban del hogar a sus hijos díscolos o depravados ocupen hoy el papel de víctimas? La respuesta prácticamente unánime de los encargados de encauzar la violencia de los menores es que hemos sustituido el modelo autoritario del "ordeno y mando" por una práctica permisiva y sin límites, igualmente nefasta a efectos educativos.

"El principio de autoridad se ha debilitado y ni la sociedad ni la familia han sabido establecer otros valores y límites. Las agresiones a los padres y la violencia de género aumentan porque nos estamos equivocando gravemente en la educación", advierte José Vidal, médico y director de la cárcel de Morón de la Frontera. "La mayoría de los menores delincuentes surgen en un modelo permisivo e indulgente que genera niños individualistas y hedonistas, incapaces de aceptar la frustración", explica Ana Rodríguez, pedagoga del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. "Como el modelo autoritario de familia no ha sido sustituido por un modelo alternativo verdaderamente educativo, muchos padres no saben qué deben hacer con sus hijos, más allá de transmitirles los afectos. Detectamos con frecuencia un problema de ausencia de la figura paterna, bien porque la pareja se haya separado, porque se trata de una familia monoparental o porque el padre o la madre se inhiben o están muy ocupados en el trabajo", afirma la fiscal Consuelo Madrigal.

Según los psicólogos sociales, a eso habría que añadir el declive de la figura del padre que, a menudo, no encuentra su lugar en un cuadro de relaciones familiares más desdibujadas y horizontales. José Chamizo, Defensor del Menor de Andalucía, cree que hay "un creciente desquiciamiento colectivo" reflejado en la crueldad mostrada por los menores implicados en casos como los de Sandra Palo, Marta del Castillo o el de la indigente quemada en Barcelona. Contra las opiniones de tantas voces que testimonian en sentido contrario: "Yo también me entretengo con los videojuegos y no por eso...", y restan consecuencia a las imágenes violentas, él está convencido de que la "violencia de contexto", la omnipresencia de la agresividad en los medios de comunicación y entretenimiento y en los mensajes publicitarios, tiene una incidencia clara. No es el único. También su colega, Arturo Canalda, Defensor del Menor de Madrid, sostiene que la violencia ambiental influye, "aunque no sea el detonante del problema". A su juicio, hay que prestar particular atención a esos chicos que "pasan muchas horas solos en casa, delante de la televisión, viendo cómo las situaciones más terribles se presentan como si formaran parte de la normalidad. Todo influye en los comportamientos", subraya, "también esa cosa aparentemente tan tonta de la serie de tarde en la que gente se insulta como si nada".

El jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Guadalajara, David Huertas, asegura que estos juicios tienen un fundamento científico. "Se ha demostrado que las imágenes violentas activan el área del cerebro que fomenta la agresión. La sobreexposición a estas señales hacen bajar las defensas frente a la violencia, de forma que su utilización tiende a considerarse normal". Autor del libro Violencia: la gran amenaza, el profesor Huertas habla de una sociedad hipotecada a un modelo económico y social agresivo que habría acabado por pervertir los sistemas de valores y que amenaza con devolvernos al "todos contra todos" descrito por Hobbes en su Leviatán.

El cibersadismo, la filmación y difusión de las agresiones gratuitas, el incremento del maltrato doméstico y escolar practicado por menores serían "la piedra de toque" de esta evolución general que, por lo visto, encuentra tierra abonada en nuestro país. Tras recordar que la OMS declaró en 2002 que la violencia en el mundo se ha convertido en un problema de salud pública, el psiquiatra subraya que las sociedades modernas no cuentan con protocolos para detener esta pandemia. "Tenemos que volver a la educación en valores, a socializar en la convivencia y el respeto", resume.

Con todo, el diagnóstico del problema en España está lejos de la situación apocalíptica que retratan las voces que piden rebajar la edad penal, situada actualmente en los 14 años. "La estadística provisional de 2008 desmiente que haya aumentado la participación de los menores en homicidios y asesinatos y muestra que el incremento de sus conductas delictivas se circunscribe únicamente al maltrato doméstico y a los delitos contra la libertad sexual", destaca Consuelo Madrigal. "Eso de que están aumentando los delitos graves cometidos por menores es un mito. No hay correspondencia entre los datos disponibles y la percepción que tiene la opinión pública", confirma Jaime Tapia, magistrado de la Audiencia Provincial de Álava, y ratifica Manuel Garramiola, director del Centro de Reforma de Menores de Medina Zahara.

De acuerdo con los informes fiscales, durante el pasado año, los delitos dolosos con lesiones cometidos por menores se redujeron a 16.400, los robos violentos y con fuerza cayeron hasta los 8.700 y 8.200, respectivamente, al tiempo que disminuyeron, igualmente las sustracciones de vehículos de motor y el tráfico de drogas. Si la suma global de delitos protagonizados por menores superó los 55.000 anuales es porque la estadística de 2008 incorporó 4.400 expedientes abiertos por conducir sin carné, conducta no considerada hasta entonces delictiva.

A la sensación de peligrosidad de los menores contribuyen las bandas de ladrones formadas por niños de edades inferiores a los 14 años dirigidas y explotadas por el crimen organizado. "Los reclutan en las poblaciones marginales. En Rumania, pagan a los padres 2.000 euros a cambio de que les cedan el niño por unos meses. Los traen a España y los ponen a delinquir, desde la seguridad de que no pueden ser imputados penalmente. Tenemos pequeños que han sido detenidos y puestos en libertad ciento y pico veces", explican en la Fiscalía de Menores. En Cataluña, los menores delincuentes que se inician en el delito antes de los 14 años vienen a suponer el 9%.

La pregunta que políticos, columnistas, fiscales y jueces formulan últimamente con particular insistencia es de si habría que rebajar nuevamente la edad penal (antes estuvo en 16 años) y la respuesta general de los especialistas es que no, de ninguna manera. "Lo que tenemos que hacer, y ya estamos haciendo, no es detener y castigar a Oliver Twist (personaje infantil de la novela de Dickens), sino a los criminales mafiosos que los explotan y les destrozan la vida", subraya Jordi Sansó. "No es razonable cambiar la ley del Menor por cuatro casos que pueda haber. Un chico de 16 o 17 años puede ser condenado a pasar 10 años en un centro de internamiento y un adulto autor de un delito de homicidio a 12 años de cárcel", afirma el Fiscal Coordinador de Menores de Barcelona, Juan José Márquez. "Subjetivamente, la pena es más dura para el menor porque, a esas edades, un año de vida es una enormidad. Además", añade, "hay que tener en cuenta que la infracción es casi consustancial a la maduración de las personas. El 90% de los menores cometen algún hurto, un chantaje, una amenaza... Más que nada, eso forma parte del proceso de socialización urbano", indica.

Quienes tratan directamente el problema aseguran que el sistema de justicia juvenil funciona. Según ellos, la reinserción, objetivo explícito de la Ley del Menor, se cumple en más del 80% de los casos. "Hay psicópatas que tienden a reincidir y chicos que parecen incurables, pero son poquísimos. Si esto fuera una empresa, alardearíamos de los resultados", apunta Juan José Márquez con una chispa de ironía. Fiados a su experiencia, todos piensan que el encierro de los menores debe ser la alternativa última, que lo que conviene es aplicar tratamientos individualizados y, en lo posible, evitar las "prisiones de niños".

No parece, pues, que la consigna de "más Estado penal", aplicada a los menores, pueda ejercer de antídoto contra el desafecto, el abandono, la permisividad extrema, el hedonismo, el consumismo y la anomía del "prohibido prohibir", ni que pueda impedir, por tanto, la gestación dentro del hogar de personalidades explosivas de efectos retardados.

lunes, 1 de junio de 2009

"Un magma social, consumista, sin ideología, a imagen de las 'low cost". Los 'mileuristas' bien pudieran ser la nueva clase social dominante


Adiós, clase media, adiós


Los jóvenes económicamente autónomos han caído hasta el 21%

RAMÓN MUÑOZ EL PAÍS 31/05/2009

Ridiculizada por poetas y libertinos; idolatrada por moralistas; destinataria de los discursos de políticos, papas, popes y cuantos se suben alguna vez a un púlpito en busca de votantes o de adeptos; adulada por anunciantes; recelosa de heterodoxias y huidiza de revoluciones; pilar de familias y comunidades; principal sustento de las Haciendas públicas y garante del Estado de bienestar. La clase media es el verdadero rostro de la sociedad occidental. En un mundo globalizado, en el que hasta en el más mísero país siempre se puede encontrar a alguien con suficientes medios para darse un paseo espacial, sólo la preeminencia de la clase media distingue los Estados llamados desarrollados del resto. Los países dejan de ser pobres no por el puesto que ocupan sus millonarios en el ranking de los más ricos -de ser así, México o la India estarían a la cabeza del mundo dada la fortuna de sus potentados-, sino por la extensión de su clase media.



Pero parece que la clase media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Eso piensan muchos sociólogos, economistas, periodistas y, lo que es más grave, cada vez más estadísticos. Como los dinosaurios, esta "clase social de tenderos" -como la calificaban despectivamente los aristócratas de principios de siglo XX- aún domina la sociedad, pero la actual recesión puede ser el meteorito que la borre de la faz de la Tierra. Siguiendo con la metáfora, el proceso no será instantáneo sino prolongado en el tiempo, pero inevitable. La nueva clase dominante que la sustituya bien pudieran ser los pujantes mileuristas, los que ganan mil euros al mes. Tal y como sucedió cuando los mamíferos sustituyeron a sus gigantes antecesores, los mileuristas tienen una mayor capacidad de adaptación a circunstancias difíciles. También se adaptan los pobres, pero no dejan de ser excluidos, mientras que los mileuristas son integradores de la masa social. Por eso se están extendiendo por todas las sociedades desarrolladas.

El mileurismo -un término inventando por la estudiante Carolina Alguacil, que escribió una carta al director de EL PAÍS en agosto de 2005 para quejarse de su situación laboral- ha dejado de ser un terreno exclusivo para jóvenes universitarios recién licenciados que tienen que aceptar bajos salarios para hacerse con un currículo laboral. En los últimos años ha incorporado a obreros cualificados, parados de larga duración, inmigrantes, empleados, cuarentones expulsados del mercado laboral y hasta prejubilados. Se estima que en España pueden alcanzar en torno a los doce millones de personas.

Su popularidad es tan creciente que ya hay varios libros dedicados exclusivamente a los mileuristas, tienen web propia y hasta película. Se llama Generazione 1.000 euro, una producción italiana que se acaba de estrenar. Cuenta la historia de un joven licenciado en matemáticas que malvive en una empresa de mercadotecnia y se enamora de otra mileurista. Basa su argumento en el libro con el mismo título que triunfó gracias a las descargas gratuitas de Internet (la gratuidad de la Red es una de las pocas válvulas de escape de los mileuristas).

Hasta los políticos comienzan a mirar hacia ellos. Las medidas anunciadas por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el debate del estado de la nación, aunque luego descafeinadas, parecen ser las primeras especialmente diseñadas para mileuristas: equiparar las ayudas al alquiler, eliminar para las rentas medias la desgravación de la vivienda (¡el pisito, icono de la clase media española!), bonos de transportes desgravables y, sobre todo, máster gratis sin límite para graduados en paro. Másteres, estudios de posgrado, doctorados, idiomas..., el signo de identidad de esta generación Peter Pan, dicen que la mejor preparada de la historia pero cuya edad media de emancipación del hogar familiar está a punto de alcanzar los 30 años.

La estadística da cuenta cada vez de forma más fehaciente de la pujanza del mileurismo frente a la bendita clase media. Uno de los datos más reveladores se encuentra en la Encuesta de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE), un informe cuatrienal pero que desnuda la realidad sociolaboral como ninguna otra. Según la misma, el sueldo medio en España en 2006 (última vez que se realizó) era de 19.680 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de 19.802 euros. Es decir, que en el periodo de mayor bonanza de la economía española, los sueldos no sólo no crecieron, sino que cayeron, más aún si se tiene en cuenta la inflación.

Si nos remontamos a 1995, la primera vez que se llevó a cabo la encuesta, la comparación es aún más desoladora. El salario medio en 1995 era de 16.762 euros, por lo que para adecuarse a la subida de precios experimentada en la última década, ahora tendría que situarse en torno a los 24.000 euros. Se trata del sueldo medio, que incluye el de los que más ganan. Por eso convendría tener en cuenta otro dato más esclarecedor: la mitad de los españoles gana menos de 15.760 euros al año, es decir, son mileuristas.

Los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del signo político del partido en el poder en los últimos años (desde 1995 han gobernado sucesivamente PSOE, PP y nuevamente PSOE). La riqueza creada en todos esos años ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital.

Algunos dan definitivamente por muerta la clase media. Es el caso del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, que en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo) vaticinaban la aparición de un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un "magma social" desclasado en que se confunden las antiguas clases media y baja, definidas por una capacidad de consumo muy limitado, a imagen y semejanza de los productos y servicios que les ofrecen las compañías low cost (bajo coste) como Ikea, Ryanair, Mc Donald's, Zara o Skype.

"Nosotros hablábamos de la aparición de una clase de la masa, es decir, de una dimensión social sin clasificación que de hecho contiene todas las categorías, con excepción de los pobres, que están excluidos, y de los nuevos aristócratas. La clase media era la accionista de financiación del Estado de bienestar, y su desaparición implica la crisis del welfare state, porque la clase de la masa ya no tiene interés en permitir impuestos elevados como contrapartida política que hay que conceder a la clase obrera, que también se ha visto en buena parte absorbida por la clase de la masa. La sociedad que surge es menos estable y, como denunciábamos, potencialmente más atraída por las alarmas políticas reaccionarias capaces de intercambiar mayor bienestar por menos democracia. También es una sociedad sin una clara identidad de valores compartidos, por lo tanto, es oportunista, consumista y sin proyectos a largo plazo", señalan los autores a EL PAÍS.

El declive de la clase media se extiende por todo el mundo desarrollado. En Alemania, por ejemplo, un informe de McKinsey publicado en mayo del año pasado, cuando lo peor de la crisis estaba aún por llegar, revelaba que la clase media -definida por todos aquellos que ganan entre el 70% y el 150% de la media de ingresos del país- había pasado de representar el 62% de la población en 2000 al 54%, y estimaba que para 2020 estaría muy por debajo del 50%.

En Francia, donde los mileuristas se denominan babylosers (bebés perdedores), el paro entre los licenciados universitarios ha pasado del 6% en 1973 al 30% actual. Y les separa un abismo salarial respecto a la generación de Mayo del 68, la que hizo la revolución: los jóvenes trabajadores que tiraban adoquines y contaban entonces con 30 años o menos sólo ganaban un 14% menos que sus compañeros de 50 años; ahora, la diferencia es del 40%. En Grecia, los mileuristas están aún peor, ya que su poder adquisitivo sólo alcanza para que les llamen "la generación de los 700 euros".

En Estados Unidos, el fenómeno se asocia metafóricamente a Wal-Mart, la mayor cadena de distribución comercial del mundo, que da empleo a 1,3 millones de personas, aplicando una política de bajos precios a costa de salarios ínfimos -la hora se paga un 65% por debajo de la media del país-, sin apenas beneficios sociales y con importaciones masivas de productos extranjeros baratos procedentes de mercados emergentes, que están hundiendo la industria nacional. La walmartización de Estados Unidos ha sido denunciada en la anterior campaña presidencial tanto por los demócratas como por los republicanos. El presidente Barak Obama creó por decreto la Middle Class Task Force, el grupo de trabajo de la clase media, que integra a varias agencias federales con el objeto de aliviar la situación de un grupo social al que dicen pertenecer el 78% de los estadounidenses. El grupo tiene su propia página web y su lema: "Una clase media fuerte es una América fuerte".

Hacen falta más que lemas para salir de la espiral que ha creado la recesión y que arrastra en su vórtice a una clase media debilitada hacia el mileurismo o tal vez más abajo. En Nueva York, 1,3 millones de personas se apuntaron a la sopa boba de los comedores sociales en 2007. Apenas un año después, tres millones de neoyorquinos eran oficialmente pobres. Los pobres limpios, como se denomina a los que han descendido desde la clase media, también comienzan a saturar los servicios sociales en España. Las peticiones de ayuda en Cáritas han aumentado un 40%, y el perfil social del demandante empieza a cambiar: padre de familia, varón, en paro, 40 años, con hipoteca, que vive al día y que ha agotado las prestaciones familiares.

Con el propósito de tranquilizar a la población, los dirigentes han comenzado a hablar de "brotes verdes" para designar los primeros signos de recuperación. Pero ésta no es una crisis cualquiera. Howard Davidowitz, economista y presidente de una exitosa consultora, se ha convertido en una estrella mediática en Estados Unidos al fustigar sin piedad el optimismo de la Administración de Obama. "Estamos hechos un lío y el consumidor es lo suficientemente listo para saberlo. Con este panorama económico, el consumidor que no se haya petrificado es que es un maldito idiota. Esta crisis hará retroceder al país al menos diez años y la calidad de la vida nunca volverá a ser la misma".

La marcada frontera que separaba la clase media de la exclusión y de los pobres se está derrumbando a golpes de pica como lo hizo el muro de Berlín, y algunos se preguntan si tal vez la caída del telón de acero no haya marcado el inicio del fin de conquistas sociales y laborales que costaron siglos (y tanta sangre), una vez que el capitalismo se encontró de repente sin enemigo.

Al margen de especulaciones históricas, lo cierto es que la desigualdad crece. En España, la Encuesta de Condiciones de Vida, realizada en 2007 por el INE, señalaba que casi 20 de cada 100 personas estaban por debajo del umbral de la pobreza. El último informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España, de Cáritas, resaltaba que hay un 12,2% de hogares "pobres integrados", esto es, sectores integrados socialmente pero con ingresos insuficientes y con alto riesgo de engrosar las listas de la exclusión. Su futuro es más incierto que nunca, y muchos hablan de un lento proceso de desintegración del actual Estado de bienestar.

Otros expertos son mucho más optimistas y descartan que se pueda hablar del fin de clase media. "Es una afirmación excesivamente simplista que obvia algunos de los grandes avances que ha registrado la sociedad española en el largo plazo. Las crisis comienzan perjudicando a los hogares con menores ingresos y menor nivel formativo, para extender posteriormente sus efectos al resto de grupos. Y aunque mantenemos niveles de desigualdad considerablemente elevados en el contexto europeo estamos todavía lejos de ser una sociedad dual", señala Luis Ayala, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los autores del informe FOESSA.

El catedrático de Estructura Económica Santiago Niño Becerra ha saltado a la fama editorial por su libro El crash de 2010 (Los Libros del Lince), en el que afirma que la crisis no ha hecho más que empezar y que será larga y dura. A la pregunta de cómo va a afectar esta debacle a la clase media, contesta: "El modelo de protección social que hemos conocido tiende a menos-menos porque ya ha dejado de ser necesario, al igual que lo ha dejado de ser la clase media: ambos han cumplido su función. La clase media actual fue inventada tras la II Guerra Mundial en un entorno posbélico, con la memoria aún muy fresca de la miseria vivida durante la Gran Depresión y con una Europa deshecha y con 50 millones de desplazados, y lo más importante: con un modelo prometiendo el paraíso desde la otra orilla del Elba. La respuesta del capitalismo fue muy inteligente (en realidad fue la única posible, como suele suceder): el Estado se metió en la economía, se propició el pleno empleo de los factores productivos, la población se puso a consumir, a ahorrar y, ¡tachín!, apareció la clase media, que empezó a votar lo correcto: una socialdemocracia light y una democracia cristiana conveniente; para acabar de completar la jugada, esa gente tenía que sentirse segura, de modo que no desease más de lo que se le diese pero de forma que eso fuese mucho en comparación con lo que había tenido: sanidad, pensiones, enseñanza, gasto social... que financiaban con sus impuestos y con la pequeña parte que pagaban los ricos (para ellos se inventaron los paraísos fiscales). Todo eso ya no es necesario: ni nadie promete nada desde la otra orilla del Elba, ni hay que convencer a nadie de nada, ni hay que proteger a la población de nada: hay lo que hay y habrá lo que habrá, y punto. Por eso tampoco son ya necesarios los paraísos fiscales: ¿qué impuestos directos van a tener que dejar de pagar los ricos si muchos de ellos van a desaparecer y si la mayoría de los impuestos de los que quieren escapar van a ser sustituidos por gravámenes indirectos?".

Y es que frente a la extendida idea de que la mejor forma de favorecer el bienestar es conseguir altas tasas de crecimiento y de creación de empleo, en los momentos de máxima creación de empleo la desigualdad no disminuyó. Al contrario, desde el primer tercio de los años noventa la pobreza no ha decrecido. Los salarios crecen menos que el PIB per cápita. El último informe mundial de salarios de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) destaca que entre 2001 y 2007 crecieron menos del 1,9% en la mitad de los países. En España, el aumento real fue casi cero, como en Japón y Estados Unidos. Para 2009, la OIT pronostica que los salarios crecerán sólo un 0,5%.

En España hay un dato aún más revelador del vértigo que siente la clase media cuando se asoma al abismo de inseguridad que le ofrece esta nueva etapa del capitalismo. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar -la que aporta más fondos y tiene el trabajo más estable- está ya en el 14,5%, muy similar a la del cónyuge o pareja (14,4%), cuyo sueldo se toma como un ingreso extra, mientras que la de los hijos se ha disparado cinco puntos en el primer trimestre y está en el 26,8%.

Luis Ayala constata que, por primera vez desde mediados de los años noventa, al inicio de esta crisis hemos asistido a tres cambios claramente diferenciales respecto al modelo distributivo en vigor en las tres décadas anteriores: la desigualdad y la pobreza dejaron de reducirse (aunque no aumentaron) por primera vez desde los años sesenta; por primera vez en muchos años la desigualdad no disminuyó en un contexto de crecimiento económico, y a diferencia de lo que sucedió con la mayoría de los indicadores macroeconómicos (PIB per cápita, déficit público, desempleo, etcétera), durante este periodo se amplió el diferencial con la UE desde el punto de vista de desigualad.

"Si en un tiempo de mareas altas no disminuyó la desigualdad, cabe contemplar con certeza su posible aumento en un periodo de mareas bajas. La evidencia que muestran varios estudios de cierta conexión entre determinadas manifestaciones del desempleo y la desigualdad y la pobreza obligan, inevitablemente, a pensar en un rápido aumento de la desigualdad y de las necesidades sociales. Así, tanto el número de hogares en los que todos los activos están en paro como la tasa de paro de la persona principal del hogar son variables más relacionadas con la desigualdad que los cambios en las cifras agregadas de empleo. La información más reciente que ofrece la EPA deja pocas dudas: en ninguno de los episodios recesivos anteriores crecieron tan rápido ambos indicadores, por lo que cabe pensar en aumentos de la desigualdad y de la pobreza monetaria muy superiores a los de cualquier otro momento del periodo democrático", afirma Ayala.

En efecto, estos datos demolen en parte el viejo bastión español frente a la crisis: el colchón familiar. ¿Cómo van a ayudar los padres a los hijos si comienzan a ser los grandes protagonistas del drama del desempleo? El profesor Josep Pijoan-Mas, del Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI), en el artículo Recesión y crisis (EL PAÍS, 15 de marzo), observaba una preocupante similitud entre esta recesión y la de 1991-1994, cuando el paro trepó hasta el 24%. "Los datos muestran que el aumento de la desigualdad en el ámbito individual se amplifica cuando agrupamos los datos por hogares. Esto sugiere que, contrariamente a la creencia popular, la familia no es un buen mecanismo de seguro en España: cuando un miembro del hogar experimenta descensos de renta, lo mismo sucede al resto de miembros del hogar", indica.

Afirmar a simple vista que, por primera vez desde la II Guerra Mundial (la Guerra Civil en España), las nuevas generaciones vivirán peor que la de sus padres puede parecer osado. Nunca tantos jóvenes estudiaron en el extranjero (gracias a las becas Erasmus), viajaron tanto (gracias a las aerolíneas low cost) o prolongaron tanto su formación. Pero se trata de una sensación de riqueza ilusoria, apegada al parasitismo familiar. El número de jóvenes españoles que dispone de una independencia económica plena disminuyó desde el 24% en 2004 al 21% en 2008, según el último informe del Instituto de la Juventud (Injuve). El proceso es general en toda Europa. El número de "viejos estudiantes" ha crecido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. Así, el 15% del total de estudiantes de la Unión Europea (entendiendo por tales los que dedican todo su tiempo a la formación) tiene ya más de 30 años, según el Informe de la Juventud de la Comisión Europea de abril pasado.

Cuando esos maduros estudiantes se incorporan al mercado laboral les esperan contratos temporales, tal vez para siempre. Y es que según el informe de la UE, el porcentaje de personas que tenía un contrato temporal y no podía encontrar uno fijo se incrementa con la edad. Del 37%, entre los 15 a los 24 años, hasta el 65%, entre los 25 los 29. Atrapados en la temporalidad de por vida, van desengañándose de encontrar algo mejor a medida que envejecen. Muchos cuando rondan la treintena ya están resignados a su suerte.

"Desde luego es la generación que menos periodos de adultez va a tener. Pueden entrar en el mercado laboral a los 33 años y encontrarse con un ERE a los 50 o directamente con la prejubilación. El problema es que ofertamos puestos de trabajo que puede hacer cualquiera. Por eso, curiosamente, los jóvenes van a responder a la crisis dependiendo de las posibilidades que tengan de esperar y formarse adecuadamente. Y en eso es decisivo el poder adquisitivo de los padres y su nivel educativo", señala el sociólogo Andreu López, uno de los autores del último informe de Injuve.

El drama laboral no sólo lo sufren los jóvenes. Puede que los miles de trabajadores que están perdiendo su empleo vuelvan al mercado laboral cuando la crisis escampe, pero no con las mismas condiciones. Por ejemplo, la ingente masa laboral de la construcción que ha sostenido la economía española deberá ocuparse en otros sectores. "Todo lo que aprendieron a hacer trabajando en los últimos años les valdrá de poco o nada. Por tanto, no es de esperar que sus salarios sean muy altos cuando encuentren nuevos empleos. De hecho, la evidencia empírica disponible para Estados Unidos muestra que los desempleados ganan menos cuando salen de un periodo de desempleo y que dicha pérdida salarial es mayor cuanto más largo ha sido el periodo de desempleo", indicaba el profesor Pijoan-Mas.

Los gobernantes han encontrado un bálsamo de Fierabrás contra el paro y la precariedad laboral: innovación y ecología. Los empleos que nos sacarán de la crisis estarán basados en el I+D+i. Es lo que Zapatero ha llamado el nuevo modelo productivo. Sin contar con que los sectores tecnológicos no son muy intensivos en mano de obra, la premisa parte en cierta forma de una falacia: la de pensar que los países emergentes se quedaran parados mientras convertimos los cortijos andaluces en factorías de chips ultraconductores y laboratorios genéticos.

La globalización también ha llegado al I+D+i. La India, por ejemplo, produce 350.000 ingenieros al año (los mejores en software de todo el mundo), anglófonos y con un salario medio de 15.000 dólares al año, frente a los 90.000 que ganan en Estados Unidos. Por su parte, China está a punto de convertirse en el segundo inversor mundial en I+D. "Cuando despertemos de la crisis en Europa, descubriremos que en la India y en China producen muchas más cosas que antes", avisa Michele Boldrin, catedrático de la Washington University.

Ante este clima de inseguridad y falta de perspectivas, no es de extrañar que el 45,8% de los parados esté considerando opositar y el 14,6% ya esté preparando los exámenes, según una encuesta de Adecco. Ser funcionario se ha convertido en el sueño laboral de cualquier español, y puede ser el último reducto de la clase media. El único peligro es que su factura es crecientemente alta para un país en el que se desploman los ingresos por cotizaciones sociales y por impuestos ligados a la actividad y a la renta. La última EPA refleja que los asalariados públicos han crecido en un año en 116.200 personas, sobrepasando por primera vez la cifra de tres millones.

El coste total de sus salarios alcanzará este año los 103.285 millones de euros, según datos del Ministerio de Política Territorial. Cada funcionario le cuesta a cada habitante 2.400 euros, el doble si consideramos sólo a los asalariados. ¿Puede permitirse una economía tan maltrecha una nómina pública que consume el equivalente al 10% de la riqueza nacional en un año?

Un panorama tan sombrío para amplias capas de la población puede sugerir que pronto se vivirán enormes convulsiones sociales. Algunos advierten de un resurgimiento de movimientos radicales, como el neofascismo. Por el momento, nada de eso se ha producido. Las huelgas generales convocadas por los sindicatos tradicionales en países como Francia o Italia no han tenido consecuencia alguna, porque los más damnificados -parados y mileuristas- no se sienten representados por ellos.

En España, ni siquiera se han convocado paros. Y los llamados sindicatos de clase van de la mano del Gobierno al Primero de Mayo e invitan al líder de la oposición a sus congresos. Un marco demasiado amigable con el poder político teniendo detrás cuatro millones de parados y casi un tercio de los asalariados con contrato temporal.

Puede que no sea muy romántico advertir de que, tampoco esta vez, seremos testigos de una revolución, pero es muy probable que la caída del bienestar se acepte con resignación, sin grandes algaradas, ante la indiferencia del poder político, que llevará sus pasos hacia la política-espectáculo, muy en la línea de algunas apariciones de Silvio Berlusconi o Nicolas Sarkozy, cuya vida social tiene más protagonismo en los medios de comunicación que las medidas que adoptan como responsables de Gobierno.

En esa línea, Santiago Niño Becerra considera que hoy por hoy "la ideología prácticamente ha muerto", y gradualmente, evolucionaremos hacia un sistema político en el que un grupo de técnicos tomará las decisiones y "la gente, la población, cada vez tendrá menos protagonismo.

"Conceptos como funcionarios, jubilados, desempleados, subempleados, mileuristas, undermileuristas irán perdiendo significado. Con bastante aceleración se irá formando un grupo de personas necesarias que contribuirán a la generación de un PIB cuyo volumen total decrecerá en relación al momento actual, personas con una muy alta productividad y una elevada remuneración (razón por la cual su PIB per cápita será mucho más elevado que el actual), y el resto, un resto bastante homogéneo, con empleos temporales cuando sean necesarios, dotados de un subsidio de subsistencia (el nombre poco importa) que cubra sus necesidades mínimas a fin de complementar sus ingresos laborales. La recuperación vendrá por el lado de la productividad, de la eficiencia, de la tecnología necesaria; pero en ese trinomio muy poco factor trabajo es preciso. Pienso que la sociedad post crash será una sociedad de insiders y outsiders: de quienes son necesarios para generar PIB y de quienes son complementarios o innecesarios".

Una impresión bastante similar a la de los italianos Gaggi y Narduzzi que, en su último libro, El pleno desempleo (Lengua de Trapo, 2009), dibujan un marco sociolaboral sin beneficios contractuales, baby boomers (la generación que ahora tiene entre 40 y 60 años) resistiéndose a jubilarse, contratos temporales de servicios y autónomos sin seguridad. Y pese a todo, una masa social amorfa y resignada.

"La masa del siglo XXI es una forma social figurada no material en el sentido de que no es fácil ver las concretas manifestaciones políticas o sociales en la calle, mientras que es normal identificar conductas o comportamientos masificados como la utilización de Google o la pasión por el iPhone. Esto significa que cuatro millones de desempleados son hoy menos peligrosos de lo que lo eran en 1929, porque no hay una ideología política que contextualmente cohesione y aglutine el malestar y la disensión. Y también los sindicatos se han debilitado. La crisis actual rechaza amablemente lo que decíamos en nuestro ensayo del año pasado: el mercado de trabajo se desestructura y se flexibiliza hasta el punto de que aparecen como desocupados de hecho la mayoría de los trabajadores. Es el triunfo del factor de la producción capital, que aparentemente está en crisis, pero que en realidad se aprovecha de la crisis para dar el empujón final a las últimas, y pocas, certezas de los trabajadores", señalan.

Hace cuatro años, Carolina Alguacil hizo una definición precisa y certera cuando acuñó el término de mileurista. "Es aquel joven licenciado, con idiomas, posgrados, másteres y cursillos (...) que no gana más de mil euros. Gasta más de un tercio de su sueldo en alquiler, porque le gusta la ciudad. No ahorra, no tiene casa, no tiene coche, no tiene hijos, vive al día... A veces es divertido, pero ya cansa". Si hubiera que reescribir ahora esa definición sólo habría que añadir: "El mileurista ha dejado de tener edad. Gana mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela".

Objetivo: la 'generación tapón'

Internacionalmente se les conoce como baby boomers. En España, le llaman generación tapón y abarca a los nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con un boom de la natalidad. Acaparan casi todos los puestos de responsabilidad en la política, los negocios e, incluso, la vida cultural, taponando el acceso a las nuevas generaciones, se supone que mejor formadas.

En el plano laboral, ocupan los trabajos fijos, mejor pagados, protegidos por derechos laborales y sindicatos poderosos, mientras los mileuristas sufren la precariedad y la temporalidad. Los trabajadores con un contrato temporal tuvieron un salario medio anual inferior en un 32,6% al de los indefinidos (Encuesta Estructura Salarial 2006).

Pero no todos los cuarentones son triunfadores o acomodados padres de familia. También ellos sufren su propia dualidad. Los salarios entre ejecutivos y empleados se han agrandado en los últimos años. El salario anual de los directores de empresas de más de diez trabajadores fue superior en un 206,6% al salario medio en 2006.

En tiempos de recesión, los ojos se vuelven hacia ellos. Además de ser el objetivo de los ERE, bajadas de salarios o el recorte de prestaciones, los baby boomers serán los principales paganos con sus impuestos del creciente endeudamiento que están acometiendo los Estados para sortear la crisis. Y eso sin contar la amenaza de la inviabilidad de sus pensiones cuando lleguen a la edad de jubilación, de la que no paran de advertir los malos augures como el FMI. Pero además de una carga laboral son también el principal sostén del consumo. Así que cuidado con quitar el tapón, no vaya a ser que se vaya el gas.