jueves, 26 de febrero de 2009

Los papás y la reivindicación de la custodia compartida tras separaciones o divorcios: Papá también me mima


JOSEP M. SARRIEGUI EL PAÍS 26/06/2008

¿Custodia compartida de los hijos de padres separados o preferencia argumentada hacia las madres? El debate no es ajeno a la blogosfera. En ella han encontrado algunos padres (en masculino) un canal en el que desahogar su rabia y exponer los motivos por los que consideran que la ley les discrimina. Dos ejemplos son las bitácoras Mi Papá Me Mima y Custodia Compartida.


La primera de ellas es anónima y reciente. No es un diario de las miserias cotidianas de un divorciado que apenas puede ver a sus hijos, sino más bien un conjunto de reflexiones acerca de la mísera (en opinión del autor) condición de padre en los tiempos que corren.

Una muestra: "El hombre posmoderno está preparado para asumir un rol familiar y doméstico, pero no lo hace porque no le dejan sobrepasar su condición de suplente". Otra: "Actualmente el hombre es dependiente de la independización de la mujer". Una más: "Existe una conciencia de género entre las mujeres nuevas, modernas, abiertas, feministas, trabajadoras. ¿Dónde está algo parecido entre los hombres?". Como se ve, toda una aproximación al desconcierto masculino en un blog subtitulado "la imposible guardia compartida".

La segunda bitácora lleva las cosas a un terreno más pasional. ¿Su finalidad? "Gritar en este peculiar desierto llamado España por necesidades tan básicas como ser y ejercer como padre". Para lograrlo, reclama una ley de coparentalidad que se aplique tras separaciones y divorcios. La recopilación de noticias es uno de sus puntos fuertes, un compendio de lo que ocurre en torno a tan resbaladiza cuestión.

http://mipapamemima.wordpress.com/

http://lacomunidad.elpais.com/custodiacompartida/posts


TESTIMONIOS: Victor Seidler: Identidades, familias y poder

Fuente: L A V E N T A N A , N Ú M . 2 2 / 2 0 0 5
http://publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/laventan/ventana22/91-109.pdf

* La traducción es manifiestamente mejorable pero el texto tiene espacial interés

¿Acaso los jóvenes piensan en ellos mismos como “adolescentes” o
es un nombre que otros les han asignado? ¿De dónde surge este
término? Y, ¿tiene las repercusiones de una etapa fija con las mismas
características de crecimiento físico y emocional y que marca la
transición entre la infancia y la edad adulta? ¿Acaso esto la hace una
etapa de transición, una fase liminal en la que de alguna forma los
jóvenes se encuentran atrapados en su camino hacia la vida adulta?
¿Es esto lo que le permite fácilmente a los adultos decirles a los
jóvenes que por lo que atraviesan es “sólo una fase” y que pasará
antes de que se den por enterados? Esto nos indica que puede tra-
tarse de un periodo que puede ser complicado y lleno de dudas,
especialmente para los adultos, quienes pueden encontrar muy di-
fícil relacionarlo con sus hijos “adolescentes”. Los adultos creen con
frecuencia que la gente joven está “fuera de control” y sienten que
han perdido el contacto con la persona que ellos conocían, quien
podría haberse vuelto asertiva, exigente y que no se comunica.
En la Gran Bretaña, hay una comedia en particular escrita por
Harry Enfield, que ha llegado a simbolizar esta fase de la vida a
través de los personajes Kevin y su compañero Perry. Ellos existen
en un espacio propio completamente ajenos a las responsabilidades
y expectativas de la edad adulta.

Los primeros años de la adolescencia pueden ser difíciles de
superar, ya que los jóvenes atraviesan por cambios físicos y emocio-
nales. Llega el momento en el que ya no se experimentan en sí
mismos en relación con sus padres, sino como “individuos” en su
propio derecho. Ya no son el hijo o la hija que se sienten felices al
definirse a sí mismos en relación con la familia. Se resienten al ser
tratados como niños, porque como adolescentes saben que ya no son
niños. Quieren que se les den responsabilidades, pero, al mismo
tiempo, pueden estar tan absortos en sus propios procesos interiores,
que se retirarán del mundo social y de la familia contra el cual están
aprendiendo a definirse. Quieren saber “quiénes son”, lo cual puede
significar el rechazo a la forma en la que los demás los definen dentro
de la familia y un periodo de intensa experimentación por medio del
cual ellos exploran lo que necesitan y quieren para sí mismos. A
cierto nivel saben que no son adultos y que en realidad no quieren
formar parte del mundo adulto. Más bien están interesados en de-
finir sus propios valores y creencias por sí mismos.

Éste puede ser un periodo de emociones y deseos intensos, debi-
do tanto a los cambios hormonales como de sus cuerpos. A veces
puede ser difícil vivir con estos altibajos de humor. Aún puedo re-
cordar la emoción tan intensa que sentía cuando tenía alguna rela-
ción y lo aplastante que era cuando esta relación terminaba. Creía
que el mundo se había acabado y que nunca me volvería a enamo-
rar. Probablemente tenía catorce años en ese tiempo, pero el futuro
no contaba, ya que yo vivía inmerso en las intensidades del presen-
te. Los apegos y las relaciones emocionales eran absorbentes, ya
que rara vez las compartía con mis padres que vivían en un mundo
diferente. Nunca pensé que fuera posible compartir mis emociones
con ellos y más tarde me escandalicé al descubrir que algunos pa-
dres de hecho hablaban con sus hijos. Mis padres que habían llega-
do a la Gran Bretaña como refugiados, huyendo de la Europa
controlada por los nazis, habían crecido en un mundo muy diferen-
te al mío. Aunque mi madre podía ser comprensiva y estaba abierta
a que vinieran amigos a visitarnos, no me imaginé que podía com-
partir con ellos lo que me estaba pasando.

Fue a través de la familia que encontré un orden de género muy
particular, ya que mi madre trabajaba e insistía en conservar el
poder dentro de la familia, aunque difería de una manera ritual
con la forma de pensar de mi padrastro, y esto tenía una compleji-
dad muy particular. Mi madre había experimentado pérdidas con-
siderables en su vida y tras la muerte de mi padre ella no quería
arriesgarse de nuevo. Estaba preocupada por darles a sus hijos un
padre, debido a que en la década de los cincuenta había un fuerte
estigma hacia los niños que crecían sin padre. Pero ella quería ha-
cer esto de una manera en que no tuviera que ceder su propio
poder. Más bien se preocupaba por proteger a sus hijos y algunas de
las riñas que experimentamos sucedieron cuando sentía, alguna
vez de manera irracional, que los intereses de sus hijos estaban
siendo atacados de alguna forma. Pelearía como una fiera para de-
fendernos y su ira podría estar fuera de control con frecuencia.
Como niños, a menudo estábamos aterrorizados al presenciar estas
horribles escenas de ira. Todo lo que queríamos era que dejaran de
pelear y sentíamos la terrible injusticia de las humillaciones de su
marido. Ella echaría mano de cualquier poder que tuviera y fre-
cuentemente en total desproporción con la situación, mas cuando
queríamos intervenir bañados en lágrimas, nos decía: “no es de su
incumbencia”.

Desde entonces supimos cuán destructivas pueden ser las emo-
ciones cuando están fuera de control; creo que de adolescentes
éramos más controlados con nuestras emociones. Sé que con la
complejidad de las relaciones en el seno familiar, aprendí a distin-
guir las diferentes corrientes de la vida emocional.

De alguna manera, me era más fácil interpretar lo que les esta-
ba pasando a mis amigos emocionalmente, que decir de una forma
más directa lo que me estaba pasando emocionalmente. Al reflexio-
nar en el pasado, había en mis relaciones de tipo emocional una
profundidad e intensidad tal, que también me daban un mundo
diferente al que podía escapar. Éste era el mundo en el que yo
quería vivir, mientras que en diferentes formas me sentía ausente
en mi familia. Desde que mi mamá se casó y Leo se fue a vivir con
nosotros, sentí que me colocaba en una posición al margen de la
familia. En verdad, no sentía que podía pertenecer a este nuevo
arreglo ni tampoco compartir la necesidad de tener un nuevo padre
que mi hermano mayor sentía. Respondíamos a la nueva situación
familiar de diferentes maneras, y esto nos muestra una complejidad
que establece diferentes condiciones para nuestra experiencia como
muchachos adolescentes. Aunque pertenecíamos a la misma fami-
lia, teníamos necesidades y aspiraciones diferentes.

Mientras nos movíamos entre la familia y la escuela, le dábamos
forma a nuestras identidades de diferente manera. Yo era más so-
ciable, por lo menos en la superficie, y también me iba mejor aca-
démicamente en la escuela. Pero para Johnny, mi hermano mayor,
parecía que las cosas estaban en contra. Cuando fuimos a escuelas
diferentes, tuvimos que lidiar con realidades diferentes. Yo acepta-
ba las disciplinas de la escuela y usaba mi intelecto como una for-
ma de establecer una identidad en la escuela. Ya que existía una
inquietud hacia el judaísmo, en el sentido de que si se comprome-
tían las identidades de los hombres, había una presión para probar
que éramos “lo suficientemente hombres” al observar a otros mu-
chachos e imitando lo que se esperaba que se imitara. En la escuela
había un equilibrio incómodo entre los deportes masculinos, que
afirmaban de una manera más fácil, y la precaria masculinidad de
los que rendían bien académicamente. Algunos muchachos po-
dían probarse a sí mismos en ambas esferas y con frecuencia se les
otorgaron prioridades. Sin embargo, no había una masculinidad
dominante en particular o una “hegemonía”, ya que se encontra-
ban separados por relaciones de clase, “raza” y grupo étnico al que
pertenecían. Algunos eran más estigmatizados que otros.
Si bien había espacios diferentes en los que se podía afirmar la
masculinidad, también había una tensión entre la experiencia in-
terior como joven y las masculinidades a través de las cuales sen-
tíamos que teníamos que probárnoslo a nosotros mismos. En la dé-
cada de los cincuenta, con las imágenes de Charles Atlas en los
periódicos, había un sentido de que los “verdaderos hombres” no
tenían un cuerpo “raquítico” ni había lloriqueos que pudieran
mostrar su vulnerabilidad y sus emociones a los demás. Como mu-
chachos hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para mejorar
nuestros cuerpos; mientras que leíamos acerca de masculinidades
heroicas en las historietas de moda, de aventuras, como “los famo-
sos cinco”, la que tenía y trataba de extender la promesa de pro-
veer formas de masculinidades imaginarias. Éstas eran fantasías con
las que nos podíamos identificar, aun cuando tuvieran muy poca
relación con las realidades de la vida diaria. De alguna manera,
estas fantasías establecieron estándares con los que nosotros mis-
mos nos juzgábamos y nos encontramos deseosos de ser como ellos.
Si no hubiéramos querido “ser como” los personajes que leíamos,
ellos establecieron los estándares que no fueron seriamente cues-
tionados hasta la llegada del feminismo.

Familias

La idealización del núcleo familiar, con el padre trabajando y la
mamá dedicada al cuidado del hogar y de los hijos, todavía tenía
un poderoso estatus mítico en los años cincuenta. Si tu familia no
encajaba con esta imagen, como nuestra familia sin padre, enton-
ces aprendías a “guardar silencio” sobre este asunto en particular.
Algunas veces fingías que había un padre en casa. Querías que tu
familia fuera normal y había un fuerte discurso acerca de la norma-
lidad, que estuvo mucho tiempo en boga hasta que en los años
sesenta se le empezó a cuestionar. Si tu familia no era “normal”,
querías que lo fuera y de forma inconsciente podías culpar a tus
padres por ello. El divorcio y la separación que se volvieron tan
comunes en 1980 y 1990 en muchos continentes, todavía era estig-
matizado cuando yo crecí en el noroeste de Londres en los años
cincuenta. Era muy difícil para las mujeres educar a sus hijos ellas
solas. A veces, las parejas las veían como amenazas y por este moti-
vo no las invitaban a las reuniones sociales. Con frecuencia se veían
forzadas a vivir en relativo aislamiento. En diferentes comunidades
étnicas, la pareja tenía que continuar unida, y si no encajaba con
el patrón de relaciones previamente establecido, podías sentirte
excluido.

Sin embargo, ha habido una transformación radical en el signi-
ficado de “la familia” en donde la normalización de una particular
forma de relaciones familiares se ha cuestionado ampliamente a
través de diferentes culturas. En parte, esto está relacionado con el
incremento del divorcio y la separación, pero se tiene que enten-
der también en el contexto de que las personas piensan diferente
acerca de los asuntos de género, sexualidad y poder. Esto está rela-
cionado con el cuestionamiento del movimiento de las mujeres de
los años setenta y de las formas en que se le vinculó a patrones de
cambio más extensos dentro del mercado laboral. Las mujeres jóve-
nes ya no estaban dispuestas a someterse a los hombres y no acepta-
ron que tenían una responsabilidad biológica determinada para el
cuidado de los niños y el trabajo doméstico. Al aprender sobre el
cuestionamiento del feminismo, aun sin identificarse con los movi-
mientos mismos, sentían que si trabajaban y aportaban dinero den-
tro del seno familiar, tenían que compartir la responsabilidad para
el cuidado de los niños y del trabajo doméstico. Pero para ellas
estaba claro también que si sus compañeros no estaban preparados
para entrar a una forma diferente y equitativa de contrato de gé-
nero, entonces ellas estaban listas para abandonar la relación y
vivir solas.

Las mujeres habían aprendido que la relación tenía que funcio-
nar para ellas o, de no ser así, no permanecerían en ella. Ya no acep-
taban que tenían que continuar una relación con tal de que
pudieran decir que tenían una. Reconocieron que tenían deseos
sexuales y necesidades emocionales propios y si sus parejas no los
conocían, ya no podían ver una razón para quedarse. En lo que
concierne a los hijos, las decisiones eran más complejas, pero las
personas ya no sentían que tenían que permanecer unidas para
siempre por el bien de los niños. Si ya no había amor en la relación
y si había enojo y hostilidad constante, entonces podría ser mejor
separarse. Ésta no es una decisión fácil de tomar, pero también es-
taban conscientes de cómo sufrían los hijos en donde no hay amor
ni comunicación.

Al entrevistar a hombres jóvenes que crecieron en los años cin-
cuenta en la Gran Bretaña, queda claro que sentían con frecuen-
cia que su futuro estaba trazado para ellos. Si tenían más sentido
de sí mismos como adolescentes del que tuvieron sus padres, por
haber tenido más dinero propio para gastar y más tiempo para sí
mismos, tenían la idea de que se casarían si eran heterosexuales y
poco después podrían tener hijos. Como las identidades masculinas
estaban ligadas a un trabajo asalariado, el llevar a casa el primer
pago se marcaba como signo de hombría en las familias dentro de la
clase trabajadora; también estaba relacionado con ser padre. Como
padre un hombre dejaba afirmada su masculinidad. A menudo, esto
venía después de un periodo del servicio militar nacional o con el
ejército que era otra forma en la que los jóvenes afirmaban su iden-
tidad masculina. Esto les producía un nivel de seguridad en rela-
ción con la identidad masculina que una generación que creció
después de una guerra no iba a experimentar de la misma manera.
Al nunca haber luchado por su país podían sentir que todavía te-
nían que probar su identidad masculina que nunca había sido pro-
bada de manera apropiada por medio de la guerra.

Así que cuando pensamos en los jóvenes, estamos pensando acer-
ca de condiciones en particular, que se comprometen de manera
histórica con el mundo social. Pueden llevar consigo diferentes
expectativas de sus padres y distintas ambiciones propias, depen-
diendo de las culturas y sociedades en que crecieron. Si de joven
viviste en el Chile de Pinochet, en los años después del sangriento
golpe de Estado en contra del gobierno de Unidad Popular de Allen-
de, las sombras del pasado ensombrecen tu vida. Hubo preguntas
que aprendiste a no hacer y silencios que te sentiste obligado a
respetar. Hombres jóvenes compartieron cómo al cerrarse el espa-
cio público se produjo una intensificación de su vida emocional
interior y del significado de la pornografía como una forma de ex-
plorar sus identidades sexuales. Ver vídeos con los amigos creó un
espacio privado de exploración que enseñó acerca de los deseos,
de los que no se puede hablar en público. Al ver los videos en secre-
to había un reconocimiento de los deseos, de los que de otro modo
no se les podía nombrar. Al mirar atrás, los jóvenes insisten en su
significado, a pesar de las degradantes imágenes de las mujeres.

Escuchar

¿Es difícil para los padres escuchar a sus hijos adolescentes porque
a los adolescentes no les interesa compartir sus ideas y creencias
con ellos? ¿Hay un abismo que divide a las generaciones, por lo
menos por un lapso, porque no hay un lenguaje común que permita
expresar las diferencias? Si reconocemos que los jóvenes encuen-
tran el mundo de los adultos dentro de contextos especiales histó-
ricos y culturales, también tenemos que reconocer que durante un
tiempo por lo menos a ellos no les interesaba comunicarse con el
mundo adulto, al que en gran parte rechazaban. A diferencia de
una generación anterior de muchachos y muchachas, no se sienten
tan seguros de lo que el futuro les depara. Podrían tener una vaga
idea de lo que ellos esperan de una relación de pareja, pero un
matrimonio en el futuro o la idea de ser padres ya no tiene el mismo
interés en sus vidas. Reconocen que el futuro está abierto para
ellos, incluso si la economía globalizada y el declive de las indus-
trias tradicionales ya no es el trabajo seguro que sus padres podían
haber dado por hecho. El futuro más bien se presenta a sí mismo
como un tiempo de riesgo e incertidumbres.
Como jóvenes, con frecuencia empiezan a explorar con sus pro-
pios deseos e identidades. Están en la búsqueda de un tipo diferen-
te de intimidad que les permita sentirse vulnerables y en intimidad.

A menudo, a diferencia de la política sexual de los años setenta,
los jóvenes no quieren que se les defina o se les catalogue como
heterosexuales o gays o bisexuales, en relación con su sexualidad. Ya no
creen que sea un problema que de alguna manera tenga que ver
con su experiencia dentro de las categorías preexistentes. De ma-
nera similar, los jóvenes ya no tienen el mismo tipo de creencia
segura de que hay formas de familia preexistente y que sólo es cosa
de escoger la forma que te acomode. Más bien hay un reconoci-
miento extendido dentro de las culturas urbanas posmodernas de
que el individuo tiene que explorar su propio cuerpo, deseos y sexua-
lidades. Es a través de esta autoexploración con la que ellos po-
drían negociar una relación de pareja para satisfacer sus deseos y
sus necesidades. Aprecian que esta negociación implicará un com-
promiso y respeto de las necesidades de los demás como ellos los
definen.

Dentro de estos cambios en el mundo, ha habido una pérdida
de comunicación entre las generaciones. Con frecuencia los adul-
tos piensan en la “adolescencia” desde el punto de vista de una
experiencia de adulto, así que a los jóvenes se les define a través
de lo que a ellos les falta, concretamente las responsabilidades de
adulto. Hay una conciencia extendida de que las nuevas tecnolo-
gías y el internet significan que los jóvenes se comunican entre sí
por medio de diferentes tipos de realidades virtuales. Hablan y se
escuchan uno al otro más allá de los límites del estado. Compar-
ten sus propios medios de información y a menudo son escépticos
acerca de lo que los adultos tienen que decir, a sabiendas de que
están creciendo en un mundo radicalmente diferente en el que la
experiencia del pasado parece tener menor peso. Con las incerti-
dumbres del mundo globalizado, los jóvenes pueden sentir que sus
padres tienen poco que enseñarles. Podrían sentirse más abiertos
acerca de las diferencias raciales, étnicas y homosexuales, aun-
que en cuanto a esto también pueden reproducir intolerancias
como en generaciones pasadas. Esto es especialmente cierto de los
jóvenes que todavía pueden definir su identidad masculina a tra-
vés del rechazo a la vulnerabilidad y a las emociones consideradas
como “femeninas” y tan relacionadas con un callado miedo a la
homosexualidad.

El discurso homofóbico con frecuencia es una forma de auto-
protección, dado que la identidad heterosexual se establece con
frecuencia a través de un rechazo interior del deseo homosexual.
Es a través del rechazo a la “suavidad” que los jóvenes todavía
afirman su identidad masculina heterosexual. Así, podemos reco-
nocer que la homosexualidad no es sólo una opción sexual más
para agregarse a otros espacios, sino que es parte integral en la
construcción de la dominante heterosexualidad. Sin embargo, dentro
de los entornos urbanos parece ser que existe una gran disposición
para escuchar más allá de los géneros y sexualidades. Pero esto no
puede decirse tan confidencialmente en relación con las diferen-
cias étnicas y raciales. Más bien, se enfocan sobre los problemas de
diferencias de género que pueden funcionar para acallar una con-
ciencia de etnias y razas diferentes. En Chile esto es evidente en
relación con el dominante grupo indígena mapuche. Mientras que
existe un reconocimiento de una identidad chilena y una amplia
cultura mestiza, existe el rechazo a la herencia indígena en el pre-
sente. Esto es muy diferente a México, en donde la población ge-
neralmente clama que todo el mundo es mestizo y existe una
glorificación de la cultura azteca en el pasado, también existe el
rechazo a las diferencias étnicas y raciales en el presente. A las
personas no les gusta que se les recuerde que la mayoría de quienes
sirven en los restaurantes tienen la piel más oscura.

Con frecuencia las personas crecen dando estas diferencias por
hecho, ya que reflejan relaciones dentro de sí, por ejemplo, la fami-
lia de clase media, en donde las sirvientas que provienen de ex-
tracción indígena cocinan, hacen la limpieza y cuidan a los niños.
A menudo existen relaciones emocionales ambivalentes, ya que los
jóvenes con frecuencia rechazan su relación con las mujeres que
los cuidaron. Así que necesitamos ser cuidadosos para especificar a
quién se le escucha y en qué circunstancias culturales se le escu-
cha. Algunas veces los jóvenes sienten que ellos “lo saben todo” y
que no tienen que escuchar a nadie. Años más tarde podrían la-
mentar el no haber escuchado más.

El poder y la autoridad

Con frecuencia, los jóvenes se resienten cuando se les dice qué
pensar. También quieren ser escuchados y quieren pensar por sí
mismos. Insisten sobre la libertad que el mundo adulto por tradi-
ción no les ha brindado. Quieren un espacio y tiempo para sí mis-
mos para poder explorar sus necesidades y deseos individuales y
colectivos. Esto ya constituye un reto para las formas tradicionales
y patriarcales de la autoridad familiar. Los jóvenes ya no están dis-
puestos a respetar a sus padres sólo por la posición que ocupan. Más
bien insisten en que el respeto se debe a que las personas se com-
portan de determinada manera. Han cuestionado la forma
paternalista británica en donde los hombres decían: “Haz lo que
digo, pero no lo que hago”. Ésta es una forma de obediencia que ya
no tiene vigencia, ya que los jóvenes detectan la hipocresía que se
niegan a tolerar. Todavía quieren estar cerca de sus padres y con
frecuencia están preparados para pagar el precio, pero también
quieren que cambien sus padres para acercarse a ellos.
Una cultura posmoderna reconoce la crisis en las formas jerár-
quicas de respeto. Los jóvenes ya no están preparados para aceptar
las culturas de deferencia que sus padres daban por hecho. Se ha
extendido una ética igualitaria dentro de la amplia cultura del con-
sumismo que alienta a los jóvenes a reconocerse a sí mismos como
ciudadanos iguales, como portadores de derechos y obligaciones.
No es que no quieran creer en las autoridades, sino que han cues-
tionado a las autoridades tradicionales que esperan ser obedecidas
sin cuestionar.

Quieren saber quién habla y con qué autoridad. Cómo se gana-
ron su posición de autoridad y con qué autoridad hablan en rela-
ción con sus propias experiencias. Tienen dudas del tipo de autoridad
que se consolidó a través de la relación especial entre la dominan-
te masculinidad blanca de Europa y el proyecto de modernidad
como progreso. Esto le permitió a la masculinidad dominante ha-
blar con la objetiva e imparcial voz de la razón. Ésta era una voz
impersonal que hablaba de ningún lado en especial, pero que asu-
mía una enorme autoridad en relación con la otra colonizada que
era considerada incivilizada o primitiva.

Un discurso de masculinidades hegemónicas no ha cuestiona-
do a esta voz, impersonal e imparcial, pero la ha hecho propia den-
tro de la teoría de la masculinidad como una práctica social en
medio de otras prácticas sociales.

En el documento de consulta sobre la masculinidad de Bob
Connell, tenemos una identificación implícita entre los hombres y
la masculinidad que hace difícil para ambos explorar cómo han
crecido los hombres en relación con las masculinidades especiales
y también la tensión y la inquietud que los hombres sienten en
relación con las masculinidades ya existentes. Connell todavía piensa en
las masculinidades como encerradas dentro de relaciones de poder
con los otros. Más que hablar desde una posición en
particular, Connell adopta la voz impersonal del racionalismo objetivo.
Si hay espacio para los cuerpos y la vida emocional dentro del marco teórico,
éste es tan subjetivo como las consecuencias de las estructuras objeti-
vas. Esto lo hace particularmente difícil para explorar las contra-
dicciones en su experiencia de hombre y las transiciones que pasan
durante sus años de adolescencia. Está encerrado más bien en un
pensamiento acerca de las confrontaciones diversas que los jóve-
nes tienen en relación con el mundo adulto.

La teoría estructural de Connell permanece dentro de los tér-
minos de una modernidad que por sí misma clasifica dentro de los
términos de una masculinidad blanca dominante. Al exponer los tér-
minos de un marco teórico que se establece sólo a través de la
razón, hay poco espacio para escuchar las voces de los jóvenes mis-
mos. Más que una diferencia que establece entre la vida emocio-
nal como “terapéutica” para contrastarla con la “política” que se
considera exclusivamente en términos estructurales, asume una
posición de autoridad que fácilmente funciona para desairar las
voces de los jóvenes que de otra forma también quisiera escuchar.
En forma más precisa, no hay espacio para un diálogo en el que los
jóvenes puedan explorar sus relaciones complejas con las masculi-
nidades complejas. Ni tampoco hay espacio para que ellos puedan
desafiar a las relaciones tradicionales de autoridad dentro de la
familia, en donde se espera que escuchen y obedezcan más que
oírse y respetarse a sí mismos.

Dentro de la visión jerárquica de respeto, se le debía obedien-
cia a aquellos que estaban en una posición de poder. Dentro de las
relaciones más democráticas de familia, el respeto se gana a través
de la experiencia y el comportamiento. A los jóvenes les preocupa
la cuestión de las jerarquías, incluyendo las jerarquías de las mas-
culinidades, las cuales cierran el diálogo y la comunicación. Ellos
no quieren que se les diga lo que tienen que hacer, lo que tienen
que creer, sino que insisten en la libertad para obtener sus propios
resultados en cuanto a sus creencias y valores.

Quieren espacio para sus propias relaciones y quieren que sus
padres los apoyen sin esperar demasiado a cambio. Esto puede resultar
difícil de aceptar por los adultos. Sin embargo, si queremos cuestio-
nar a las grandes narrativas de la modernidad, incluyendo a aquellas
enmarcadas en términos de las masculinidades, tenemos que abrir-
nos para escuchar lo que los jóvenes tienen que decir. Tenemos que
reconocer que no son necesariamente desafiantes todas las formas
de autoridad o la autoridad establecida en contraste con la libertad.
Más bien lo que quieren son “buenas” autoridades que no se basen
en la obediencia de aquellos que han sido obligados a guardar silencio.
De manera similar, pueden reconocer la necesidad de disciplina
en sus propias vidas, pero cuestionan las formas de obediencia que
se espera que sean automáticas. Quieren tomar parte en la forma-
ción de los nuevos estilos de las relaciones íntimas y familiares.
Reconocen que los modelos que heredamos del pasado ya no le
dicen nada al presente que vivimos. Quieren el respeto y la con-
fianza de sus familias, sabiendo que necesitan tiempo y espacio para
explorar sus propios valores y creencias. Si éste es un tiempo en el
que los jóvenes toman riesgos, también es un tiempo en el que exi-
gen honestidad y rectitud de aquellas personas que podrían traba-
jar con ellos.

Los jóvenes quieren ser capaces de ejercer el poder sobre sus
propias vidas. Han crecido con relaciones de género más equitati-
vas tanto en el hogar como en la escuela, y están menos preocupa-
dos con los problemas de igualdad de género que la generación
pasada. Como las mujeres jóvenes son escépticas al identificarse a
sí mismas con el feminismo, en parte porque no quieren limitar las
oportunidades abiertas a ellas; así los hombres jóvenes están menos
preocupados con la relación entre los hombres y el feminismo de lo
que están acerca de cómo vivir unas vidas significativas y abiertas
como hombres.
Quieren explorar “en dónde están” sin el moralismo
que todavía persigue mucho al feminismo, así como las visiones de
Connell sobre las “masculinidades hegemónicas”. Al mismo tiempo
esto tendrá una especial atracción en América Latina, por ejem-
plo, en donde hay tanta distancia social entre los intelectuales ra-
dicales y los movimientos sociales con que también se relacionan.

En este contexto es más fácil desairar a los grupos de hombres que
se preocupan exclusivamente de mejorar las vidas personales de los
hombres, mientras que la única preocupación del feminismo es
“cambiar al mundo”. Encontramos ecos de un marxismo sin rees-
tructurar, que todavía se tiene que replantear de manera lo suficien-
temente profunda, sobre su relación con un proyecto de modernidad
masculina.

Como jóvenes, no quieren ser identificados con el poder que
tienen en relación con las mujeres, porque saben que en muchas
áreas de sus vidas se experimentan por sí mismos alejados del po-
der. No quieren vivir las masculinidades de una generación ante-
rior, sino que quieren explorar “lo que significa ser hombres” en sus
propios mundos. No quieren tener que negar su amor, calor y ternura
para vivir una visión de masculinidad que ya no parece verdade-
ra para su propia experiencia y sus posibilidades.

La mujer roza la igualdad (pero en la ficción)



Escena de Mujeres desesperadas

Escena de Mujeres desesperadas


Las series rompen con los tópicos y las colocan en roles hasta ahora masculinos

ISABEL GALLO - EL PAÍS Madrid - 26/02/2009

¿Se han roto los estereotipos de género en las series? No, pero se detecta una tendencia positiva respecto a la situación de hace tres años. A esta conclusión ha llegado el estudio Construcción de género y ficción televisiva en España***(pdf), escrito por Elena Galán, profesora de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III, de Madrid, tras analizar varias producciones nacionales e internacionales desde 2005.

A pesar del avance, aún se nota la escasez de directoras y productoras

Para Galán cada vez son más frecuentes las tramas donde la mujer adopta roles, hasta ahora, feudo de los hombres. "Existe una evolución en los contenidos, propiciados por los cambios sociales, que muestran un nuevo modelo de mujer que trabaja fuera de casa y tiene un mayor poder adquisitivo". Y así, ahora, los personajes femeninos se convierten en directoras de centros de urgencias (Hospital Central) -"después de ofrecerle primero el cargo a un hombre", recuerda Galán- o en jueces (Acusados) pasando por inspectoras de policía (Cazadores de hombres), directoras de Instituto (Física o química) o altas ejecutivas (Mujeres desesperadas).

A pesar de esta transformación, la profesora alerta de que a menudo siguen representándose bajo los mismos tópicos, asociados "con el mundo de las emociones, la pasividad o la maternidad y la sexualidad", incluso continúan "preservando el orden en el ámbito doméstico y sacrificando en ocasiones su crecimiento laboral". Galán lo achaca, entre otras causas, "a la escasez de directoras, guionistas y productoras en los equipos". "De esta forma no puede darse una visión compartida de la realidad", remata. Y de ahí el abuso del estereotipo, "un recurso muy usado en televisión".

Para la profesora, "la repetición de modelos rápidamente identificables por el público hace que comprendan mejor el planteamiento y se enganchen enseguida a la historia", dice. "Se trata de dar al público lo que espera sin que piense demasiado o tenga que romper sus propios prejuicios".

El estereotipo, según Galán, se confunde en infinidad de ocasiones con el prejuicio y se olvida que puede transmitir también modelos de socialización positivos que hagan visibles determinadas situaciones aún no asumidas del todo, como la inmigración o la homosexualidad femenina.

En sus investigaciones, Galán también ha observado que las profesionales de las series se ven obligadas a demostrar su capacidad y por eso eliminan rasgos de debilidad o sensibilidad. "Visten como mujeres, pero se comportan como hombres en su forma de pensar o de actuar". "No obstante, acaparan puestos antes ocupados por los personajes masculinos y normalizan una situación", indica la profesora, que apunta que en las relaciones amorosas "ahora son ellas también las que toman la iniciativa y deciden cuándo iniciar o terminar el affaire".

Por último, Galán pone a Mujeres, la serie que emitió La 2 en 2005, como ejemplo de por dónde debe discurrir la ficción. Para ella, el mérito de esta producción de El Deseo (compañía de Almodóvar) es que retrata a "unas mujeres de verdad, que hablan de la vida real y de sus problemas cotidianos, aunque con humor". Menos crédito le merece Sexo en Nueva York, ficción que ha examinado con lupa. "Están muy cualificadas y parecen muy transgresoras, pero en el fondo si no encuentran a su príncipe azul se sienten muy frustradas", resume.


Esto es lo que dice el estudio sobre el perfil psicológico de las protagonistas:

...se pueden observar claramente las diferencias que existen en cuanto a la dedicación profesional –médicos y policías–.

Las mujeres que trabajan en «Hospital Central» son mujeres muy preocupadas por hacer bien su trabajo, responsables y cuidadoras. Muchas de estas mujeres quieren ascender a puestos de responsabilidad y encuentran trabas para compaginar vida familiar y profesional, o son solteras, pudiendo disponer de más tiempo libre para dedicar a su formación, lo que les permite ascender
en la escala laboral sin tantas dificultades. En general, son mujeres decididas, seguras, pero cuestionadas a menudo por parte de sus superiores –normalmente hombres–. Tienen la misma formación que sus compañeros y trabajan en igualdad, aunque se constata en ellas una mayor preocupación por los asuntos familiares y personales y no manifiestan, tanto como los hombres, inquietudes profesionales.

En el caso de las mujeres policías son, por lo general, físicamente atractivas pero con un perfil característico: de temperamento fuerte y constante, intentan hacer un trabajo tradicionalmente masculino, por lo que continuamente se ven obligadas a demostrar su capacidad y, para ello, eliminan cualquier rasgo de sensibilidad o lo ocultan bajo una máscara de frialdad.

A pesar de ser femeninas en su manera de vestir, desempeñan un rol masculino en su manera de pensar o percibir la realidad, cohibiendo su lado más emocional e intentando guiarse por el racional, al igual que hacen sus compañeros.

En ambas series se produce un cambio en el papel ejercido por las mujeres en las relaciones amorosas.Ahora son ellas las que, en muchas ocasiones, toman la iniciativa y deciden cuándo comenzar o terminar una relación, desempeñando un rol menos tradicional.

El principal objetivo de los personajes femeninos ya no es casarse y formar una familia, sino desarrollar una carrera profesional satisfactoria.

Sobre el perfil sociológico de las protagonistas:

...son mujeres que suelen vivir solas o comparten vivienda con parejas temporales. Existen solamente tres mujeres casadas en las dos series analizadas y en dos de estas parejas se produce una infidelidad por parte del marido, lo que conduce o está a punto de conducir, a la ruptura. El perfil de la mujer casada es el de una profesional de grado medio, sin ambiciones o metas, cuidadora, controladora y dependiente.


Las mujeres de «Hospital Central» pasan la mayor parte del día trabajando y dejan a sus hijos en colegios, guarderías o con algún familiar. Al tratarse de mujeres solteras, separadas o divorciadas, la dificultad es mayor y se hace patente en más de una ocasión. Los problemas
en la educación de los hijos son frecuentes. Éstos, con una edad comprendida entre los 5 y 18 años, suelen presentar problemas de atención en los estudios, sacan malas notas y son conflictivos, lo que hace que en ocasiones acudan al centro de trabajo de sus progenitores
porque nadie puede hacerse cargo de ellos.

Las mujeres de «El Comisario» son también madres divorciadas, separadas o solteras en su mayoría –exceptuando los casos anteriores o porque durante la emisión de la serie llegan a formar pareja estable–. Éstas últimas, con una edad aproximada de treinta años, se pasan el día en el trabajo y hablan sobre casos que resolver o sobre problemas personales. Son mujeres
solitarias, sin demasiados amigos y se relacionan sobre todo con gente de su profesión. Actúan de un modo parecido a los personajes masculinos y mantienen un trato distante con éstos.

En general, las mujeres de las dos series analizadas se ocupan tanto del trabajo como de la familia –pero siempre durante su jornada laboral–. Hablan entre sí de sus problemas familiares y suelen ser atentas con la gente que solicita su ayuda, si bien existen conflictos.

Los estereotipos de género están tan interiorizados en nuestra cultura, que se transmiten a menudo de un modo indirecto y precisan análisis profundos y elaborados para poder ser detectados, corregidos y adaptados a las nuevas circunstancias sociales.


Sobre el aspecto físico de los personajes femeninos: la obsesión por la belleza

El culto al cuerpo y la importancia del aspecto físico en la sociedad contemporánea son aspectos reflejados en las series investigadas. En los análisis de los personajes se extrae cómo más de la mitad son atractivos o muy atractivos y escasean los personajes poco atractivos, lo cual es importante y significativo. Tal y como recoge Charles (1998), los medios de comunicación tienen una gran influencia en la sociedad al transmitir modelos de belleza que influyen en la construcción de la personalidad de los jóvenes inculcándoles, desde la infancia, cómo deben ser o qué prototipos imitar.

El aspecto físico de los actores es un gancho para atrapar al espectador, pero también envía un peligroso mensaje: la apariencia influye a la hora de alcanzar el éxito profesional o de tener relaciones sentimentales. Por otro lado, al relacionar el aspecto físico con la edad, se advierte que los personajes de más de cuarenta y cinco años siguen siendo atractivos y de aspecto juvenil; lo que ratifica lo expuesto anteriormente: la importancia del físico, a cualquier edad, en los distintos ámbitos
–social, laboral o afectivo–.

Una de las profesiones que más se relacionan con el culto al cuerpo y la anorexia, en las series, es la de modelo. Se trata de chicas muy jóvenes –entre 14 y 16 años–, extremadamente delgadas y con trastornos alimenticios, que no admiten su enfermedad; incluso en alguna ocasión, ésta es potenciada o conocida por alguno de sus familiares. La edad de las mujeres representadas en las dos series, con patologías de este tipo, comprende desde los 14 a los 16 años.

Sobre la personalidad y el temperamento de los personajes femeninos

El temperamento puede considerarse como el esqueleto de la personalidad y expresarse en términos de aprendizaje asociativo, basado en las emociones y desarrollado en la infancia. El temperamento que mejor define a los personajes en el análisis de las series es el sensitivo (31,2%), pues se pretende destacar que las profesiones elegidas –médicos
y policías– son vocacionales y responden a inquietudes sociales y altruistas.

El temperamento es, además, un dato importante al relacionarlo con otras variables como la edad o el sexo. En la segunda correlación (sexo-temperamento), aparecen nuevos estereotipos: las mujeres son fundamentalmente sensitivas, mientras que los hombres son reflexivos. Es decir, las primeras se dejan guiar más por los sentimientos, son emotivas y altruistas, lo que provoca no pocos errores es sus actos, mientras que los hombres son más cerebrales, piensan detenidamente sus decisiones y actúan guiados por la razón y no por los sentimientos.

Como puede apreciarse, se reiteran atributos tradicionalmente asignados a los conceptos «femenino» y «masculino». Según el Centro de Investigación Social,
Formación y Estudios de la Mujer3, al primero se le adjudica los siguientes rasgos psicológicos: débil, emotiva, dependiente, despilfarradora, sumisa, educada, insincera y habladora. Por otro lado, y según González y Núñez (2000), las responsabilidades de la mujer se reservan al cuidado del hogar y de los hijos; mientras que lo masculino es caracterizado con los siguientes atributos: dominante, agresivo, independiente, orientado hacia el trabajo y poco vinculado a lo doméstico –aspecto que se aprecia en ambas series si además se tiene en cuenta que la mayor parte de sus guionistas son hombres, reincidiendo en tópicos y estereotipos–.

¿De qué hablan los hombres y las mujeres en las series, mientras trabajan? Más de la mitad de las conversaciones establecidas entre los personajes de las series tratan sobre temas personales, pero el porcentaje de temas profesionales es también muy significativo (41,1%), lo que pone de manifiesto la principal característica de este tipo de formatos, donde los temas relativos al ámbito laboral van adquiriendo cada vez más importancia y dotan de realismo el contexto en el que se desarrollan estas series. Sin embargo, existen algunas diferencias entre las conversaciones establecidas por los personajes masculinos y femeninos pues se cumple una división tradicional de las tareas: las mujeres se ocupan fundamentalmente de la familia y del hogar y los hombres de los conflictos laborales...


jueves, 12 de febrero de 2009

HACERSE HOMBRE EN MONGOLIA




En las llanuras nevadas del norte de Mongolia viven los nómadas Tsaatan. El joven Quizilol y la hermosa Solongo están enamorados. Quizilol debe convencer al padre de Solongo de que es suficientemente hombre como para casarse con su hija. Para ello deberá demostrar que es capaz de dedicarse a la cría del ganado de renos él solo. Su familia le da un joven semental para que comience. Pero durante una fuerte ventisca el reno se escapa a las montañas. Si el animal cruzara la cercana frontera rusa se perdería para siempre. El joven Quizilol depende únicamente de sí mismo para capturarlo. Solo podrá casarse con Solongo si consigue recuperar el animal...


HACERSE HOMBRE EN MONGOLIA
Mejor documental de Cultura de Montaña. Festival de Cine de Montaña Banff 2008. Canadá.
Realizador: Hamid Sardar
Productor: ZED
País de Origen: Francia
Año de Producción: 2008
Fecha de emisión: Viernes 13-2-2009, 23:00h
Sábado 14, 8:00/15:00h

Tabaco y género

Tabaco y mujeres liberadas, un binomio perverso

M. CHAVARRÍA
LA VANGUARDIA, 11 de febrero de 2009

Barcelona La UE ha dado a conocer un informe que demuestra que existe una menor cantidad de monóxido de carbono (CO) procedente del humo del tabaco en las mujeres que en los hombres . A juzgar por las cifras, las mujeres inhalan de forma diferente: efectúan un menor número de caladas por cigarrillo y aspiran el humo con menor intensidad. Una diferencia que, aunque en menor grado, se produce también entre las y los fumadores pasivos.

Este es el primer estudio que demuestra que hombres y mujeres –en general– consumen aún hoy el tabaco de forma distinta, si bien esa disparidad era más acusada cuando ellas se iniciaron y el suyo era un gesto de modernidady distinción. Tradicionalmente se ha considerado que los hombres utilizan el tabaco de manera más compulsiva y reconcentrada, mientras que las mujeres hacen un consumo exhibicionista, ceremonial y pausado. La boquilla que las señoras sostenían en las pantallas de la primera mitad de siglo XX –con su transversal efecto felación– obedecía, sin más, a una estrategia de seducción.

Pero aquel arquetipo de moderna y, aún más, de mujer liberada, como si en el acto de fumar las mujeres rompieran con el orden establecido, no dejaba de ser perverso, afirma la psicóloga Carme Freixa. “Se trataba de una gestualidad asociada a un veneno. Lo que tenía un valor social de mujer que rompe con las normas era una sustancia nociva asociada a su propio cuerpo”, esgrime. “Pasabas a ser la más moderna, lo que asociado al fumar significaba que eras la mejor secretaria de tu jefe, porque siempre tenías un jefe, para cuya mirada oblicua estabas siempre a punto; o significaba que eras una ama de casa moderna, que llevabas a los niños en coche al colegio, mientras los electrodomésticos te liberaban de todo y estabas lista para acompañar a tu marido a fiestas importantes. Y luego estaba la señorita de vida alegre, la vampiresa, la que siempre era la otra, la culpable de las separaciones y las rupturas de la familia”, concluye Freixa.

Hoy, en cambio, no hay muchos guiones contemporáneos en los que las mujeres fumen. Y si las hay, “son unas histéricas neuróticas, las Bridget Jones. Es decir, somos tan volubles que no conseguimos ni bajar peso ni dejar de fumar, mientras que los personajes varones fuman porque son pasotas”.

Seducción con la mirada (artículo de 2004)

LA VANGUARDIA, 29-8-2004, MARICEL CHAVARRÍA

Seducir: el gusto por provocar, el placer de gustar, de ofrecer una imagen cuidada o extravagante... eso es para la mayoría de los jóvenes y adolescentes el arte de la seducción. Lo consideran en buena medida un guiño, el juego de un momento.

Pero mientras el culto al cuerpo y la fiebre generalizada por mostrar el ombligo sin complejos contribuyen al calentamiento de la Tierra –o al menos al de la economía de mercado–, estos jóvenes confiesan que lo que realmente les atrae del otro es... su mirada y su personalidad. En suma: que la belleza no lo es todo o, al menos, no siempre. Ironía y determinación se hallan entre las claves de las estrategias de conquista en boga.

Los estudios de marketing demuestran que la belleza no es decisiva: la clave reside en la personalidad.

Seguir leyendo (pdf) en...


http://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/2004/08/29/pagina-30/33664984/pdf.html?search=MARICEL%20CHAVARR%C3%8DA


y


http://hemeroteca.lavanguardia.es/preview/2004/08/29/pagina-31/33664986/pdf.html?search=MARICEL%20CHAVARR%C3%8DA

Sedúceme sin humo


La cultura del tabaco languidece en la ficción y en la vida cotidiana. ¿Qué gestos sustituirán la erótica del fumar?

LA VANGUARDIA, MARICEL CHAVARRÍA - Barcelona - 11/02/2009

Una pandemia que va camino de eliminar a más de 175 millones de personas de aquí al 2030 no podía seguir siendo para los intérpretes de Hollywood eso que entre la profesión se conoce como un adaptador gestual. El tabaco, estrategia de seducción por excelencia en el cine, languidece en la ficción más aún que en la vida real. Se impone lo políticamente correcto y el personaje que antes fumaba, hoy tiene la nevera llena de botellines de Perrier. Y es un enigma el modo en que dramaturgos y guionistas prescinden de la erótica del fumar, de ese abrir de labios acercándose el pitillo y esa displicencia al alejarlo; de esa mano entreabierta; esa turbadora gestualidad, entornar de rostros y mirar oblicuo a que daba pie el humo. ¿Qué ademanes los sustituirán? Miradas y retórica verbal. "Un creador no debe renunciar a nada. Si fumar tiene un sentidooun valor, no debe ser sustituido. Pero es cierto que hoy fumar significa algo más que hace 20 o 40 años, implica posicionarse, pues el humo es motivo de conflicto", dice Pepelú Guardiola, subdirector y profesor de interpretación en la Escola Superior d'Art Dramàtic del Institut del Teatre. ...

... El tabaco es un problema más de atrezo, igual que eliges la ropa del personaje o te acercas a sus costumbres... Y como en España se sigue fumando, en el cine también". ¿Sigue siendo ´cool´? En el cine comercial fumar ya no va ligado a lo cool,si bien según un estudio alemán publicado en Lancet, los protagonistas que fuman resultan más atractivos entre el público joven que también fuma. En el cine futurista, no obstante, nadie fuma. El tabaco sería, pues, algo que superar y que, desde luego, ya no responde a determinado gesto de la masculinidad, explica Anacleto Ferrer, profesor de Estética en la Universidad de Valencia. "La seducción es uno de los tres tópicos a lo que desde el cine clásico se asoció el tabaco: el pitillo era el pretexto para conocerse y, al mismo tiempo, aparecía asociado a la celebración del sexo". Los otros dos eran la masculinidad (en el cine negro y bélico) y la marginación (el niño que debía abandonar su infancia y encendiendo un pitillo se hacía mayor). ...

IR A...

Null


¿Por qué es tan importante la gestualidad en la seducción?


La seducción es un complejo ritual de gestos y de palabras, una fascinante liturgia de actos verbales y paraverbales, un movimiento de revelación y de ocultación, de acercamiento y
de distanciamiento. El objetivo final de tal proceso consiste en suscitar el deseo del otro.

Lo corporal tiene un papel decisivo en este ritual, puesto que lo primero que captan los otros
de nuestro ser es su realidad empírica: rostro, manos, la disposición del cuerpo en el espacio, el balanceo del andar, la indumentaria, que, simultáneamente, oculta y revela. Como se expresa en un texto sagrado del budismo, el ojo es la principal fuente del deseo, de ahí la necesidad de causar una buena imagen.

Además de este órgano, también desempeñan un papel determinante los sentidos del olfato
y del oído. La voz puede tener un enorme poder de seducción. Recuerden el clásico episodio de Ulises, cuando en su viaje a Itaca se ata a unmástil para no sucumbir al poderoso canto de las sirenas. Los hay que encantan con su voz, a pesar de no ser agraciados físicamente, pero
también el olor es determinante. El olor que desprende un cuerpo puede suscitar, con intensidad, el deseo de proximidad, pero también puede tener el efecto contrario: la repulsa.

En el arte de seducir, el cuerpo tiene, pues, un papel decisivo, pero sobre todo la expresión
que adopta en el espacio. Los elementos más expresivos son el rostro y las manos. El rostro,
más allá de ese fragmento de piel formado por ojos, nariz y boca, es pura expresión, comunica,
deja intuir un secreto en el alma ajena, y es esa ocultación la que enciende el motor del deseo.

En el arte de la seducción, el secreto tiene un valor preponderante. Seducir consiste en
ocultar y dejar entrever, en insinuar algo de lo que hay, pero no revelarlo, pues lo que realmente excita la curiosidad es lo que está velado. Como expresa Søren Kierkegaard en El diario de un seductor, seduce el velo, pero no la exhibición de la desnudez.

La seducción primaria parte del cuerpo, pero más allá está la seducción sutil, que juega con
otros elementos como el sentido del humor, la conversación inteligente, la amabilidad. Esta seducción no se nutre de elementos gestuales, sino de cualidades intangibles de la persona.

FRANCESC TORRALBA ROSELLÓ
Director de la Cátedra Ethos de la URL

La crisis del adicto al éxito

La dependencia del éxito profesional es una adicción muy peligrosa en los tiempos que corren, cuando la crisis no respeta a nadie. El paro puede ser la tumba psicológica de muchos triunfadores

ANNA GRAU | NUEVA YORK, Abc, 11 de Febrero de 2009

Primero se habló de los «workholics», los alcohólicos del trabajo. Ahora la patología de moda en Estados Unidos es la «adicción al éxito», eso es,la dependencia del éxito profesional como de una droga. Se trata de una adicción muy peligrosa en los tiempos que corren, cuando la crisis no respeta a nadie. El paro puede ser la tumba psicológica de muchos triunfadores.

Ser adicto al éxito parece un problema de gente sin verdaderos problemas. ¿Cómo se va a comparar una cosa así con no poder pagar la hipoteca, el seguro médico o la calefacción? Y sin embargo estudiosos de la conducta citados esta semana por «The Wall Street Journal» advierten del peligro de una cascada de graves depresiones en cadena en los niveles más altos de la pirámide profesional. El adicto al éxito no se enfrenta sólo a los dramas prácticos asociados a la pérdida del escalafón o del trabajo. La crisis se convierte para él en una crisis de identidad.

Brillantes periodistas

Esta patología golpea con particular dureza a personas que no se limitan a ganar dinero sino que desempeñan trabajos muy apasionados o creativos. Hace estragos por ejemplo entre brillantes periodistas de periódicos regionales que en los últimos tiempos se han enfrentado a salvajes reducciones de plantilla. Paul Wenske, reportero de investigación desde que tenía uso de razón,confiesa que se sintió en el limbo cuando los ajustes en el Kansas City Star lo dejaron en la calle. «De repente te miras al espejo y te preguntas: ¿quién soy yo?», cuenta.

«Es como tener todo tu dinero invertido en una sola acción, que es tu trabajo», describe Robert Leahy, director del Instituto Americano de Terapia Cognitiva de Nueva York. Los expertos insisten en que estas personas se identificaron «inmoderadamente» con su trabajo en parte porque les iba tan bien que a lo mejor eso les eximía de plantearse otros aspectos menos triunfales de su existencia.

Los consejos que dan los especialistas parecen verdades de Perogrullo: no cifrar la autoestima (o no sólo) en lo que uno hace sino en lo que uno es, no apostar el propio orgullo a glorias en el fondo efímeras (el éxito va y viene) sino en cualidades estructurales y permanentes, como la honestidad personal, la red familiar y social, etc. Abrir el foco de las amistades puede ser clave para personas que han vivido demasiado encerradas en un círculo donde tanto ganas, tanto vales.

Hay quien de repente se encuentra siendo víctima de sus propias trampas: por ejemplo, mostrar simpatía hacia los que sufren el paro pero pensar en el fondo que estar así es una vergüenza. La brusca cesación del éxito profesional obliga a enfrentarse a muchos fantasmas a cara descubierta.
El trago es amargo pero a veces cura. A Michael Precker, antiguo editor del Dallas Morning News, y a Steve Roman, que durante dieciocho años dirigió las relaciones públicas del banco más importante de Arizona, les costó mucho «divorciarse» de las marcas laborales que ya consideraban su segunda piel. Pero encontraron nuevos trabajos o fundaron sus propios negocios y ahora llevan una vida mucho más relajada, con los pilares del status mucho más repartidos.

Ser adicto al éxito parece un problema de gente sin verdaderos problemas.¿Cómo se va a comparar una cosa así con no poder pagar la hipoteca, el seguro médico o la calefacción? Y sin embargo estudiosos de la conducta citados esta semana por «The Wall Street Journal» advierten del peligro de una cascada de graves depresiones en cadena en los niveles más altos de la pirámide profesional.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Publicidad y género: la mujer desde la mirada masculina. 'Superwoman' de ficción.



Fuente: EXTRA PUBLICIDAD EL PAÍS, 31 de enero de 2009

http://pdf.elpais.com/archivo/pdf/20090131elpext_1@72.pdf


INMACULADA DE LA FUENTE

Un niño en un brazo, un portafolio en el otro y la mirada dividida entre el hogar y la oficina. Es una de las imágenes de la nueva mujer que ofrece la publicidad. Es la mujer tridimensional: trabajadora, madre y amante entregada, y ama de casa en mayor o menor grado. Una superwoman ficticia, ya que nada indica que llegue a todo o que su sueldo sea el de una ejecutiva. Un creciente número de estas mujeres, que apenas duermen seis horas y que se mantienen sin ojeras y sobre altos tacones durante la jornada, aguanta gracias a una medicación recurrente. Anunciantes y publicitarios han desterrado ya a la maruja de los años ochenta, arreglá pero informal.

ERIC DREYER

Ahora impera una mujer delgada y activa que, lejos del viejo chándal, va vestida a la moda tanto si da la merienda a sus hijos como si camina hacia el gimnasio. Es mujer por acumulación: trabaja fuera, pero los anuncios la sitúan en el hogar como escenario preferente.

Raras veces aparece como una profesional a secas o interesada en algo diferente a la salud bio o la cosmética. Algunas campañas le dan un toque audaz y la muestran tomando la iniciativa frente al hombre o incluso dándole una palmada en el trasero. “En realidad, la masculinizan al adjudicarle comportamientos de varones. ¿Cuántas mujeres hacen eso?”, opina Pilar López Díez, doctora en Ciencias de la Información y autora de diversos informes para el Instituto de la Mujer. La rebeldía se deja para las más jóvenes.

Como contrapartida, la mujer madura que rebasa los 60 absorbe el papel de ama de casa que cocina o limpia “como antes”. Hay una edad invisible: la mujer al filo de los 50 apenas existe. O permanece en unos difusos 40 años, todavía joven, o pasa a ser una saludable abuela que previene achaques y pérdidas de orina mientras hace de canguro, cuida a familiares dependientes o disfruta de una feliz jubilación. De Corporación Dermoestética a los viajes del Inserso, podría ser su aparente trayectoria. Son muchas mujeres en una. No siempre es real, pero sí cada vez más próxima.

Los anuncios representan el mundo en que vivimos, y pocos rompen moldes. El cambio de imagen ha sido visible, pero controlado. Antes de la llegada de la democracia, el modelo habitual era una madre de familia que lavaba más blanco y que hablaba de detergentes con sus vecinas. El hogar recaía sobre sus espaldas. Qué bello era cocinar, planchar, lavar y congelar con la publicidad y sus buenos aliados. Apenas tenían derechos, pero iban al mercado a diario y su opinión era determinante en alimentación, ropa y electrodomésticos.

El ama de casa era un filón porque tenía la decisión de compra de cara al gran consumo. Hoy la realidad es otra. Aunque la mujer sigue siendo la principal abastecedora del hogar, el hombre también puede hacer la compra. Y a la vez han surgido los hogares unipersonales o las parejas sin hijos”, explica Marisa de Madariaga, vicepresidenta de la Asociación Española de Agencias de Publicidad (AEAP) y consejera delegada de El Laboratorio.

“Se ha pasado de un enfoque global a una publicidad más sectorial: banca, seguros, telecomunicaciones. Se ha abandonado el perfil sociodemográfico de franjas de edades o de vida urbana o rural para dirigirse a colectivos que tienen un similar estilo de vida: ecologistas, sibaritas, jóvenes”, asegura Madariaga. En los años setenta, las amas de casa eran ante todo madres y esposas. Al no percibir compensación económica directa a cambio, una marca de café se inventó el oportuno reclamo de sortear entre ellas un sueldo anual. Madres y esposas para todo, su imagen recatada se encontraba a años luz de las estadounidenses, que ya habían inundado de electrodomésticos el sueño americano.

La publicidad norteamericana de los años cincuenta las retrataba así: cintura de avispa, tacones y faldas amplias, aunque retiraran del horno un pavo asado. Algunas volvían al hogar después de haber suplido a los hombres en el mundo del trabajo durante la II Guerra Mundial. De jóvenes habían sido libres. Las revistas femeninas surgidas en los felices años veinte y en la década de los treinta impulsaron anuncios innovadores dedicados a una mujer moderna que llevaba el pelo a “lo garçon, estudiaba ya en la Universidad o se mostraba pionera”, evoca López Díez. La II Guerra Mundial acabó con todo aquello. “Desde 1947 se imponen vestidos largos y escotes palabra de honor entre las universitarias norteamericanas y europeas. No por casualidad surge una campaña que les invita a “aprender cosas fuera de los libros”. Por ejemplo, a cocinar y a educar a sus futuros hijos. “Así activaban la economía de la posguerra que tantos beneficios trajo al país y que dio lugar al baby-boom”, señala López Díez. Los electrodomésticos les harían felices. Su reclusión sería dorada.

Las españolas, más pobres, siguieron sus pasos. Fascinadas por las amplias cocinas de ese cine americano que les ayudó a evadirse de la austeridad de la posguerra, empezaron a reclamar hornos, frigoríficos y lavadoras. Hasta preparaban una copa a su hombre cuando éste llegaba a casa. Cuidado, tenía que ser Fundador, no fuera a equivocarse. Las marcas de brandy halagaban en aquellos tiempos al hombre, su potencial cliente, en su vertiente machista. Después de todo, Soberano “era cosa de hombres”. Aunque el señuelo fuera una mujer, como esa modelo de Terry que aparecía en lontananza desnuda sobre un caballo.



Armas de mujer como reclamo para vender mejor una bebida. A la izquierda, imagen retro de un producto intemporal asociado al eterno femenino: las medias. Junto a estas líneas, un anuncio que cosechó denuncias en El Observatorio de la Imagen de la Mujer: el de niñas de rasgos orientales maquilladas que parecían incitar al turismo sexual.

La sociedad ya no es la misma y la publicidad se ha renovado, pero algunos expertos consideran que el cambio ha sido más de imagen y estilismo que de identidades. Madariaga reconoce que “los anuncios reflejan el país y persisten enfoques conservadores que las agencias no podemos cambiar por propia iniciativa. Si un cliente te pide una familia tradicional, en la que la mujer ya no está en la cocina, pero pone la mesa mientras el hombre lee el periódico o, como mucho, abre una botella, no puedes ir mucho más allá, ni por delante”, afirma. “Otra cosa es que seamos conscientes de nuestra capacidad para transformar las cosas y que nos mostremos sensibles a problemas como la anorexia, o que colaboremos en campañas altruistas (como con Cruz Roja, FAD) o institucionales”, prosigue.



NUEVAS CONTRADICCIONES

Las contradicciones entre la tradicional ama de casa que pervive en ciertos anuncios y la nueva mujer estresada que aflora en otros son múltiples. Pilar López Díez piensa que hasta ahora “la mirada masculina ha sido determinante: se nos representa desde el poder masculino, como ellos nos ven”, argumenta. Ahora ellas empiezan a tener algún poder, pero hasta que no haya más compartiéndolo (hasta constituir lo que se llama masa crítica), esa influencia “pende de un hilo”, continúa. La superwoman, además, “no transgrede los viejos estereotipos, sino que los fortalece y adopta otros nuevos”, añade López Díez. Da una imagen moderna, pero su actitud todoterreno no incita al cambio del hombre ni al reparto de tareas.



La mujer como objeto sexual ha sido una tentación clásica en el mensaje publicitario. La liberación de costumbres ha fomentado que una fijación que ya era intensa “fuera del desnudo gratuito al llamado porno-chic”, definido, recuerda López Díez, como la recreación de situaciones de violencia sexual o física contra las mujeres dentro de una puesta en escena cinematográfica “que banaliza el maltrato o la violencia que sufren”, según las organizaciones de mujeres. Algunos creativos o anunciantes parecen sentir una atracción fatal hacia ese cuerpo femenino susceptible de vender automóviles, relojes o prácticamente cualquier cosa. La mirada masculina está tan presente que hasta en anuncios de cremas o compresas, destinados a consumidoras, aparece el ojo masculino: a través de él, la cámara añade sensualidad y no sólo higiene.




El Observatorio de la Imagen de las Mujeres, creado en 1994, es un fiel termómetro que mide el sexismo en la publicidad. La autorregulación de las agencias publicitarias ha dejado atrás los mensajes burdos o el desnudo gratuito. Pero la Ley Integral contra la Violencia de Género ha sido decisiva para desterrar la utilización el cuerpo femenino como objeto. “Somos muy cuidadosos. No vale todo, pero no se puede renunciar a la sensualidad o al humor. Es algo presente en nuestra sociedad y a veces personas concienciadas o puntillosas tienden ‘a matar al mensajero’ en vez de reconocer que la publicidad no lo fomenta, sino que, en todo caso, lo refleja”, agrega Madariaga. “Hay una media anual de 164 campañas que suscitan el rechazo de particulares o colectivos”, aclara María Jesús Ortiz, jefa del Servicio de Medios de comunicación e Imagen del Instituto de la Mujer. En 2006, el Instituto de la Mujer recibió 546 denuncias contra 207 campañas publicitarias. En 2007, una de las más contestadas fue un anuncio de Arman con dos niñas de rasgos orientales y muy maquilladas en el que los denunciantes vieron una posible invitación al turismo sexual. La controvertida campaña de Dolce & Gabanna en la que una mujer aparecía medio acostada y rodeada de cuatro modelos masculinos mereció la denuncia de oficio de El Observatorio y fue retirada. Ortiz aprecia un paulatino avance en los mensajes que invitan a compartir tareas o que introducen cambios de papeles en el hogar.

El Observatorio premió en 2008 la campaña Ellos también pueden, de Puntomatic, en la que se demuestra que poner una lavadora no es cosa de mujeres. En una anterior edición se galardonó un anuncio de Leroy Merlin en el que una pareja incluía en sus proyectos de verano renovar la casa de forma conjunta.



Ortiz reclama una mujer asociada a las nuevas tecnologías. Y a la vez denuncia la insoportable presión que sufre aún por estar bella en cualquier edad y circunstancia. Una exigencia que, lejos de remitir, se extiende al hombre. Los Beckham exhibiendo ropa interior de Armani son un ejemplo de paridad anticelulítica.

Un buen número de las denuncias remitidas en 2006 a El Observatorio se referían a Corporación
Dermoestética por su abuso del desnudo y por vincular belleza y éxito personal y profesional.
“Envejecer es un proceso. No hay que anatemizar a las arrugas”, dice Ortiz. Incluso anuncios
como los de Dove, premiados por El Observatorio por dirigirse a mujeres reales, recurren al desnudo y generan paradojas: liberan a la mujer de complejos, pero no de combatir la celulitis.



La igualdad pendiente

En la última campaña de Reyes, los mensajes para niños y niñas mantuvieron los esquemas tradicionales: cuidados maternales para ellas y juegos de acción y violencia para ellos. “Los creativos suelen decir que vende lo que no desestabiliza los valores dominantes y no pone en peligro las relaciones y los papeles tradicionales entre hombres y mujeres”, recuerda Pilar López Díez. Para romper esa inercia, los creativos deberían confiar más en la mujer y liberarla de la fregona.

Las mujeres nuevas existen, pero no tienen bastante poder para reclamar una nueva feminidad. “Si el 70% de los licenciados universitarios es ya mujer, es obvio que no están representadas. Hay que lograr que las muestren de otra forma”,insiste López Díez. Las agencias publicitarias, a pesar de contar con una presencia significativa de mujeres en el sector de cuentas, mantienen aún cierto sello masculino. “El 80% de los creativos es hombre”, añade López Díez. Un reciente estudio de AEAP dirigido por la profesora Marta Martín Llaguno subraya que “el sexo es el factor de riesgo más relevante para alcanzar la dirección”.

Y concluye que la probabilidad de ser directivo es 13 veces superior para un hombre que para una mujer. La mayoría de los puestos de director creativo o de director creativo ejecutivo es masculino. Citar media docena de creativas conocidas, más allá de Isabel Yanguas (ahora retirada), Marta Rico o Mónica Moro, es una tarea ardua.



Madura y bella, prototipo del buen envejecer y de la mujer real de Dove, pero inevitablemente desnuda y delgada. Incluso en la publicidad dedicada a la mujer como consumidora, la utilización del cuerpo femenino es un recurso muy arraigado, según los expertos.